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Celebración de Nazim Hikmet

Celebración de Nazim Hikmet


La vida es tal que no hay que hacer concesiones en las cosas esenciales
Nazim Hikmet en entrevista de Regis Debray y Jean-Marie Villegier

Hay seres en la historia de los que ojalá ningún tiempo deba sentir nostalgia. Se trata de esa estirpe de seres cuya mirada y cuya conciencia fueron y siguen siendo tan abarcantes, lúcidas y amorosas, que alcanzan a alimentar e iluminar la mirada y la conciencia de millones de seres en todo el planeta. Nos referimos, por ejemplo, a René Char, a Albert Camus, a Bertolt Brecht. Y  César Vallejo, García Lorca, Miguel Hernández. El etcétera es largo, pero quizás debería serlo mucho más. En esa legión que quisiéramos más numerosa se encuentra sin duda el gran poeta turco Nazim Hikmet (Salónica,  20 de noviembre de 1901 - Moscú, 3 de junio de 1963).

“Nieto de un pachá, nací en una familia pudiente. Por lo tanto, siendo aún pequeño, había hecho muchos viajes por Anatolia, pero en soberbias carrozas arrastradas por cuatro o seis caballos, con cocheros y sirvientes. Creía conocer mi tierra natal; pero sólo después, caminando, pude enterarme de cómo vivía realmente mi pueblo. Vi a los heridos de guerra tirados a lo largo de los caminos, comprobé el hambre, las enfermedades, las miserias sin fin de mi gente. Y las sufrí yo mismo" 

A esas miserias que sufrió él mismo como consecuencia de haberse solidarizado y luchado junto a su pueblo por la libertad, debió sumar el tormento de ser condenado a pasar en las cárceles turcas 28 años y 4 meses de prisión,  muchos de los cuales dedicó a la escritura de varios de sus libros (Aspectos humanos de mi paísDesde las cuatro cárceles, Rubais) así como a un disciplinado y fecundo trabajo como traductor.

Ni siquiera tras una dramática huelga de hambre en la que por poco muere, acompañada de una enorme presión  internacional en la que participaron, además de la UNESCO y la Asociación Internacional de Juristas Demócratas, Tristan Tzara, Yves Montand, Picasso, Aragon, Camus, Sartre, Simone de Beauvoir, Paul Robeson, entre muchos otros, logra su liberación, pues ésta se produce como consecuencia de una amnistía general. Pero la persecución continúa: casi de inmediato, a la edad de 49 años, es llamado a filas por la oficina de reclutamiento, y destinado a un remoto lugar del que  Hikmet tenía fundadas razones para creer que no regresaría con vida, por lo cual decide, abandonando su país, a su mujer y a sus hijos, planear su huida, la cual lleva a cabo en 1951, exiliándose en Rusia, en donde permanecerá hasta su muerte en 1963.   

«Hoy en día, utilizo todas las formas. Escribo tanto siguiendo la métrica de la literatura popular como con rima. (...) Escribo también en lengua hablada, en su expresión más simple, sin métrica ni rima. Hablo tanto de amor como de paz, de revolución y vida, de la felicidad, del destino, de la esperanza y la desesperación. Quiero que todo lo que es propio del hombre lo sea de mi poesía. Quiero que el que me lea pueda encontrar, en mí o en nosotros, la expresión de todos sus sentimientos. Que nos lea tanto cuando quiera leer un poema sobre el 1 de mayo, como cuando quiera oír hablar de su incomprendido amor. (...) Desde que soy poeta, lo que espero, lo que exijo de las bellas artes es que, al servicio del pueblo, lo conduzcan hacia días mejores. Que traduzcan el sufrimiento, la cólera, la esperanza, la felicidad, la nostalgia del pueblo. Eso es lo que no ha cambiado en mi concepción del arte. El resto ha variado, varía y variará en todos los sentidos. Yo he cambiado, cambio y seguiré cambiando para testimoniar de la manera más conmovedora, más inteligente, más eficaz, más bella y más perfecta: esto es lo que no cambiará”. 

Celebrado por Sartre, por Camus, por Antonio Colinas, por Tristan Tzara, por Miguel Ángel Asturias y por una larguísima lista de poetas, intelectuales y humanistas, finalizamos esta breve invitación a acercarnos a la vida y la obra de Nazim Hikmet, con estas palabras y con el poema que le dedicara, al enterarse de su muerte, ese otro grande que fue Pablo Neruda:
“…es el primer poeta, el poeta nacional de su patria, Turquía. Yo lo considero como uno de los más grandes poetas vivos.

El pueblo turco sabe de memoria sus versos, pero su nombre no puede publicarse en Turquía (1). Me gustará verlo aquí, en esta tribuna, con su alta estatura y sus ojos claros (no parece turco) recitándoles sus versos en ese idioma extraño. Los poetas orientales dicen sus versos como si cantaran.

¿Cómo darles idea de la bondad, la entereza y la simpatía de Nâzim Hikmet? Cerca de quince años lo tuvieron encarcelado por unos versos escritos en su juventud. Sólo una huelga de hambre de muchos días y los reclamos del mundo entero le dieron la libertad.

Me cuenta que aún ahora después de dos años de vivir en el mundo libre no adquiere aún las nociones de la llave y de la luz eléctrica. Se le olvidan las llaves porque durante quince años otros abrieron y cerraron su celda. Se olvida de apagar la luz en la noche, al acostarse, porque durante quince años durmió bajo una ampolleta encendida. Es el más alegre de los hombres”
Por qué te has muerto, Nâzim? Y ahora qué haremos sin tus cantos? Dónde encontraremos la fuente? Dónde estará tu gran sonrisa, esperándonos?
Qué vamos a hacer sin tu postura, sin tu ternura inflexible?
Dónde
encontrar otros ojos que como los tuyos contengan el fuego y el agua
de la verdad que exige, de la congoja que llora y de la alegría valiente?
Hermano, me enseñaste tantas cosas que si las deshojara
en el amargo viento del mar, a manos llenas,
tal vez se irían y caerían como la nieve allá lejos,
en la tierra que escogiste en la vida, que ahora te acoge
también en la muerte.
Un ramo de crisantemos del invierno de Chile,
la luna fría del mes de junio de los Mares del Sur
y algo más: el combate de los pueblos, del mío,
y el redoble apagado de un tambor de luto en tu patria.
Hermano mío, soldado, qué sola es la tierra
para mí desde ahora
sin tu rostro que florecía como un cerezo de oro,
sin tu amistad que fue pan de mi boca,
agua de mi sed, fuerza para mi sangre!
De tus prisiones que fueron como pozos sombríos,
pozos de la crueldad, del error y del dolor
te vi llegar y aceché en tus manos la huella
del castigo, en tus ojos busqué la espina del odio,
pero lo que traías era tu corazón radiante,
tu corazón herido sólo traía luz.
Y ahora?, me pregunto. Déjame ver, pensar,
imaginar el mundo sin la flor que le dabas.
Imaginar la lucha sin que tú me demuestres
la claridad del pueblo y el honor del poeta.
Gracias por lo que fuiste y por el fuego
que tu canción dejó para siempre encendido.

Publicado el 17 de mayo de 2014

Última actualización: 04/07/2018