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Poesía de la acción: la palabra en rebelión

Por: Angye Gaona

La poesía llama a la acción y encarna desde siempre la inspiración de las transformaciones más necesarias. El poeta es el que hace de su vida una sola con la poesía y arriesga su condición para que se mueva la historia hacia el cambio: 

Cuando se conoce la poesía, se comprende que es preciso usar la vida entera para decir al menos una verdad. Aunque vivir en consecuencia armónica con ese propósito ha de ser una actitud que cunda entre las multitudes, se parte de que es inútil pregonar o inducir a la acción, mientras no haya llegado el momento en que suceda. Sin embargo, se tiene noticia de gente avisada que alcanza a interpretar con maestría la partitura de su existencia. Son quienes se sincronizan de tal forma con la realidad que su paso llega a ser notorio a los demás hijos de la tierra: son bengala encendida en la noche de la inconsciencia. A la pregunta por la verdad responden con la poesía. A la pregunta por la poesía responden con la verdad. Porque se han atado al hilo único de la verdad, intiman con la poesía; hacen una su vida y su obra, la poesía es el hilo de sus cuerpos: “el hilo/ Y este hilo es también mi camino en el aire”, escribe el poeta Hugo von Hofmannsthal, como un mago que lanza al cielo su cuerda mágica, escalera vital por la que ha de llegar a su destino. La decisión de seguir el camino, el hilo único. En ese sentido, el poeta no es sólo una persona de letras con mirada perdida que atraviesa la historia con sus canciones. Aunque siempre ha de hacer canción, el poeta dimensiona también con mapas, altavoces, cámaras, reuniones varias, aviones y cuanto artefacto sea inspiradoramente sugerido para su accionar, siempre y cuando sea hábil en identificar la verdad más potable.

Decir la verdad es ocupar el tiempo y el espacio con justicia. Decirla con la boca y con el resto del cuerpo: si el mundo se hace de palabras, en estos tiempos en que el anuncio gótico del fin ha dejado de ser una manía de pocos para ser una inminente revelación, la poesía puede comportarse como arrullo pero, antes bien, está llamada a ser un despertar, una invitación a la acción. Que se encarne en la realidad la poesía, que no eche de menos el volumen, la forma sólida que produce sucesos, que acontece, en efecto. Y este espesor atañe al símbolo: gigante dormido que pervive en la psique. De eso es que ha de hablarse, de “algo gris granzoso detrás/ del moño de luz/ significación”, describe Paul Celan; de lo que ocupa el armario semántico: la realidad. Es preciso dar espesor a la palabra y este grosor lo alcanza la genuinidad de la fábula, la sombra, como el mismo poeta destina: “verdad dice quien sombra dice”. Entre tanto, se queda el que habla vaciado de verdad y se afina de esa forma para cuando hayan de pesar su corazón.

Un alto reto asume quien ama la virtud, la verdad, la poesía, la justicia y demás palabras-valor que son al fin sinónimas entre sí e irían bien si las pusiéramos en el mismo plato. No nos enredemos con las palabras, lo que queremos es la vida vivida, sin ornamentos, como reduce a esencia René Daumal: “Hablaré sólo para convocarme a la guerra santa”. Un reto es la poesía, pues la vida en este momento va para otro lado, no va hacia ese valor alimenticio del que podamos servirnos todos, va justamente, en sentido contrario. La poesía es hoy lo que sobra a este mundo, lo que está de más, lo que se aparta. Demasiado elaborado, comida lenta el lenguaje poético. Pasa por residuo, por granza; siendo lo más alimenticio, cede a la voluntad antropomórfica de quien se pretende superior. Lo poético contempla paciente todo este desperdicio vital generalizado y estandarizado animosamente por el lenguaje técnico de la prensa, la politiquería y la mala fe. En frente de la poesía está el reto de pasar a la acción.

Porque por las vías normales de acceso no se le atiende. La poesía nunca accedió a la corte; imaginemos un argumento poético esgrimido para evitar una condena, por ejemplo, oir decir: “sólo iba a cumplir una cita de amor y entré ilegal a este país" o "las tomé porque ella necesitaba unas zapatillas rojas para su acto del viernes”. La poesía careció de títulos; se ocupó de los estudios literarios o intentó ocultarse en cualquier otro oficio enajenante hasta los más. Y por supuesto, la poesía nunca se puso en exhibición ni se apareció por un supermercado. Cuando se posó en un cartel, éste desapareció entre la avidez del coleccionista y la maraña de anuncios bajo la condición expresa de ser ignorado por los diarios más importantes. Quien la eligió, quien se enamoró de la poesía y se sometió a su dulce y atroz favor, aterrorizó a su círculo cercano  como una bestia precámbrica, escandalizó con ese suyo gusto canicular; sobre este personaje cayeron en jauría los castigos que tiene listos el sistema para quien intenta evadirlo: con dosis de desaliento precisas como enzimas lo despedazaron a la vista de todos hasta que le pasó la muerte como una ventura. Todos los poetas esperan la hora de su muerte para decir, al fin en paz, sus proverbios. A su vez, las gentes de la literatura y las que no, están a la espera de la muerte de los poetas para beberlos con alevosía.

La poesía se mueve entre las sombras, se alisa, se mengua con ocasión de no estorbar, como un animal maltratado. Es exaltada por los seres de inocencia en los rincones de sus páginas escolares; de la misma incauta manera, es utilizada por los publicistas para hacer ágil la transmisión de los mensajes. En realidad, es usada por todos para sobrevivir, pero rehúsa siempre los créditos. Se desliza, se escapa: escapista profesional, no es detectada por los  aparatos por ser justamente de otra naturaleza (animal, sí, quizá). Pues, no es extravagante decir que quien es capaz de blandir el poder genuino de la poesía se ubica fuera de los estratos que componen el sistema predominante, que pretende mantener cada peldaño en su lugar pero no sospecha que está sometido a temblor y supernova y al gustoso paso del tiempo y la manigua. Porque la poesía que es la transformación, nunca descansa y no será vencida porque es lo vencido, la resquebrajadura por la que se cuelan todos los rayos. Espera “el minuto señalado para el asalto”, anuncia Guillaume Apollinaire, y se desborda en movimiento y mutación con el detalle de nunca pedir permiso. Cambia de faz y traje cuando se hace ligeramente perceptible, para esconderse prudente donde no pueda ser categorizada o capturada.

No es para aterrorizar a nadie más de la cuenta, pero ir a una con la vida, ser estrictamente honestos en esto y en lo otro, exige que la poesía se vuelva acción. Ni a Miguel de Cervantes ni a Don Quijote de la Mancha les podían acomodar en el sillón de la contemplación por mucho tiempo. Cuenta Julio Cortázar que hay en casa una silla que no se puede ocupar pues quien lo hace muere de súbito. Es de notar que la poesía tiene que ver más con los vivos y en verdad, el confort de la sepultura ha de acusar el mejor descanso.

El devenir acción de la poesía: realidad, fábula generatriz de “la gana del alma" cumplida en el cuerpo como nos dejó dicho Blanca Varela, la de mirada honesta. El cuerpo en expresión de luz, alzando las líneas de fuga y rebelamiento, dejando pasar la vida verdadera, comprometido. La poesía, la que marcha por la virtud hasta la misma muerte del cuerpo: “¡Muerte y pasión guerreras entre olivos, entendámonos!”, como lo hizo y lo escribió César Vallejo, el universal infalible: "Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él” y eso se apropia en su alta destinación hasta entender que el pueblo es más que una palabra y que ha de superarse su consideración reciente como cliché.

Un cambio de lenguaje requiere la criatura y la poesía es, de todo lo conocido, la que cambia las cosas. Un arrullo no le niega a nadie, ¿cómo, entonces, va a repudiar el ocuparse de sanar las cargas y poner una piel de lenguaje nuevo cada día? Se argumentará que eso es lo que se hace, pero lo que se busca es que el lenguaje nuevo salga de los libros y se exponga en plena avenida como quien quiere que la acción devastadora característica de estos tiempos, ceda ante la acción propositiva, creadora, la que es capaz de creer en algo, en todo. No hay poder que detenga la sabiduría poética de un pueblo consciente. Acompañar a la manada, ir con ella hasta la fuente primigenia donde todos bebemos del único fuego. El  símbolo es el camino para alcanzar la lucidez y es la materia de la poesía, dominada y conocida por todos los poetas y demás. Una verdad que decir para acercar a la criatura a su más lúcida realidad, una verdad contundente y natural como un trueno que prodiga a todo su voz y su acción desencadenante.

Última actualización: 06/03/2019