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Cartas y poemas a Nâzim Hikmet

Cartas y poemas a Nâzim Hikmet


Víctor García de la Concha, quien en su estudio sobre La poesía española de 1935 a 1975 escribe:

Como poeta, Blas de Otero se siente simple «eslabón de una cadena» que, reléase el soneto «Ayer mañana», va desde el cancionero popular «la primera palabra está escondida/ en la boca del pueblo...» a Nâzim Hikmet, pasando por Fray Luis, Quevedo, Rosalía, Machado, Vallejo...

Blas de Otero —además de citar a Hikmet en el poema inédito, dedicado al poeta búlgaro Nicolai Vaptzarov, que publicó en el número de la navidad de 1960 en Papeles de Son Armadans, en cuyos últimos versos reúne «todos los nombres que llevé en las manos/ (César, Nâzim, Antonio, Vladimiro,/ Paul, Gabriel, Pablo, Nicolás, Miguel)— dedicó al poeta turco sus «Cartas y poemas a Nâzim Hikmet», incluido en su poemario En castellano, prohibido por la censura. Cuando más de diez años después intentó burlar a los censores con la publicación de su antología Expresión y reunión, estos volvieron a suprimir el poema dedicado a Nâzim Hikmet:



Cartas y poemas a Nâzim Hikmet

Puesto que tú me has conmovido,
en este tiempo en que es tan difícil la ternura,
y tu palabra se abre como la puerta de tu celda
frente al Mármara,
rasgo el papel y, de hermano a hermano, hablo contigo
(acaban de sonar)
las nueve de la noche)
de cosas que no existen: Dios
está escuchando detrás de la puerta
de tu celda,
cedida por amor al hombre: Nâzim Hikmet,
quédate con nosotros.

Que tu palabra entre entre las rejas de esta vieja cárcel
alzada sobre el Cantábrico,
que golpee en España
como una espada en el campo de Dumlupinar,
que los ríos la rueden hacia Levante y por Andalucía se
extienda
como un mantel de tela pobre y cálida,
sobre la mesa de la miseria madre.

Te ruego te quedes con nosotros,
es todo lo que podemos ofrecerte: diecinueve años
perdidos,
peor que perdidos, gastados,
más que gastados, rotos
dentro del alma:
ten
misericordia de mi espuria España.

Nunca oíste mi nombre ni lo has de oír, acaso,
estamos separados por mares, por montañas, por mi
maldito encierro,
voluntario a fuerza de amor,
soy sólo poeta, pero en serio,
sufrí como cualquiera, menos
que muchos que no escriben porque no saben, otros
que no hablan porque no pueden, muertos
de miedo o de hambre
(aquí decimos A falta de pan, buenas son tortas, se cumplió)

pero habla, escribe tú, Nâzim Hikmet,
cuenta por ahí lo que te he dicho, háblanos
del viento del Este y la verdad del día,
aquí entre sombras te suplico, escúchanos.

El año 1961, amigos comunes prepararon una cita entre Nâzim Hikmet y Blas de Otero, que debían encontrarse frente a las puertas de St. Germain des Près, en París. Sin embargo, aquella mañana, Otero, que se encontraba bajo los efectos de una de sus depresiones, no acudió y envió a Tachia a disculparle ante el poeta turco.

Ese mismo año, el Consejo Mundial de la Paz, presidido por Nâzim Hikmet, concedió la medalla de oro de la Paz a los presos políticos españoles. No es de extrañar, por tanto, que dos poetas como Hikmet y Marcos Ana, de experiencia vital tan próxima se conocieran —el poeta turco había salido de la cárcel diez años antes tras una huelga de hambre que había puesto en peligro su vida y consumir en prisión trece años de su vida, y el poeta español conocía la libertad veintitrés años después de haber sido encarcelado y condenado a muerte al concluir la guerra civil, cuando apenas contaba con diecinueve años—. En junio de 1973, con ocasión del décimo aniversario de la muerte de Nâzim Hikmet, tuvo lugar en París un coloquio al que fue invitado Marcos Ana. De su intervención entresacamos las siguientes palabras:

Si el hecho de haber pasado 23 años en una prisión me diera cierta autoridad ante ustedes, aunque sea una autoridad un tanto triste, querría utilizarla hoy aquí para ofrecer el homenaje de los poetas españoles, de los poetas demócratas revolucionarios españoles, a la vida y a la memoria de Nâzim Hikmet. En la cárcel, yo no conocía a Nâzim, pero en 1961 se desencadenó en Europa una campaña por mi libertad, y un día recibí una carta que venía de la Unión Soviética firmada por diferentes poetas entre los que se encontraba la firma del poeta Nâzim Hikmet. Fue entonces cuando comencé a conocerlo; era muy difícil encontrar sus poemas traducidos al castellano; los leímos en la clandestinidad, en la cárcel; después, en 1962, cuando salí de la cárcel, me invitaron al Congreso Mundial de la Paz, en Moscú, y allí tuve ocasión de conocer y abrazar a Nâzim Hikmet. Me parece que hay en nuestras vidas muchas cosas que son parecidas. Una fraternidad terrible y hermosa a la vez.

En su emotivo libro de memorias Decidme cómo es un árbol, Marcos Ana relata así su encuentro con Hikmet:

En aquél, mi primer viaje a la Unión Soviética, en 1962, me resultó especialmente entrañable conocer al poeta Nâzim Hikmet, un año antes de su dura muerte. Fue un encuentro de los que recordaré siempre, por la densidad humana de su vida y de su obra. La bondad de sus ojos azules y su frente pensativa hablaban en silencio de las cárceles turcas en las que había pasado muchos años encarcelado.

Un gran poeta popular, de versos entrañables, una voz cálida y profunda para la paz, para el amor, para «la inmensa humanidad», un término que le gustaba utilizar con la mayor ternura.
Nos unieron enseguida historias semejantes, palabras conocidas, palabras de hambre, de piedra y de hierro, de dolor y esperanza e intercambiamos los mismos sueños urdidos en las prisiones de Turquía y España.

No conocía aún su noble y grandiosa poesía, después apresé entre mis manos, como agarraría el pan la avaricia de un hambriento, un ejemplar de su libro Duro oficio el exilio, traducido por el escritor argentino Alfredo Varela. Me invadió su poesía, abrió en mí un camino muy hondo. Lo tengo, con otros libros amados, en la mesilla de mi alcoba y me sigue desvelando muchas noches y no pocas madrugadas, porque sus versos están muy cerca de mi corazón y del corazón del mundo.

Y el libro concluye con esta cita de Hikmet:

Has de saber morir por los hombres,/ y además por hombres que quizá nunca viste,/ y además sin que nadie te obligue a hacerlo,/ y además sabiendo que la cosa más real y bella es vivir.

En vasco, el poeta y filólogo Gabriel Aresti publicó en la editorial Lur, con la que luego rompió, traducciones de Castelao, Bertold Brecht, Blas de Otero y Nâzim Hikmet.

En catalán, Pere Gimferrer ha destacado los evidentes puntos de contacto existentes entre la poesía de dos «proletarios rebeldes», el catalán Joan Brossa y el turco Nâzim Hikmet: «...unas similitudes curiosas con Brossa: habla cotidiana, muy pocas imágenes y basándose en los giros y la fuerza de los elementos cotidianos darlos a convertirse en elementos de poesía».

Un verso y el nombre de Nâzim Hikmet aparecen en exergo en el poema de Brossa «Sobre la vida», incluido en su poemario La porta, de 1954.

No solo los poetas se interesaron por la obra y la persona de Hikmet. José Caballero —figura mayor de las vanguardias del siglo pasado—, que colaboró con García Lorca en La Barraca, fue amigo de Neruda, Alberti y Bergamín, y realizó las portadas de algunos de los libros de Gerardo Diego, Luis Rosales y Leopoldo Panero, tiene un cuadro de 1970 titulado «La larga noche de Nâzim Hikmet». Y Alberto, otra figura importante de nuestras vanguardias de la Edad de Plata, fue amigo de Hikmet durante el exilio de ambos en Moscú, como atestigua una de las fotos que cierran este posfacio.

Cabe decir, en conclusión, que la recepción de la obra de Nâzim Hikmet en España fue relativamente tardía y no es casual que fuera conocido a través de sus traducciones al francés, como hemos visto en los casos de Gamoneda, Otero y Marcos Ana. No obstante, se benefició de la presencia en nuestro país de Solimán Salom, un ciudadano turco de origen sefardí afincado en Madrid a quien se debe la primera antología de poetas turcos contemporáneos publicada en español durante la excelente primera etapa de la colección Adonais de poesía, pero también la primera biografía rigurosa publicada en el mundo sobre Hikmet y una interesante antología de poemas que ha conocido varias reediciones y fue la que, verdaderamente, dio a conocer al poeta en España, junto a las que ya circulaban en la América hispana desde dos décadas antes, a raíz de las primeras traducciones al francés, en particular Duro oficio el exilio,publicada en 1959 por la editorial bonaerense Lautaro, reeditada en 1975 por el Instituto Cubano del Libro y en 1976 y 2002 por Batlló en Barcelona. Previamente, en Buenos Aires había aparecido una breve antología; en 1961, con ocasión de la visita de Hikmet a La Habana, la librería La Tertulia había publicado La miel de la esperanza y otros poemas precedidos de un mensaje a los poetas, y en 1964 Ariadna había editado, también en Buenos Aires, Leyenda de amor, pieza en tres actos y cinco cuadros. Como puede apreciarse, la poesía de Nâzim Hikmet recibió inicialmente una más amplia acogida en América. Mientras en España la dictadura hacía imposible, como en su propio país, que se publicara su poesía, en América los vientos revolucionarios que soplaron al calor de la Revolución cubana y los breves paréntesis de libertad que se produjeron permitieron una más amplia difusión de su obra durante la segunda mitad del siglo pasado.

Publicado el 17 de mayo de 2014

Última actualización: 04/07/2018