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Entrevista  Luis Rogelio Nogueras

Por: Orlando Castellanos

Orlando Castellanos: Primero háblanos del lugar donde naciste, la fecha, dame el ambiente de la familia, si hay escritores, a qué se dedican, cuéntanos de tu niñez…
                                                
Luis Rogelio Nogueras: Mira, Castellanos, yo nací en La Habana, el 17 de noviembre de 1944, nací en medio del ciclón del 44… Mi familia es una familia de origen pequeñoburgués. Mi padre estuvo vinculado durante años a los negocios de publicidad y también mi madre. Aunque en mi familia hay como antecedente ilustre un gran escritor cubano, Alfonso Hernández Catá, que es tío abuelo mío, también yo creo que me gustaría hacerle un pequeño reconocimiento a mi propia madre, que fue una escritora aficionada, pero con cierto nivel de calidad, que incluso obtuvo —no sé si en esto influyó ser sobrina de Alfonso— el premio Hernández Catá en 1946, y de alguna manera el hecho de haberme formado en el seno de una familia donde no faltaron las lecturas, no faltó un cierto entusiasmo por la literatura, no sólo por parte ya de mi madre, sino también incluso por parte de mi padre, yo pienso que pudo haber contribuido a despertarme el interés, no sólo ya por los libros, que es un primer interés siempre decisivo en la formación de un escritor, sino por el mundo mismo del escritor. Yo recuerdo que en casa, por parte de toda la familia de mi madre había una especie de veneración con la memoria de Alfonso Hernández Catá, los libros de él eran casi de obligada lectura; algunos de ellos los llegué a odiar de niño, hoy los releo con mucho amor y mucho cariño; pero había una especie de culto a la memoria de Alfonsito, como le decían en casa, y en este ambiente de culto a un escritor, que realmente es un escritor notable, cubano, del siglo xx, pues yo me fui formando un poco una imagen de lo que era un escritor, la imagen de la importancia que tenía desde el punto de vista social un escritor. Claro, Alfonso era un escritor dentro del contexto de la literatura cubana un tanto especial; Alfonso fue un escritor que tuvo suerte, de verdad no es el caso por ejemplo de otros escritores cubanos de tanto talento como él, como Luis Felipe Rodríguez, que vivieron medios difíciles; Alfonso no, Alfonso era un hombre de procedencia burguesa, un hombre que tuvo cargos de embajador y que se desenvolvió siempre en un nivel de vida muy bueno, podríamos decir, que fue un escritor afortunado. Vio publicar sus obras en España…, aunque también en el resto de América Latina y, por supuesto, en Cuba.

Y no es un escritor típico en este sentido, porque la media del escritor cubano en el período prerrevolucionario, como sabemos, no era esa, los cubanos tenían prácticamente que bandeárselas para subsistir, pagarse sus ediciones. Alfonso no. Alfonso navegó en este sentido con suerte; una suerte relativa, puesto que Alfonso, si vamos a creer en el destino, que como marxistas no creemos en eso, le podríamos decir que el destino le pasó esa cuenta: Alfonso, como tú sabes, murió en un accidente de aviación en Río de Janeiro, en el año 1940, si no recuerdo mal.

Por cierto, un dato interesante: Alfonso Hernández Catá dejó inéditos algunos trabajos, que aparecieron entonces en la maleta que dos de sus hijas recuperaron, maleta chamuscada, quemada, en aquel accidente trágico en el que perdió la vida. Esos trabajos aparecieron quemados, y se conservan, una parte de aquel material lo tengo yo, incluso estoy dándole siempre vueltas a la idea de trabajar sobre eso; se conserva un relato de Alfonso Hernández Catá, que evidentemente él llevaba en el viaje para continuar escribiendo de regreso a La Habana, en el cual un personaje muere, no en un accidente de aviación, pero sí en el hundimiento de un barco. Es un relato que nunca llegó a concluir; es una cosa curiosa, yo no tengo el original quemado, eso lo tiene la hija, pero sí tengo copia y quizás un día prologue este trabajo… puede ser interesante… estaba hasta tentado de continuarlo, marcando hasta dónde llegó Alfonso y hasta dónde había ido yo.

Bueno, te decía esto a manera de darte un poco el ambiente, verdad, en el que yo me formé, desde el punto de vista cultural. Desde el punto de vista político, en mi casa, fundamentalmente por parte de la familia de mi padre, aunque también de la familia de mi madre, yo me formé en un ambiente de gran admiración por la figura de Eduardo Chibás; mi familia era ortodoxa, militante del partido Ortodoxo, y aunque no es el momento de juzgar la ortodoxia como proceso político-histórico, no es menos cierto que en su momento cumplió un rol interesante y aglutinó algunas fuerzas interesantes de la pequeña burguesía e incluso del estudiantado, etcétera. Y bueno, también, junto al culto literario de Alfonso en mi casa, estaba el culto a la memoria de Eduardo Chibás, y también, a través de Eduardo Chibás, ya por la vía de mi padre específicamente, a José Martí; en casa siempre estuvieron las Obras completas de Martí, en casa estuvo siempre y está todavía, un pequeño busto de Martí; recuerdo que la guerra en mi casa era que este busto no fuese un adorno en la sala, siempre se trataba de colocar y siempre ha estado colocado en un sitio que no fuese un adorno más en sala, sino una especie de homenaje a la figura de Martí.

O sea, que este es un poco el ambiente en el que me formé, un ambiente en donde el culto de la memoria del Maestro formaba parte de los rituales de la casa, donde se hablaba de él con frecuencia y había un culto a un escritor cubano conocido, y por tanto, esto fue de algún modo probablemente, influyendo en mi idea ¿verdad?, de que quizás no sabía, no estaba del todo encaminado a ser también un escritor como Alfonso… y bueno, pues ahí, andamos; si no he llegado a ser un escritor como Alfonso, que fue un gran escritor en su momento, por lo menos no hacerlo quedar mal en tiempo y espacio…

O.C.: Háblame de las escuelas donde cursaste estudios.

L.R.N.: Antes de la Revolución, como sabes tú, en Cuba existían dos tipos de escuelas: escuelas públicas a las que asistía la gran mayoría de la población, las clases desposeídas, etcétera, que eran escuelas muy mal atendidas, los gobernantes de turno se robaban el dinero… también las escuelas privadas. Pero por la posición de mi familia, asistí a una escuela privada. Yo me formé fundamentalmente en una academia militar privada, de enseñanza laica, la Academia Militar del Caribe; hice casi toda mi formación, desde el cuarto grado hasta los estudios superiores, en este caso los estudios de Comercio, que se llamaban Ciencias Comerciales, los cumplí en el año 59, en esa academia militar privada…

O.C.: La primera vez que escribiste, ¿un cuento, una poesía?… ¿qué fue?…

L.R.N.: Siempre he estado tentado a escribir alguna vez un relato sobre el primer relato que escribí. Porque, es curioso, el primer relato que escribí, aunque no lo conservo, desgraciadamente, pero aunque estoy convencido, absoluta y totalmente infecto de ineficiencia, sin embargo, su tema, el tema de aquel relato, a mí todavía me continúa obsesionando, y quizás probablemente algún día, por eso te decía que quizás haga el relato del relato, vuelva sobre él. Lo escribí un poco… un poco no, me parece que de manera absoluta, imitando un libro que fue para mí un libro de cabecera, y lo continúa siendo, que es Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain; yo tendría 11 años, o algo así, cuando escribí ese relato, y era naturalmente la historia de un adolescente, era un poco un remedo cubano del Tom Sawyer; pero, sin embargo, tenía para mí la virtud de que aún cuando a los once años uno tiene una tendencia en las cosas de la literatura a ser muy mimético, por lo menos tuve la intuición de ubicar el relato en el campo cubano; es decir, no, hice un relato, bueno, puede haberlo hecho un muchacho influido en este caso por una lectura de un autor norteamericano en paisajes que yo no conocía, haberlo hecho en el Mississippi o algo así, sino que lo ubiqué en la Cuba rural. Y tenía, y pienso que todavía tiene ese, para mí ese atractivo, ¿no?, quizás valdría la pena tratar de intentar de nuevo una historia de un adolescente criollo, en el campo, pasando vicisitudes muy parecidas a las de Tom Sawyer, pero manejando, como hizo Mark Twain con el idioma inglés y los giros del idioma inglés hablados en la zona del Mississippi, hacerlo con el cubano, el español hablado en Cuba… esa idea nunca la he abandonado completamente…

O.C.: ¿Y cuándo publicas lo primero?

L.R.N.: La fecha es muy temprana, en el año 59 en una revistica que editábamos justamente en la Academia Militar del Caribe, en la Asociación de Estudiantes de la academia militar, una revista que se llamaba Libertad, porque es una revista que se fundó justamente con el triunfo de la Revolución, en los dos primeros meses del año 59; era un poema de corte patriótico, francamente malo, debo decirlo así, sin sonrojo, pero por lo menos tenía la virtud de que era mío, o sea, aunque era un poema rimado te aseguro que no lo copié de ninguna parte, era un poema muy malo mío…

O.C.: ¿Y después que terminas tus estudios en la academia, en el año 59, qué pasa?

L.R.N.: Bueno, en el 59 termino mis estudios de Comercio en la academia y empiezo a estudiar durante algunos meses, hasta, junio del año 60, Ciencias Comerciales; empiezo a estudiar en lo que se llamaba la Escuela del IBM. Ahí, en la Academia IBM, se estudiaba fundamentalmente los métodos de computación, habían llegado las primeras máquinas perforadoras y teóricamente, como se supone que yo iba a dirigir mi vocación sobre la base de los estudios comerciales, pues comencé a estudiar máquinas IBM y computadoras, las primeras computadoras, no eran propiamente computadoras, máquinas perforadoras, de memoria; pues completa un poco mi formación.

Ahí entonces se produce una ruptura. Yo me voy a Venezuela. Mi madre había ido a vivir a Venezuela a principios del año 56, y en el año 60 yo me voy a vivir a Venezuela con ella, vivo allá cerca de 8, 9, 10 meses, poco menos de un año; hago algunos estudios más o menos por la libre de publicidad en la Universidad de Caracas, aunque era casi un niño, pero mi madre, a través de algunos mecanismos, consiguió que me admitieran en un cursillo de verano allí; trabajé en una compañía de cine, la Tuma Film, haciendo de todo, como utility, auxiliar de cámara, auxiliar de laboratorio… porque el cine empezaba a picarme como curiosidad ya, y a finales del año 60, junto con un grupo de muchachos también de mi edad, dos de ellos cubanos, y otros un colombiano, un italiano, por cierto, había nacido en Italia, Walter Mock, la madre tenía una tienda de efectos de ropa en Sabana Grande, y otro compañero más, quemamos un establecimiento de periódicos de Bohemia Libre, aquella revista contrarrevolucionaria que comenzó a sacar Miguel Ángel Quevedo en Caracas. Producto de esto, la policía me declaró una especie de persona non grata, y tuve que abandonar Caracas en noviembre del año 60, o sea, ya me voy de Venezuela en el año 60, regresé a Cuba, y en mayo del año 61 ingresé en el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC).

O.C.: ¿Y qué pasa?

L.R.N.: Bueno, estuve en el departamento de Dibujo Animado desde mayo del 61, es decir, un mes después de la derrota mercenaria en Playa Girón, hasta el año 64. En ese período de tiempo trabajé de auxiliar de cámara de animación, es decir, aprendí ya bien, aunque yo en la Tuma Film había practicado esto, la técnica de la cámara de cine de 35 mm; trabajé como dibujante, yo tenía, y creo que aún conservo, una habilidad como dibujante, trabajé también entonces como animador, es decir, como dibujante que hace avanzar, por decirlo así, los muñequitos, o las figuras, y como director. Hice en el año 1963 una película que se llama Un sueño en el parque, que se conserva en la Cinemateca de Cuba, que es una película a color de 8 minutos de duración, la cual representó a Cuba en dos o tres festivales de animación europeos, entre ellos en el Festival de Rumania, en el año 1964; es una película, que bueno, vista en la distancia, pensando que sólo tenía 19 años el hombre que la dirigió, a mí me sigue gustando; es una película sobre la guerra nuclear, los peligros de la guerra nuclear… a partir de una pareja. Es una película a la que le tengo mucho cariño en lo personal. Hice también guiones ahí en dibujos animados para películas de animación, hice algunos diseños, etcétera.

O.C.: ¿En ese período tú no estabas escribiendo nada, solamente te dedicabas a ese trabajo?

L.R.N.: Sí, simplemente ese trabajo… yo dibujaba y pintaba, aparte de hacerlo profesionalmente allí, lo hacía un poco a manera de violín de Ingres… a manera de trabajo ancilar, un poco de hobby, y escribí algunas cosas, algunos cuentos, yo recuerdo ahora uno que se llamaba, tenía un estrambólico título de «Tulioso el enterrador»… un cuento muy influido por Poe, un cuento muy malo, muy ingenuo, esas eran las cosas que más o menos hacía… y, por supuesto, las hacía para mí, no tenía en aquel momento… aunque, como te decía muy al principio, yo tenía una clara conciencia, puesto que me había formado en una familia donde había un gran escritor, Alfonso, de que se podía llegar a ser escritor; es decir; para mí eso no era un mundo prohibido ni mucho menos, pero no me parecía que tuviera talento para ello, y además el cine me absorbía de tal manera que no me dejaba casi ningún lugar: el cine y la pintura: el cine era una obsesión tremenda en aquellos años… lo sigue siendo. Ya el tiempo ha limado un poco aquellas aristas de agresividad cinematográfica, pero de todas maneras sigue siendo para mí una gran atracción y de hecho, sabes que estoy trabajando en la cosa del cine ahora, de nuevo.

Siguiendo un poco la historia, en el año 64 ingresé por oposición de examen en la universidad, en la Escuela de Letras; te digo por oposición de exámenes porque no hice el bachillerato, yo hice Ciencias Comerciales, que era una de las dos ramas en las que se podía dividir la enseñanza después que se terminaba la secundaria, y por tanto tuve que hacer el examen de ingreso. Ingresé en la universidad y, por razones fundamentalmente de lejanía —yo trabajaba en los estudios de Cubanacán, donde quedaba el Departamento de Dibujos Animados, y la Escuela de Letras acá lejísimo, en el Vedado—, no me quedó otro remedio que irme del ICAIC, irme concretamente del Departamento de Dibujos Animados, e ingresé en la revista Cuba Internacional como redactor de mesa, y también un poco como periodista, hice algunos reportajes, algunos pininos… Ahí empiezo a publicar realmente mis primeras cosas: algunas entrevistas… recuerdo una que le hice a Tomás Gutiérrez Alea cuando se estrenó La muerte de un burócrata; algunos trabajos sobre planes agrícolas, recuerdo uno que todavía releo con agrado, sobre un plan lechero en el norte de la provincia de La Habana; y, en ese período, donde simultaneaba la universidad con la revista Cuba Internacional, en aquel momento dirigida por el escritor y periodista Lisandro Otero, conozco a Guillermo Rodríguez Rivera. Guillermo Rodríguez Rivera estudiaba en la Universidad de La Habana, estaba en tercer año cuando yo estaba en primero año, u un buen día este personaje que es Guillermo Rodríguez Rivera me habla de un proyecto que están preparando en ese momento, que es una revista literaria que quieren publicar y en la que él me pide alguna participación. Esta revistas es El Caimán Barbudo, y el grupo que iba a fundarla y que iba a trabajar en ella estaba integrado por Guillermo, Jesús Díaz, Víctor Casaus y por el dibujante Posada.

Empezamos entusiásticamente a trabajar ahí en el proyecto de aquella revista que iba a ser un suplemento del periódico Juventud Rebelde, el órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba, y en mayo del año 66, en efecto, salió a la luz el primer número de El Caimán Barbudo, con una tirada enorme, teniendo en cuenta que era una revista juvenil, una tirada de 80 000 ejemplares… 60 u 80 000 mil ejemplares, la misma tirada del periódico.

Si uno piensa que en América Latina una revista de 1 000 ejemplares es una señora revista, ¡pensar en tener 60 mil ejemplares! (Vamos a ponerle que me esté equivocando, que no sean más que 50, o 40 mil, incluso, que es lo que pudiera haber tirado Juventud Rebelde en aquella época, es tremendo.) Era tener en la mano realmente un medio de difusión cultural importante, que eso fue y es El Caimán Barbudo. Yo estuve entonces simultáneamente… más que simultáneamente, seguía estudiando en la universidad, seguí trabajando en la revista Cuba Internacional y comencé a colaborar muy cercanamente a El Caimán.

Alrededor del año 66 Guillermo tuvo que salir de El Caimán¸ y entonces yo me trasladé de la revista Cuba Internacional a El Caimán y ocupé el cargo de jefe de redacción de la publicación. Estuve trabajando como jefe de redacción de El Caimán hasta que el grupo que componíamos aquella primera dirección cesó en sus funciones con la publicación del número 17, y entró otro colectivo de compañeros a seguir trabajando esta publicación, que creo que a lo largo del tiempo, haciendo un saldo general, ha sido un trabajo positivo, en todas sus etapas y en todos sus momentos.

O.C.: ¿Qué haces cuando sales de El Caimán Barbudo?

L.R.N.: Después que abandono El Caimán Barbudo, en el año 67, ingreso a trabajar en el Instituto Cubano del Libro, donde ocupo diversas responsabilidades vinculadas fundamentalmente al trabajo editorial: editor, investigador literario, en los equipos de investigación que se crearon en el año 68 en el Instituto del Libro, y luego paso a trabajar en el equipo que iba a fundar una pequeña editorial destinada a los jóvenes, que luego fue Pluma en Ristre, donde contribuimos un poco, la vimos crecer, la armamos un poco ahí.

Estuve trabajando en el Instituto del Libro hasta que éste dejó de ser Instituto del Libro, para fusionarse como un viceministerio del actual Ministerio de Cultura. Ahí pasé a trabajar —un poco antes de esa fusión—, pero bueno, pasé a trabajar como redactor especializado en cuestiones de arte y literatura en la Editorial Pueblo y Educación, sobre [sic] editorial que hace los libros para el Ministerio de Educación, sobre todo libros de enseñanza media y superior. Estuve trabajando ahí hasta el año 79; en el 79 pasé a ser asesor nacional de Literatura, atendiendo las nuevas provincias de Santiago de Cuba, Guantánamo y el Municipio Especial Isla de la Juventud, hasta mayo del año 80, en que paso a trabajar al Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográfica (ICAIC), como guionista de cine, donde estoy en estos momentos…

O.C.: Bueno, entonces vamos a empezar ahora con los libros…

L.R.N.: Sí…

O.C.: ¿Tu primer libro?

L.R.N.: En el año 67 se convoca por primera vez el concurso David, que es un concurso que, como sabes, continúa existiendo hoy día, y que me atrevería a decir que por él han pasado un grupo notable de jóvenes que hoy son escritores conocidos y con una obra importante. Estoy pensando, para decir algunos nombres, en el caso de Raúl Rivero; estoy pensando en el caso de Senel Paz, en el caso de Daína Chaviano, de Eduardo Heras León, de Osvaldo Navarro, etcétera un grupo de compañeros que empezaron, se publicaron sus primeros libros en este concurso, y que hoy son escritores conocidos.

Aquella primera convocatoria al concurso David, tuve la suerte de ganarla; mi primer libro, Cabeza de zanahoria, obtuvo el primer premio David que se otorgó en el año 67, y que salió publicado el año siguiente, en el 68. A partir de aquel primer libro estuve un período relativamente largo sin publicar libros.

O.C.: ¿Es Cabeza de zanahoria un poemario?

L.R.N.: Mi primer poemario. Pues te decía que después de Cabeza de zanahoria, que salió en el año 68, yo estuve un largo período sin publicar libros propiamente, aunque seguí colaborando en revistas y publicaciones periódicas, un proceso de maduración interna, por decirlo así, de aceleramiento de algunas búsquedas formales en que yo estaba trabajando; y en el año 77 seguí por la poesía, luego nos desviamos un poquito hacia la prosa, publico mi segundo libro, Las quince mil vidas del caminante. El libro fue publicado por las Ediciones Unión en una tirada grande, relativamente grande, pensando en un libro de poemas de 5 000 ejemplares, y que he tenido la satisfacción de que es un libro —está mal que sea yo quien lo diga, pero quién mejor que yo para decirlo, que soy de la casa—, un libro que tengo la satisfacción, el orgullo y la alegría de que tuvo una buena acogida de crítica, y también de público, ya que el libro está agotado; incluso te había prometido traerte uno a ti, pero no me he aparecido con él aquí, aunque prometo solemnemente traértelo de todas maneras…

Y en el año 81 acabo de obtener el Premio Casa de las Américas, con mi tercer libro de poemas, que ya no es el tercero, es el cuarto, porque yo tengo un tercero en imprenta, que debe salir este año, con un título curioso, tiene un título de novela policial, pero bueno, no es un libro de poemas policiales, es sólo el título, se llama El último caso del inspector. Por supuesto el título es irónico, paródico, y tiene hasta el sentido de gancho.

Obtuve el premio Casa de las Américas 81, con el poemario Imitación de la vida. Para mí, haber obtenido este premio Casa de las Américas es algo que significa no sólo una alegría y no sólo una enorme felicidad, sino también al mismo tiempo un compromiso; este premio, como tú sabes, como saben los oyentes, está íntimamente ligado con el entrañable recuerdo de la querida compañera Haydée Santamaría, y también está ligado a la memoria de un grupo de escritores latinoamericanos que en diversos años estuvieron aquí entre nosotros, o como jurados o porque obtuvieron este premio, como Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti y Roque Dalton, y el hecho de que este premio está vinculado a esos nombres y al nombre, para nosotros los jóvenes cubanos, sagrado, de Haydée Santamaría, lo hace un premio que significa un compromiso, un compromiso moral enorme y una enorme responsabilidad. Y por otra parte es una alegría haberlo obtenido, porque el jurado que lo premió, integrado por el argentino Juan Gelman, el mexicano José Emilio Pacheco, el peruano Antonio Cisneros y el cubano Fayad Jamís, es un jurado de un rango literario continental; son cuatro poetas que yo admiro de cerca y de lejos, cuyas obras he leído con verdadero interés y verdadera atención. Haber obtenido el premio, y luego haberlo obtenido de ese jurado es para mí una enorme satisfacción, una alegría y ya te vuelvo a decir, un compromiso.

O.C.: Hablamos ya del Premio David del año 67… y de este Premio Casa de las Américas 1981; pero tú has obtenido otros premios en otros géneros…

L.R.N. En otros géneros, sí… Yo obtuve en el año 1976, junto con el compañero Guillermo Rodríguez Rivera, aquel que en el año 64 me habló de fundar una publicación que se llama El Caimán Barbudo, el Premio Aniversario del Triunfo de la Revolución, que otorga el Ministerio del Interior, con una novela policial escrita a cuatro manos, o a dos realmente, porque la derecha mía, que soy zurdo, y la izquierda de Guillermo no tuvieron que ver nada en eso; obtuvimos aquel premio con una novela policial que se llama El cuarto círculo, que ha tenido muy buena fortuna editorial: tiene dos ediciones ya con un total de 130 000 ejemplares en Cuba; tiene una edición en Portugal y una edición en Eslovaquia.

Después, en el año 77, obtuve el premio nacional de novela «Cirilo Villaverde», que otorga la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, con una novela de contraespionaje, titulada Y si muero mañana. Esta novela tiene ya dos ediciones, una de 40 000 ejemplares, de la propia Unión de Escritores, y una reedición, salida recientemente en diciembre del 80, de 70 000 ejemplares, hecha por la Editorial Letras Cubanas, en la colección Radar.

A mí me interesa de modo particular la literatura que llamamos policial en un sentido generista, pero que creo que pudiéramos subdividir en policial y de contraespionaje; yo pienso que la literatura policíaca, en Cuba hoy, puede de alguna manera alcanzar excelencias artísticas notables.

Como tú sabes, el género policial es un género que surgió —como diría Marx— del lodo y la sangre del capitalismo, y, sin embargo, es un género que ya ha comenzado a dar frutos también en el socialismo. Creo que la literatura policial cubana, que ya va por un buen rumbo, pensando en que se han publicado obras de una calidad excepcional, como es el caso, por ejemplo, para sólo citar un caso, de Joy, de Daniel Chavarría; creo que va por un buen camino, creo que es posible que en algunos años —no quiero dármelas aquí de pitonisa— es fácil prever ya desde aquí, a partir de las obras que se han ido publicando, que en un lapso más bien breve va a haber un reverdecimiento de este género que despojado de los elementos espurios a los que es sometido este género en el capitalismo, los elementos de comercialización: sexo, violencia, etcétera y armados de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestra óptica, de nuestro modo de ver las cosas, se va a producir una literatura policial a la altura de las exigencias, de aquí y de ahora en este terreno.

O.C.: ¿Qué género prefieres, la poesía o la narrativa?

L.R.N.: Quizás antes de responderte esta pregunta, que es un acento, una disyuntiva, un callejón casi sin salida, me gustaría también introducir una especie de cuña para que incluso ponerme una soga al cuello y que fuera más difícil, y hablar un poco del cine…

O.C.: …Sí, es que te iba a hablar de esa parte, pero bueno… es mejor así…

L.R.N.: …Para que me pongas la triple disyuntiva…

O.C.: …Claro, claro, un guionista, además eres un guionista de gran éxito…

L.R.N.: Bueno, como tú sabes, Castellanos, yo continuaba vinculado al cine sólo por aquellas experiencias primeras de las que hablamos ya largamente, relacionada con el dibujo animado, pero también ya en el cine de largometraje de ficción, yo trabajé en el año 77 en el guión del filme El brigadista, con el realizador Octavio Cortázar, filme que como bien tú me señalas tuvo un enorme éxito de público; tiene en Cuba acumulado dos millones de espectadores, lo cual es una cifra impresionante, teniendo en cuenta que nuestro país es relativamente pequeño… un filme que obtuvo premio en el Festival Internacional de Cartagena, obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Berlín Occidental en el año 68 [sic], premio en el Festival de San Sebastián, en España, y que tuvo tanto reconocimiento internacional como nacional.

En el año 1980 emprendí con el propio Cortázar mi segundo guión, Guardafronteras, un filme que se estrenó en La Habana, en diciembre del 80, y que batió récord de taquilla; es la película cubana que, en la arrancada, como se suele decir en este terreno de los cómputos de taquilla, ha barrido con los récords.

Y terminé también hace apenas un par de meses, junto con el cineasta Miguel Torres, un guión para el realizador Rogelio París, guión de contraespionaje titulado Leyenda.

O.C.: Si tuvieras que optar por ser guionista de cine, poeta o narrador, ¿cuál sería tu decisión?

L.R.N.: Es difícil, me pones en un aprieto; pero, si yo tuviera que optar, y ojalá nunca tenga que hacerlo —digo que ojalá nunca tenga que hacerlo, porque cada medio expresivo tiene un lugar común—; pero bueno, lo repito, cada medio expresivo tiene su especificidad, ¿verdad? Las cosas que se pueden hacer en cine no pueden pasar a poesía, desgraciadamente, y ciertas cosas que sólo la poesía posee no pueden pasar a la narrativa, y por tanto cada género tiene su propio perfil; pero si tuviera que escoger, me quedaría con la poesía, no sólo porque me inicié como poeta, sino sólo porque tal vez sea la poesía la que con más gusto hago, aunque no quiero decir que lo demás no lo haga con gusto; me refiero al gusto íntimo… tal vez es que también la poesía es un arte de soledad… al contrario del cine que es el arte de las multitudes; la narrativa, que aunque es un arte relativamente solitario, también sólo lo es en un sentido, puesto que la narrativa es un arte de continuidad, es decir, uno no puede escribir una novela en el tiempo en que uno escribe un poema, que es un rato, a partir de un hecho que le ocurrió, o en un ómnibus. La novela requiere todo un aparato, sentarte a trabajar, y la poesía, pues, sin que yo crea demasiado en que la poesía solamente es resultado de la inspiración, creo con lógica, es 90% técnica y 10% de inspiración; sí es evidente que la poesía está más cercana a eso que pudiéramos llamar, aunque la frase suene un poco demodé, inspiración… La novela es un problema más paciente, más profesional; tiene que haber inspiración, si no, no hay arte; pero es más de oficio y de trabajo, y de darle taller, ¿verdad? Así que me quedaría con la poesía. Desde luego, con esta declaración pública estoy haciendo quedar mal a Don Alfonso Hernández Catá, que si me estuviera oyendo ahora pensaría que no, que debía haberme quedado con la narrativa; pero bueno, confieso que me quedaría con la poesía…

Casi de manera casual, puesto que no lo pensé detenidamente ni fue un tanto premeditado, yo he ido intercambiando títulos de libros y obras cinematográficas, libros de poesía, de narrativa y de obras cinematográficas. Por ejemplo, te contaba que mi tercer libro de poemas se llama El último caso del Inspector, el título obviamente de una obra de carácter policial; mi próxima obra se llama como un libro de poemas: Ama al cisne salvaje; el libro que acaba de premiar Casa de las Américas se titula como un filme célebre de Deborah Kerr, Imitación de la vida; y ahora, pensándolo un poco me doy cuenta de que ha habido quizás inconsciente voluntad de mezclar, ambiciosamente, todas estas cosas en un solo gran todo, que es tal vez quién sabe si sea el cine, que es el gran aglutinador.

O.C.: Háblanos de tu Premio Casa Imitación de la vida…

L.R.N.: Te puedo decir que Imitación de la vida intenta ser un resumen, si cabe esta palabra hablando de poesía, de las experiencias que yo ya había acumulado anteriormente desde Cabeza de zanahoria, hasta Las quince mil vidas del caminante. Cuando yo digo resumen debía haber dicho mejor, más que la palabra resumen que suena un poco a cosa de contabilidad y este tipo de cosas, quizás influencia de mis estudios de contabilidad de juventud; más que resumen debía haber dicho una palabra un poco más filosófica entre comillas, una suma ¿no? Yo creo que en este libro he logrado conseguir, con toda la modestia del mundo, que se interprete esto, conseguir algunas cosas que había venido buscando en los libros anteriores, algo sobre todo desde el punto de vista formal.

Pienso que este libro, en relación con los dos libros míos anteriores, aunque no así con los futuros, es un libro que agota un terreno de investigaciones formales en el que yo he venido trabajando y que creo que en este libro alcanza en mi nivel, y en el marco de mi obra poética alcanza una especie de culminación. Creo que a partir de Imitación de la vida, que como te decía es mi cuarto libro en realidad, porque está éste en imprenta, El último caso del Inspector, las cosas que yo escribo en poesía, y de hecho las cosas que estoy escribiendo más recientemente van a dar un vuelco formal, van a ser un poco de otra manera, van a tratar de ir por caminos distintos.

Creo que aquí yo con este libro cierro un camino, agoto por lo menos hasta la medida de mis fuerzas y de mis posibilidades, de mi imaginación, mi talento y mi cultura, cierro un camino. En ese sentido es un libro resumen-suma, como decía un poco en broma, usando una palabra un poco pedante, y me gusta, es un libro que me satisface mucho.

Yo no tenía en mente mandarlo a Casa de las Américas. Fue una especie de rapto, de inspiración. Incluso el concurso ya había cerrado cuando me cruzó por la mente la idea de armar con los poemas que tenía, que había ido escribiendo y había acumulado en un file, armar un libro. Me senté una tarde, me puse a ver los poemas, a ver si tenían efectivamente una unidad, si había la posibilidad de que esos poemas que había ido escribiendo como se escribe la poesía: poema a poema, salvo cuando se escriben ciclos de poemas uno escribe poemas, no libros ¿no?

Pero bueno, fui viendo y comprobé que efectivamente, había una unidad hasta donde era ello posible, y bueno, pues decidí enviarlo al concurso, aunque ya éste había cerrado. Los compañeros de la Casa de las Américas, siempre dispuestos a ayudar a los escritores, tuvieron la gentileza de aceptarme el libro aunque ya había expirado el plazo… porque se daba también la coyuntura de que estaban todavía llegando libros de América Latina y…

Y, bueno, pues así envié el libro.

Yo no voy a mentirle diciéndote que envié, no para ganar, sino para ver qué se sentía; para ganar, por supuesto, uno siempre cuando envía a un concurso lo hace para ganar, pero también puede perder, puede llevar las dos jabas famosas, las dos cestas: la de ganar y la de perder. Y realmente no me sentía seguro —sería una pedantería decirte eso— en un concurso de un gran prestigio, un concurso que en ese año participaron 135 libros de poemas de 18 países; es un concurso de un gran rigor, con un jurado muy riguroso.

Para mí fue una gran sorpresa cuando recibí, la mañana del día en que otorgaron los premios, la noticia de la Casa de las Américas de que había obtenido el premio de poesía. Por cierto, lo había obtenido también, porque sabes que Casa otorga, con el nuevo sistema del concurso que tiene hace algunos años, más de un premio en cada género, y había obtenido también el libro de una cubana, fallecida lamentablemente no más de dos semanas antes del concurso… la compañera Lourdes Casals, compañera que como se saber abandonó el país en los primeros años del triunfo de la Revolución, pero que sufrió en el exilio un proceso de concientización que fue transformando su pensamiento hasta llegar a convertirse en una compañera más, reincorporar su vida personal a la Revolución como un hecho vital, y bueno, murió incluso aquí entre nosotros, murió en Cuba y fue enterrada, en justo reconocimiento a su valor, a su valor personal, a su calidad humana, fue enterrada en el panteón de los emigrados revolucionarios. El libro de Lourdes Casals obtuvo también el premio Casa en el año 81; así es que es un nuevo honor que puedo sumar al que ya tengo, haber compartido con la querida compañera e inolvidable compañera Lourdes Casals este premio.

También debo decirte que para mí fue una sorpresa y una alegría —este esto otro factor más a sumar a las muchas alegrías— el hecho de que este concurso no lo ganaba un autor cubano desde hacía 19 años; es decir, el último en obtenerlo es justamente Fayad Jamís, en el año 62, con el libro Por esta libertad; y bueno, pues, te podrás imaginar lo que significó haber recibido esa llamada telefónica providencial que era la de que había obtenido el Casa de las Américas 1981 con mi libro Imitación de la vida.

* Entrevista concedida por Luis Rogelio Nogueras en febrero de 1981. Tomada de: Orlando Castellanos. Formalmente informal. Ediciones Unión, La Habana, 1989, pp. 79-91

Última actualización: 05/03/2019