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Poemas de Joseph Brodsky

Poeta ruso nacido en San Petersburgo en 1940. De formación autodidacta, reconoció la influencia que en él ejercieron los poetas clásicos, los metafísicos ingleses y los poetas polacos modernos, además de Proust, W. H. Auden y Herman Melville. Acusado de "parasitismo social", fue encarcelado durante dieciocho meses a la edad de veinticuatro años. En 1972 emprendió el camino al exilio, obteniendo la nacionalidad estadounidense en 1977. Sus "Poemas selectos", que reúnen una importante colección de su poesía, se publicaron en versión inglesa en 1973, seguidos de "Partes de la oración" en 1980 e Historia del siglo XX en 1986. En 1981 obtuvo una beca de la Fundación MacArthur, y en 1987 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Su producción literaria se extendió hasta su muerte, ocurrida en Nueva York el 28 de enero de 1996.

 

Cantares de estos tiempos

El hombre va a las ruinas una y otra vez,
él estuvo aquí ayer y anteayer
y regresará mañana,
las ruinas lo atraen.
Él habla:
          Poco a poco,
          poco a poco aprenderás tantas cosas, muchas,
          aprenderás a elegir en el montón de escombros
          un reloj despertador y los lomos quemados de los albumes,
          te acostumbrarás
          a llegar por estos lados cada día,
          te acostumbrarás a saber que las ruinas existen,
          convivirás con este pensamiento.

A veces da la impresión y esto es necesario:
a veces da la impresión que lo aprendiste todo,
y hablas ahora sin esfuerzo
en la calle con un niño desconocido
y lo explicas todo. Esto también es necesario.

           El hombre regresa a las ruinas,
           cuando desea amar otra vez,
           cuando da cuerda a su despertador.

A las personas normales jamás nos pasaría por la cabeza, que uno pueda volver a casa y hallar ruinas donde estaba el hogar: No podemos imaginar que sea posible perder los brazos y las piernas en un accidente del tren o del tranvía: Nos enteramos de todo esto… ¡Gracias a Dios!… a través de penosos rumores, pero es este el porcentaje convenido de infelicidad, esta es la rosa  de las desgracias.
          
           El hombre llega a las ruinas otra vez,
           por largo tiempo escarba con un palo entre
           los mohosos cortinajes y los escombros,
           se inclina, se levanta y mira.

Alguien construye las casas,
alguien las destruirá, alguien las levantará otra vez, la profusión de ciudades a todos nos infunde optimismo. El hombre de entre las ruinas alzó algo y se quedó contemplando. Seres así no tienen la costumbre de llorar. Inclusive convidados… gracias a Dios, a las casas de sus conocidos, miran las fotos de los álbumes y dicen con reproche: “En los tiempos que corren, no vale la pena guardar fotografías”

Se pueden levantar muchas edificaciones que serán destruidas igualmente y erigirlas de nuevo.

          Nada hay más terrible que las ruinas del corazón,
          nada hay más sobrecogedor que las ruinas,
          sobre las que cae la lluvia y al lado de las que pasan
          los automóviles último modelo,
          por las que deambulan como fantasmas
          personas con el corazón destrozado y niños con boinas,
          no hay nada más terrible que las ruinas
          que dejan de parecer una metáfora
          y son lo que alguna vez fueron:
          la casa.

Traducción: Rubén Darío Flórez Arcila.

 

A Eugenio

                                 En cualquier elemento el hombre
                                    es tirano, prisionero o traidor...
                                                                                A. Pushkin

Yo estuve en México, escalé las pirámides
impecables moles geométricas
desparramadas por el istmo de Tehuantepec.
Quiero creer que las hicieron visitantes del cosmos
pues estas obras suelen edificarlas los esclavos
y el istm0 está cubierto de hongos pétreos.

Los ídolos de arcilla son tan fáciles
de falsificar que propician rumores.
Bajorrelieves varios, con cuerpos de serpientes
y el alfabeto indescifrable de una lengua
que ignoró siempre la conjunción o.
¿Qué contarían si empezaran a hablar?

Nada. En el mejor de los casos, las victorias
sobre tribus vecinas y cabezas partidas.
Que la sangre del hombre vertida en el altar
del Dios del Sol le fortalece un músculo.
Que el sacrificio nocturno de ocho jóvenes fuertes
garantiza el alba con mayor seguridad que un despertador.

De cualquier modo es preferible la sífilis o las fauces
mortíferas de aquellos unicornios de Cortés, al sacrificio.
Si te toca en suerte alimentar con tus ojos a los cuervos
es preferible que el asesino sea asesino y no un astrónomo.
En general, sin esos españoles es muy poco probable 
que hubiesen llegado a tener la certeza 
de que alguna cosa les había pasado.

Es aburrido vivir, querido Eugenio. Dondequiera que vas
la estupidez y la crueldad te siguen.
Me da pereza encerrar eso en versos.
Como dijo el poeta: «En cualquier elemento...».
¡Qué lejos vio desde sus marismas natales!
Yo agregaría: en cualquier latitud.

1975

De "No vendrá el diluvio tras nosotros" (Antología 1960-1996)
Versión de Ricardo San Vicente

 

Carta a un amigo romano


                                                          (De Marcial)

Sopla el viento hoy, las olas se encaraman.
     Se acerca el otoño y trocará toda la vista.
Y, Póstumo, este mudar de tonos te llega más al alma
     que ver cómo se cambia de vestido la amiga.

De una doncella gozas hasta un punto cierro,
     que no supera el codo, la rodilla.
Cuánta más dicha en la belleza ajena al cuerpo:
     a salvo del abrazo, la perfidia.

*

Te mando Póstumo, estos escritos.
     ¿Y en la capital? ¿La cama te hacen blanda, o te resulta dura?
¿Qué es del César? ¿Sigue aún con sus intrigas?
     Con ellas sigue, imagino, y con su gula.

Me encuentro en mi jardín, arde una tea.
     Sin una amiga, sin siervos, sin afectos.
Y en lugar de los pequeños y grandes de la tierra,
     suena en concierto un zumbar de insectos.

*

Aquí yace un mercader de Asia. El mercader valía;
     era hábil, aunque fuera discreto.
Murió deprisa: de unas fiebres. A hacer negocio había venido
     y no, ciertamente, a acabar en esto.

Junto a él yace un legionario bajo un cuarzo grueso.
     Dio gloria al Imperio en la batalla.
¡Pudo caer tantas veces! Pero murió de viejo.
     Tampoco aquí, mi Póstumo, hay norma que valga.

*

Tal vez una gallina, en verdad, no llegue a ave,
     mas hasta con su seso te lloverán los palos.
Si por fortuna en tierras del Imperio naces,
     mejor que vivas junto al mar, en un rincón lejano.

Lejos del César, de fieros nubarrones,
     de la adulación, el miedo, la premura.
¿Que todos sus gobernadores, dices, son ladrones?
     Mejor quien roba que el que tortura.

*

Acepto esperar contigo que pase el aguacero,
     hetera, pero sin regateos de mercado:
cobrar de quien te está cubriendo el cuerpo
     es como reclamar las tejas a un tejado.

¿Tengo goteras, dices? Mas ¿y la prueba del delito?
     No he dejado charco alguno en mi vida.
Verás, el día en que encuentres un marido,
     como te dejará las sábanas perdidas.

*

Ya ves, ya hemos recorrido media vida.
     Como me dijo un viejo esclavo en la taberna:
«Mirando alrededor tan sólo vemos ruinas».
     Dura opinión, lo reconozco, pero cierta.

Estuve en las montañas. Un ramo aderezo con las flores.
     Un jarro he de hallar, llenarlo de agua fresca...
¿Por Libia cómo va, mi Póstumo, o dónde te encuentres?
     ¿Será posible que aún siga la guerra?

*
¿Recuerdas, Póstumo, la hermana que el gobernador tenía?
     Aquella delgadita, pero de gruesas ancas.
Llegaste a dormir con ella... Ahora es sacerdotisa.
     Sacerdotisa, Póstumo, y con los dioses habla.

Ven, tomaremos vino, de pan acompañado.
     O con ciruelas. Me contarás las nuevas.
Te pondré el lecho en el jardín, bajo el cielo despejado
     y te diré cómo se llaman las estrellas.

*

Mi Póstumo, pronto tu amigo, amante de las sumas,
     su vieja deuda pagará a tanta resta.
Encontrarás dinero bajo el cojín de plumas;
     para el entierro al menos basta, me parece.

Ve en tu yegua negra donde las heteras viven,
      allá, donde la villa alcanza la muralla.
Y págales lo mismo que por su arte piden,
     para que por suma igual lloren mi marcha.

*

El verde del laurel que el temblor alcanza.
     De par en par la puerta y polvo en la rejilla.
La silla, abandonada, vacía la estancia.
     Y una tela que bebe el sol del mediodía.

El Ponto ronca sordo tras los pinos negros.
     Combate con el viento un buque junto al cabo.
En un reseco banco se sienta Plinio el Viejo.
     Murmura quedo un mirlo en un ciprés crespado.

Marzo de 1972

De "No vendrá el diluvio tras nosotros" (Antología 1960-1996)
Versión de Ricardo San Vicente

Publicado el 7 de octubre de 2014

Última actualización: 05/03/2019