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En que piensa la literatura? Literatura y filosofia entreveradas

Fotografía tomada de Chinese book reviews

Por: Gao Xingjian*

*Premio Nobel de Literatura 2000

 

Philosophie dúrfte man nur dichten: la filosofía sólo se la podría hacer en forma de poemas. Esta frase la hubiera podido escribir Heidegger, y además quizás la escribió. Se encuentra en un conjunto de notas fragmentarias redactadas por Wittgenstein, donde ella resuena irónicamente, en una perspectiva crítica, en segundo grado por así decirlo. En otra de sus notas, Wittgenstein se entretiene en recordar el ejemplo de Pascal "quien admira la belleza de un teorema de la teoría de los números; se diría que admira la belleza de la naturaleza".  ¡Cómo es de bello lo verdadero, y sobre todo cómo es de bello ser reconocido como verdadero! Aparentemente en el mismo sentido, Wittgenstein observa una "extraña semejanza de una investigación filosófica (quizá sobre todo en matemáticas) con una investigación estética", y agrega, con el propósito sin duda de tomar distancia con la actitud de ingenua adhesión que por lo demás se le atribuye a Pascal: "Por ejemplo, lo que no va con tal vestido, lo que le cuadra bien, etc.".  De esta manera, poner en forma poética la filosofía, seria conducirla de nuevo a la resolución de un problema de ajuste, sometida "estéticamente" a juicios de gusto.

Para avanzar en este tipo de maneras de pensar, se diría que la filosofía no es otra cosa que literatura: como si finalmente debiera encontrar su verdad en la literatura. Verdad silenciosa, relegada a las márgenes de un texto; es la tesis que sostiene Derrida: "La metafísica ha borrado en sí misma la escena fabulosa que la produjo y que, sin embargo, continúa activa, inquieta, inscrita con tinta blanca, dibujo invisible y recubierto en el palimpsesto".  Se diría incluso que lo filosófico de la filosofía, es decir la reflexión crítica de su propio discurso, regresa en última instancia a la literatura, que de alguna manera traza sus límites, hacia los cuales vuelve como a un origen secreto, donde se sumergen las pretensiones especulativas de un pensamiento puro Y absoluto.

Hacer de la literatura lo reprimido de la filosofía es invertir la posición tradicional de una hermenéutica, que presenta a la literatura como el lugar de una revelación esencial, y considera a la filosofía, por lo tanto, como lo impensado, o lo aún no pensado, de la literatura. Lo que vuelve a exorcizar, remitiéndolo a su naturaleza fabulatoria, el mito de una literatura llena de sentido, sin pedir otra cosa que ser reconquistada, descubierta, para expandirse como en la mañana clara de su primera verdad. Al mismo tiempo es admitir que los textos literarios no son más que ocasionalmente atravesados por un pensamiento alusivo, al punto de parecer ausentarse, hasta la desaparición. ¿Hasta dónde un pensamiento semejante figura en el discurso de la literatura como un incidente, pudiendo sin mayor dificultad permanecer inadvertido? ¿O contribuye a tejer necesariamente su trama? ¿Qué forma de pensamiento se encuentra en los textos literarios, que pueda extraerse de ellos? Pues si en la literatura se reconoce la verdad de la filosofía, es necesario que también se encuentre alguna verdad, en el sentido filosófico del término, en los escritos literarios.

"Nada exige que se resuelva la oposición filosofía-literatura; por el contrario, juzgarla permanente y siempre nueva nos da seguridad de que la esclerosis de las palabras no se ciña sobre nosotros como un casquete de hielo".  La confrontación de la literatura y la filosofía parece encerrada en un círculo inmemorial. Según Diógenes Laercio, los pitagóricos habían acusado a Empédocles, el filósofo poeta, de haber divulgado los secretos de su secta, utilizando para hacerlos públicos formas poéticas tomadas de Homero.  Pero, en su vida de Platón, donde cuenta que, según Akimos, "Platón utilizó mucho las obras del poeta cómico Epicarmo", Diógenes Laercio cita del propio Epicarmo este pasaje: "Quienquiera tome mis versos, los despojará de su ritmo, /les dará una vestimenta de púrpura y los engalanará/ y llegando a ser irresistible, convencerá a los más rebeldes". En el gran debate de lo exotérico y lo esotérico, de lo mostrado y lo oculto, filosofía y literatura están en el engranaje, como si, en un intercambio perpetuo, la una diera a la otra, y ésta a aquella, el impulso inicial que las hace moverse: al trazar la figura de "Sócrates músico", Platón mismo sumergió mito y logos en un mismo fondo originario.

Literatura y filosofía están "mezcladas" inextricablemente.  Al menos lo estuvieron hasta el momento en que la historia estableció entre ellas una especie de reparto oficial. Este momento se sitúa a fines del siglo XVIII, cuando el término "literatura" comenzó a ser utilizado en su significación moderna. Diderot asistió a este cambio decisivo que vio establecer la distinción entre literatura y filosofía, y dio de ello un testimonio nostálgico, como si él mismo estuviera situado en la orilla anterior, aislado por esta ruptura:

Un sabio era en otro tiempo un filósofo, un poeta, un músico. Estos talentos han degenerado al separarse; la esfera de la filosofía se ha estrechado; las ideas le han faltado a la poesía; la fuerza y la energía a los cantos; y la sabiduría privada de estos órganos ya no se ha hecho oír más a los pueblos con el mismo encanto.

Kant, situándose al otro lado de esta misma fractura, legitimó el reparto que ésta había instaurado, en el contexto de una radical revolución de pensamiento, que excluía todo retorno al estado anterior: No existen bellas ciencias, sino sólo bellas artes... Una ciencia que deba ser bella como tal es un sin sentido. Pues si se preguntara, en tanto que ciencia, por los principios y las pruebas sólo se obtendrían palabras llenas de gusto (bons mots).

Sería mejor entonces que lo verdadero fuese feo: rechazando la antigua confusión entre lo verdadero y lo falso, Kant colocó entre ellos un límite infranqueable, y sostuvo que someter el discurso especulativo a un juicio de gusto seria debilitar su contenido racional.

[…] El arte se detiene en alguna parte, puesto que se le ha impuesto un limite más allá del cual no puede pasar, limite que por otra parte ya ha sido verdaderamente alcanzado desde hace mucho tiempo y que no puede volver atrás.

La concepción hegeliana de la muerte del arte parece anunciarse aquí: en el momento en que el arte alcanza los límites impuestos a sus pretensiones, no le queda nada más que hacer sino retirarse para dejar el campo libre a otras formas de producción espiritual, irreductibles a sus propios criterios. Al fin, esta idea desemboca sobre un esteticismo, del tipo profesado por Croce, para quien el fenómeno artístico, debido a su carácter pre-racional, representa la intuición inmediata, liberada de toda dependencia con respecto a una toma de partido ideológico o teórico: el acto creador se expresa directamente en la totalidad pura de la obra, donde intuición y emoción reinan de manera absoluta, en ausencia de la distinción entre una forma y un contenido. Entonces, liberado de toda preocupación racional, el arte afirma su independencia con relación a la ética, la política, la filosofía, que no pueden sino aprovecharse abusivamente de él.

Las condiciones en las cuales fue trazado este esquema separador así lo muestran: el cara a cara de la literatura y la filosofía, que las constituye como esencialidades autónomas, encerradas en el campo que .define a una y a otra, y les fija sus limites, es una producción histórica. Esta producción corresponde a un momento muy particular en el desenvolvimiento del trabajo filosófico y literario, donde estos son precisamente sometidos a reglas independientes y opuestas. Entonces se inauguran simultáneamente el reino de la Literatura y la especulación sobre el fin de la Filosofía: dos paradigmas “modernos” por excelencia.

¿Habrá pasado el tiempo de este reparto? Es esto lo que no puede decirse, al menos profetizar, lo que también es una manera de seguir siendo moderno. Pero debe ser posible regresar a la distinción que instituye, despojándola de su carácter de determinación esencial, tal como ha prevalecido durante más de dos siglos. Entonces, “desenredar” lo que, en los textos, corresponde a lo filosófico y a lo literario, consiste en aflojar la trama a través de la cual se cruzan sus hilos, pasando uno por encima del otro, anudándose y desanudándose, enmarañándose y tejiéndose, de tal manera que formen una red diferenciada dentro de la cual se unen sin confundirse, bosquejando configuraciones de sentidos singulares, enigmáticos, híbridos. De cierta manera, se propondrá aquí defender la vocación especulativa de la literatura, al sostener que ella tiene auténticamente valor de una experiencia de pensamiento: es en este sentido que hablaremos de "filosofía literaria". Pero simultáneamente evitaremos caer en la doble alternativa que encontramos entre una "literatura" vacía o plena de "filosofía" y una "filosofía" vacía o plena de "literatura". Pues si, como se acaba de sugerir, la literatura como tal no existe más que a titulo de un concepto filosófico, este concepto no agota la compleja realidad de los textos literarios.

Releer a la luz de la filosofía obras consideradas como pertenecientes al dominio de la literatura, no significa en ningún caso reconocerles un sentido oculto, en que se resumiría su destino especulativo, sino poner en evidencia su constitución plural, susceptible como tal de modos de aproximación diferenciados. Pues si ya no hay discurso literario puro como no hay discurso filosófico puro, sino discursos mixtos, en los que interfieren, a varios niveles, juegos de lenguaje independientes en sus sistemas de referencia y en sus principios, es también imposible fijar de una vez por todas la relación de lo poético o de lo narrativo con lo racional, relación que se presenta universalmente en las figuras de su variabilidad. Debe aparecer entonces que lo filosófico interviene en los textos literarios en diferentes planos, que deben ser disociados con cuidado según los medios que requieren y las funciones que cumplen.

En el nivel más elemental, la relación de la literatura con la filosofía es estrictamente documental: la filosofía aflora a la superficie de las obras de la literatura a título de una referencia cultural, más o menos trabajada, como una simple cita, que por lo demás, debido a la ignorancia de sus lectores y comentaristas, con frecuencia pasa inadvertida. En otro nivel, el argumento filosófico cumple con respecto al texto literario el papel de un verdadero operador formal: es lo que sucede cuando se diseña el perfil de un personaje, se organiza el ritmo general de un relato, incluso se engalana su decorado, o estructura el modo de la narración. En fin, el texto literario también puede llegar a ser el soporte de un mensaje especulativo, cuyo contenido filosófico se sitúa a menudo en el plano de una comunicación ideológica. Responder a la pregunta: “¿En qué piensa la literatura?”, es tener en cuenta todos estos órdenes de consideración, y, por lo menos al comienzo, no privilegiar ninguno de ellos: tal es la condición para que, de la lectura de textos literarios, pueda en su momento obtenerse enseñanzas filosóficas.

SOY CÁMARA. El programa del CCCB (13) // El mundo de Gao Xingjian (Programa)

 

Publicado el 21 de agosto de 2015

 

Última actualización: 07/03/2019