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Homenaje fragmentario a la fijeza de José Lezama Lima

Por: Fernando Vargas Valencia

 

 

 

“Es tu inmortalidad haber matado
a ese que te hacía respirar
para que el otro respire eternamente”
Virgilio Piñera. (A Lezama, en su muerte)

¿Cómo lanzarme al espacio infinito de Lezama Lima? ¿Cómo lanzarlos a ustedes? ¿Cómo evitar la caída, como ruedas que se avergüenzan de su desplazamiento en el retorno? ¿Qué clase de fidelidad me lleva a ser fiel a Lezama y a dudar, a preguntar, sobre la mejor manera de rendirle homenaje? ¿Cómo no pensar de improviso en las posibilidades redondas, en la fijeza de un tiempo cuyo espejo anquilosado es el reloj y nosotros tan campantes en nuestras ojeadas, en nuestras confirmaciones de citas y momentos? ¿Qué clase de memoria sin memoria me obliga a hablarles así, interrogativamente, como buscando en los signos más elementales un impulso, una aceptación, una confirmada serenidad, un cabo o punta de lanza?

Allí está Lezama Lima y su Habana de la que me enamoré perdidamente. No puedo leerle: le escucho mientras recorro la página. Cuba abre sus infinitas compuertas de liberación y dignidad. Es Cuba la patria poética por antonomasia: allí el sujeto metafórico y sus revoluciones circundantes hacen de la Imagen, posibilidad de lo por venir, aquí y ahora. Hay una música que es Lezama, pero también Guillén y Martí. Que es Fidel pero también Camilo Cienfuegos. Que es Rubén González pero también Miguel Matamoros. Que es un indígena pero también un negro. Que es el castellano, pero también el yoruba. Que es el triángulo católico pero también el unanimismo santero. Poesía a lo largo y ancho de la Isla en Peso. Orígenes fulminantes del hombre y la mujer nuevos, americano por necesidad y destino. Por voluntad cósmica, pero también poética.

No me quedan entonces, sino siete declives para hablarles de Lezama como quien habla de su padre, al cual prefiere recordar como a un hermano. Declives porque la montaña es un signo que nos induce a sabernos seres de la promesa y de la utopía. Detrás de la montaña está la permanencia. Detrás del ave está la libertad que es el amor y el indisoluble gesto del hombre y la mujer que claman con su movimiento en la Historia, un espacio para su imaginación palpitante. Detrás del yo está la imagen que se traza de sí mismo y esa subjetividad alucinada, es el otro que aparece en la ausencia, que se sabe imagen de una imagen cuya imposibilidad radica en su permanencia. Estamos nosotros, herederos de esa promesa llamada humanidad, de ese ocaso y esa huella, de ese recomienzo que en su avance, es el recuerdo de nuestra liberación en la escala de los encantamientos.

Mito, religión, filosofía, ciencia… manchas en el óleo del ser primero. Muerte y amor, hermanos en nuestra perdición en la cultura: identidad que no se sabe idéntica a sí misma, somos la risa y la promesa. Somos ese dolor que se hizo tiempo y su medida. Hicimos de nuestra fuerza, la negación misma de la unidad. Nos fragmentamos y fabricamos el abismo al que tememos. Somos la promesa de cierta recuperación que va más allá de los sentidos y de cierta blancura que articulará las manchas hacía un color total. Por eso la imagen del declive que es José Lezama Lima jugando con los signos, oficiando de mago en la premura de su ser: recuperación de una memoria que ve el futuro como imagen, que promete una visión poética del mundo.

 

Hrimer Declive: hacia una concepción poética del mundo

 

Toda visión del mundo participa de la movilidad en el tiempo, de un eje sincrónico y diacrónico. De la historia. Para dar cuenta de la sucesión eclipsada de la historia, la memoria se alza en su imperio circular. Lo sucesivo y lo simultáneo requieren de la imagen que los registre. La exigen como quien ama su ser y lo despliega hasta perderse de sí y asistir a su renacimiento en la exigencia misma del retorno. En las Eras Imaginarias de Lezama Lima, la memoria reclama su fundamento en la imaginación;  esta imaginación, para Lezama, es el contrapunto o tejido de la visión histórica. Imaginación viene de Imago: “Imagen participando en la historia”. Esta imago está formada por “presencias naturales y datos de cultura que actúan como personajes, que participan como metáforas” en la historia. Concebir la historia humana a partir de sus imaginarios constituye revolución, entendida como la “intervención del sujeto metafórico”, “rotación para integrar una nueva visión que es una nueva vivencia y que es otra realidad con peso, número y medida también”.

El sujeto metafórico es el personaje que sustenta sus intervenciones en la imago, en las políticas del sueño y en la ética de las ficciones, el que “actúa para producir la metamorfosis hacía la nueva visión”. La construcción de ficciones ejercita la memoria hacía la libertad: “todo tendrá que ser reconstruido, invencionado de nuevo, y los viejos mitos, al reaparecer de nuevo, nos ofrecerán sus conjuros y sus enigmas con un rostro desconocido”. Por ello, la memoria se sabe llamada al futuro y sabe olvidar libertariamente, se alza en aniquilación creadora que no se satisface en la simple recordación. A lo Ludwing Klages, Lezama Lima sabe que “la memoria es un plasma del alma, es siempre creadora, espermática, pues memorizamos desde la raíz de la especie”.

Esta memoria oblicua, espantada ante su propio misterio, espermática y dislocada, errabunda en lo más hondo de los arquetipos, de las ensoñaciones, de los mitos, rompe con el principio de identidad de cierta visión lineal de las cosas cuyo imperio goza de las postergaciones y de los causalismos obliterados. El principio de identidad nos dice que “A” es “A”. La  razón causal nos dice que si “A” es igual a “B”, entonces, “B” es igual a “A”. Desde el punto de vista poético, de la memoria visionaria que traza sus distracciones en Eras Imaginarias, se tiene que hay un más allá que reconcilia las cosas toda vez que en “A” está “B”, pero también “C” y “D”, y así sucesivamente. Como en el argumento sobre la existencia de Dios en Borges, la infinitud se nos presenta como universo posible ante nuestra propia finitud. La única conciliación entre la finitud y la infinitud es la analogía, recurso poético, memoria de la imagen: en ella, hay correspondencias entre las cosas y los seres y en dichas correspondencias aparece el universo como una totalidad transparente.

La conciencia de la totalidad es ruptura con el principio de identidad causal que ante su finitud queda vacío. Vacío que puede llevar a nuestro propio vacío si nuestra vivencia sigue la línea rígida del causalismo mecánico. La conciencia poética es llamada por José Lezama Lima “vivencia oblicua” en la que “las suspensiones que (se) entreabren tienen tal fuerza de desarrollo no causal que constituyen el reino de la absoluta libertad donde la persona encarna la metáfora” y “el hombre… puede trazar el encantamiento que reviste la unanimidad”.

La Vivencia Oblicua es la anticipación de un por-venir. Busca volver a cierta Unidad perdida por la fragmentación del conocimiento que se convierte en (o refleja) la fragmentación de la humanidad. El hombre y la mujer son una totalidad que se abandona y se sacrifica en la percepción de las cosas. Como pudo anticipar Hegel (y parto de una lectura hecha de su pensamiento por Bataille), la humanidad es la noche de sí, es el ser que se obliga a la libertad y cree, en su atadura milenaria, ser en el no-ser, definirse en la negatividad misma: la humanidad no se define, se aproxima a sus posibilidades rompiendo la unidad que lo define. El hombre y la mujer se han dislocado de  la naturaleza (la ha negado) y en esa negación, rompe con su ser natural para hacerse cultura. La belleza se hace impotente y es separada, es obligada  a odiar al entendimiento. En esa apertura de fraccionamiento de las posibilidades totales del hombre y la mujer, la libertad se convierte en “vivir al borde de los límites donde toda comprensión se descompone”, en palabras de Bataille.

José Lezama Lima funda míticamente cada instante con su reposo pascaliano. La poesía es canto y el canto es historia. Es el poeta un testigo de excepción de la revolución que, como se vio, es “la intervención del sujeto metafórico”. Toda expresión del conocimiento humano es expresión de un Mito: de los seres trágicos a la portentosa ciencia, pasando por Dios y la razón, la humanidad se ha explicado en el arquetipo de una ficción. La humanidad es una ficción que construye ficciones. Para Lezama, la poesía es retorno a las definiciones primeras. La poesía es vuelta al descubrimiento de las cosas eternas, “que necesita el vacío absoluto que las aísle, de la mano que acaricia la brusquedad de la caída para fijarse astutamente”. La poesía, ficción de la ficción, recobra su dignidad al nombrar lo innombrable.

 

Segundo declive. El conocimiento como respiración

.. si respiro una flor, tiendo a la obesidad, y sino, tiendo a la melancolía
José Lezama Lima

Para el duende José Lezama Lima no hay obra acabada en la palabra “poesía”: prefiere el verbo “poetizar”, así como “ser” es, a un tiempo, sujeto y acción. La poesía es ser: sujeto-de-la-acción y acción-del-sujeto. Como el erotismo, la poesía es deseo del deseo. Es conciencia de la vitalidad de las cosas. Poetizar es respirar. Poesía: “Ciencia de la respiración… fotografía de la respiración, por la que tan cómodamente resulta lo inesperado”. La poesía es tiempo contraído: lapso en el éxtasis del ser que radica en su condición de trascender. Lo poético no es un estado sino un proceso de trascendencia: no es el acto, sino la potencialidad del acto. El éxtasis no es un estado de cosas, ni una síntesis de estados, sino su unidad. Ningún poema es una obra acabada: es una promesa de un más allá trascendente, una invitación a trascender. La acción se transfigura en su sujeto: la “búsqueda de la unidad que nos haga habitable la ingenuidad de un nuevo paraíso”, es la posibilidad misma de habitarnos a nosotros mismos.

Con su cadencia de ola que vigila su isla amenazante, Lezama Lima se sostiene de la poesía como de una imagen. Lo poético es la “concepción del mundo como imago”: “imagen como absoluto, la imagen que se sabe imagen, la imagen como la última de las historias posibles”. Toda imagen exige su permanencia, su fijeza. El poeta ve todas las cosas no como milagros, sino como rupturas, como coyunturas de una totalidad en marcha: toda causalidad se le presenta al poeta como un imposible. Cada cosa traza su universo en imágenes y esa imagen guarda relación con el entramado de imágenes de las otras cosas: “la semejanza de una imagen y la imagen de una semejanza, unen a la semejanza con la imagen, como el fuego y la franja de colores”, afirma Lezama. Lo poético es lo humano: el hombre y la mujer aparecen en la vida como el llamado a vencer resistencias. La naturaleza, los otros seres, se resisten a la posibilidad lumínica del hombre y la mujer: el nacimiento y la muerte, son actos de resistencia.

El conocimiento nace del afán de la humanidad por resistir a lo que lo resiste y aparece como acto de develamiento de las semejanzas entre los seres y las cosas. A ellas, el hombre y la mujer crean límites que van configurando sus formas. Cada cosa se manifiesta como espejo de otra, apenas separada de su reflejo por el contorno ilusorio que el afán ha trazado. En la infinitud de espejos, las imágenes primordiales se expanden, se dilatan, se esconden. Los seres y las cosas adquieren una forma y un nombre: su imagen es la posibilidad de sus límites. El mundo es la imagen que se ve a sí misma a través de la mujer y el  hombre, y que se reconstruye en infinitud de reflejos.

La conciencia del mundo imaginario, es decir, que se expresa en imágenes, construye lo que Lezama llama sustancia poética, donde se revelan a la humanidad los lazos crepusculares de la serie de reflejos que componen el mundo y que la ficción de la memoria fragmentó en palabras y en contornos. De la totalidad, el hombre y la mujer saltan hacía la fragmentación. El universo fragmentado ya no es imagen sino imágenes, cada una de las cuales se entrega a su propia metamorfosis. La unidad se pierde y sólo la metáfora la evidencia, ya que ésta, con sus interposiciones y simulacros, traza la red de las imágenes que forman La Imago, porque, ya en el universo de un conocimiento fragmentario, asciende como “suprema intención de lograr una analogía, de tender una red para las semejanzas, para precisar cada uno de los instantes con un parecido”.

Cada instante es su eternidad trastocada en precariedad. El instante es la imagen de la eternidad y viceversa, porque ambas son semejantes en el universo de La Imago. Dicha Imago, es la unidad primordial que la humanidad deja perder con la Tragedia: el origen de la tragedia es la tragedia del origen. Todo se separa y es la poesía la llamada a esa unión de las cosas, que es en últimas, la recuperación de la Imagen Total, ahora rota, apenas vislumbrada por el mito. El conocimiento poético es un conocimiento absoluto que no se estanca en las limitaciones ficticias de las cosas, sino que recupera su condición imaginaria para re-unirlas en la unidad primera o unanimidad.

Hay en Lezama Lima la conciliación entre Entendimiento y Belleza, entre ciencia y poesía, como también existe en Jorge Luis Borges y en Alfonso Reyes, con quienes José Lezama forma la tripleta lúcida de Nuestra América, la fundación mítica de una América que se habita a sí misma en la visión de la nueva humanidad. Se nos dice que los portentos y engendros tecnológicos, productos de la promesa positivista de las sociedades industriales, carecen de cierto desarrollo moral. Se nos dice, igualmente, que el Arte en su interés negativo (crítico) carece de efectividad práctica. Dichas apreciaciones parten de una visión de hombre o mujer fragmentados o unidimensionales: las dimensiones de la humanidad como totalidad, van más allá de los sentidos y de la racionalidad imperante.

El ser total del hombre y la mujer está en esa racionalidad pero también en su sueño, en la poesía, en la utopía, y en sus vasos comunicantes. Para recuperar la visión total y razonable de lo humano (mítica y alucinada, superrrealista,  poética y ética), ha de exisitir un aprovechamiento poético. La poesía ya no es la simple imitación de lo real, sino su construcción de posibilidades. Aristóteles sabe, en su instante triangular, que la poética es promesa de verosimilitud, allí radica la diferencia entre Historia (“realidad”, entre comillas) y Poesía (otredad, trazo del mundo en Imagen), según el estagirita: “no  corresponde al poeta decir lo que ha sucedido, sino lo que podría suceder, esto es, lo posible según la verosimilitud o la necesidad” 1.

Esa posibilidad posible (o imposible si dejamos que un pragmático encorbatado nos aconseje por un instante de dicción, o con un gesto de irritada discrepancia) define a la poesía. Allí, Lezama empieza a hablar con una cadencia victoriosa, con el hambre del que se ha dejado habitar por la lucidez sensible y por la posibilidad de perderse de sí en sus palabras. La poesía se dice a sí misma que “es la anotación de una respuesta, pero la distancia entre esa respuesta, el hombre y la palabra, es casi ilegible e inaudible”. Irremediable preámbulo a un pensamiento poético encontrado por Lezama en Pascal. Pero antes de Pascal, que es huella, que es camino en la sucesión del mundo, está el aprovechamiento poético cuyo eje diacrónico, cuya rueda (desplazada sobre sí y en sí, es decir, revolución que traza su propia imagen en su movimiento y cambia de “estado” al reiterarse) es el ya mencionado Aristóteles cuya “afirmación reversible” (y la rueda aparece, pero ya guiada por los caballos redondos de un Lezama que ahora es nuestra rueda) parte de un moralismo hermoso: “a medida que el ser se perfecciona, tiende al éxtasis, al reposo”, a lo que Lezama añade, anota o contesta, pensando en Pascal: “nuestra naturaleza se satisface en el movimiento, el absoluto reposo es la muerte”.

En ambas frases, encontramos cierta genealogía de lo poético como posibilidad cognoscitiva, como sustrato de ciertasociología del conocimiento (al decir “sociología” sonrío y pienso en una paloma que se condena instantáneamente al reposo del cielorraso, ¿Me perdonarán los sociólogos al pensar poéticamente su disciplina? ¿Me perdonarán los filósofos por recurrir a la sociología? ¿Me perdonarán ustedes tanta recurrencia en círculo? ¿Me perdonará la paloma las categorías arbitrarias de libertad y reposo?), como reconocimiento: conocimiento del conocimiento. Y esa fundación, mítica y elocuente, de un conocimiento que se piensa a sí mismo en su infinitud, que es ciencia pero a su vez con-ciencia, parte de la pasión. Pienso en los debates sobre virtud y pasión, y concluyo, con Lezama y su sombra instantánea en el caso, su defensor o abogado llamado Kierkegaard: “es de cierta pasión que surge el conocimiento”. Por ello, la religión tuvo un espacio muy breve como universo cognoscitivo, porque su simetría de la creencia redujo el conocimiento a una virtud. Por ello, la propuesta de Lezama Lima es amplia y contundente: la poesía no surge del conocimiento sino que éste surge de la poesía.

Bueno, alguien hablará de la Justicia como la reunión de todas las virtudes, pero si pretendemos, con Lezama, fundar el pensamiento en la poesía, la asunción de lo otro en nosotros, de lo que no se ha escuchado aún, podemos satisfacernos en la propuesta de un conocimiento apasionado (otros argumentos hay a favor, como las declaraciones de Einstein sobre su pasión por un conocimiento al servicio de la felicidad del hombre y la mujer, a pesar de Hiroshima, o Sábato y sus estudios en física a los que llegó por cierta seducción, pero buscarlos y evocarlos  nos desvían de nuestra eterna desviación que es Lezama apasionado, pero sereno en la palabra precisa). Conocimiento apasionado que por lo demás  se concreta, en la alucinación mestiza de Lezama, en el hecho de que “la única pasión del pensamiento es descubrir algo que ni siquiera se puede pensar”.

 

Tercer declive. El poeta como apesadumbrado fantasma

 

"¿Lo que más admiro en un escritor? Que maneje fuerzas que lo arrebaten, que parezcan que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia. Que destruya el lenguaje y que cree el lenguaje. Que durante el día no tenga pasado y por la noche sea milenario. Que le guste la granada, que nunca ha probado y que le guste la guayaba que prueba todos los días. Que se acerque a las cosas por apetito y que se aleje por repugnancia".
José Lezama Lima

En el descubrimiento hay cierta poética, porque parte de lo desconocido a lo conocido. Y es el reino de lo desconocido donde la poesía abre sus explosiones y su ipseidad 2, su soberanía libertaria, porque como nos informa Lezama Lima (evocando a Claudel): “todo  lo desconocido es objeto de la poesía”. La poesía es el milagro que se levanta en el retorno (ya lo habíamos dicho y retornamos: “volvemos a las definiciones primeras… al descubrimiento de las cosas, de las cosas eternas… de lo inanimado levantado por el milagro de la poesía”) y retornar no es re-construcción, sino memoria espermática (otro retorno): fundación de lo otro, de la posibilidad en este presente enriquecido por el pasado. Esto hermana a Lezama con Borges: en ambos hay inmortalidad como muerte del tiempo y como esperanza de un presente que se cristaliza haciendo de lo inconmensurable, de lo incalculable, de lo infinito (y “aún desconocido”) en últimas de la humanidad, instancia de prelación sobre lo calculable, medible y finito (que sostiene nuestro concepto de “futuro”).

La nueva humanidad, cuyo conocimiento es poético, cuya política es del recomienzo y cuya ética es del sueño, no es un hombre o mujer futuros, porque su infinitud no permite el cálculo y porque es Inmortal. Ese nuevo hombre/mujer empieza a ser ya, aquí y ahora, son el hombre y la mujer por-venir, pero nuestro compromiso, además de soñarlo, es encontrarlo en el recomienzo y formarlo aquí y ahora, como lo hicieron, en su testarudez lúcida Borges, Reyes y el bueno de Lezama.

No es cualquier cosa lo de la Inmortalidad: es la ruptura con nuestro ser fragmentado que es nuestra supuesta integridad. Bataille sabe que el erotismo nace con el hombre y la mujer (con su separación de la naturaleza, ¿o es qué alguien ha visto a un pez seducir a otro?) a un tiempo con la conciencia de la muerte: el hombre de la caverna de Lascaux celebra con una erección la muerte de un bisonte. Risa y llanto son nuestro signo y reflejan: el deseo y la concreción del deseo, el placer y el dolor, la potencia y el acto, la plenitud y la carencia, Eros y Tanathos, placer y muerte.

Allí erige su reino y su despotismo el tiempo y su espejo trunco, el reloj: de Clepsidra a cronómetro digital, pasando por el universo vertical del péndulo y por el círculo del tic-tac, hemos sido agua, imán, aceite y cuarzo. La poesía erige un reino paralelo (antes me gustaba esa palabra ahora no, por Colombia y sus para-gobiernos, porque antes me representaba la subversión pero ahora me representa la represión y el imperio sin razón de la fuerza atávica) al del tiempo. La poesía es prometeica por antonomasia: roba su imperio a los dioses, en especial a Cronos. Como se ha anticipado, la poesía es tiempo contraído, lo que según Lezama, la separa de la prosa.

El universo formal de la poesía es la contracción y dilatación del tiempo a través de las palabras vistas como “monstruos que se desperezan”: ¿Qué clase de sensación respecto del tiempo despierta en nosotros cuando “despertamos” de un sueño y nos “desperezamos” monstruosamente? Creo que es la anulación del tiempo en la inconciencia misma de su existencia, al menos cuando no nos despierta el reloj con su estruendo (es probable que hable desde una experiencia personal desde hace poco practicada: la de despertarme cuando así lo quiera mi sueño, sin “despertadores” ni citas demasiado tempranas).

La poesía da cuenta de un estado en el que el tiempo se encuentra contraído, ¿qué otra cosa hace Borges en su “Arte Poética”, sino resumir la historia de la humanidad en un tiempo contraído a través de la metáfora de Heráclito? ¿Qué otra cosa hace Lezama Lima en “Muerte de Narciso” sino dilatar la contracción de Borges, para decirnos que otra historia existe en nuestras fibras más íntimas a través del sacrificio de Narciso? En la poesía, en el “Estado Poético” como lo llama exactamente Lezama Lima (pensando en Válery y en Jorge Guillén), hay un delirio, una suerte de combinatoria. Pero Lezama reclama un más allá en el estado poético: la poesía no es sólo síntesis sino búsqueda de la Unidad, que como se pudo anticipar, es “imprudente”, porque vislumbra en el Arte la verdad última: ¡Sacrilegio semiótico para el pragmatismo que impera en nuestros tiempos, como lo fueron, dice Lezama, en su tiempo, en su Era Imaginaria, la calogathia griega, la gracia cristiana, la pereza andaluza y el paganismo u “ocio comendador” del romano!

Dicha condición sacrílega, sumada a la posibilidad prometeica de la poesía, convierten al poeta en un heterodoxo. El sólo hecho de nombrar lo innombrable, o de re-nombrar lo que tiene signos perpetuados en el discurso del poder, de una forma lúdica, lúcida y exuberante, convierten al poeta en un individuo fácilmente anulable (es verdad que somos exageradamente sensibles y que deberíamos agradecer que no haya una cárcel material para poetas, pero ¿Qué más cárcel que la de condenarnos a sacrificar la economía familiar para la publicación de un poemario, o la de tener que esperar nuestra muerte para que nuestros monstruos desperezados lleguen a ser la obra que siempre fueron?).

Lezama así lo señala: “Apesadumbrado fantasma de nadas conjeturales, el nacido dentro de la poesía siente el peso de su irreal, su otra realidad, continuo”. Lo siente no sólo por su ser poético mismo, que es ya una acumulación de discrepancias, sino por las adversidades del mundo exterior, preocupado por los todos no conjeturales de la actitud positiva, del reality o de la seguridad democrática. Allí, el símbolo recalcitrante y humilde de la Escafandra: es la complicidad nuestro traje para respirar en ambientes adversos. Obviamente, Lezama no reduce su universo simbólico al carácter “desviado” de la psicología del poeta, a su paranoia o mismidad. El poeta en las palabras de Lezama, se sale de sí: de Lezama y del poeta. Hay una condición distraída del poeta que lo hace recurrente en la letanía.  Es el peso de su nada, de su irreal como continuidad, lo que lo “distrae” del universo pragmático: el poeta (aunque Lezama es más amplio, habla de “el nacido dentro de la poesía) está en una continua reflexión, que a diferencia de la filosófica (que es la que más se le parece por su método: la contemplación y la pregunta recurrente), pretende vincular lo pensable con lo sensible hacía la posibilidad de lo otro.

Reconozco que es demasiado abstracto, por ello prefiero la poesía: en ella, estos estados en los que la unidad reclama su fuero, pueden ser descritos con toda la explosión que exigen. Precisamente, Lezama intenta hacerlo desde fuera pero cae en la trampa en la que caigo: no podemos, porque somos poetas y al hablar de nosotros mismos nos perdemos en el universo del lenguaje. La cárcel de Lezama es el lenguaje: su cárcel, su anulación supuesta consiste en su supuesto “barroquismo”, pero insisto en que serán el Hombre y la Mujer Nuevos los llamados a leer a Lezama como si leyera el periódico matutino.

Todo hombre o mujer está llamada a vivir en continuas y variadas resistencias: el otro se convierte en una resistencia, pero pocos saben, decidieron saberlo. Esos pocos hacen de la imagen y la semejanza, el rigor del deseo y la aventura. El poeta busca conocer el conocimiento desde dentro y en ello, fundar nuevamente las cosas (los regímenes, las familias, las morales, etc.): en ello su peso, su condena y su libertad. El nacido en la poesía se pierde de sí y llega a olvidarse de sí: de allí su recurrente angustia, pero también su impulso libertario.

 

Cuarto declive. Unanimidad sin unanimismo

 

“El hecho de mezclar en el gusto una especie cualquiera, quedaría para él como una infinita sexualidad engendrada por la memoria de un tacto imposible, que a ciegas reconstruía los cuerpos en la lejanía y en el rumor de las cascadas filtradas por los muros de una cárcel.”
José Lezama Alima (Paradiso)

El trasegar en el universo de la Imagen permite al conocimiento poético romper con los conceptos que inspiran seguridad en el reino de la inseguridad, en el sacrificio de la libertad por ese soliloquio disonante, por la estratagema de la seguridad. Uno de ellos es el del cuerpo: el cuerpo, bajo la racionalidad lineal, es una propiedad en un sentido económico. Si la poesía es el conocimiento de la respiración, el cuerpo es imagen, necesariamente (el propio y el del otro). Al pensar al cuerpo como imagen, su verificación es la posesión y el tomarse a sí mismo como imagen. Lo material y medible se hace volátil e infinito: el encuentro de dos cuerpos es, en realidad, (o mejor: en poesía), el encuentro de dos infinitos, de dos imágenes  que se saben posibles entremezcladas. El erotismo no es ya conciencia de la muerte, es imagen de la imagen, deseo del deseo del otro, encuentro entre semejantes.

La complicidad de los cuerpos guarda una sustancia poética: los cuerpos (como todas las imágenes o asunciones de las cosas en imagen) se crean a sí mismos en la unidad cuya condición es la presencia del otro y la pérdida de sí en el encuentro del otro, “como una huella o una estela que se cierran con la dureza de un material extremadamente cohesivo”, donde ser y cuerpo se desdoblanpara entrelazarse como serpientes imaginadas fuera de su ensimismamiento  (pienso en el aroma de mi amada compañera y soy consciente de que debería estar en otro “escenario”, jugando menos con las palabras y más con esa imagen que construyo en lo más profundo de su deseo y que llamo “aroma” y que robará una sonrisa sonrojada a esa metáfora silenciosa de mí mismo que es la amada sonrojada).

Pensemos por un instante en la connotación imaginaria (en la transposición en imagen) de la expresión coloquial “hacer el amor”: efectivamente, los seres que se entregan en el deseo, la conciencia del deseo y su realización en el otro, “hacen” lo más parecido a dicho proceso que es el “amor”, cuando dos amantes (o amorosos, como los llama Jaime Sabines) se juntan en su desesperación vital, fundan nuevamente su imagen. “Hacer el amor”, es fundarlo en la presencia del otro, en la posesión del objeto amado. Y no es cualquier fundación: es una fundación mítica y poética, un testimonio dado entre semejantes. Todo individuo es poeta por el hecho de hacer el amor en y a través de otro. Lo más poético que tenemos en el mundo cotidiano es esa posibilidad de ser Imagen en la imagen del otro, bajo el éxtasis de los cuerpos derrotados en el deseo y la obtención del deseo.

Lezama afirma una situación análoga, pero no tan “reducida”, sino más amplia (lo que nos permite pensar en un mundo poético, trazado en la Imago, y relacionado con este sustrato erótico que les traigo, nos lleva a pensar, a imaginar un mundo erótico en sí mismo), aplicada a la fundación de su sistema poético del conocimiento imaginario (imaginario en tanto: construido a partir de la Imago), en las siguientes palabras: “Todo lo que el hombre testifica lo hace en cuanto imagen y el mismo testimonio corporal se ve obligado a irse al pozo donde la imagen despereza soltando sus larvas… y la escisión de semejanza e imagen presupondría un cuerpo bordeado como un ejercicio en sus límites imposibles”.

Así, Lezama Lima sabe que todo lo humano es posibilidad poética. El hombre y la mujer son Hacedores de su propia imagen, lo que en un campo más puntual se traduce en que son protagonistas de su propia historia. La historia es vivida, actuada y escrita por y para la humanidad, especialmente para la que ha quedado en las narraciones apológicas, como los vencidos.

Hay que tener en cuenta la diferenciación del Estagirita, de la cual no puede, no quiere separarse Lezama. La condición del hombre y la mujer, bajo los ya extensos presupuestos que he intentado compartir consiste en la conciencia de sí y en su desdoblamiento. Ciencia y con-ciencia forman el testimonio de lo humano radical. De nuevo Borges y el Hacedor, pensando puntualmente en Homero.

No habría historia sin Homero, toda vez que es él (o ellos, si seguimos cierta teoría borgiana según la cual Homero era un grupo de hombres) quien testifica a través de la imagen esa posibilidad de Troya y a su vez, funda míticamente como imagen, en nuestra memoria, en nuestra tradición y nuestro lenguaje, la existencia misma de su cultura. El Hacedor borgiano, está presente en Lezama Lima cuando dice: “mientras se revuelve en las rocas del Cáucaso, no obstante la incomodidad de su postura y de su hígado, nos entrega la noticia de que algo le fue regalado y que el hombre puede alcanzar por el conocimiento poético un conocimiento absoluto”.

De nuevo Prometeo que grita, que canta: “enseñé a los hombres el arte difícil de prever”. Homero no registra, prevé la imagen de un mundo sin imagen, funda la imagen de su cultura, la hace, es el albañil del cuerpo de su época, al desdoblarlo. Y es allí, en aquel desdoblamiento donde la poesía funda su conocimiento como absoluto: “el desdoblamiento de cuerpo y ser se sitúa en esa interposición de la imagen”, sostiene Lezama. En la imagen nacen el ser y su testimonio. Todos lo sabemos o lo intuimos: el hombre y la mujer se saben a sí mismos cuando se nombran, cuando construyen el testimonio de sí mismos. Nombrar, hablar, es representar: dar una versión de lo que se habla. La humanidad se conoce a sí misma en el lenguaje y se conoce en su representación: allí radica nuestra anticipación según la cual, la humanidad es la ficción que, para vivir, inventa ficciones.

Pensar a la humanidad y su realidad como Imagen abre un espacio de posibilidades para la reivindicación de la esencia misma del hombre y la mujer. Entre Hölderlin y Lezama Lima medía la promesa de lanzarnos al abismo de la Tragedia para recuperar los fragmentos del ser que abandonamos al condenar a Prometeo, al dejarnos seducir por el Eco de Narciso, al interpretar sordamente a Hermes. La recuperación de la unidad (que vincula a Lezama con el Empédocles de Hölderlin) radica en su testimonio a través de la Imagen: nuestra memoria espermática, necesariamente crítica, sabe de un paraíso perdido y de cierta continuidad en nuestra imagen de la plenitud.

Las imágenes del placer tienen ciertas complexiones soterradas que nos vinculan a esa memoria mítica en la que fuimos felices. Gerard de Nerval las relacionaba con el sueño y su imagen de plenitud, placer o felicidad: la mujer. El carácter diabólico del placer está en que abre su espectro como ruptura a lo cotidiano cuya fuerza es descomunal. Nuestra memoria espermática es diabólica porque está vinculada al placer y a los límites de la muerte: Aurelia y las demás mujeres de Nerval son hijas del fuego. Luego, Freud y Breton anticipan vasos comunicantes entre esa memoria de la plenitud y el éxtasis del placer a través del lenguaje: somos pensados por el lenguaje que pensamos. Los lapsus, los estados en los que la conciencia se altera en una visión cotidiana (como le pasa a Breton en Nadja y El Amor Loco, cuando se encuentra en lo que podríamos llamar un “Mercado de las Pulgas” en París), guardan imágenes puntuales que hermanan a todas las culturas y a todos los hombres y mujeres.

Los arquetipos de Borges guardan relación con lo anterior. Lezama añade al respecto que esas imágenes no son sólo inconscientes, accidentadas o vinculadas a la alteración misma de nuestra conciencia en el placer o en la distracción, sino que están en la raíz misma de la especie: son la promesa y el recomienzo de la unidad: “tanto el nacimiento de ese ser dentro del cuerpo como sus vicisitudes, o en ocasiones su oscuro desenvolvimiento, sólo pueden ser testificados por la imagen; pues si el ser tomase proporcionalmente la posesión del cuerpo o si el cuerpo fuese su justa medida y absoluta morada, la imagen desaparecería o habitaría una planicie sin cogitación posible”. Es la recuperación de la totalidad (o unidad) del hombre y la mujer la que reclama Lezama Lima, a diferencia de Breton para quien  el universo de la imagen es excepción. Lezama afirma que ella es la regla que gobierna (o debe gobernar) el camino de la humanidad.

Es claro que el reclamo de Breton por una visión total del hombre y la mujer es análogo al reclamo de Lezama, pero algo fundamental los separa: la propuesta de Breton sabe y es consciente de que la humanidad se encuentra separada, escindida, fragmentada y que el paraíso es excepcional, Lezama está convencido de que no es así, de que el hombre y la mujer siguen siendo totales y que la distracción está del otro lado: de la escisión consciente y sopesada del acercamiento a la realidad.

Breton reclama políticamente la totalidad de lo humano. Lezama lo hace epistemológicamente. La consecuencia de ambas versiones de lo mismo es clara: la política del hombre y la mujer total reclama acciones de ruptura con el orden unidimensional y evidente,  la epistemología de la humanidad total exige el replanteamiento ético del ser humano (en tanto determinante de sus atenciones y formas de acercarse a lo desconocido y a lo conocido) y de su forma de conocerse a sí mismo y de conocer su real realidad. Táctica y estrategia. Técnica y método. No pueden verse por separado.

 

Quinto declive. Origen de la tragedia y tragedia del origen

 

La concentración de la voluntad total en las losas y en el ritmo de la pelota, fue aislando las losas, dándoles como líquidos reflejos, como si se contrajesen para apresar una imagen. Un rápido animismo iba transmutando las losetas, como si aquel mundo inorgánico se fuese transfundiendo en el cosmos receptivo de la imagen. Por un momento parecía que se mantenía en acecho.”
José Lezama Lima (Paradiso)

La estrategia conjurada de Lezama Lima tiene su arma en la metáfora. La metáfora irrumpe en el lenguaje como vaso comunicante y como testimonio de la imagen: “el viaje incógnito de ese ser hasta posarse en nosotros y su posterior definitiva despedida, forma un ente, el cuerpo de la imagen. El universo de la metáfora es el de la metamorfosis. El universo de la imagen, como puede notarse de la frase de Lezama, como la ensoñación de Nerval o el estado alterado de Breton, nos visita de momento. Provoca en nosotros el asombro, la sorpresa, laalteración de las formas. Cuando nos despertamos de un sueño, hay cierto temblor en nosotros que deja la desazón de haber despertado: “cada objeto hierve y entrega sucesión”, en ese instante la memoria del sueño se sostiene de un hilo sonambúlico en sus imágenes más agudas: hay en nosotros un estado de transición, una kafkiana metamorfosis. El ejemplo del sueño es sencillo y recurrente, pero hay otros, muchos otros, cada vez más agudos.

La sucesión de los objetos del sueño, convergentes con los objetos de la vigilia, provoca en nosotros el ánimo de que la ensoñación dure. Su duración es linealmente corta, pero la poesía está allí para registrar la imagen. Esto está estrechamente vinculado con el trasegar penetrante que hace Walter Benjamin por las obras de Baudelaire, Válery y Proust, en la propuesta de la durée en la poesía, entendida como búsqueda de la experiencia de la duración  que nos saque de la obsesión del tiempo. Benjamin piensa en la relación entre el acto poético y la memoria. Para ello, recuerda la división que hace Proust entre memoria voluntaria y memoria involuntaria, pensando en que la segunda, se escapa a la conciencia y que la primera, guarda informaciones del pasado que no conservan nada de éste. Es la experiencia del ser humano la que se confronta a su memoria en la poesía: el poeta da a conocer un acontecimiento para encarnarlo en la vida del lector, para proporcionar a quienes escuchan lo acaecido como experiencia.

En esta propuesta está el sustrato de la de Lezama Lima en cuanto a la posibilidad del diálogo en la metáfora que más adelante será mencionada. Sin embargo, dice Walter Benjamin, es la memoria involuntaria la que da cuenta de ciertas huellas de la situación en la que fue creada: esta memoria conjuga contenidos del pasado individual con elementos del pasado colectivo. A esto, suma Benjamin la propuesta de Freud, según la cual, memoria y conciencia están escindidos, o en sus palabras: “hacen parte de sistemas distintos” porque “sólo puede llegar a ser parte integrante de la mémoire involuntaire aquello que no ha sido vivido expresa y conscientemente”, toda vez que la conciencia tiene una función clara en el orden humano: “la de servir de protección contra lo estímulos”. El organismo viviente construye defensas contra “las energías demasiado grandes que obran en el exterior” y “la amenaza proveniente de esas energías es la amenaza de shocks.

El concepto clave para definir el acto poético de Baudelaire (y de una serie de procesos poéticos subsiguientes a él) en Benjamin es el de shock, que está expresamente vinculado con las propuestas de André Breton y José Lezama Lima: “La poesía podría fundarse en una experiencia para la cual la recepción de shocks se ha convertido en la regla”. Estos “Shocks” son re-definidos por Benjamin a través de Valery: “las impresiones o sensaciones del hombre, consideradas en sí mismas, entran en la categoría de las sorpresas, son testimonio de una insuficiencia del hombre… el recuerdo… es un fenómeno elemental y tiende a darnos el tiempo para organizar” el proceso en el que la memoria del inconsciente se incorpora a la conciencia y la convierte en “experiencia vivida”, lo que configura la durée que es la poética del shock, según Benjamin, entendida como la posibilidad de captar y registrar “las intermitencias entre imagen e idea, palabra y objeto, donde la emoción poética… hallaría su verdadero puesto”.

Es la metáfora el testimonio de dicha memoria “involuntaria”, del “shock” benjaminiano. Para Lezama “a la maravilla de que entre esos saltos se establecen interposiciones, imágenes, queda esa distancia vacía evidenciada en la metáfora”. Para Lezama Lima es claro que la red de las imágenes así formadas, estructura la imagen poética y su sustancia, a lo que suma que “tanto una brutal cercanía como el más progresivo alejamiento, forman un inmediato capaz de endurecer y resistir la imagen, y a pesar de esa distancia será siempre lo primero que llega. La metamorfosis es la realización de otro cuerpo que promete su unidad: la creación poética consiste en entretejer sustancias cuyas imágenes no logran desvanecerse en la memoria y su registro: “de cada metamorfosis, de cada no respuesta, de cada súbita unidad de ruptura y de interposición, se crea esa imagen que no se desvanece, y las palabras que vamos saltando, despreciando su primera imantación asociativa”. La metáfora cohesiona la palabra en tanto “formación de ese otro cuerpo integrado por la sustancia poética que ha logrado el ente creador”.

El recomienzo permite a Lezama Lima pensar, imaginar, que hubo un instante en el ser humano (y ese instante es aquella imagen fragmentaria de nuestra memoria educada contra la duración poética) en el que el arte alcanzó la justa proporción de la humanidad. Prometeo logra que todas las artes, se revelen a los vivientes. Así, dice Lezama, “en pleno período mítico, el arte no es un misterio, siempre alcanza la proporción del hombre, pues el griego estuvo convencido que al poner las cosas en la luz, en su develamiento, adquirían un logos por la palabra”. La escisión entre conocimiento y arte, nos da a entender Lezama, funda la primera mentira (de la que habla Silvio Rodríguez en una canción con ese nombre): la de una supuesta unidad en la escisión de las posibilidades humanas.

Allí se encuentra el origen de la tragedia o la tragedia de nuestro origen, lo que en sus lúcidas palabras, Lezama describe: “Hay un escamoteo o sustitución, en vez de cumplir un destino espantoso, surge la mentira primera: ¿la mentira primera es la unidad primera?, ¿es la mentira primera el símbolo primero de que hablaba Nietzsche?, ¿hay en la raíz de esa mentira primera una sustitución o una contradicción? La maldición de la raza de los Atridas que llevó a Orestes al asesinato de su madre, en lo que Nietzsche llama la primitiva teogonía tiránica del espanto, y el hecho de que la familia de los Atridas, los mejores, tienen que soportar un espantoso destino, son las revelaciones recibidas de Prometeo Piróforo, el que porta el fuego”.

Así, se nos hizo creer que la unidad está en la tragedia y en sus símbolos, pero se nos ocultó que esa unidad estaba cifrada en la división. Por ello, Lezama, prefirió en sus conclusiones hablar de “Unanimidad” que de Unidad (como sí lo hace el Empédocles de Hölderlin). Prometeo porta un fuego que el ser humano quiso o tuvo que interpretar a un modo: el de la tragedia, el del dolor y la huída. El hombre y la mujer no superan a sus dioses sino que los imitan: “el hombre chilla y huye como un grotesco medioeval ante esa realización, ante el asco de la criatura frente al creador, y aunque en algunas de sus frases el griego introdujese el compás quedaba siempre rondado de un signo”.

Lezama ve en este gesto, el inicio de la mismidad del ser humano y por lo tanto, de su perdición. El hombre y la mujer toman los signos para construir unidades de exclusión. La primera filosofía aparece como revelación interpretada y como angustia: búsqueda de la semejanza y de la imitación, horrible vanidad de re-producir, donde no hay “tono” ni diálogo. “El griego volvía a angustiarse en el período socrático o dialéctico, dice Lezama, al enfrentarse con el nacimiento del ser. A pesar de ello, Lezama ve que el reino de la metáfora sigue siendo vaso comunicante: “la metáfora impulsando al hombre hasta su destino lo fortalecía”, pero “las metamorfosis del ser en su cuerpo al desconcertarlo lo debilitaba, preocupándose no ya de la unidad primordial, sino, en el período parmenídeo, de la definición de la unidad por exclusión”.

El nacimiento del ser da lugar al de la diferencia: a la semejanza se impuso la imitación, donde Lezama ve “la raíz de una progresión imposible” pues “se sabe que ni siquiera podemos parejar dos objetos analogados… y que su ansia de seguir, de penetrar y destruir el objeto, marcha sólo acompañada de la horrible vanidad de reproducir. Así, el mito es reemplazado por el concepto ontológico, la totalidad es reemplazada por el ensimismamiento. El hombre y la mujer se separan del universo cognoscitivo de la poesía para dar “total importancia a la imitación espacial de objetos o de modelos: un modelo era un objeto realizado en el espacio y liberado de las corrosiones del devenir”. A la metáfora se interpuso la abstracción. A la Imagen, se interpuso el concepto. El diálogo se convirtió en un espectáculo de estatuas: “los dialogantes son sucesivamente objetivos, oyen como estatuas y al hablar trazan un modelo”.

 

Sexto declive. La vivencia oblicua

“Cinco los dedos interpretan por el cuerpo el fingimiento de la entrega,
su cautiverio en el éxtasis sólo expresa su rescate secular…
Necesito moverme en el baile hecho para otros,
Mi memoria precisa las danzas de mi nacimiento…
¡Si toco mi ser será más lenta mi metamorfosis?”
José Lezama Lima. Danza de la Jerigonza.

La recuperación de la metáfora es para José Lezama Lima un compromiso inminente porque ella permite volver a la unanimidad, trazando relaciones crepusculares entre los objetos, los seres y las cosas: “En toda metáfora, sostiene José Lezama Lima, compañero en ello de Julio Cortázar, hay como la suprema intención de lograr una analogía, de tender una red para las semejanzas,  para precisar cada uno de sus instantes con un parecido”. El conocimiento poético espera su realización en la unidad: “cada una de las metáforas ocupa su fragmento y espera el robo de la estatua que se despliega como imagen”. Octavio Paz viene a fortalecer esta ensoñación: la poesía es el espacio del otro, es el espacio del diálogo verdadero. El ser es una nada sin la presencia de todo lo que en torno suyo converge, particularmente, de los otros seres.

El diálogo es como diría Borges, una felicidad, porque los dialogantes no imponen, sino comparten. Esa felicidad del diálogo borgiano o de la conversación de Lezama Lima consiste, en las palabras del poeta cubano, en “la lenta sorpresa de lo que se desprende y flota en la pura sustancia conversable, reconstruida después por los recuerdos y sus leyes de sutilísima convocatoria, deslizando con el agrado ondulante, una incitación perdurable”. La conversación poética, es análoga al encuentro erótico pues a ambas les interesa “hasta la pasión secreta que el que escucha mantenga su libertad para ocultarse y reaparecer ante la diversidad que frente a él se ejercite”. El ritmo del diálogo verdadero es el ritmo del retorno: los dialogantes lanzan sus imágenes anhelantes de ser reconstruidas en la imagen del otro cuyo acecho es la pasión misma de la conversación y la invitación al juego de la develación y el ocultamiento. En la conversación hay un paréntesis en el que los dialogantes se pierden del tiempo: “islote donde la eternidad borra su acecho para rendirse a las solicitudes de la gracia y a las lámparas prudentes”.

Un diálogo metafórico, una conversación de lo oblicuo, donde no se sopesen modelos, “convicciones previas, autoritas destemplada, humores tornadizos”, de repente, es otro ejemplo de vivencia oblicua. El juego del ocultamiento en la conversación propuesto por Lezama Lima, consiste en invitarnos a “charlar” con el otro de una forma desprevenida, borrando “la fatiga de todos los antecedentes al punto donde se verificó la concurrencia con el otro”. El diálogo se convierte en confrontación de misterios: el universo del otro se devela ante la imagen del universo propio. Imaginar al otro como un “desconocido” permite una conversación “oblicua” o “suspendida”, porque el otro me ofrece la posibilidad de un encantamiento y no me impone nada porque el placer está en la suspensión del tiempo lograda a través de la conversación.

Un diálogo poético, que sea en sí mismo una felicidad, tiene en común con el encuentro erótico, además, la conciencia en los dialogantes de que el otro es la metáfora de la imagen propia y en su encuentro hay una respuesta, ya que en la verdadera conversación, dice Lezama, “después de tocar tan finamente en la puerta de ese laberinto que es el oído, hay que extender la lona para una caminata, hay que mostrar artificios mágicos, claves de un conjuro para la conservación del fuego”. No son conceptos lo que concurren en una conversación así propuesta: son hálitos, respiraciones que se entreabren, se tocan y se mezclan sin importar “de qué lado de la mesa… o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre” llega la conclusión de lo conversado 4.

Lezama Lima piensa en “conversadores poéticos” como Wilde, quien “conservaba la tradición feudal irlandesa del relator”;  Cervantes, en cuya obra observa Lezama que no hay conversaciones sino “su hálito, su aliento, cubriendo con italiana e increíble ligereza su extensión”; Sócrates de quien Lezama Lima sostiene que “nadie ha tenido más encantamiento para iniciar sin irrumpir, para despertar sin sobresaltos una conversación”, que él; Goethe de quien subraya “la majestuosa y misteriosa bondad… para colocar su omnisciencia, su morfología de lo orgánico, a la altura y alcance de la mano”; o Mallarmé, quien “traza… figuras geométricas, las borra con la gravedad litúrgica  de la voz… añade a la conversación, el dios que desaparece en la fuente”. En estas formas de conversar, Lezama observa cierta melodía cuya culminación es la vivencia oblicua de un José Martí, que quiere y debe hablar con todos y cuyo adiós es la promesa de una conversación próxima, porque hay en él la invitación al diálogo, el venga para conversar que “es el modismo inventado para su espera”, como escribe Lezama.

La vivencia oblicua retorna en este instante: es oblicua en tanto se separa de la racionalidad fragmentaria, del reino del concepto y la imposición de modelos del ser, la otra vivencia donde es el conocimiento metafórico del otro lo que sostiene el propio conocimiento, la imagen propia. Allí se funda la libertad absoluta: en esa vivencia oblicua donde “la metáfora y la imagen permanecen fuertes en el desciframiento directo” y las posibilidades se abren al ser humano para romper con los causalismos que lo atan, con la visión del mundo sostenida en su contradicción genética y que niega su felicidad como humanidad y totalidad.

Así, dice Lezama “el hombre y los pueblos pueden alcanzar su vivir de metáfora”, donde la imagen, la imaginación, la utopía, son rupturas con la racionalidad cuyo relato es falso y hace al ser humano, propietario de su mentira. Mentira que llama “mentira” a la poesía porque para la racionalidad lineal, es falsa toda “verdad realizada” en tanto liberada de la verificación.

El ser, para Lezama, nace de la conciencia de ser imagen. La relación acto-potencia en Aristóteles da cuenta de que “todo movimiento como tal es una apetencia y una frustración inicial... el nacimiento de esa conciencia, derivado de la sorpresa de ese reposo, lo lleva a la tierra áurea y al hastío del ser”. La fundación de la humanidad es poética: el hombre y la mujer son temor de ser “un plural no dominado, de que esa conciencia de ser es un existir como fragmento”. De ese temor, dice Lezama, “surgió en el hombre la posesión de lo que Goethe llama lo incontemplable: la vida eternamente concebida en reposo”.

A las categorías del movimiento inherentes al causalismo, la poesía más elemental opone la posibilidad de hallar la perfección en el reposo. Lezama sabe que Pascal opuso a ese reposo cuyo antecedente es Aristóteles, la definición de la vida como movimiento: “el reposo absoluto es la muerte”. Lezama sabe entonces, que el reposo no es el único universo de la poesía: “el reposo aristotélico o la dinamia pascaliana, el ser del existir y el existir del ser, se mezclan en claroscuros irónicos o se fanatizan mirándose como irritadas vultúridas”. ¿Es imposible una síntesis? En dicha pregunta funda Lezama Lima la paradoja del ser ajeno a la poesía.

Nuestra prisión está vinculada con el acto y la potencia, con el deseo, la realización y la frustración  del deseo, con una conciencia que se alimenta de los estímulos pero que a un tiempo los rechaza para proteger al organismo… somos y no somos en la vida que es muerte: en el movimiento y en el reposo. La solución que ofrece Lezama a la paradoja es la siguiente: “para atemperar el irritado ceño de los dos encerrados, la poesía mantendrá el imposible sintético, siendo la posibilidad de sentido”. Es entonces la poética la que guarda el sentido y la solución de la paradoja: lo real es un espejismo y habría que volcarlo con la Imago. En la marcha de lo irreal hacia lo real, escribe Lezama Lima, dormir es estar entrañablemente despierto”. El sentido primordial del ser humano es opuesto al de su prisión de conceptos, conocimientos y discursos: la Tragedia funda la norma y la prohibición, el derecho, por ejemplo, en su vigilia trashumante, es trágico por antonomasia.

Al discurso pragmático, péndulo entre la dinámica y la estática, la sincronía y la diacronía, lo simultáneo y lo sucesivo, lo blanco y lo negro, lo vivo y lo muerto, lo determinado y lo determinante, lo prohibido y lo permitido, lo verdadero y lo falso, etc. Lezama Lima opone el discurso poético: “semejante a la incesante y visible digestión de un caracol, el discurso poético va incorporando en una asombrosa reciprocidad de sentencia poética y de imagen, un mundo extensivo y súbito, una marcha en la que el polvo desplazado por cada uno de los corceles coincide con el extenso de la nube que los acoge como imago”. En el discurso poético, la metáfora destroza y dispersa los sentidos de las palabras para liberarlas de su prisión, interrogarlas sobre la dimensión en la que entrelazan los objetos que re-presentan, “para romperlos de nuevo en una ausencia que logra imantar su corriente”.

 

Último declive. La poeiesis de nuestra américa en la pobreza irradiante

“Comparada con la resistencia la morfología es puro ridículo. Lo que la morfología permite, realización de una época en un estilo, es muy escaso en comparación con la resistencia eterna de lo no permisible. La potencia es tan sólo el permiso concedido”.
José Lezama Lima. Resistencia.

El pensamiento poético que busca fundar José Lezama Lima surge de una actitud de duda hiperbólica sobre lo real, sobre la vigilia. La misma oposición entre sueño y vigilia (inherente a las oposiciones de Occidente fundadas, según Lezama, en el reposo y la dinámica) es descartada porque surge de un enlace y una sucesión que no nos dan ninguna seguridad sobre la coherencia y continuidad de las cosas. En cambio el sueño al generarnos la duda sobre su coherencia, nos permite anticiparnos a la sensación de que los límites entre él y la vigilia son falsos o surgen de una equivocación. La duda es hiperbólica más no metódica: dudo de mi ser y de mi no-ser, de mi vigilia, del orden clausurado de las cosas y del carácter “incomprensible” de su desorden (el sueño) y de la aparente imposibilidad de comunicarlo en la vigilia.

El poeta no puede, no quiere comprender que lo opuesto a la vigilia sea lo incomprensible. La exageración de la duda surge de su objeto: son exageradas las paradojas de lo real, son arbitrarios sus límites. El poeta, dice Lezama Lima, es el “silencioso testigo que está presto a desaparecer tan pronto esa situación deja de ser hiperbólica, tan pronto se deshace la conducción de esa figura hasta su combinatoria y la dolorosa e incomprensible vigilia para allegar al gozo de la voz”. A lo anterior, Lezama agrega: “(el poeta) conoce como testimonio que ese aliento organizado en la flecha de la voz no era para él, pero sabe también que él interviene en ese misterio… ahí se esconde y aguarda”.

Así, surge el primer asombro de la poesía: “que sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica… como buscando la poesía una nueva causalidad, se aferra enloquecedoramente a esa causalidad”. Para Lezama Lima, la poesía funda otra causalidad, es la asunción de una posibilidad, ya sea “brusca y ondulante, o persuasiva y terrible”. La poesía surge de la duda y del asombro, del humano asombro ante la posibilidad de “ascender a otra región”.Al  causalismo lineal, como se vio en declives pasados, Lezama opone una causalidad metafórica. Más alláde la oposición de causalidades, la poesía es duración, como también procuramos anticipar truncamente evocando a Benjamin, durée entre la progresión de la causalidad metafórica y el continuo de la imagen”. Lezama cree en que la causalidad, en su culminación, se rinde al continuo de la imagen. Para ello expone su paradigma de las Eras Imaginarias, en las que lo que llamamos en sentido platónico “fantasía”, es en realidad, el indicio de una memoria metafórica de la cultura.

A través de las Eras Imaginarias, la poesía evidencia analogías y lazos entre las culturas, toda vez que parte del hecho de que la cultura está dividida por “eras correspondientes a su potencialidad para crear imágenes” las cuales se encuentran enlazadas en el lugar donde la Imago se impuso como historia. Es el tipo de imaginación que construye en su seno lo que define a la cultura y en esa imaginación, aparece la memoria de la especie, del paraíso perdido que permite a todas las culturas entrelazarse para revelar contrapuntos y correspondencias en sus legados. Del asombro poético, es decir, de la sorpresa de estos enlaces surge una suerte de causalidad retrospectiva”. Esa causalidad retorna al mito como huella, y como fundación poética del conocimiento. El hombre y la mujer, y particularmente el hombre y la mujer americanos, hacen de lo desconocido su tradición: “apenas una situación o palabras, se nos convierten en desconocido, nos punza y arrebata; la atracción de vencer las columnas en su limitación, o las leyes del contorno, está en nuestros orígenes”. El alimento espiritual del ser humano, dentro de la diversidad imaginaria que le otorga la cultura es: la espera.

Para Lezama Lima, lo que la historia aísla o reduce a condición de “excepción” es lo que define la vitalidad de la cultura. Todo hecho excepcional, dice, “pasa a un todo, llevado por la energía proporcional a la misma intencionalidad, riesgo o frenesí, que mantiene esa coincidencia durante un tiempo que es al mismo tiempo contorno y sucesión del hecho”. Hay un designio en la historia de los pueblos que los lleva a la coincidencia y que promete la llegada de un por-venir. Ese por-venir es nuestro: es el reino de las Eras Imaginarias. De las fabulaciones se nutren la historia y su posibilidad, el devenir está construido de por-venires: la Durandarte, espada de Roldán, apenas podía ser movida por tres hombres… el bastón de Hernán Cortés no podía moverse porque parecía un ancla. La tradición y el lenguaje, están sustentados en la leyenda: Nerón incendia la ciudad y Calígula obliga a las mujeres de los senadores a prostituirse para re-acomodar las arcas del Imperio, Jesús resucita al tercer día… Cierto o no, nosotros somos una segunda vida tan real como sus hipérboles cuando seamos el pasado que seremos. Y será tan real como la que hoy deslizamos al instante mismo en que jugamos, de la mano de Lezama Lima, un valeroso juego de pelota.

Esos testimonios han hecho de la Imagen, la instauración del reino poético en lo temporal histórico. Pero no es tan lineal como parece: para Lezama, el surgimiento de una Era Imaginaria no es “tan sólo que la causalidad metafórica llegue a hacerse viviente, por personas donde la fabulación unió lo real con lo invisible… sino que esas eras imaginarias tienen que surgir en grandes fondos temporales, ya milenios, ya situaciones excepcionales, que se hacen arquetípicas, que se congelan, donde la imagen las puede apresar al repetirse”. Para Lezama Lima, “la historia de la poesía no puede ser otra cosa que el estudio y expresión de las eras imaginarias”.

Ahondar en la teoría de las Eras Imaginarias, que sustenta el sistema poético de conocimiento en Lezama, nos exige una mayor profundidad y extensión. Queda por decir algo que nos convoca y es el punto de ebullición de nuestro homenaje y el punto de cierre de estos declives: Lezama Lima habla de varias “Eras Imaginarias” entre las que cuenta, la filogeneratriz (de las tribus de los tiempos más remotos), La Era de lo tanático de la cultura egipcia, la Era de lo órfico y lo etrusco, la Era de los reyes como metáfora (piénsese en el llamado “Rey Sol”, por ejemplo) y habla de una última Era Imaginaria, la nuestra, que él denomina la POSIBILIDAD INFINITA.

Para Lezama Lima, esta Era surge en América con José Martí. Es la revolución cubana, como realización del proceso libertario de Martí, el golpe de claridad en la posibilidad infinita: su valor de ruptura radica en la oposición poética que el pueblo cubano realiza a una era imperial (reyes como metáforas del exceso) de la disipación, de la falsa riqueza, a través de “el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu. El valor histórico de Cuba y de Nuestra América si sigue su ejemplo, es llevar la pobreza a su más alta dignidad poética: la de la penetración en lo desconocido. Para Lezama Lima, “la vigilia, la agudeza, la pesadumbre del pobre, lo llevan a una posibilidad infinita… lo imposible al actuar sobre lo posible engendra un potens, que es lo posible en la infinidad”. Para nuestro autor, esa posibilidad se ha adquirido a través del pueblo cubano porque en él, “toda imagen tiene ahora el altitudo y la fuerza de su posibilidad”.

En nuestro pasado más cercano, bajo la era de la disipación (la actual, con sus excepciones poéticas en Cuba y pronto en otros países americanos) se nos decía constantemente que una nueva forma de concebir el universo político y moral era imposible. Lo imposible cobra (cobraba) un sentido peyorativo. He aquí el juego: estamos viviendo en un pasado que debemos, que debimos superar; nuestra Era ya no existe en tanto posibilidad: ya se encuentra agotada. Nuestro compromiso es llegar a nuestros contemporáneos: a la pobreza irradiante del pueblo cubano. Vivimos la era y la era está pariendo. Como nos lo enseña José Lezama Lima: “la revolución cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados… comenzamos a vivir nuestros hechizos y el reinado de la imagen se entreabre en un tiempo absoluto”.

Así, lo imposible, actúa sobre lo posible y “engendra un posible en la infinidad”. El pueblo cubano se encuentro habitado por una imagen viviente, es el único pueblo que ha trazado la imagen de sí mismo y vive en ella: me atrevo a concluir que todo el pueblo cubano, y cada uno de sus individuos, son poetas de lo cotidiano porque viven en esa pobreza irradiante de Lezama Lima, que trasciende a una plenitud oficiante, que funda la Era Poética entre nosotros, donde “sabemos que la única certeza se engendra en lo que nos rebasa”.

Medida desafiada, el pueblo americano se alista para la realización de la Era Imaginaria de la Posibilidad Infinita. Los reyes grandilocuentes, los imperios del derroche se saben desafiados por nuestra potencialidad. Es en Nuestra América donde habita, con su lucha fantasmal, la nueva humanidad, el ser de la pobreza irradiante. Nuestro desconocimiento de nosotros mismos se ha venido agotando, gracias a las labores de nuestros seres más imprescindibles: poetas de la palabra, poetas del fusil, poetas de la moral, las mujeres y hombres americanos son la promesa de una nueva era para lo humano. Esta es tal vez la enseñanza menos atendida que nos ha ofrecido Lezama Lima. Él estará conversando con José Martí sobre nuestra suerte. Es hora de escucharlos y de trazar en nuestros actos, la imagen cautiva de sus palabras y evocaciones que son resistencia y transformación de nuestra morfología.

1 Recurro a la traducción de Valentí García Yebra que ofrece una versión trilingüe del texto. Aristóteles continúa: “El historiador y el poeta no se diferencian por decir las cosas en verso o en prosa… la diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido, y el otro, lo que podría suceder. Por eso también la poesía es más filosófica y elevada que la historia”.
2 Recurro a la palabra de Derridá, sólo con la única intención de robarle una sonrisa. Y ahora que lo pienso bien, también porque en Derridá veo una propuesta análoga a la de Lezama, al menos en frases suyas como la que aparece en “Canallas: Dos Ensayos sobre la Razón”, según la cual: “cierta poética es la única que puede desviar una interpretación dominante”.
3 En el primero, Borges nos anuncia: “A veces en las tardes una cara/ nos mira desde el fondo de un espejo: / el arte debe ser como ese espejo/ que nos revela nuestra propia cara (...) También es como el río interminable/ que pasa y queda y es cristal de un mismo/ Heráclito inconstante, que es el mismo/ y es otro, como el río interminable”. Ese mismo universo contraído se dilata en las palabras de Lezama Lima que anuncian: “Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo./ El espejo se olvida del sonido y de la noche/ y su puerta al cambiante pontífice entreabre./ Máscara y río, grifo de los sueños (…) Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído./ Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa  en su costado./ Si declama penetran en la mirada y se fruncen las letras en el sueño (…) Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas”.
4 Estas últimas palabras, que son de Jorge Luis Borges, permiten hallar nuevas correspondencias entre él y José Lezama Lima. Para Borges el diálogo “es un género literario, una forma indirecta de escribir”. Lezama Lima ha sostenido que “nos previene la malicia clásica de La Bruyére: lo que se conversa no puede ser nunca lo que se escribe. Desconfío aún de aquella afirmación renacentista del Castiglione, cuando se habla bien, se puede escribir como se habla”.

Publicado en julio 16 2014.

Última actualización: 23/11/2022