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La poesía, ese oficio de paz que cambia el mundo

La poesía, ese oficio de paz que cambia el mundo




Por Augusto Rodríguez
Poeta ecuatoriano invitado al 25 Festival Internacional de Poesía de Medellín

 

Ya lo dijo el poeta Juan Gelman: “La poesía es un oficio ardiente en el cual uno trabaja mientras espera que se produzca el milagro del maridaje feliz de la vivencia, la imaginación y la palabra”.

Creo en lo que dice Gelman y en muchas cosas más, y ahora que escribo estas palabras, recuerdo cuando leí junto al río Mapocho en Santiago de Chile, los versos de uno de los poetas más grandes que tuvo este país, como lo fue Jorge Enrique Adoum en ese poema Despedida y no. O cuando me encontré con los versos del poeta Fernando Cazón Vera en mi búsqueda desesperada por la poesía ecuatoriana en la Casa de la Cultura en el año 1999, cuando volví al Ecuador, después de vivir cerca de diez años en Chile.
La poesía en nuestro tiempo goza de una extraña vida, en nuestro país, se publica poca poesía, se lee poco es verdad, pero se escribe en buena cantidad o por lo menos con una gran calidad.

En el Ecuador tenemos como gran riqueza cultural la poesía de: Alfredo Gangotena, César Dávila Andrade, Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero, Francisco Granizo, Jorge Enrique Adoum, Fernando Cazón Vera, Hugo Mayo, Efraín Jara Idrovo, Ileana Espinel Cedeño, David Ledesma Vázquez, Ramiro Oviedo, Carlos Eduardo Jaramillo, entre otros.

Y veo a una gran cantidad de personas en diferentes puntos de nuestra ciudad y de nuestro país que escribe, que lee, que se interesa por conocer algo más de la poesía de ahora, y eso me da una incierta esperanza de que la poesía no va a morir (y la verdad es que nunca va a morir) una cierta fe de que el Ecuador es un largo poema que no se ha terminado de escribir, que está vivo, que está ardiente, que sale a las calles a escribir en las paredes, a manifestarse contra el gobierno o contra la economía.

En mi caso, con mi poesía intento ampliar las posibilidades expresivas del español, descomponerlo y recomponerlo, un poco con sentido lúdico para volverla más dúctil, más rico al verbo poético; actualizarlo para que pueda comunicar cualquier vivencia, desde las más trivial hasta lo más profundo. Los poemas brotan de todos los estímulos circundantes, sin desdeñar los más comunes, que son aquellos provenientes de las situaciones ordinarias. Se sirve de todo lo que está a su alrededor para crear, destruirse y volverse a crear nuevamente. Para finalizar quiero citar unos versos de uno de mis poetas favoritos chilenos, Jorge Teillier:

Tú sabías que la poesía debe ser usual como el cielo que nos desborda,
que no significa nada si no permite a los hombres acercarse y conocerse.
La poesía debe ser una moneda cotidiana y debe estar sobre todas las mesas
como el canto de la jarra de vino que ilumina los caminos del domingo.
Sabías que las ciudades son accidentes que no prevalecerán frente a los árboles,
que la poesía no se pregona en las plazas ni se va a vender a los mercados a la moda,
que no se escribe con saliva, con bencina, con muecas, ni con el humor de los que
quieren llamar la atención como payasos pretenciosos.
La poesía es un respirar en paz para que los demás respiren,
un poema debe ser leído por amigos desconocidos en trenes que siempre se atrasan,
o bajo los castaños de las plazas aldeanas.
Un poeta derribado es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque

Publicado el 22 de enero de 2015

Última actualización: 04/07/2018