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Medellín se entrega a los poemas y se olvida de las balas


Medellín se entrega a los poemas y se olvida de las balas



Realización CICLO


Por German Doporto
Medellín, 18 julio (El Confidencal)

En 1991 la ciudad colombiana de Medellín era la capital mundial de la violencia. Cercada por los hombres de Pablo Escobar, los paramilitares -que imponían su propio toque de queda- y las guerrillas, los muertos se contaban por centenas cada semana. En ese contexto de balas y explosiones un grupo de artistas tomó la decisión más atrevida, plantarle cara a la muerte con poesía, y ganaron la batalla.

El escritor y periodista Fernando Rendón junto a un grupo de amigos fundó entonces el Festival Internacional de Poesía de Medellín que hoy cierra su vigésimo quinta edición y que supuso un intento por abrir un nuevo camino de palabras en medio de la guerra que flagela a Colombia desde hace más de cincuenta años. El objetivo estaba claro, crear conciencia social a través de la poesía y convencer a la sociedad de la necesidad del cambio. 


Versos para la paz

Hoy han pasado 25 años, 25 ediciones desde que Rendón tomó la palabra y Medellín se ha transformado. En 2013 fue nombrada la ciudad más innovadora del mundo, un título que obtuvo por delante de Nueva York y Tel Aviv; ha integrado a las poblaciones de sus barriadas más pobres y se ha transformado en uno de los centros financieros más pujantes de América Latina. Las balas ya no silban y quienes pusieron su esfuerzo y su poesía del lado de la paz siguen gritando versos para cerrar el círculo de guerra y poner su grano de arena en las negociaciones de paz que las FARC y el Gobierno colombiano llevan a cabo desde noviembre de 2012 en Cuba.

Una historia de éxito que comenzó tímidamente porque los promotores tenían claro hace 25 años que si declaraban abiertamente lo que afirman hoy, "que la poesía puede parar la violencia, se hubieran reído de nosotros", según explicó Rendón a este diario. Sin embargo, el imposible se realizó y hoy festejan uncertamen que mantiene intacto el compromiso de inocular en la sociedad semillas de cambio.

"Mientras más fuerte se hacía el festival más nos importaba el impacto espiritual, cultural y social de la poesía y menos pesaba el miedo", explicó Rendón. La superación también constituía "una forma de esperanza" que no tenía nada que ver con la realidad conocida por los medellinenses y se constituía como un desarrollo de la poesía "en la conciencia en la sensibilidad, en la emocionalidad en el amor de la gente por una vida nueva". 

Ante la pregunta que se hacían los colombianos: "¿Que más nos queda?", Rendón y sus colegas respondieron con contundencia: "al otro lado nos queda la gran imaginación de los poetas del mundo". Aunados alrededor de esa idea y con la fuerza creadora de la poesía el espíritu que portaban en sus versos "quedó en la sangre en los genes, en lo más profundo de la gente de Medellin e hizo posible un milagro que es que la poesía pueda vencer a la violencia", afirmó el director del certamen.


Acuerdo colectivo

Pero el mensaje del festival es claro, no sería justo otorgarles a los poetas el poder único de vencer a la violencia porque "eso tendrá que ser fruto de un acuerdo entre los actores" del conflicto armado colombiano. Sí le han otorgado en cambio instrumentos de cambio "desde el lenguaje propio de la poesía y su profunda energía espiritual".

Con todo ello, el festival, que se inició el pasado 11 de julio, ha conseguido convertirse en un hito en la ciudad -recomendado incluso en la ínclita guía Lonely Planet- que atrae año tras año a decenas de miles de aficionados. Un golpe para esa imagen minoritaria de la poesía que confirma, como dice Rendón, que el certamen "es una instancia revolucionaria y espiritual que logró lo que muchos poetas no se imaginaron, convocar a grandes multitudes".

Entre los literatos que este año tomaron los escenarios de la segunda ciudad de Colombia no faltaron los locales, Jotamario Arbeláez, Juan Manuel Roca, Gabriel Jaime Franco o Fernando Linero. El cartel lo completaron poetas de todo el mundo como el croata Marko Pogacar, la norirlandesa Kate Newmanno la estadounidense Robin Myers.

Pero las voces que más intensamente resonaron fueron la de la palestina Hanan Awwad y el afgano exiliado Basir Ahang. Ellos recogen el testigo del festival y permiten llevar a sus naciones, inmersas en la violencia, el mensaje que ya caló en Medellín.


Pueblos indígenas

Además tuvieron una presencia notable poetas de pueblos indígenas que llevan hasta el centro de la poesía occidental buena parte de la tradición oral de sus pueblos. "La palabra en sí para nosotros nombra lo tangible y lo intangible y hay mucha riqueza de nuestros pueblos en la forma de entender el mundo", comentó Fredy Chikangana, del pueblo Yanacona.

Originarios del suroeste de Colombia, las tierras ancestrales de los yanacona fueron pasto de la violencia y la guerra. Entre los más afectados por el desplazamiento del que son víctimas más de seis millones de ciudadanos del país suramericano, Chikangana también tuvo que abandonar su región para sobrevivir. 

En su doble reto, el de la subsistencia como pueblo y el de la pervivencia física, la poesía fue también un elemento clave. "Nosotros cantamos y soñamos con lo que los abuelos nos dijeron en nuestra relación con los seres frente a la Madre Tierra". Con esos cánticos, plasmados en papel y recitados en Medellín, Chikangana "intenta tocar los corazones para hacer vibrar con la palabra bonita, la palabra dulce que ponga a pensar al buen lector".

Para él, como para la mayoría de los poetas que tomaron parte en el festival, los literatos tienen mucho que aportar a la paz que busca hoy Colombia. Ese es para el escritor yanacona "un proceso que conjuga muchas cosas, pero fundamentalmente la poesía es la esencia del espíritu y la trascendencia del ser. Por eso deberíamos estar sentados en la Mesa (de negociaciones) de La Habana", concluyó.

Publicado el 18 de julio de 2015

Última actualización: 04/07/2018