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Magdalena Camargo (Panamá)

Por: Magdalena Camargo Lemieszek

Despedida o carta al hombre en medio de la huerta

 

Por Madzia Gesth
Poemas tomados de madziagesth.wordpress.com

Te hablaré sobre una mujer que estás a punto de conocer. Ella juega con un cajón de anillos y dedos que no se corresponden, tiene una colección de botones y cuenta siempre la historia de una niña que nació del bosque y caminó hasta el mar para convertirse en cisne. Esa mujer de rodillas en el agua no es una pintura de Sorolla. No lo es, aunque lo creas o por lo menos se lo digas. Sus palabras son los eslabones de una cadena que brotan de su boca acoplándose el uno con el otro para alguna vez abarcar la dimensión de la noche. Pero la noche no posee longitud, es como una bandada de pájaros que se mueve de un lado a otro, poseídos por un espasmo repentino. Esos pájaros han volado desde siempre y no hay árbol para ellos ni sitio alguno de descanso.

Su corazón te hará imaginar los mares turbios del septentrión, y una ballena atravesada por arpones, arrastrada por una horda de hombres hasta la orilla. Verás un abanico de rostros rojos y a todos los hombres enjuagar sus caras en el corazón de la ballena, y te parecerá que debajo de la sangre sonríen porque el canto de la ballena continuará resonando en sus cabezas durante muchos años. Pero ya sabrás todas estas cosas cuando llegue ese momento, porque tú también sentirás el peso de la sangre bajarte por la frente.

Entonces emprenderás un viaje junto a ella y siete días la verás llevar un pájaro de cristal entre las manos, siete días soñarás con ella caminando descalza sobre un lago en medio del invierno, y bajo el hielo los peces dormirán inmóviles y el ámbar se fraguará silenciosamente. Al final te sentirás cansado y decidirás que es hora de regresar solo a casa.

Volverás a trabajar la tierra, encontrarás que en tu huerta los tubérculos han crecido hasta alcanzar el tamaño de un hombre y que pronto serán capaces de levantarse por sí mismos y andar. Las lechugas habrán florecido, en sus hojas la escarcha será un manojo de diminutos soles y bajo los árboles de fruta habrá un barro dulce infestado de gusanos. Limpiarás todo con esmero: arrancarás la maleza, removerás la tierra, talarás los árboles estériles. Entonces pronunciarás el nombre de esa mujer por última vez y su nombre caerá como una semilla en tu mano. La sembrarás sabiendo  que nada nacerá ahí, que nunca la regarás, que pronto olvidarás donde la sembraste e incluso que alguna vez esa semilla fue tu voz pronunciando el nombre de esa mujer.

Volverás a vivir según las estaciones y algunas noches particularmente oscuras el oleaje de una extraña melodía llegará a ti, tan lejana y tan leve como si brotara de la nada misma.

 

De censos y otros encierros

 

Me han dicho que debo someter a censo mis libros y mis ojos, de haber alguna diferencia. Me han dicho que debo declarar las noches, incluyendo sus hidras y abandonos, porque la luna es una tea de liebres y las estrellas padecen la arritmia de las hojas. Debo aguardar en casa, dijeron, y no salir bajo ninguna circunstancia, porque el encierro se abre en las mañanas como un alfabeto nuevo, y vibra, extraño polen renovado. Yo quisiera decirles que el encierro es más como un gatillo que aguarda, complacido, la expectativa del disparo; es el licor hecho una puñal; una lengua de espuma; y todos mis duelos como un único níscalo de vidrio, erguido en el rojo plenilunio de mis voces; pero no creo encontrar esa opción en el formulario.

Aguardo entonces, con austeridad, el censo de mis horas.

 

Prescripciones

He descubierto esta tarde que estoy enferma.

He visto un hombre a los ojos y me han resultado tan puros, tan limpios, que me ha parecido ver tras el iris, con abrumadora claridad, las venas, los filamentos, las glándulas, y un poco más al fondo, un pez sonriendo. He visto también a una mujer gorda, muy gorda, sentada en el parque dando de comer a las palomas. Ellas se acercaban a sus manos, pero en lugar de tomar los gajos de pan, de un picotazo se llevaban sus dedos, luego, en medio del zurear de las aves, del pan que le quedaba en la mano volvían a nacerle nuevos dedos.  Vi además un gato tomando el sol en la terraza de un café, al recostarse sobre su lomo  para aprovechar mejor la suave calidez de la tarde, de una suerte de ombligo que tenía en el vientre surgieron tres pequeños ratoncitos blancos que dieron una vuelta a su alrededor y volvieron a entrar en su guarida, el gato se lamió una pata y maulló.

El médico me ha prescrito unas gotas y dos tipos distintos de píldoras.

Ahora no sé si podré tomarlas. Del vaso de agua que me serví comenzó a manar más agua; y veo mi casa inundarse sentada sobre la mesa del comedor. No sé nadar.

 

Carmen

“y saber que no hay arte sino sueño…”

Julio Cortázar

Tus manos,

pequeñas y delgadas, han derrumbado la barricada que había construido con los restos de mis noches: figuras de humo y botellas vaciadas.

Yo aguardo, hasta ver tu pelo encenderse como una hoguera. No hay danzas, ni rituales, ni trances que tiendan puentes hacia lo divino. Sólo el resplandor perlando tu frente y la lumbre del cigarro en mi mano, iluminando este cuarto de alquiler, taciturno y maloliente.

No hay más faro que tu pelo, señal que se hunde en estas aguas turbias y negras, sin barcos,

sin naufragios

y sin orillas.

 

Recuerdo aquel día en el que me sorprendiste
por primera vez mirándome en el espejo
luego de andar bajo la lluvia.
Desde entonces he tomado por costumbre
visitar los cementerios por las tardes,
contemplar las estrías de maleza hinchándose sobre las lápidas,
el cráneo de porcelana resplandeciendo
tras la grieta de una tumba que ya no tiene familiares
y esos árboles enfermos de flores amarillas.
Memorizo las fechas de los que murieron demasiado pronto.
Escojo por año una estatua favorita,
aquella que se quedó sin manos luego del invierno,
o la que sigue mirando hacia el este
como si alguien estuviese cerca de volver.
Contemplo los nombres aferrados a la piedra,
tallados con la certidumbre
de que es posible cegar al olvido
pero, ¿qué serán esos nombres dentro de cien años,
si no el alfabeto de los que no tienen rostro?

Por ello me fue dado conocer la verdad
y vi aquel ciervo blanco
pastando junto al muro del norte,
donde entierran a los recién llegados.
Sobre sus cuernos crecía una hiedra púrpura
y sus ojos eran dos guijarros de obsidiana en el fondo de un arroyo,
labrados mucho antes de que un hombre sostuviese una piedra
y la piedra conociese la ofrenda de la sangre.

El ciervo escoge a unos pocos.
Para que despierten lame sus párpados con ternura
y les conduce hasta el centro del bosque.
Les enseña a alimentarse de bayas venenosas,
el lenguaje preciso con el que las estaciones
se comunican con las cosas
y el orden con el que las semillas se dejan caer
lo suficientemente lejos.

Entonces los deja solos.
El miedo comienza
a acechar en los arbustos,
en la cúpula de los pinos la soledad es un buitre
y la sombra de sus alas extendidas es demasiado grande,
demasiado terrible.
De sus lenguas duras como el frío brota un balbuceo
que en la medida de las noches va adquiriendo forma
y antes que palabra alguna se forja una cadencia,
el primer atisbo de un llamado,
la conformación de la plegaria,
y es de esa melodía
de donde la lluvia
se desprende.

                    De El espejo sin imagen (2012)

 

 

Hay un punto en la cima
donde la tierra deja de ser tierra
y empieza a ser aire.
En las ramas las hojas son pequeños sables blancos
que se deshacen o se elevan con la brisa
y los pastizales, tan altos como un hombre,
se inclinan de tal modo
que se esfuma la línea de las cañas
y un misterioso vapor asciende congregándose en la altura.
Dóciles al orden de los círculos
los cúmulos también descienden,
su resina se endurece, bronceada por el cenit,
y una isla de cipreses se conforma.
He aquí el vértice de la cordillera.
En esa cumbre de índigo un caballo tiene su primera visión del mar.
Vislumbra el borde líquido del mundo,
combado por el peso de todo dolor posible
y toda belleza posible.

Alucinado por la imagen,
el caballo alberga en su corazón la carga salobre de mil anclas.
Corre con una violencia que crece,
alimentada monstruosamente por los días.
Sin detenerse galopa hacia la costa.
Ni por un instante concibe el aliento de la pausa,
el oleaje del mar es una nueva gravedad
que en la distancia conjura todavía más poderoso su llamado.
Hasta que en la  mitad de la séptima jornada,
la luna creciente arroja de su mano la lanza del cansancio,
el filo penetra en el flanco,
cruza la angosta hendidura de la jaula
y atraviesa con precisión el centro de corinto.

El caballo, herido, se desploma.
Primero es el estruendo de los hinojos contra el polvo
luego los cascos y los dientes ruedan
y se esculpen hasta la perfección de los guijarros.
De las órbitas brota un torrente de agua
donde la crin ondula, sembrando el curso en la corriente y su brioso influjo.
La curvatura de la grupa define los contornos del cauce,
la profundidad, el sinuoso recorrido.
Las entrañas caen y al contacto con la superficie
en peces se convierten.
Es el río que avanza ajeno a toda rienda,
su longitud trepida cuando presiente la cercanía de la vera
y con el vigor que en su pecho ha sido renovado
rasga la arena de la orilla.
En un brindis aguardado durante demasiado tiempo
las aguas se encuentran la una con la otra
y el río arrobado por el ímpetu
se une de golpe
con el mar.

                   De El espejo sin imagen (2012)

 


Magdalena Camargo Lemieszek   (Madzia Gesth) Nació en Szczecin, Polonia, el 1 de julio de 1987, pero se crió y educó en Panamá, país que le otorgó su nacionalidad. Poeta y cuentista. Realizó estudios de Literatura en la Universidad de Panamá. 

Ha publicado, entre otros, los libros de poemas: Malos hábitos, 2008 y El espejo sin imagen, 2012, libros con los que ganó en un par de ocasiones el Concurso Nacional de Poesía Gustavo Batista Cedeño en su país. De Malos hábitos, expresó la autora en una ocasión: “Como poemario se funden en él tres hábitos primordiales. El hábito del amor, que es entregarse sin reserva alguna. El hábito del espejo, que es enfrentarse al proceso creativo y hundirse en un viaje de auto descubrimiento. Y por último el hábito oscuro, que envuelve la melancolía, la soledad y el tambalearse al borde de un abismo mientras uno está roto”.

Por El pájaro y la cometa y Todos los cuentos anidan en tu vientre, obtuvo menciones de honor en el Premio Universidad Tecnológica de Panamá a la Promesa Literaria 2007.

Poemas laestafetadelviento.es
Poemas http://circulodepoesia.com/
Carta al hijo que no tendré cuadernoderaya.blogspot.com/
Magdalena Camargo Lemieszek gana Concurso de Poesía Gustavo Batista Cedeño 2012 http://internatural.blogspot.com/
Poemas internatural.blogspot.com/
Palabras de Magdalena Camargo Lemieszek en la ceremonia de premiación del Concurso "Gustavo Batista Cedeño" 2008

Publicado el 26 de febrero de 2015

Última actualización: 25/10/2021