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Luis Carlos Mussó (Ecuador)

Fotografía de Sara Marín
27º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Luis Carlos Mussó

 

 

 

CERROJOS
[EPISTOLA AD EFESIOS/ I]

Donde las llagas del país de la lengua son negadas muchas veces sin ningún canto de gallo. Y a pesar suyo, permane- cen sin descifrar[se] ante estos sus  cánticos de cristal opa- co. Intensamente,  saldrán de sus barricadas para abrevar en las parcelas –cerca de intuir aún– de la máscara. Donde se desbrozará [sin resultados] un recinto de espectros para aguaitar cómo flamea la imagen / de qué manera se distor- sionan las habituales contraseñas. Y como en la cárcel –o el naufragio– se echa a pique la palabra. Para qué la palabra, si sus adefesios ya no son solo una epístola escrita y dirigida a los habitantes de esta ciudad quebradiza. Para qué la palabra, si sangra para que nazca el ángel oscuro en plena cabalgata. Para qué la palabra. Para qué.

 

 

PAUL CELAN [PARÍS, 1970]
Nadie fue testigo de aquel limpio salto junto al puente Mi- rabeau desde la orilla musgosa de un poema que conserva el nombre de las cosas aun después de los lentísimos pina- res / Nadie, de la sombra escrita entre ondas lodosas y des- perdicios y algún pez muerto y el silencioso rostro púrpura de otras sombras –menos muertas–. Y afiebran los surcos la mirada como estrías en la piedra, como anguilas de acei- te en la marea acribillada por las esquirlas. Yo también me arrojé desde el puente Mirabeau / pero embarras mi salto con casquillos y las espuelas de tu lengua. Rastreando a su víctima, el flavo ojo de dios –como gavilán invisible– trama el vencimiento de este flagrante mundo ante su mies de pri- mavera. Sobrevuela el poema en su universo de orogenias
/ sirviéndole de injerto al álamo temblón [como prodigios que diluvian de su propio reflejo].

 

 

AJEDREZ
64 escaques, un tablero. Tú de ébano ciego, yo de hueso-co- lor. Te mueves en todas direcciones, pero tu abalorio recibe mi agujazo de hormigas. Los cuadros han medido tu silencio con un toque de incienso entre tus rodillas; y el peón adivina su salto diminuto sobre el tablero [PxT]. Tus torres se des- ladrillan en la diagonal de su cruz cuando entro en tu mez- quita de rodillas [PxA]: aves de plumaje sin colores vuelan sobre el alfil mientras el caballo en celo revienta su casco de marfil en el coito de las laderas en ele, en forma de ele [PxC]. Poco falta para el sangrado del cielo aunque lucho y venzo en el enroque [0-0-0]. Son míos el susurro de los espacios, ese jardín incauto, el surco obediente de la espalda. El em- peine de tu pie, a solo un casillero de mi lengua ofidia [Px- P4R]. Culpas a la almohada de tus dolores –te ensañas con ella a mordiscos y lametones–. Pero no has caído en cuenta: somos ya un monstruo de doble espalda con fuegos de sal en el núcleo [P5D+].
Cojea nuestro aliento en este juego de reyes. Mi ariete embiste/ barrena las carnes/ incursiona en la memoria/ se duele en ti/ nos inunda pues tu saliva lo festeja y lo corona –peón por rei- na–. El surco está abierto para las tablas: nadie sabe de quién es la victoria [PxR++]. Nadie sabe de quién, el jaque mate.

 

 

LAVORARE STANCA/  I
Una lágrima azul –en las regulares dosis del arsénico– opaca tu horizonte  / Pero hay venenos vegetales-minerales-ani- males-industriales que te permiten amar sin cuidado en tu lúbrica vereda / Una lágrima, como si el azul de Delft en sus piezas de cerámica sobrevolara, agónico, los cepos donde to- dos los que llevan tu sangre se hallan aprisionados / Porque la mañana acoge un pocillo iridiscente con té de Birmania a través de un diminuto tumulto alcanforado / Porque hay un graderío de magnolias agonizantes que canta, feliz / Te incorporas detrás de un oscuro monte de venus que desde ahora será tu barraca / y cuya sangre llega al estuario para construir una hoguera de muletas inextinguibles.

 

 

LAVORARE STANCA/  II
Aguas debajo de aquel amarillo ocre de leucocitos, el in- somnio sombreaba tu cráneo con un enjambre de chúcaras puertas / Y la ría repasó en sus líneas el nombre de cada mu- jer que desembocó con esos musgos y esos líquenes en tus sienes definitivas, que se negaban a ser definitivas / Y los es- carabajos goliat atenazaron tus palabras mientras perduraste en esa guirnalda falsa que es la cruz del sur / porque son falsos esos banderines marinos izados en tierra firme / falsos también los padrenuestros subcutáneos en ese instituto psi- quiátrico donde la abadesa fuma alaridos entre margaritas.

 

 

 

La poesía y la construcción de ciudadanía integral

 

Foto del autor

 

Por Luis Carlos Mussó
Especial para Prometeo

La palabra, cuando es puente en su función poética cumple una suerte de propósito contradictorio.  Poderosa estructura de sonidos y de significado, logra que el mundo sea revisitado en el sentido de una lectura otra que hacemos de la realidad que percibimos cotidianamente.  Si hicimos mención previamente del puente como construcción entre los interlocutores que son los ciudadanos el mundo, es porque no somos ingenuos y pensamos que esta conexión con el otro se logra para comunicar(nos), aunque muchas veces no cumple su papel debido a ciertas circunstancias.  Ahí está el puente roto de la comunicación, esto es, el quid de la contradicción. 

Cierto es que la palabra poética se distancia de una función de utilidad desde la perspectiva operativa del mercado: la sintaxis fracturada, la ambiguedad, los atrevidos enlaces y giros linguísticos se alejan del lenguaje de todos los días y de la información unidireccional, denotativa.  Aun así o, precisamente debido a ello, el proceso y el producto se configuran como una subversiva vía para entender el mundo y a enterder(nos) de una forma en que la violencia sea vista como la vereda de enfrente.    

La utopía es vista como el lugar imposible; el mundo está poblado por heterotopías que pueden llegar a convertir a la ciudad en el peor espacio, en el más inhóspito para el ser humano.  El lector y el poeta se funden en una zona de palabras y búsqueda de sentido que no termina jamás. El poeta se convierte en un permanente lector crítico del mundo (debido a que su sensibilidad le hace detectar los errores, las lisiaduras). En cambio, el lector se transforma en agente de cambio en tanto se vuelve un reescritor (en el sentido de que toma el texto poético y a través de su lectura le confiere sentido, un sentido que puede variar dependiendo de sus bagajes existenciales y culturales). Por tanto, la asfixia producida por la convivencia violenta y tóxica entre determinados grupos de seres humanos con miradas diferentes se va disolviendo a través (puede sonar a propuesta desiderativa) del ingreso a la atmósfera poética.

Tradicionalmente el arte ha sido visto en nuestras sociedades como una práctica vertical, aristocrática, marginadora por parte de quienes desearían un horizonte común para la humanidad; recordamos a Antonio Machado cuando decía: "Escribir para el pueblo, qué más quisiera yo"; sin embargo, las colectivas búsquedas de sentido que se dan en el poema pueden ser leídas como un propósito común, como las ansias de que haya un registro de nuestro paso, como individuos y como especie, por el planeta, junto a esa otra línea trascendente que es la historia del pensamiento.  De ahí que la palabra, instrumento que nos permite el ingreso al mundo, es también uno que posibilita el eterno cuestionamiento del statu quo. Quiere decir que es un dispositivo que acompaña a la memoria y que puede, debe ser visto como connatural a la formación de los individuos, para la construcción de ciudadanía participativa e incluyente.

Por otro lado, uno de los elementos que se han mostrado invisibles o minimizados en los programas gubernamentales de educación formal es el de los estudios estéticos. Parece que no rendir réditos inmediatos (en eso que la mirada estrecha llama desarrollo pero que en realidad solamente atiende a su parte crecimiento económico) ha condenado al arte, a los estudios estéticos y a la formación de lectores del mundo al ostracismo.  Si el mundo entero es un enorme texto entre desplegado y oculto, ¿cómo no hemos de mantener como importante al gatillo que nos enseñe a leer de  mejor forma?  Hacerlo, esto es, facilitar a la población textos en cualquiera de las disciplinas estéticas, es dejar de concebir la apreciación artística coo un privilegio para las minorías, es sembrar con todo lo que la palabra implica.  Ya llegando a la literatura y, concretamente, a la poesía, al enfrentar un texto lírico, el lector se está leyendo a sí mismo; por tanto, está descubriendo, redescubriendo, asomándose a ese cenote sin fondo que somos cada uno de los habitantes de la Tierra. Así, quien llegue a caer en la cuenta de que la poesía es importante para la trascendencia de los seres humanos ya ha conseguido comprender que el mundo jamás va a ser el mismo luego de la propuesta de un poema por parte del autor y su lectura por parte de sus interlocutores.  Y aquí habrá que ensanchar la mirada, porque hay una serie de procesos de escritura que pueden cobijarse bajo el paraguas de poesía. Están la poesía que por su procedencia ha sido llamada popular, las formas ancestrales de enunciación, los relatos épicos que constituyen parte esencial del conocimiento de los pueblos autóctonos, los poemas "contaminados" por el uso de dos o más idiomas, los juegos performáticos ligados al teatro, etc.

Éste podría ser un espacio mejor y éste podría ser un tiempo más habitable para todos si incorporáramos la necesidad de rozar con las palabras otras realidades, que al ser las del otro termina siendo las nuestras.  Quizá si un porcentaje cada vez mayor de aquel esfuerzo que hoy les da gran parte de la investigación científica a los adelantos de la industria bélica fuera aplicable a la apreciación de la pieza estética y, más concretamente a esa edificación de palabras que es el poema, las cosas serían distintas.  Empeños como los que se llevan a cabo en talleres de lectura y escritura, clases regulares y alternativas, lecturas en distintos espacios, algunos no tan convencionales, van en pos de la vinculación entre pares y abonan propositivamente en favor de reconciliar a los pueblos estragados por el conflicto, la guerra y otras úlceras sociales.

Desde tiempos inmemoriables la palabra poética ha registrado los horrores de la guerra y luego ha contribuido poderosamente a cicatrizar tales heridas.  Primero lo hizo de forma oral, pasando de generaciones a generaciones hasta que se fijó en la escritura para aun así sufrir veriones distintas antes de la que conocemos, como por ejemplo en la épica clásica. Cada confrontación ha sido atestiguada por poetas que se han detenido en su horror y que han dejado para la posterioridad sus textos como un recordatorio de que el terror acecha constantemente. El escritor Yone Noguchi urgía a su camarada Rabindranath Tagore a que se sumara a su causa japonesa en pos de una Asia nueva, pero el autor indio respondió que tal idea iba a construirse sobre una torre de cráneos; con el tiempo Noguchi, que vivió las experiencias de su país vencedor y vencido en la Segunda Guerra, dio un giro a su escritura. En Reja de lenguaje (1959), el enorme Paul Celan escribió: "Estamos próximos, Señor/ Ora, Señor, Invócanos,/ Los ojos y las bocas tan abiertos están./ tan vacíos// Ora, Señor/ estamos próximos".  Otro poeta que vivió el terror fue René Char, quien en "Redoble", dice: "El rostro de la muerte y las palabras del amor: el tálamo/ de una playa interminable con olas que lanzan a ella guijarros/  interminablemente. Y la lluvia aterrorizada haciendo puente,/ para no apaciguar".   Así, la poesía visibiliza, desde la magia de sus palabras, las facetas humanas y valientemente las enrostra.   

La política existe, es innegable, en sus niveles macro y micro. Hay alguien que goza y alguien que sufre el poder al interior de cada espacio social, y es notoria la existencia de ejes de poder y periferias dependientes.  La poesía deviene política cuando logra no digamos modificar el universo ni las relaciones internacionales pero sí erosionar positivamente la conciencia de los agentes que influyen o toman decisiones que vinculan a millones de personas.  Los espíritus saben que cruzando la orilla está el otro, y que en los ojos del otro nos reflejamos todos a tal punto de que ese otro se convierte en elemento decidor de nuestra configuración como individuos y sociedad.  Ahí, en ese entramado, radica gran parte de nuestra legitimidad y de nuestro afán por erradicar la violencia contra los más vulnerables.  Aquella oportunidad de enlazarse con el otro a través de la poesía es una que no podemos darnos el lujo de despreciar.          

 


Luis Carlos Mussó (Santiago de Guayaquil, Ecuador, 1970) ha publicado los poemarios El libro del sosiego (premio Bienal de Cuenca, 1999), Propagación de la noche (premio César Dávila Andrade, 2000), Tiniebla de esplendor (premio Jorge Carrera Andrade, 2006), Las formas del círculo (reúne los anteriores, 2007), Minimal hysteria (2008), Evohé (premio M. I. Municipalidad de Guayaquil, 2008), Geometría moral (2011), Alzheimer (2013), Cuadernos de Indiana (2014), Mea Vulgatae (premio Jorge Carrera Andrade, 2014) y Mester de altanería (2016). Además, ha publicado Oscurana (novela, premio Ángel F. Rojas y premio Joaquín Gallegos Lara, 2011), Épica de lo cotidiano (ensayo) y Rostros de la mitad del mundo (semblanzas, premio nacional de periodismo José Peralta, 2015). Con el poeta peruano Luis Fernando Chueca publicó Esquirla doble (2008).  Es corresponsable, con Juan José Rodinás, de la muestra de poesía ecuatoriana Tempestad secreta (2010), y editó y prologó las antologías La astillada sombra de Sodoma (2013) y Sangre de spóndylus (e book publicado por Vallejo & Co., 2016). Estudió letras en grado y posgrado.  Se desempeña en la cátedra universitaria y en el periodismo.  Sus colaboraciones han sido traducidas y editadas en seis lenguas.  

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Actualizado el 1 de marzo
Publicado el 1 de febrero de 2017

Última actualización: 14/11/2021