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María Tabares (Colombia)

Por: María Tabares

 


Julio 8-15, 2017

 

POETAS INVITADOS

 

 

 

 

 

La guadaña alza la voz, grita
eufórica mientras trabaja.
Vuelan por los aires miles de hormigas
invisibles, gusanos, insectos.
El pasto se estremece y
uno a otro se alertan sobre la matanza.
Es un holocausto
el que causan las manos del hombre
cuando quiere hacer de la tierra
un jardín.

 

 

Los pájaros con su canto callan la sordera,
las vacas rumian más alto el silencio,
el aire, podría decirse, silva más quedo,
más quieto y el tiempo
juega a convertir los minutos en grandes
habitaciones de luz.

 

Las naranjas, los limones, las mandarinas,
hacen invisibles malabares en las copas de los árboles.

Es tiempo de calma
y  la ausencia no es amenaza de muerte,
es escucha.

 

Como a la hoja del árbol
                         a las niñas abusadas, muertas

 

 

Qué voluntad arrastró tu inocencia
desde tu cielo al suelo rojo.
 
Qué voluntad ajena, niña verde,
decidió el abuso de tu cuerpo
su fractura a la intemperie del dolor
cuando eran tuyos
el asombro
las manos del sol
el flujo galopante de la savia nueva.

 

Quién decidió que fuera yo tu hermana
salvándome
en tanto a ti te desgajó como a la hoja del árbol
condenándote a ser una estrella muerta sobre la piedra.
Otra más.

 

Honda

 

 

Escribir desborda la lectura.
Obliga sumergirse en el río de la espera.
Desde la ventana de un hotel
contemplo el Magdalena,
esa aorta de Colombia que se deslíe,
con un nombre de mujer que no desfallece
y siempre llora. 
A los poemas los oculta la corriente,
como oculta a la sangre,  los peces, las piedras.
Entro en el agua. Hago piso para no caer, espero,
en equilibrio,
mientras resisto su fuerza.
Cortantes pedazos de historia lastiman mis piernas,
cuerpos desconocidos, quizás palos, quizás gente, me rozan,
y la arena de lo mismo, revuelta con el agua,
me impide dilucidar el fondo.
Introduzco una mano dentro de este potente, torrentoso, lodazal que corre
y recojo, guiada solo por el tacto, cada piedra.
La detallo en su redondez,
sus filos. 
Es el corazón vivo de algún desconocido
y pequeño ser entre mis manos.
Volando en círculos, los pájaros ungidos de obsidiana
me observan colocar sobre la mesa,
lo recogido en el papel.
Huelo a herrumbre, a muerto.

 

 

1
Yo he visto la luz
nadar en el agua,
la he visto con su mano dulce
señalar cada hoja de un árbol,
abanicarse en una mariposa,
saeta naranja del pájaro blanco
al surcar los aires.
Refulgente pradera de piel,
líquido sol sobre el amado.
También la he visto disfrazada de sombra.

2
La he visto
arder sobre lo negro
bandera sin territorio ni patria,
propiedad de nadie y de todos,
despertar con su canto de madera
a los ojos nocturnos del desierto,
coro vegetal ahuyentando los coyotes
y rebeldía que no amansa con el agua
haciéndole daño a la montaña
amante fervorosa del viento.
Menuda y huérfana
a punto de morir en las iglesias
rogándole a santos que no escuchan
y si escuchan
poco pueden hacer por la vida de los hombres.
Jovencísima
en las manos de niños y niñas que comulgan
(dicen)
con Dios por vez primera.

3
También la he visto
fuego de los huesos queridos,
silencio
frío
y de nuevo ceniza, alimento.

 

Homicidio


                       
            “Los metieron todos a una fosa
            les echaron diesel y prendieron fuego.”
            Ayotzinapa (México). Periódico El Mundo. 2014.

 

 

“¡Viva la cacería!"
grita el tirano.

La sangre de una joven dibuja
un corazón sobre las piedras
rota la cabeza como un cuenco de barro
sin remiendo.
A pesar de la quietud
la falda arrastra todavía la reciente carrera
el caudal entre las venas
la libertad blanca de los muslos
contra el viento.
En su mano izquierda guarda
una manzana invisible.

 “¡Han de caer para siempre los incómodos!”
ordena.
“¡Tanto sueño estúpido!”
“¡Que se atrevan a sentirse protegidos creyendo que,
por ser muchos, no nos temblará la mano!”.

La dulzura, inerte, se pudre como una flor.
¿Cuál habrá sido su pecado?

La sangre de una joven dibuja
un corazón sobre las piedras.
Horrorizados los vientos se arrodillan,
los pájaros, las ventanas, las puertas,
los ratones.
Las moscas por su propia voluntad
se hacen unas solas con los vidrios
las sopas, las aguas estancadas.

Nadie puede ni quiere el movimiento.
Moverse es pecar tres veces,
cometer un sacrilegio.
Hombres, mujeres y niños se tapan la boca
con las manos, permanecen a oscuras
guarecidos en sus casas.
Las nubes atónitas atraviesan con sus ojos
la debacle
sin llorar.

¡Réquiem! ¡Réquiem!

Por milésimas de segundo
el mundo abandonado de sí mismo
es un cuadro al óleo, una pintura:
la sangre seca por el suelo
junto al rostro
dibuja un corazón.

El segundero del tiempo
reinicia su indiferencia.
Comienza otra vez el olvido.         

 

Un poema, una hoja, un árbol

 

Foto de http://eugeniasancheznieto.blogspot.com.co/

 

Por María Tabares
Especial para Prometeo

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.

César Vallejo

Leer, releer, volver a sentir Los 9 monstruos, de Cesar Vallejo, fallecido en 1938, es constatar, no sin vergüenza, que el mundo sigue intacto. No hemos avanzado un paso y tal como continúa el poema sigue siendo válido hasta el desgarro: “Pues de resultas del dolor, hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren, / y otros que nacen y no mueren, otros / que sin haber nacido, mueren, y otros / que no nacen ni mueren (son los más).”

Igual que una plaga sin contra, el mundo del  hombre con su ansia de dominio sobre el otro no ha cambiado, sean cuales sean las razones que argumente. Hasta ahora nada ha existido libre de esta ideología y sus actos. Si no fuera así, este planeta sería otro. Colombia sería otra. ¿Mejor? Seguramente. ¿Peor? Con certeza no habría cómo.

Hemos sofisticado con el transcurrir de los siglos las armas y los argumentos. Como flores carnívoras hoy son múltiples las formas de la guerra. Diversas las violencias, uno el miedo.  Pero, ¿será posible que algún día logremos ser distintos, menos violentos, más compasivos?  ¿ Alguien mejor de quien hasta ahora hemos sido?  

Termina Vallejo su lúcido y doloroso poema con una luz en medio de la sombra:
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
 hay, hermanos, muchísimo que hacer.

Y estos dos versos, parecen ser escritos en  este  2017 por el poeta para nosotros. Tras la firma de los acuerdos de paz  muchos colombianos  hemos  decidido cambiar la historia.  Para ello es necesario hacer posible la equidad y así la paz como consecuencia de librar y vencer en lucha diaria, sin armas, el  propio carácter frente a las vicisitudes a las que nos vemos abocados como seres sociales, y ante el otro.

Vencer íntimamente la codicia, el ansia de poder, la soberbia, la envidia, la intransigencia, que todos tenemos dentro y hábilmente se esconde tras percepciones e ideologías. Toda injusticia y  violencia ejercida contra el otro, por pequeña o grande que parezca, tiene detrás mucho de esto.

Buscando una mayor coherencia en la reflexión y el lenguaje, pienso que es fundamental poder describir este trabajo diario no con la palabra “lucha”, tan constitutiva de la guerra, sino con otra quizás menos masculina, quizás más dulce, que nos permita alcanzar el nuevo estado sin que implique un combate con sus muertos, ganadores y vencidos.  Pienso entonces en otra manera de nombrar,  y la palabra “creación” como un sol asoma tras la montaña. Me remito al origen etimológico del vocablo cuyo significado leo es tener hijos, engendrar; emparentada con la voz “crescere”: crecer.   Reescribo entonces la frase: “La paz, consecuencia de la creación diaria del propio carácter frente a las vicisitudes a las que nos vemos abocados como seres sociales, y ante el otro”.Creación como crecimiento. Corazón del arte. Palpitación del poema. Del poema, esa pequeña hoja del gran árbol que es la poesía y del inmenso árbol que también es la paz. Porque, ¿qué cosa distinta es un poema a una hoja de cualquiera de estos dos árboles, cuando alguien que observa el mundo con su belleza u horror dibuja con la mano o registra en una foto o un video lo que piensa, siente o ve? ¿Qué otra cosa es en medio del estruendo de la guerra, cuando por la indignidad o el amor por el mundo, bajo el rapto del asombro, se escribe un poema en un papel?

Sabemos que una sola hoja contiene a todo un árbol. Al mismo tiempo que son necesarias cientos de ellas para que su ser alcance la dignidad de ser la aérea tierra de los pájaros y el verde cielo que nos da sombra a los de a pie.  Sin embargo, es difícil sino imposible, desde una mirada individualista de los hechos, desde la microscopía, ver la injerencia o consecuencia que la individualidad tiene sobre el todo.  Nada existe por separado. Ningún hecho sucede ni en el universo ni en este planeta Tierra desconectado de lo que lo circunda. Ninguna acción benéfica o malévola carece de consecuencias o afectación en lo otro. Así, cada poema, se hermana con su vecino y por cada uno de ellos la existencia de un árbol se conforma, así como la posibilidad de un nuevo bosque. ¿Cuánto oxígeno expele cada hoja? ¿Cuánto oxígeno el árbol completo? ¿Cuántos seres nos beneficiamos con él sin darnos cuenta? ¿Qué tantas respiraciones nos regala un bosque? escribe un poema en un papel?

Son cientos de miles los poemas que se han escrito a lo largo de nuestra historia y cientos los que hoy se escriben cada día en Colombia. Todos, oxigenando el lenguaje, nuestra vida, nuestra relación consigo mismos, con el mundo y con el otro, y su efecto invisible se expande cada día. El poema, oxigeno del lenguaje. Sí, del sangrante y muerto lenguaje de la guerra.  Por eso los versos pueden decir:

Sé de la muerte y la revivo con la palabra alimento.  Desvío la bala
que atraviesa el aire e inutilizo el puño del tirano antes de ejercer
el daño.  Mi canto es agudo, certero, brillo más y soy más veloz que
el arma negra que equivocadamente llaman blanca. Con el filo silente
del lenguaje atravieso la carne y el corazón. Doy vida como el aire.
Nadie puede tocarme. Soy de todos y de mí.

Aunque el mal es siempre más escandaloso que el bien, los poemas, sus hacedores y lectores, como quien trabaja la filigrana tejen paz. Así, este tejido no sea noticia en los medios y la gran mayoría no lo sepa.

Colombia, enero 2017

 


María Tabares (1958, Bogotá, Colombia). Poeta y narradora egresada de la Escuela de Escritores de México, SOGEM. Ha formado parte de talleres de poesía, narrativa, dramaturgia y guión en España y México, y ha sido publicada en revistas y antologías en Colombia, Ecuador, México y Francia.

Reconocimientos: -Libro de poemas Y cae y suena y nos invade. Segundo lugar. Museo Rayo y Ediciones Embalaje, 2010. -Libro de poemas, La luz, poemas de sombra. Premio Nacional de Poesía. Museo Rayo y Ediciones Embalaje, 2011. -Cuento, Cinco minutos. Tercer lugar. Concurso Nacional de Cuento, Fundación La Cueva, Barranquilla, Colombia, 2012. -Libro de poemas Los Sombra. Mención de Honor. Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá, 2013.

Otros libros publicados: Los Poetas del Megáfono, México, 2008; La tortuga feliz (libro de artista); La Diéresis Editorial Artesanal, México, 2012; Álulas, El Ángel Editor, Ecuador, 2014.

-Lectura de poemas por la Paz en Colombia Youtube
-Poemas Blog de Eugenia Sánchez Nieto
-Blog de Maria Tabares
-PoemasRevista Metaforología

Actualizada el 27 de febrero
Publicado el 2 de febrero de 2017

Última actualización: 26/06/2021