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Linda Maria Baros (Rumania/Francia, 1981)



Julio 8-15, 2017

POETAS INVITADOS


Linda Maria Baros (Rumania/Francia, 1981)


Foto del autor


Francotiradores de élite acarician de lejos tu frente


Especial para Prometeo

la paz, es cuando la cabeza es indivisible del cuerpo.
cuando no se abate la alta costura craneana de tu espíritu
cuando no se quebrantan tus palabras en una multitud
la paz, es cuando las macanas, no separan tus pómulos
no aclaran ni un poco tus contusiones.
la paz es cuando no escuchas el crujir de tus huesos
cuando no se fragmentan tus brazos con sierras, como a los caballos en otros tiempos
cuando los civiles no quiebran tus rótulas y dientes con barras de metal
la paz es cuando los trenes del norte no transportan troncos apilados ocultando las manos
de los detenidos siberianos
cuando no sales a la calle con las entrañas en las palmas de las manos
cuando no recogemos por igual la tierra y la carne que ha sido arrancada de tus huesos
la paz es cuando tu sangre no abraza las aceras
la paz es cuando el átomo de uranio no se divide en dos
cuando los tanques de movimientos itifálicos no habitan las calles
la paz es cuando tú no te lanzas sobre las granadas ardientes
como dice el reglamento
la paz, es cuando las kalasknikov no humean bajo tu cama
cuando el tambor vacío no espera su ración
cuando los francotiradores no acarician tu frente a la distancia
la paz, es cuando no adivinas el camino entre las luces de las balas incandescentes
cuando tu cabeza no está izada en lo alto de una estaca
la paz, es cuando no recojas tus lágrimas en un casco camuflado
cuando no duermas en una trinchera
la paz, es cuando las brigadas caninas no ocupan los bulevares
cuando no te confinan en un furgón negro
cuando tus hermanos no son testigos bajo un cielo como en los tiempos de la peste. Desconectado.
La paz, es cuando tu no tengas un cuchillo plantado en la espalda
Cuando las cuevas no se inundan de clamores
Cuando no te plantan ideas en la cabeza a fuerza de macana
Cuando no se te exfolia la luz de la retina en un sótano oculto, un proyector en los ojos.
Cuando la cuerda no ahoga, no se agrieta, ni divida nada.
Cuando el gato de nueve colas ni sopla sobre tu piel
La paz, es cuando no aprendas la verticalidad de cuenta de los colgados que bien la conocen.
Cuando no te arrancas la lengua, en nombre del silencio, con los dientes.
La paz, es cuando tus santos no están en prisión.
Cuando las fábricas de transformación no aplastan los huesos de tus padres
La paz, es cuando tú no portas cada día la camisa amurallada
La paz es cuando el hacha no diseccione tu pecho en cuartos de carne
La paz, es cuando la tortura, no piense en las uñas de tus manos.

La paz, es cuando tus dedos no ruedan tiernamente en la tierra
Cuando los cigarrillos no se apagan profundamente contra tu frente
La paz, es cuando tu no te debatas en un costal de gatos
La paz, es cuando no fijes clavos en la cabeza.
Cuando los gusanos no te aman con amor desbordado gracias a la herida abierta que los sacia.
Cuando aseadores, en las calles, en el metro, en otros sótanos, no limpian la sangre.
La paz, es cuando el miedo no se roe la ciudad hasta los techos.
La paz, es cuando una cadena de lágrimas no divide tu mejilla
Cuando el brazo que te rodea no es un ala de ángel
Cuándo la mañana no ocupa las calles con una exactitud militar, sin defectos.
La paz, es cuando no nos ocupamos de los engranajes de la oscuridad con gestos translúcidos, mecánicos y fríos
La paz, es cuando deja de existir la falta de empatía.
            También el poeta desnuda de principio a fin las palabras para hacer renacer las capas fósiles del alma el fulgor del primer latido en el corazón. También se encamina él, como un motociclista que acelera, sobre la autopista A4- esta hoja de papel formato A4- para anular las distancias. También inicia él, allí dónde sobresalían antaño las fábricas transformadoras, las máquinas para picar el terror desde adentro, el silencio. Es contra la vida moldeada con cañones de fusil , contra la lengua de roble que paraliza, contra el olvido, que la celulosa sirve para socavar profundo hacia la página en blanco.
Él levanta la primera capa – el terror, la segunda- la mierda que brota de las profundidades, la tercera – la existencia reductible a la muerte, la cuarta – el dolor, la quinta – el efecto túnel. Encuentra allí un altoparlante. Y un campo de inseminación, su vía libre a lo largo de la cual recuenta la historia del gran jabalí mezquino que tallaba sobre la cara de los reclutas su imagen y su semejanza. Quien marca el paso sobre las sienes de la vida. La cuenta plácidamente para que no tengamos las pupilas cocidas, la boca sudada, las orejas pálidas. Tal vez no reconozcamos más, al escucharlo, el desajuste de los cuerpos, de las lenguas y de las camisas de Kevlar.


*

Foto del autor


De amor y cianuro!

No me llames a tu casa, en tu mansarda,
girando – como un atolondrado girando! –
los botones de la estufa,
            para deshacerte de una vez por todas
de los aullidos de viejos lobos del horno,
            de su pelaje mudado,
            que te crece sin cesar sobre los brazos,         
            la noche, como los furúnculos, mientras apagas
los cigarrillos profundamente en tu carne.

No me llames a tu casa, en tu mansarda,
hendido – como un atolondrado hendido! –
entre las barras de la cama,
en la puerta, bajo la bota,
            tu tibia y tu peroné
– las escucho crujir en mi móvil –
            como si hendieras
            el viejo fusil de caza de tu padre,
demasiado pegajoso para que puedas cargarlo de nuevo,
            después que se volara la tapa de los sesos
                        y, teniendo espasmos, rompió tu puerta
                                                                       a patadas.

No me llames a tu casa, en tu mansarda,
                                               puesto que iré!
Y me arrancaré el corazón del pecho,
            lo cortaré con los dientes
            y lo rosearé de sal
                        extraída con una pica
                        de mis glándulas lacrimales
            y lo arrojaré
como uno arroja una piedra de amolar,
para que parta tu tibia y tu peroné,
                        – en menudos trozos! –
para que amontone profundamente en el horno
                        tu soplo de amoniaco
y para que hienda por siempre
                        tu cabeza de bestia salvaje!


En la trampa de las narices


El alba es una mujer
            que rompe tus ventanas con sus senos
            – rojos son sus pezones
                        que amamantan a los vagabundos…

Ah, se escucha sonar la hora de la caza…
(Malditos sean Vlachka y su Teleorman!)

Prepara el descenso, la incursión!
            La trampa para los invitados!
                                   Tiendo los lazos!
            Salpica tu rostro de sangre,
            como si tus arterias corrieran
            las máscaras africanas de las noches sin sueño!
Atrapa sus zorros rojos en la trampa de las narices!

Y, primero que todo,
prepara el descenso, la incursión.
                                   Incluso si nadie viene.
El alba – cuando la soledad
            te parece ser un cerebro cuajado sobre los muros.


La camisa de kevlar


Ensartas largo tiempo la camisa de las paredes,
así como otros lo hacen con la camisa de la muerte.

Sí. Ensartas cada día la camisa estrecha de las paredes,
                        los sabuesos volantes de las persianas.

Los muros, los muros – los amigos, los enemigos,
el dulce retardo, sus bolsillos rotos,
sus delgados tobillos de yeguas, los frambuesos,
            la bomba que los irriga vigorosamente
            de lo recóndito de tu corazón,
            como de un filón de zurullo,
las fugas que enviscaban hace poco sus cabellos,
las plantas de los pies donde dejaban sus pesadas huellas,
las manitos de los homúnculos
            con las cuales ellos te aprietan contra su pecho
y untan de jabón, dulcemente, el nudo de tu cuerda,
            siempre los mismos, siempre próximos,
                        como si ya durmieras
                                   en alguna parte, bajo tierra;
hacen tintinear la campanillas de la ilusión;
            su ruido – temblando –
            como el del cañón de un revolver
                                   chocado contra los dientes.

Te despiertas la mañana y ensartas la camisa de las paredes.
Te acuestas la noche y ensartas la dulce camisa de las paredes.

Traducciones de Myriam Montoya


*

Linda Maria Baros (Rumania/Francia). Nació en 1981. Miembro de la Academia Mallarmé y ganadora del prestigioso premio Apollinaire, ahora defiende la causa como secretaria general del jurado. Linda Maria Baros, como enfatizó Lionel Ray, es una "poeta extraordinaria", cuya "obra magistralmente osada que sorprende, tan impredecible es, tanto imaginativa como aguda al tiempo".

Autora en lengua francesa nacida en 1981 en Bucarest, Linda Maria Baros ha publicado seis libros de poesía, incluyendo El libro de los signos y de las sombras, 2004; La casa hecha de máquinas de afeitar, Premio Apollinaire 2006, reimpreso en 2008, La autopista A4 y otros poemas, 2009 y El nadador sin huesos. Leyendas metropolitanas, 2015.

Sus poemas han sido traducidos y publicados en 31 países. Paralelamente ha escrito dos obras teatrales, así como dos estudios literarios y ha traducido cerca de treinta libros.

Linda Maria Baros obtuvo un PhD en Literatura Comparada de la Universidad de la Sorbona. En París, donde vive, es secretaria general del Colegio de Literatura Comparada, directora del Festival franco-inglés de poesía y editora en jefe de la revista de poesía internacional y arte visual La Traductière. En 2016, fue elegida reportera general de la Academia Mallarmé. 

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Actualizado el 10 de junio
Publicado el 21 de febrero de 2017

Última actualización: 04/07/2018