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Crónica poética de un Festival en Medellín:

Por: Mónica Lucía Suárez Beltrán

El silencio pleno de la escucha

 

Se escribe un poema colectivo: el texto en blanco es un cerro ancestral que converge en un teatro a espacio abierto. Tejemos con voces un canto que se escucha en árabe, ruso, inglés, húngaro, chino, francés, croata, mapuche, lenguas originarias, español; entre otros idiomas y dialectos. Es multifónico y, a su vez, resulta ser un solo abrazo entre los invitados y el público. Mujeres, ancianos, niños, niñas, jóvenes y hombres leen y re-crean el poema en el ritual sutil de la escucha plena. Es el silencio pleno de la escucha, que contiene lo que la naturaleza brinda de ambientación para fusionarse con los sonidos de la lectura poética. Tendrían que haber pasado 33 años para lograr ese silencio que ocurre también en los templos en que lo espiritual habita las montañas. Tendrían que ser 33 reencuentros en donde la confianza plena de la poesía dentro de la vida, en una ciudad que la reclama, surge efecto. Y lo son.

El poema tiene ritmo, no es estático. Entonces las personas de comunas y municipios caminan a su lado como una forma de movilización pacífica que ensueña un mundo mejor. Y avivan los versos con su afecto por la palabra. Tendría que haber un equipo de artistas que planean cada paso y creen firmemente en la transformación social a través de la poesía. Un equipo enorme, no solo por cantidad, también por lo grande de sus seres, por lo generoso de su andar en esta tierra dolida, dando un remanso a quienes se acercan a los recitales de manera consciente o desprevenida. Y lo hay. Todos cabemos en el Festival.

Cada lectura es una hermandad, no solamente porque los poetas comparten entre sí sus maneras de decirse desde la creación de su palabra, sino por la complicidad de traductores, presentadores, público y contexto. Los territorios son también parte del poema colectivo; no es igual leer en los lugares altos de la ciudad, que en los teatros, universidades o casas culturales. No es lo mismo Santa Rosa de Osos que Envigado, o Carmen de Vivoral que La Ceja, entre varios municipios visitados. Y, por eso, cada lectura es cuidada al máximo, los espectadores saben que todo se da en los tiempos previstos, que los pasos andados para llegar a cada sitio valen la pena. Los poetas se conectan con sus lectores y los territorios, porque hay una sensibilización de la memoria, un recorrido previo que permite conocer los espacios, las tradiciones, la oralidad y el alma de cada uno de los 90 actos. 

El poema tejido también se comparte con aprecio, por ello, se enseña en escuelas. Tendría que crearse un proyecto gigante, como Gulliver en sus tierras naufragadas, para acoger chicos y jóvenes en la posibilidad creativa de la palabra dentro y fuera del aula. Y se ha creado.

Este tiempo de julio se dedica a la construcción de una cultura de paz, una pedagogía poética y la visibilidad de nuestro país ante el mundo. Tendría, además, que existir un Movimiento poético Mundial con poetas de los cinco continentes, para ser y hacer de la poesía un Gran país mejor para todos, llamado Universo. Y existe.

Estar acá no es lo mismo que narrarlo. Decirlo es poco, porque hay un lema que se canta en los compartires cuando nos cruzamos en los salones, en los pueblos. Nos miramos  con el sosiego del silencio pleno de la escucha, quienes vinimos al Festival Internacional de Poesía de Medellín, y proclamamos: la poesía permite la migración de la muerte a la vida. 

Medellín, 16 de julio, 2023

Última actualización: 11/04/2024