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Ledo Ivo (Brasil)

Ledo Ivo en el Festival Internacional de Poesía de Medellín
Memoria Fotográfica del Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Ledo Ivo
Traductor: Stefan Baciu y Jorge Lobillo

 

Asilo Santa Leopoldina

Todos los días vuelvo a Maceió.
Llego en navíos desaparecidos, en trenes sedientos.
En aviones ciegos que sólo aterrizan al anochecer.
En los estrados de las plazas blancas pasean cangrejos.
Entre las piedras de las calles escurren ríos de azúcar
fluyendo dulcemente de los sacos almacenados
en los trapiches
y clarean la sangre vieja de los asesinados.
Luego que desembarco tomo el camino del hospicio.
En la ciudad donde mis ancestros reposan en
cementerios marinos
sólo los locos de mi infancia continúan vivos a mi espera.
Todos me reconocen y me saludan con gruñidos
y gestos obscenos o ruidosos.
Cerca, en el cuartel. La corneta que chilla
separa la puesta del sol de la noche estrellada.
Los locos lánguidos bailan y cantan entre las gradas
. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Más allá de la piedad
el orden del mundo brilla como una espada.
Y el viento del mar océano inunda mis ojos de lágrimas.

 

 

LOS ANDAMIOS DEL MUNDO

 

Mi vida es como una ventana abierta sobre Asia.

Profeso lo imaginario y, en este rito,
renazco al contemplar lo inexistente
que brilla a la luz de mi trópico de agua
como esas islas ficticias que no se ajustan a las horas triviales de los navegantes.
Tierras jamás nacidas, horizontes pensados.

Los países son hipótesis de secretos
que aparecen y desaparecen, ante el asombro de la Tierra.
Inmóvil o caminando, veo siempre los polos
con sus rápidas lluvias y sus esfinges entre andamios,
y principalmente, amigos míos, con esa atmósfera de última estación
que inquieta a todos los que nacieron en el centro del mundo.

Además de mis párpados, donde mi pensamiento es de sal
como si una lágrima lo hubiese mojado,
habrá un país claro y perfecto, de dulce talle
como las piedras femeninas de la noche.
Oh estatuas solares, abatidas por el peso de tantas flechas…
Veo una flor, absurda como la vida.

Donde el agua canta dormida, otrora nidos de coral,
Allí te veré nuevamente,
Desolada vida, en todo semejante a los desiertos reales.
Invención sucesiva de mí mismo,
Oh días, fieras domadas, oh días de mi vida,
sumidero donde me sumerjo, incógnito.

 

 

 

LOS PIES IMPACIENTES

 

Como los pájaros a la noche, prescindimos del cielo
que no ofrece nidos en la oscuridad.
La tierra dulce y maligna es nuestro paraíso.
Las sábanas que nos cubren son cárceles floridas.
Borramos los caminos. Ocultamos las colinas.
Nuestros pies impacientes ahuyentan a las estrellas
que insisten en caer sobre nosotros.

 

LA TEMPESTAD

 

Para que los castaños puedan florecer cayó esta lluvia
que apagó las estrellas empantanando los caminos.
Agua y viento derrumbaron viejos portones,
rompieron tejas, curvaron árboles, suprimieron cercas,
desalojaron abejas y avispas,
expulsaron a los pájaros depredadores,
y el gallinero es un cementerio de pollos amarillos.

Esta es la ley del mundo: relámpagos y rayos
antes de la flor y el fruto.

 

EL AMANECER DE LAS CRIATURAS

 

El día se hace
de casi nada:
un desnudo seno
entre los párpados.

El sol que irradia
y la luz encendida
en el rascacielos
que la aurora lava.

La mano incierta
deja en la rosácea
carne dormida
el gesto equívoco.

Todo es lila
en la luminosa
y vana heredad.

En el día infinito
tesoros nacen:
torcidos, redondos.

El pan en la puerta,
después la leche,
y el erguir de los cuerpos.

 

EL REGRESO

 

Ahora que te fuiste es que vienes
más visible que nunca.
Me miras tan de cerca que me estremezco.
En tu mano ya no traes el juguete.
Ni siquiera viniendo de tan lejos,
sobre las estrellas, del sordo espacio sin ángeles,
recobras la vieja deuda
anotada en el álgebra gris.

Y fue necesario que atravesaras velozmente los cielos posibles,
cruzando los acueductos de lo Invisible y plazas donde no retumban
                                                     los populares tambores de la vida,
para que regresaras así, sin guardapolvo, en el día
                                    claro que la noche no oculta,
con la espantosa novedad de que aún estás vivo
con tus anteojos, tu calva y tu maletín
Yo pensaba que los muertos no regresaban
y sin embargo aquí estás, radiante y pobre.
¿Qué vienes a husmear, viejo curioso? ¿Qué quieres decirme humildemente,
tú que te transustanciaste en todo y en nada
y reíste de la mentira de los abismos?
¿Y por qué te pusiste tu mejor ropa
si no vas a salir más los domingos, y sólo resurges
como claridad del día calcinado?
Tú, que nada dejaste, regresas lleno de todo
y me sonríes con tus manos vacías.
Vuelves de pronto. Igual que cuando
llegabas de tus pequeños viajes
y era como si hubieses recorrido el mundo.
Yo sabía que no cambiarías. Ninguna muerte
te haría intocable, intransitivo, abstracto.
Por eso vienes, y luego te reconozco
como si, invisible y cansado, volvieras a casa.
¡Con qué prisa volviste, y cómo tienes
tantas horas marcadas!

Tu aparición me sorprende.
No esperaba tu visita. Te creía muy lejos,
entre bosques de sal, allá donde el dolor no llega
y nadie siente frío en el invierno perenne.
Pero lo importante es que volviste, desmintiendo
el equívoco de creer en la desaparición de los muertos.
Y mientras me contemplas, leo en tus ojos
el intangible legado de tu duro
amor sin lágrimas.

 

RETRATO DE UNA ALDEA

Es apenas una aldea de pescadores junto al mar.
Los naranjales se iluminan al sol.
En el verano las naranjas caen maduras en los arenales de la playa,
uniéndose a los cangrejos y a las conchas
mientras que los niños se aventuran al mar
y las mujeres van a buscar agua, con sus latas en la cabeza.
Hombres, escenario y animales se integran al aire de la mañana.
Antes de que hubieran descubierto la redondez de la tierra
esa aldea existía, con su iglesia y su cementerio,
los artesanos mirando el océano, la cal de sus casas,
y su aire que llena las flores y los patios bajo la nieve.
En la noche las parejas se aman gravemente, sensibles al deber
de procrear nuevas figuras para el paisaje.
Del mar, los hombres sacan el sustento, cavando las olas con las
Redes, que al anochecer extienden en la playa, al momento preciso en
que, junto a rígidas puertas, las mujeres jóvenes dejan de hilar.
Los niños se aproximan a ver los frutos del mar
y miran las estrellas marinas y la agonía de los peces, que
en los platos se unen al aceite, al vino
y a las conversaciones familiares.
Es una aldea con sus cabras sobre colinas de piedras.
En la noche bajo las constelaciones,
no se ve ni el mar ni los olivos.
Una lámpara cerca de una ventana, ilumina la sala.
En torno a una mesa, una pareja de viejos duerme,
un hombre canta y bebe vino y una mujer joven
ofrece a un niño la dádiva de un seno desnudo,
un seno bello y antiguo como Europa.


EL SOL DE LOS AMANTES

El oficio de quien ama es ver
un sol oscuro sobre la cama,
y en el frío, nacer el fuego
de un verano que no dice su nombre.
Es ver, constelaciones de pétalos,
la nieve caer sobre la tierra,
seda del cielo, aire de silencio
que nace entre dos espaldas.
Es morir, lúcido y secreto,
cerca de tierras absolutas,
de ese amor que mueve las estrellas
y encierra a los amantes en un cuarto.


PRIMAVERA REAL

Como quien vuelve siempre de un entierro
o se sepulta vivo en pesadillas,
así me siento unido por los hombros
a las legiones de los hombres sobre la tierra.
Debajo de mi sueño, fluyen ríos.
Cruzando puentes de acero, se van las aguas
y la vida se queda sin balsas.
Mundo de transición, sangre resbalando
en las piedras, muerte anónima en las calles,
piso de siglos, monte de cadáveres,
oh mordaza y cadena, grito y bomba,
la soledad se rompe como un dique,
y en el campo por donde marcho se yerguen sombras
que desconocen el exilio.
 


Levo Ivo (Maceió, 18 de febrero de 1924 - Sevilla, 23 de diciembre de 2012). Publicó los poemarios: As imaginacoes (1944), Ode e elegía, (1947), Acontecimiento do soneto (1948), Ode ao crepúsculo (1948), Cántico (1949), Liuguagem (1951), Ode equatorial (1951), Acontecimento do soneto e Ode a noite (1951), Um brasileiro em Paris e o rei da Europa (1955), Magias (1960), Uma lira dos vinte anos (1962), Estacao central (1964), Finisterra (1972), O sinal semafórico (1974), O soldado raso (1988), A noite misteriosa (1982), Calabar (1985), Mar oceano (1987), Crepúsculo civil (1990). También ha publicado varias novelas y ha traducido a Dostoievski y a Rimbaud al portugués.

Última actualización: 04/11/2021