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Juan Diego Tamayo (Colombia)

Por: Juan Diego Tamayo

 

Tormenta

Como el caballo que no se deja domar
el fuego resiste al viento
diminutos lirios cubren los ojos
del hechicero que prolonga su sueño
en el río
el bello flautista evoca las danzarinas
el agua se detiene en sus hombros
y el pájaro de aleluya festeja
los límites del cielo
pequeña estrella salvada de tu
destino
prófuga en el sueño de los hombres
repites tu furia interminable.

 

INVOCACIÓN

 

Vuelvo al antiguo paisaje
de mis visiones

Al sacramento de la verdad
extendido en mi boca
como un mar lejano

Apresurado por el encuentro
la vastedad del tiempo
me detiene en sus brazos

Perdido en el asombro
me inclino
ante la imagen

Galopo un caballo ciego
poseído de luciérnagas

Llego al nacimiento
que mi voz reclama

 

ENCUENTRO CON WILLIAM BLAKE

 

Veré a William Blake

como la tormenta en sus paraísos de fuego

Me dirá que la manzana es más sabia
que las palabras
pero éstas hacen de la manzana
el sol que ilumina los verdes prados
Allí donde irás a perderte
en la grieta del canto del grillo
eterno condenado
a cantar el verde en el verde
como nosotros cantamos
el primer latido del universo

 

Veré a William Blake
brillando su escudo de amapolas

Buscando sus labios
me dirá que Dios
sintiendo la necesidad del silencio
dio comienzo al canto

Los Ángeles fueron notas musicales
en el paisaje
abriendo su partitura
como el pájaro descubre el alba

Desde entonces
la respiración líquida de la tierra
perfumó la flor
que ahora nos une en las visiones

 

SEÑOR DE LOS RELÁMPAGOS

A Monsieur Guillaume

El oleaje marino anuncia vientos de furia

y todo es visible en el corazón celeste.
Relámpago que trae uniones
bajo el murmullo de los dioses
que te consagran el “De Angelis”.

¡Oh! Viejo señor del fuego blanco
y la tristeza sumergida:
cruzas la noche con la risa del corazón
y el temor del cuerpo visitado.

¡Oh! Viejo señor que lees el cielo
en los relámpagos que te prodigan
el secreto de las lágrimas:
el hálito de sus voces te llama
en la agonía de las estrellas.

¡Oh! Viejo señor que persigues
el compás agitado de los bosques
anunciando el temor a la oración
donde todo silencio es verdad
y delirio sostenido.

¡Oh! Viejo señor:
si supieras cómo canta el sinsonte,
cómo su trino asegura la permanencia del viento;
lo hechiza para tus estrellas
que siguen en fuga por el cielo,
cuando hundes tus manos en el lago
y en ellas queda el resplandor.

 

¡Oh! Viejo señor:
qué harás con tanta luz,
qué harás con tantos sueños tímidos,
qué harás ahora que el amor está cerca
y tú te alejas con tu luz
para liberar los pájaros
del eco misterioso de la noche.

¡Oh! Viejo señor que te acercas
escuchando el diálogo
del fuego con el madero,
y llevas ese destello por antiguas calles
buscando un jardín para enterrar tus miedos
y contemplarte luego en el sueño de las flores.

¡Oh! Viejo señor:
las estrellas te llaman.
Te buscan por el confín celeste.

Se abre la puerta
donde te espera el piano
en la celebración profunda de tu ángel
vestido de relámpagos.

¡Oh! Viejo señor:
la mirada del ojo rojo
cae en tu risa.

 

A UNA CIUDAD




I

El reloj resuena
rosa negra sobre mantel rojo
observo
seguir adelante
los huesos se quiebran
en la niebla
un recodo de sangre

única convergencia la sangre
flor del pensamiento

V

Hilos que habito
hilos en los que tiemblo
hilos sólo hilos
para hilar la risa
el viento
el tiempo
hilos
fibras del sol
recorriéndome
me envuelve en frases ascendentes
en ríos de espuma salobre
en tiempos imantados
tú hilvanada sombra

sumerge tu mirada de rencor
tus aves de plumaje sangriento
tu soberbia de amo encadenado
deshila las ataduras del cariño
de la palabra a la carne
del rencor a la claridad
tu hilas el mundo
con el hilo del que estás tejido


VI


espacios silencios ritmos
fisuras de la palabra
intersticios de la luz
teje otra imagen de lluvia
todo el mundo tañe desde antaño el
espíritu
trompetas alambicadas
son el único sello
con el que se puede jugar
jugar como un juego de espejos
en la caverna de las palabras
silencios ritmos
más oscuros que los dichos anidan en las palabras

la escritura se engendró en las cavernas
es un descenso
y aún la imagen de la noche no cifra su final
todo allí se hila
confluye pues más misterio se hace
en su silencio de sentido
su sentido
la letra
la llama
el brote de mil vocablos
que divide tempestad y sol
abrigo y ausencia
en su silencio
el centro indefinido
la orilla de la música en el balbuceo
sentido
mis rayos de ocarina te engendran
te repliegas en el pasto
como una oruga que conquista la hoja
mis arañas de la melancolía te reconocen en el pozo
del no querer nada ni la nada
te abres
festín del verbo
te abres sentido
al sin sentido
que señalamos
enigma

Del libro Inédito A Una Ciudad. 2002.

 

 

DE LA TEJEDORA

Mientras tejo, canto. Mi vida ha sido tejer a cada hora y a cada instante. He tejido el follaje de los bosques en las noches más sombrías y caóticas. He tejido la gracia de las olas y en sus crespones me he demorado más que una mala sentencia. He tejido palabras que refulgen como diamantes de ignotas bailarinas. Mi vida ha sido tejer. Y mientras tejo canto la dicha y la desventura de los hombres. Canto el nacimiento de las cosas: del agua, de las piedras, del fuego que en su crepitar me acompaña haciéndome coro. Canto para no olvidar el porqué de las cosas. Y mientras canto tejo y destejo el rumbo de los marinos, los avatares de los guerreros, la penumbra que palpa el ciego. Mis manos se llenan de hilos multicolores para tejer el arco iris. Mis manos se enredan en la trama de los días que viene con su luz de primavera. Y cuán difícil es tejer la lluvia, la que así mismo repite mis canciones que arrullan hasta alcanzar el más plácido de los sueños. Hilo y urdo la trama finísima. Represento historias sobre la tela. Admirable es mi arte como admirable mi canto. De mi telar cuelga la aurora y sus colores que agradarán la mirada de los hombres. Esta noche mientras canto como el murmullo del arroyo espero terminar de tejer una estrella. El cielo no admite los vacíos. Mientras canto bordo los amores de los dioses y de los hombres. Represento la trama humana y divina y por entre mis manos la celebración de la ventura y sus desgracias. Tan arduo me ha sido tejer la sangre de las batallas como los besos de los enamorados. Soy la tejedora. La que con sus hilos urde la trama de la vida. Y mientras canto tejo y destejo el silencio de la incertidumbre. Hilo palabras que como ramas crecen hasta el más allá. Cuán grato me ha sido tejer la ceniza, el canto de las aves, una hoja temblando en la tarde solitaria. Cuán grato que mis hilos aviven el resplandor del mar en la tarde. Hilvano ahora mis recuerdos. Bordo la memoria de mi ser. Mientras tejo, canto. Soy la tejedora. La filigrana del mundo. Espero no dar nunca la puntada final.    

 

DEL ESCRIBA

 

Mientras escribo me escribo. Soy el que ha gastado horas eternas con la tinta de la noche para dejar en el papel del día la memoria de los hombres. He escrito sobre el desierto y cada punto final es un grano del mismo. Líquidas han sido las letras que del mar hablan y de angustia cada vocablo cuando del olvido se trata. Algunas veces soy la grafía distante que juzga. Otras la letra que enaltece el amor. Casi nunca la que al hablar de lo justo se trata. En mí están todos los alfabetos y he ensayado horas enteras complejas caligrafías que me traen de incógnitos pueblos. Con sangre he escrito sobre cruentas batallas. He celebrado el triunfo de la muerte. He celebrado con la savia de los árboles de primavera la consagración de la vida. Soy la grafía estelar. La grafía de tantos y tantos tiempos  que ya en ella me pierdo. He escrito epístolas de dolor, de rechazo, de sentencias. La más de las veces mi mano tiembla. En algunos momentos mi mano se solaza con lo que escribo y me siento como si acariciara una paloma perdida. He dado orden a obtusos pensamientos. He reordenado los astros y sus movimientos. He asistido a la asamblea donde hombres confabulan contra otros por el poder. La muerte me dicta también sus arbitrios. Oficiante de antiguos alfabetos soy en esta habitación en penumbra. Sólo el candelabro me acompaña y con su luz escribo un horizonte mejor para las generaciones futuras. Escribo ahora, poseso de las sílabas, escribo sobre la piedra del sacrificio. Así la escritura. La letra que me acompaña pule mi sangre como si de un diamante se tratara. Escribo con sangre, con la misma que he visto correr, como ríos de tinta, en las batallas, con la misma sangre que le he arrebatado al ocaso malva, con la misma con la que pondré punto final a estos folios con los que escribo mi vida.

Del Libro Inédit : De Ceniza y Olvido. 2009

 


Juan Diego Tamayo Ochoa. Medellín, 1968. Licenciado en Lingüística y Literatura (U. P. B). Magíster en Filología Hispánica. (Instituto de la Lengua Española de Madrid). Ha publicado el libro de poemas: Los Elementos Perdidos ( Poemas. 1986- 1998). Cofundador del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Ha sido invitado a diferentes Festivales Internacionales de Poesía. Ha realizado diversos talleres de poesía y apreciación poética.
Poemas suyos han aparecido en las revistas especializadas de poesía: Prometeo, Misterio Eleusino, Imago, Punto Seguido, Isla de Barataria…Tiene inéditos los libros de poesía: Palabra Espejo. Trazas del Bosque. A una Ciudad. De Ceniza y Olvido.

Última actualización: 22/06/2021