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Silvia Guerra (Uruguay)

Fotografía tomada de el Diario El Clarín

Por: Silvia Guerra

 

Busca entre las zarzas tu enemiga
búscala y elígela despacio
la roja morada negra Mora
espérale el negror al justo punto
estando quieta mírala crecer
Madurar de su Sangre y Allí cuando esté en el momento coloreada ya apenas
se muevan las hojas espinosas con la brisa
baja tu cabeza hasta la zarza
pon debajo de su fruta tu boca hecha de aguas
y aprieta su pulposa Negrura entre los dientes.

 

loba negra

Anhelo La bagatela de los pies enfundados y turbios la bagatela de querer o no querer el miedo entre los terrones de una florida tierra. Salir de este tramposo maleficio con el canto del hacha, abrir el día. La circunspecta puerta de parodia partirla en dos hacerla añicos. El filo de costado la mansedumbre del querer perverso entre los tules el dedo que ligero traza del manantial lo quisquilloso. Brillar desde esa pequeña correntada. Atravesar del campo lo compacto del silencio lo oscuro de la trampa desde ese lado, estar.

 

Animales del mundo

La arcada por escote. Gime y dime dónde. Bajo cualquier sospecha bajo los disminuídos copos bajo la brisa aleve que cae del Desde, que cae como el aceite que escanceaban los brutos, en el patio del cuento. Así curados en el barro de su tinta, así en quietud que permanecen y parece no altera su apariencia de camastro, su apariencia de ser. Dime por qué. La fibra nerviosa que tú viste en la ingle que viste que fulgura incandescente. La línea que el pez sigue del cardumen, esa tampoco alcanza entonces dice: oso. Oso por animal por pelambre profunda por animosidad al siglo que atempera. Oso, por piel que el invierno no pesa, sobre carámbano pendiente, sobre cueva inmantada de azuleno que ingrata desvaría y se pierde en lo blanco, entre lo blanco. Parecido de mí. Parecida la luz el nervio que lo enciende parecido el filo que levanta el tendón, y ahora dirás la mojadura de esa nube y ahora dirás ¿ de quién? siempre por verse, mientras en el patio se prepara una liturgia se esconden los amantes el aceite los fueros en legajos las leyes en paquetes de yeso, se esconden los ladrones, la misericordia en platos llanos de lata ennegrecida. Así, guardar la lluvia, la arrastrada penuria de seguir, el tiento entre los dientes la supurante cara, ir el polvillo del agua por el pelo y la transpiración de la partida del dolor de salir el aceite que inunda el intersticio y tú llorando maldiciendo pingajos cueros de lagarto y mulas. Mulas a los flancos entre los brazos largos entre los montes que perfumes exhalas y decir; de ahí no me llevo. Montes y matas que no se diferencian y está la diferencia en el terciar, de amor ingrato. Y está la diferencia en la distancia rapaz por convergencia aro por verse reptil en la codicia, lujuria del mandril por liso acero si en la entrega la muerte se volverá infinita, mandril alcoba carne de la tullida. En el plato de lata la sobra de la dicha resplandece.

 

Antes, después

Avenir de lo oscuro, oscuramente un golpe, sordo en lo
Abreviado de alrededor que llega: como un mar, como verso, como
Recuerdo antiguo y propio, como olor de la infancia.
Y el color que lo invade, siempre invade entre intersticios
Del tiempo en la tez en el aire, en las ínfimas
Líneas que circundan los ojos. El color del otoño
desaprensivamente, la mano por la espuma ante el diluvio.
Así la mar se torna en femenino oceánica y los barcos
Nocturnos sobre el capote de la sombra crecen se agigantan y
Tratan de hacer visible algo en el recuerdo de alguien,
Se esmeran por llegar por llevar o traer, sólo en los filos laterales
Del viento
Se vuelve a gota, a primera inocencia.

 

Cloto

Afuera, en el cóncavo espejo que es Ahora
un fino entretejido se suspende: alguien
habla de dos, otros de cifras que son inmensas cantidades.
La ascendencia se pierde en estratos
que no tienen demasiada importancia.
Se nombran los caminos los pazos los pequeños jilgueros.
Se camina sonriendo por la empinada cuesta
con las botas sucias del barro del camino.
Se llenan los carrillos los rojos los sonrientes
de un aire
que ahí arriba se dice que es purísimo.
Y se habla de la guerra. Del color de la guerra.
Y aparecen los muertos, en fila, con el plato vacío
me preguntan algo que no entiendo, no entiendo que me dicen
no entiendo que hago ahí, por qué me siguen.
Y yo no sé que hacer, y ellos tampoco.

I

Como borde, bordar este tramado
Todos los días un poco, un poco más gotea
arma la rama, nido entrama
sobre el hilado que se extiende
no sutura. Pero no, viene de fuera.
De dentro viene enrevesando trama
hay que entender que inunda
que golpea las paredes, que resiste.
Hay que entender que gime que se rompe
que heroico es hacer del ánima brocado
que se expanda, y lo demás dejarlo
Como olvido
Como distancia, entre lo posible
y lo inherente.

II

Inclina oscura testa de alado halo rodeada
y empieza la tarea, que es ardua
de vegetal acuático y profundo.
Hila, con la cara de otra
traspasada. El cordero se mueve, se retuerce
avanza, sobre un plano verde
pradera natural entre pestañas.
Cree. Cordero cree que puede
estirar el hocico, morro, pasto cree
O no sabe
O confía.
Bailan los osos turbios con caretas enormes
al gozo de la llama y por la cuerda
que rítmicamente
otros, azotan contra el piso.
Bailan los osos balanceando sombra
gozo, para que los niños rían.
Y el cordero, que espera.

Finos dedos de seda
hilan, la bolsa de mercado.

V

Volver
a la condición de perro
inapresable, de pelaje lamido
de matadura rosa. Decir Nada
Resume. Decir la lengua mía
deshaciendo sustancia pegajosa
chocolate trufado. Una lengua
que aquí venga con la condición
terrosa del olvido en sordo resplandor
El maleficio. Vidriado ojo
que atravesado de placer percibe la roja curvatura
el anzuelo sangrado la enardecida linfa
y una vez más la cera, líquida inflamable
espesa que se cuece.

VI

La vela que gotea sobre el mantel bordado.
La piel, pétalo sobre la fuente abandonada.
A un hombre le sangra la nariz rota de un golpe
en un ring de suburbio,
con las paredes húmedas
pintadas de naranja. Una mujer se levanta de una sala
a la que no habrá de volver dejando atrás
la infancia y la muñeca. El racimo y el sueño.
Y no haber nadie
Nadie que espere en ningún sitio.
Apenas si se barren los restos de la cena.
Apenas si se nombra el porvenir.
Apenas el ala violeta del sombrero.
El tacto, apenas.

VII

Nada la sombra.
Nada el inquietante punto transbordado
moviéndose. Alejada del plato y del ruido
del hambre, de la noción siquiera
de carencia.
Creciendo desde un nódulo de atrincherada madera
verde y populosa temblando desdice coyunturas
corre por un tronco más o menos liso y pide agua
miel de palma
rebozo. Página dónde apuntar
olvido.
La costa varía apenas un poco cada día y transforma
los dibujos en la arena. Y es tan frágil la línea,
y tan azules los ahogados.

VIII

Podría ponerse en contra de la luz, del ventanal
para un juicio final, para el ocaso.
El ocaso en jirones de rosado cielo recortado
de dorado perímetro silente
para un incendio oscuro y agobiado.
Y nada se verá. Ni se sabrá tampoco nada.
Ni hoy ni mañana ni nunca.
Todo permanecerá como hasta entonces,
como hasta el entonces en que un loco
director descubra, levantando la tapa de otro seso
el roto cardenal, el silente ejercicio
la incesante paradoja de descomposición y olvido.
Y filmará entre aullidos
escena tras escena
como no fueron nunca en realidad
en esa recortada realidad de los hechos
transidos, fragmentarios.
Y estará ardiendo, mientras tanto,
el siempre ardiente
oscuro
corazón inadvertido.


Silvia Guerra nació en Maldonado, Uruguay, en 1961. Es una firme activista del intercambio poético y una presencia frecuente en recitales de poesía. Ha publicado, entre otros libros: De la arena nace el agua (1987), Idea de la aventura (1990), La sombra de la azucena (2000), Nada de nadie (2001),  Estampas de un tapiz (2006). Ha recibido el Premio Municipal de Poesía Categoría Inéditos, 1991-1992; y el Creativity prize. Naji Naaman’s Literary Prizes 2016, otorgado por la Naji Naaman’s Foundation for Gratis Culture, de Líbano, 2016.

Última actualización: 23/11/2021