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Eduardo Espina (Uruguay)

Eduardo Espina en el 18° Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Eduardo Espina

Momias

(Morir entre comillas)

En la invisible inmensidad
del tiempo y de todo les toca
el calor de cada cromosoma,
la cuna que trajo cuanto quiso.
Saben de más venganzas, del
cielo que ha sido demasiado.
(Quietas, calladas como ellas:
es el silencio lo que confiesan)
Dentro de la inmensa morada,
lo mismo la lamia que la hurí.
Ah la unión de los nacimientos,
blancura de holgados brocados,
seda somnolienta para librarlas.
Cabe la verdad que las venda.
Fijeza ni velocidad se les vio
cuando a solas por la cripta,
la piel o algo peor añorando.
La nada que nunca llegaba.
(Quedaron envueltas
para que la muerte
no las hiriera)

 

El tiempo en lo que llega mañana

(Con Ludwig Zeller en Oaxaca)

El rumor a helar los rabos a lo largo
del lugar, ánimas de mutua cantidad
anteriores a cada huella que tendría,
(la vida tan dentro, la visión sabida)
cuando más que deseos para sí decía
en desaire de cielo la solución de los
abisinios por la cripta del ojo a dejar
además del modo resplandeciente de
la anguila hacia la isla del comienzo:
todo dividido en la gradiva por durar.
Pero en tal atalaya donde los tullidos
huían inquietados a quitar su cadena
de cadmios amenazados por osadías,
se iban olvidando del alba varada a
un costado, de casi hadas en la edad
airada del error que a lo hermoso de
muy cerca y a lo bello también veía.
El fin a encontrarse con el principio,
la sorpresa con el ciprés en presente:
en la manera del ocioso no amanece
y la velocidad recorre algo recíproco.

 

Lo mejor de Magallanes

(Un poema estrecho)

Las crónicas dan cuenta,
astrolabios y silabarios,
cifras para no tener frío si
todo fuera como el fulgor.
La era manchada de arena.
En el hueco de la lágrima,
la balsa de un semblante o
vio el mar menos que esto.
Salvaban los ojos al alma:
la jauría de los pajarracos
pasando el azar a su ángel
lograba lo que otra vez la
belleza dejó que hallaran,
el loro sin resolver el lirio
y luego un lirón en lo que
haría al mundo disminuir.
Palabras como charque y
chinchulín, ñandú dudoso
por aquí y allí lo que tirita,
bicho, carpincho, piripicho.
Palabras que han parecido,
sitio, cenzontle, soluciones.
Va cansado a conseguirlas.
Día para quedarse en Leda.
Oh lo inusual del universo
a babor del contemplante:
había llegado tan lejos,
que al mirar para atrás
vio el horizonte
un día después.

 

La torguga de  Zenón

(En la quietud la velocidad duerme)

 

Lo íntimo atrae a la intemperie.
Rastro a ras de la escolopendra
y algo de logos en la caparazón.
A su paso piensan las paralelas,
viene el viento con un vendaval,
viene para que la vida no lo vea.
Feliz remordimiento de la razón.
Una rapidez tal cual la luna sale
mientras la sed decía no esperes,
sé de otros, no de ti ni tan ahora.
Anda, última alma del galápago,
que ya grazna el peso anacarado,
un país de piel aparte ya de otros.
Fue la felicidad del día indebido,
de cuál si entonces fueron todos.
¿Jueves? aunque digan, fue lunes.

Era más bien por aquel entonces.
El uso osado de la similitud hizo
a ciegas, lo que salva cedió a su
raza la tosudez de sentirse culta,
sacra en tregua por lo predilecta
dándole oportunidad al traspiés,
a la pata pobre con poco Platón.
Caso de poca longitud y ajetreo
a merced del ser acertado cerca
(cerca que parecía estar tan ahí).
Iba como quien va hasta la idea.
Iba bastante hasta sentir encima
de la sien músicas de velocidad.
Presocráticos a usanza la vieron
rodar entre sospechas enhebrada
a las breas que vaciaban su plan.
¿De alcurnia, igual al leopardo?
Huida del aire, casi tan solitaria:
lenta de oscuridades por el brío,
siguió hasta salirse del nombre.
Al detenerse, se sintió Aquiles.

 

El ahora ha de ser seguramente un lugar semejante (*)

(Las horas siguen como si nada)

  

La mirada hace decir a las palabras hablándoles al oído.
Aquí descansan mi padre con mi madre, cada uno como
ahora son, países separados por cualquier razón a ciegas.
Al llevárselos, el zarzagán no siguió un orden alfabético,
no terminaron sus cenizas en algún mar –hay uno a mano,
por si quisieran– sino bajo el mármol, mar hasta la mitad.
Sus nombres vienen del viento en noches como esta, en las
demás tienen la valentía de quedarse sin que el aire lo sepa.
El silencio les alcanza y sobra para no morir un poco más.
Como suele suceder con las horas elegidas por el infinito
cuando quedan para el final, la imposibilidad consuela
a quienes ha dejado fuera para hacerlos visibles.
Aquí descansan, ambos de una vez por todas.
La cuerda que los une no está hecha de seda..

 


Monólogo del fin al presentirlo: “Que pase el que sigue”

(Causas sin un único regreso)

 

No lo sabíamos (a esa noción nunca se va en puntas de pie).
Papá desaparecía en las definiciones, Mamá supo enseguida

que la suerte al terminar de nacer podría decirlo en cualquier
idioma, quedarse inmóvil hasta que el tiempo dispusiera de
palabras donde quedarse a decir, si es lo primero a tener en
cuenta cuando los días con sus horas seguidas huían a verse
al espejo de los demás manteniendo en vivo el nombre ante
imágenes cada una mejor que ninguna mientras fueran todas.
En aquellos años, el pretérito empezaba un día antes de ayer,
con el habla iba en esa dirección el árbol del bien y del mal a
menos que las intenciones ansiaran darle al sino otro destino.
El reporte médico dejaba la metafísica para explicar en parte
los pensamientos que con el cáncer acercaban la luz al vacío.
Si Mamá lo hubiese sabido, habría muerto antes de quedarse
más semanas, aunque supo desde el principio a la perfección
cómo respirar despacio, aproximarse al rostro de hace mucho
que por diciembre en la mente era otro mes aquel culminando
de menos a esto, o al revés porque está bien que el viento vea
de vez en cuando, viento al que solo el aire ha podido divisar.
Aquello no era poesía. Aquel mal a cuestas en las radiografías
no era la salud indudable como tanto antes el cuerpo nos había
dicho. Uno llega a esas verdades de fondo muy mal preparado,
habiendo aprendido de memoria que también el olvido al venir
a la vida recuerda, que el tiempo pasa hasta que al fin se ha ido.
Tarde vine a comprender la importancia de vivir para decirlo.
Enterrar a los padres es, como pasar por la infancia sin haber
estado para desconocer a qué anónima manera se debió la voz
hablando de todo, del pensamiento al ocupar tan poco espacio,
aunque no es cuestión de comprender sino de continuar hasta
que los años se sientan incluidospor algún panorama interior.
La vida dice que comprende, aprende a querer –de memoria–,
anticipa las simientes antes de entrar a la tierra en estampida.
Mientras traiga lo contrario, habrá que darle un empujón a lo
que siga cayendo, rodear a las lágrimas para entender la caída,
aunque no sé bien si deberíamos (vivir es haber tenido tiempo).
El resto va rápido, con una velocidad de boda robada a Zenón.
Entre el mal y el entendimiento la mente teme a los momentos
demasiado pronto como para poder pensarlo de un solo tirón.
El entendimiento, lugar donde nunca imaginé llegaría a estar,
hace preguntas para que el vocabulario hable sin tener miedo,
raras veces vence al sentido común diciendo la verdad a secas.
¿Cuál, la de los hechos, la de los datos debidos a la duración?
Eso cualquiera podría decirlo, mirar al reloj para saber cuándo.
De tarde fue, pues el verano tiene muchas, cuando un cadáver
de hombre entró al cuerpo de mi padre, con mi madre estando
pronta para poner a prueba la raíz cuadrada del drama y de los
predicados que en algunas ilusiones fueron desconocimiento, o
¿habrá querido la ignorancia que siguiera al resultado de largo,
al baldío donde las imágenes daban a las muecas la bienvenida?
Pregunta de cuánto podría ignorar a cambio de quedar perdida,
la vida debe a la voz su libertad entre ideas desacostumbradas,
se atreve a venir invencible al resplandor para sentirse visitada.
Todo eso como suele serlo fue pensado mientras salíamos con
el miedo y el amor de los muertos hasta poder detener los días,
a quien dijo que nadie se va de esta vida sin enterrar a alguien.
En el camino de vuelta vimos moscas, hasta álamos y limones
movidos por lo primero que pasara porque hasta el pasado pasó
por la vereda de enfrente comparando a la fe con una fecha fija.
Pensé en el aperiá oído entre (paréntesis), pero pensé también
qué fácil es jugar a desenterrar tesoros, qué difícil enterrar a las
razones por donde anduvo la niñez repartiendo arrepentimiento.
Anduvimos de voz en voz hasta que la tumba nos vio, fuimos y
huimos, de ida y de regreso –tal cual será– a la tierra horizontal.
Rumbo a la puerta de entrada, o de salida, eso depende, la tarde
pensó en seguirnos, aunque lo pensó muy poco: salimos, solos,
como ha de salir el sol hacia dentro al quedar abierta la ventana.
En un papel donde la soledad decía la verdad de a poco, escribí:
“es muy raro dejar el cementerio a la velocidad que uno quiere”.
Sin saber si habíamos ido, volvimos a casa para conocer la nada.
Estaba, como jamás volvimos a verla, maquillada para la belleza
hallada bajo la llovizna del rayo interpretado, nada sino la misma
nada aún de nadie ni por un día, de ninguno. Por no saber abrirle,
encontramos a la muerte preguntando, “¿dónde estará la puerta?”

 


Eduardo Espina nació en Montevideo, Uruguay, en 1954. Obtuvo su doctorado en Filosofía en Washington University en St. Louis, Estados Unidos. Ha sido profesor de Poesía Contemporánea en diferentes universidades de Estados Unidos y México. Publicó los libros de poemas: Valores Personales 1982; La caza nupcial, 1993, 2a. edición 1997; El oro y la liviandad del brillo, 1994; Coto de casa, 1995; Lee un poco más despacio, 1999; Mínimo de mundo visible, 2003, y El cutis patrio, 2004. Libros de ensayo: El disfraz de la modernidad, 1992; Las ruinas de lo imaginario, 1996, y La condición Milli Vanilli. Ensayos de dos siglos, publicado en 2003 en Buenos Aires por Grupo Planeta; Las ideas hasta el día de hoy (Montevideo: Editorial Planeta, 2013), ensayos; y El cutis patrio (Buenos Aires: Editorial Mansalva, 2009), poesía.

En Uruguay ganó dos veces el Premio Nacional de Ensayo: en 1996, por el libro Las ruinas de lo imaginario, y en 2000 por el libro Un plan de indicios. En 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía por el libro aun inédito Deslenguaje. Ha ganado las becas del National Endowment for the Humanities y del Rotary Foundation. Sobre su obra poética se han escrito tesis doctorales, y extensos artículos de estudio fueron publicados en prestigiosas revistas académicas como Revista Iberoamericana y Revista de Estudios Hispánicos. Su poesía se estudia en universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina, y sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, francés, italiano, portugués, alemán y croata. Incluido en la Enciclopedia Británica y en más de 20 antologías de poesía latinoamericana, entre ellas Medusario, del Fondo de Cultura Económica. En 1980 fue el primer escritor uruguayo invitado al International Writing Program, de la universidad de Iowa. Desde entonces radica en Estados Unidos donde edita Hispanic Poetry Review, revista dedicada exclusivamente a la crítica y reseña de poesía escrita en español.

Última actualización: 23/11/2021