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Miguel Márquez (Venezuela)

Clausura del 14º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Miguel Márquez

Neederlands

Amo a Holanda, a sus puertos rumorosos
y disidentes. Amo al arenque;
a la desembocadura del Rhin; a Leiden,
sencilla y suave como un sauce;
A Rembrandt, con humildad, con reverencia.
Y a esa dicha del ser, que es innombrable,
el paisaje de Delft (la intimidad
del hombre con los ángeles).
Pero sobre todas las cosas, amo
su voluntad de ser sobre las aguas;
su afirmación, contra el destino, de la vida.
Y toda esa historia de diques, de drenajes,
de ganarle al mar un día de tierra,
se me vuelve tan hermosa,
tan plena de sentido entre mis labios;
que al verte hoy, muchacha, de rubia,
de frondosa cabellera y ojos claros,
no sé que hacer con la abundancia,
con esta gratitud a un pueblo entero
que me ha permitido, gratia plena,
conocerte.

 

El esplendor y la ruina

A Buson

En ocasiones me seduce

el orden quieto de los muertos
estos cajones atascados en lo eterno
como una burla al miedo y al desorden.
No trastabillea la casa, no pasa el tiempo.
Los primeros gestos se mantienen inmutables,
y el rumor antiguo que nos tranquilizó una noche
resurge aquí como una vela al ángel de la guarda
(“todo está bien, duérmete rápido”).
La intranquilidad es parte de las sábanas.
–Al movimiento, ¿cuándo lo detendrá un soneto?–

Es grande el deseo
de quedarse dormido entre claveles.
Y sin embargo,
la inestabilidad de las olas,
los imprevisibles giros de la tierra
y el azar
en el esplendor y la ruina de este mundo,
nos permiten vacilar
ante los crisantemos blancos
(temblorosos)
un instante.

 

De los viajes

Cuerpo mío, ido en dirección
al punto y a las rocas
no busques a Odisea
en la divina Creta, no lo sigas.

Si te mueve el deseo de girar
en la órbita del luminoso astro
(de espaldas al dolor, seguro
en la serenidad de su voz
contra las inquietudes);
si te impulsa el afán de ser su luna
en el crepúsculo,
no hablarás con Tiresias;
bajarás al hades
como un niño silenciosamente muerto
en los brazos de su padre.

Según los pronósticos de Circe,
de seguir la perfección terrible
del cuerpo que imaginas más allá
de la muerte y el miedo,
despertarás la furia de Poseidón
y te ahogarás en sus mares.
Y no encontrarás a Penélope
Ni a Telémaco, ni a ti mismo,
en las negras profundidades del Egeo.

Ven, bajemos a la caverna
donde están tus lestrigones;
en esta tierra tuya, musgosa,
de excrementos, está el grito
y la piedra, colocada por la diosa,
para que divises Itaca algún día.

 

La carpa 

           Para la Negra Maggi
 

El arte de la perdida
tal vez consista
finalmente
en aceptar
que el trapecista
es español,
el elefante tiene gripe
y los monos
continuarán neuróticos. 

La perdida
usa lentes de miope,
aumenta los detalles,
y desnuda de virtud
la casa arde. 

Pero el arte
de veras nuestro
quizá sea ese cuarto
donde um mago preserva con mirra
las funciones
y da la bienvenida cada tarde. 

En esta trégua
donde el dolor de piel negra
da vueltas en la jaula
con una herida en el pecho.
En esta carpa
lo único
que nos llena de sentido
es ese acrobata
suspendido en el aire
y vamos con él
al borde del precipício
de un lado a outro de la cuerda
y rogamos
mano a mano
todos
las velas   los mecheros
para que no se caiga nunca
jamás

 
 

Inútil desvelo
 

El poema me evade como un preso.
Escondido
en algún pabellón del alma,
su gemido me despierta.
No logro encontrarlo
entre estos largos pasillos
de inútil desvelo. El poema
que se encarama en las paredes,
calcula el ir y venir del reflector,
los tupidos alambres, la cerca
de puas, los espías, los perros.
A estos anos
me he convertido en carcelero
No entiendo nada.
Vigi8lo por oficio.
Como él, apenas salgo
de este estrecho cuarto
contemplando los húmedos corredores
donde los bombillos
resplandecen y se apagan.
Estoy seco, alejado del mundo,
frente al televisor.

 

En voz baja
 

En voz baja,
cuando nadie los piensa,
surgen
de la negada arquitectura de la luz,
de la tácita hendidura que precede al vuelo
de los alacatraces,
de la necesidad convertida en piedras de Damasco.
Surgen
de esa entonación sin preguntas que recibe
a las pruebas palpables del asombro
ya la hundida paciencia de las cosas. 

El relâmpago del amor los estremece
y brota de la tierra un árbol. 

Viajan en buques grandes,
donde no llega el sol y es solo el rumor de muchedumbres
lo que escuchan viejo marineros del Báltico.
Apenas el malestar de la vida nueva los anuncia
y es preciso preparar el terreno a los chorros de sangre,
a la viscosa aparición de una promesa cumplida
que nos abruma con tristes cantos y adoloridas osamentas.
Las focas se llenan de arena y gimen, se quiebra el agua
de pupilas cristalinas, y una danza litúrgica hace del cuerpo
un animal sagrado, arrepentido, tal vez culpable.
Surgen los poemas en voz baja,
cuando nadie los piensa
y nadie tampoco los merece.
 


Miguel Márquez nació en Venezuela en 1955. Ha publicado entre otros, los libros: Cosas por decir, 1981, (Premio Fernando Paz Casillo, Celargo Arte 1982); Soneto al aire libre, 1986; La casa, el paso, 1991; Poemas de Berna, 1992; y Salvao em la penumbra (Mucuglifo, 1999), además Linaje de Ofrenda (2004). Ha sido incluido en diversas antologías, entre ellas Antología de la Poesía Venezolana, de Rafael Arraiz Lucca. Perteneció al grupo Tráfico. Su vida ha transcurrido entre los libros, como autor, corrector, editor y gerente de librerías. Pertenece al CONAC, Consejo Nacional de Cultura de Venezuela y a la organización del Festival Mundial de Poesía de Venezuela, que en marzo 2014 pasado celebró su primera versión, con la asesoría del Festival Internacional de Poesía de Medellín.

Última actualización: 22/11/2021