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Juan Felipe Robledo (Colombia)

Fotografia tomada de La Cola de Rata

Por: Juan Felipe Robledo

 

Contemplación sin objeto

Se deshace el mundo, nos hemos librado del lastre, y es un gusto mirar a lo lejos los campanarios y las copas de los árboles, quedarse detenido en mitad del llano y saber el nombre de nuestro deseo, soñar con escolopendras y salamandras del sol, quedarnos a vivir en las Maldivas y patear bajo la mesa. ¡Vámonos al campo!
En el campo habrá siemprevivas y lirios sin prisa, amaremos las raíces y los tubérculos, nos haremos buenos en la enramada. Transustanciación de aquello que no es tiempo, rumorosos aullidos nos acompañarán. ¡Alegría, aleluya!

Nuevo tiempo

Para Catalina González

Nace el amor cuando menos lo piensas,
se acaba el tiempo reseco de las nomeolvides, del deseo marchito

  y agobiante,

los corazones laten de una manera misteriosa, callada,
y nuestras fotografías son láminas de un álbum que nadie más llenó.
Los zapatos hacen cantar al pavimento su romanza de antaño,
y sin que podamos evitarlo nos sorprendemos saltando un poco,
nos hacemos estampa de esta dicha que ha nacido después de la lluvia,
bajo un sol de enero.
Las mañanas son calladas cuando pienso en ti, tienen un rumor venturoso,
son mejores que el salmón y la champaña de hace tiempos.
No has nacido del fondo de una mente turbulenta,
tu rostro tiene el don de los ídolos pequeños,
no hace falta llamarlo para que acuda a la cita.
Nuestro afán es distinto, y podemos asegurar que es pasto, es agua clara,
volvemos a repetir el nombre amado, y los días se van sin amargura.
Algo hay en esta risa tuya que ha encontrado el sendero, no vacila,
y me ofrece un amor que es bueno, bueno como ron sin disparates.

 

Pequeña alegría

Cabeza de buey que se asoma por la ventana es la alegría,
una imaginada desde antes de nacer,
tierna y un poco díscola,
ramita ofrendando al tiempo la luz.
Un aleteo sumergido en días de calor la atraviesa y la hace llegar, falta

  de aire,

al umbral de la casa donde nos recibirán con agua que no da sed después.

 

SE ACEPTA LA PROPIA CONDICIÓN

No es arriba, en el cielo, donde encontraremos nuestro destino,
no es abajo tampoco, porque allí nuestros pies encontrarán el polvo,
no entre adelfas o nomeolvides hallaremos reposo,
no habrá pausa en el tiempo de los días álgidos,
no hallaremos consuelo en el roto corazón.

No, no hay ánimo para irse de fiesta
ni efemérides para celebrar,
permanecemos con el espinazo quebrado bajo las lámparas.
y no descubriremos un sitio más cómodo.

Viajamos en medio del espanto, padres de gemidos que no se oirán en la brisa,
y no somos sino días cegados
y ponientes que se doblan y mañanas para nada
y delirios de un ayer que tampoco fue mejor.

 

NO ESCRIBIRÉ UN TESTAMENTO

No habrá cajas funerales que entorpezcan la tarde,
cardúmenes de ballenas no despedirán el túmulo de mi olvido.
Hace tiempo pensaba que las cosas habrían de ser luminoso encanto,
pero la hierba y el jardín de los domingos está revuelto.
En los pies adoloridos se hospeda la cansada vida
y el acero puede atravesar la dermis sin hacerla sangrar.
Los lentos e imprecisos momentos que fui malgastando
no van a cambiar a nadie. Abrazamos el día
y en él nos refugiamos, condenando el tedio que se nos cuela.
¡Qué bueno será dejarse ver cerca del río,
en la corriente descubrir el sitio de lo imprevisto,
el apalancado dominio de la muerte en la brisa,
y que el oso parco nos pesque como a salmones torpes!

 

ADIÓS A UN DÍA

¡Cuán terrible es el mundo! Hay parejas que lloran y se besan en los cafés y no encuentran grandeza alguna en estas
   instantáneas que han nacido para el olvido. Todo es tan absurdamente real, verosímil y ajustado a los rieles del devenir que
   da vergüenza. Hace falta algo de irresponsable entrega al reino de las sábanas cansadas para entender cuán importante es
   conservar el alma fuera de este sumidero.
El día brillante, en el cual hubo animales mirando por la ventana el despertar de la lluvia, el día de los libros acariciados y la
   galleta deshaciéndose, el día tardío del corazón llega a su fin, prepara su muerte sin tristeza, se dobla sobre sí y mira el suelo.
   Nosotros lo recordamos horas después de su partida, con una atenta mano sobre su lomo estirado en la distancia, y nos
   sentimos tranquilos, seguros, alumbrados por la confianza de siempre.
Un tiempo que no avanza, el crecimiento alerta de los nódulos linfáticos no son excusa suficiente para dar por acabada la
   memoria que nos rodea. La música puede seguir brillando, despertando, amando a aquellos que con humildad la oyen. Los
   rumorosos robles, los alerces, el canto del viento son compañía suficiente para dejar que se vaya el día. El tiempo nace de la
   inveterada costumbre de no desear con suficiente fuerza.

 


Juan Felipe Robledo nació en Medellín, en 1968. Estudió Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Ha sido profesor en la misma universidad en el programa de Pregrado de Literatura. Ha publicado antologías de la obra poética de Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Juan de la Cruz y del Romancero español. Con el libro De mañana, Ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines, 1999, concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, México. Poemas y artículos suyos han aparecido en revistas y periódicos de Colombia y México. Ganó el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura 2001 en Colombia con el libro La música de las horas.

Última actualización: 06/11/2021