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Sam Hamill (Estados Unidos)

Sam Hamill en el 15º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Sam Hamill
Traductor: Rafael Patiño

La orquídea

Justo mientras me pregunto
si es que acaso va a morir,
florece la orquídea

y no puedo explicar por qué
mueve mi corazón, por qué tal placer

brota desde un pequeño capullo
sobre un espigado tallo, una
dorada flor rojo sangre

abierta en medio del verano,
diminuta, perfecta en su hora.

Aun para un poeta
canoso y arrugado, es
enteramente erótica,
pistilo y estambre, polen,
rocío del mundo, una cucharada

de tierra, y agua.
Erótica porque hay muerte
en el corazón del nacimiento,

drama en aquellos viejos prismas del
amanecer en húmedos arcos de cedro,

misterio más profundo
lavando platos al anochecer
o bromeando con mi mujer,

que se hace, sí, más bella
porque uno de nosotros morirá.

 

Lo que el agua conoce

Lo que la boca canta, debe aprender a perdonarlo el alma.
A los ojos del mundo real una rata es tan moral como un monje.
Todavía, el corazón es un río
manando de sí mismo, un río que no puede ser cruzado.

Se abre sobre una bahía
y se devuelve sobre sí mismo cuando entra la marea,
lleva el grito del somorgujo y las sales
de lo indeciblemente humano.

Un águila distante entra a la boca de un río
el salmón ya no corre, sus amplias alas brillan
corriente arriba hasta que desaparece
hacia la nada de donde vino.

Sólo permanece el pensamiento. Desprovisto de la astucia del águila
o de la sabiduría del gorrión, ¿adónde tornaré,
anegado en tristeza? ¿Quién conocerá lo que los árboles conocen,
la arácnida paciencia del arce joven o lo que confiesa el sauce?

Permítanme ser agua. El corazón se escancia en olas.
Escuchen lo que el agua dice.
Viento, sé un amigo.
No hay nada que yo no pudiera perdonar.

 

Égloga de la marisma negra

Aunque es mitad del verano, el gran garzón azul
sujeta un invierno más oscuro sobre sus hombros gibados,
las nubes grisáceamente opacas
se alzan sobre él como tormenta sobre el Pacífico.

Más monumento que pájaro
se alza en el negro marisma, un arrugado profeta
vuelto desde una mitología esfumada.
Vigila el corazón de las cosas

y no se mueve o modula. Pero cuando
al fin vuela, sus grandes alas
cubren el cielo ensombrecido, y lentamente,
como si rezara, se alza, casi sin moverse,

mientras empuja lejos el mundo.

 

PELEA DE AMANTES

 

Hay algunos para quienes un lugar nada significa,
para quienes los perezosos ceros
un halcón que corta el cielo de través
no son nada,
para quienes un hogar es algo que puede uno comprar
he querido decir por mucho tiempo,
siquiera una vez antes de morir,
yo soy hogar.

Cuando recuerdo el sonido de mi verdadero país,
escucho vientos
muy arriba en los follajes perennes, el suave estornudo
de la rompiente, a lo lejos, en un día friolento,    
el canto medio confuso de los  pinzones       
disparado por entre los alisos
en un día de verano.

El deseo no
fatiga el alma, digo. Este viento, estos árboles,
siempre verdes, este pequeño pájaro del espíritu—
ésta es la forma, el lugar de mi deseo. Soy libre     
como un pez o una piedra.

No me comentes
acerca de las estaciones en el oriente, no me hables
acerca del verano eterno de California.
Basta con pasar     
unos pocos días desnudo
entre trescientas clases de lluvia.

En su pequeño tiesto plástico sobre el alto alfeizar,
la violeta africana
crece lejos del sitio     
donde estuvo el sol pasado, sus velludas hojas   
inclinándose con leves reverencias.
Para ella, también ha sido suficiente
de sol. Amo el sonido de una tormenta  
sin truenos, la forma en que los vientos
amainan, los árboles se oscurecen, pesadas nubes
retumban tan suavemente

que es preciso cerrar los ojos para escuchar:
luego la mancha, mancha  
de los goterones
punteando a través de las hojas.

Es difícil,  
éste ser un extraño sobre la tierra.
Por qué, he visto llegar peregrinos  
y arrancar en las viñas de zarzamora
con todo lo que hay en ellas, yo los he visto  
amontonar su rabia
en contra de un árbol
y maldecir estos cielos inflamados.

¿Qué es esto? —un castor de montaña
no más grande que un ratón recién nacido
ovillado en mi palma,
un quebrantahuesos girando sobre estanques desbordados se eleva
hacia los árboles, un viento al atardecer
hurga en los hoyos de los crepúsculos,
un viento ondea encima
enfriando cangrejos de la arena tirados por la playa entera.

Cada cosa, vista de cerca,
luce más extraña  
que antes: la forma de mi deseo     
es enorme, vaga,  
llena de muchas cosas
mezcladas—

abejas agonizantes entre agonizantes flores,  
lluvia de invierno y el humo que trae.         

Si ello me llena de añoranza,
es solamente porque
somos como la lluvia, cayendo,
cayendo a través de nuestro propio ser más secreto
a través de un mundo de desconocimiento.

Al final del día,      
vengo, finalmente,
a mí mismo, retorno a los sonidos extraños de un hombre
que quiere hablar
con las piedras, con la dura corteza de la tierra.
Empero, nada escucha.   

Cuando el mar martilla el muro marino,
enmudezco.
Cuando en el crepúsculo se quejan los chotacabras, me embriago      
con la tristeza de sus canciones.
Cuando la luna está tan cerca que
casi puedes alcanzarla entre los árboles,
estoy helado, estoy ciego,
o estoy ausente.

Pez, pájaro, piedra, hay algo       
que no puedo conocer, pero que igualmente conozco:        
escucho la lluvia en mi interior
sólo para mirar arriba
entre un amargo sol.

¿Qué escuchamos, qué creemos           
que oímos? El sonido
de los muros marinos colapsando,
un pajarito con hambre en su canto:
¡Debieras haber sabido! ¡Debieras haber sabido!

Como cualquier rosal Nootka,
se que hay algunos               
para quienes un lugar no es nada. Como la rosa silvestre,
como la marea y el día,    
venimos, vamos, o nos quedamos
de acuerdo a un capricho.  

Quizás es suficiente,       
decir, Vivimos aquí.
Y aferrarse a eso.

Este viento se deshace
de todo cuanto toca.      
Anhelo asir al viento.

Yo besaría a un pez  
y amaría a una piedra
y desposaría a esta lluvia de invierno

si pudiera persuadir a esta tierra apaleada       
que me permita convertirla en hogar.

 


Sam Hamill Estados Unidos, 1943. Poeta, ensayista y traductor. Huérfano durante la Segunda Guerra Mundial, actualmente dedica su tiempo a luchar contra la guerra y a favor de movimientos por la paz. Es autor de 13 libros de poesía, tres de ensayos, y de diversas traducciones desde el antiguo griego, latín, estonio, japonés y chino. Enseñó en prisiones durante 14 años, en programas de artista en residencia por veinte y trabajado ampliamente en favor de las mujeres y los niños desprotegidos. Editor fundador de Founding Editor of Copper Canyon Press. En enero del 2003 fundó Poets Against the War (Poetas contra la Guerra). También editó una muy difundida antología de poesía antibélica. Su obra ha sido traducida a más de una docena de lenguas.

Última actualización: 16/11/2021