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José Ángel Leyva (México)

José Ángel Leyva en el 17º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: José Ángel Leyva

LÍNEAS

Entre dos puntos la línea divide un infinito
los límites de un cuerpo
                    de un volumen
el comienzo de la imagen
El pincel con fibras asombrosas
se desliza entre espectros de manos dibujantes
Durero Leonardo Doré Shitao Klee
Alambres nerviosos del silencio
Caligrafías de los sentidos y del sueño Un lápiz desmadeja las formas informales
el presente amorfo de recuerdos del futuro
las rayas de la palma y de los dedos
en cuevas muros y peñascos En las manos que escriben va la suerte
del grafito con su punta desgastada
Resistencias cuerdas filamentos espirales
encendidas por Ariadna en las cavernas
en la mirada medio humana de la bestia al descender a la rúbrica y al trazo
la línea es frontera y es principio
de quien escribe y dibuja sus fantasmas

 

MI ABUELO

A Juan Gelman

Mi abuelo tenía unos largos cuchillos afilados
y un extraño silencio de sauce en las pestañas
Dice mi padre que era experto en matar de un solo tajo
abrir las bestias en canal y desollarlas con pericia
Desvanecer en cortes cirujanos a la presa
Mi abuelo José Ángel no pensaba en el dolor
ni en la muerte de la carne
Cada mañana en su interior se desangraba una palabra
Un pinchazo al corazón se le clavaba al hundir el pan
en el café matinal en medio de los fiambres
Imaginaba que encendía temprano un horno
amasaba harina y enseñaba a los nietos a inventar
formas con nombres que se encienden al calor del barro
El carnicero despertaba en su local de garfios y de sangre
Rebanaba piezas de res de cabra de cerdo de cordero
Callado
Regalaba a la clientela una sonrisa calma
A veces el alcohol recuperaba el sueño
el aroma del pan
          las ascuas brillantes de sus ojos grandes
Tomaba la calle con risa y voz desconocidas
Compraba en el retorno a casa la mejor repostería

Murió el abuelo porque el trigo le dolía al miocardio
antes de conocer nietos y de ser viejo

Sus hijos heredaron de mi abuela el magisterio
y una sentencia que dijo era de José Ángel
"La palabra es al hombre lo que el hombre a la palabra"
Abandonó la familia el matadero por un salón de clases

En mi infancia recuerdo a mi padre sacrificar animales
                      con manos de maestro
escribir discursos y poemas para grandes banquetes
en una comunidad analfabeta
También lo vi hacer hornos y pan junto a mi madre

Ahora me pregunto al escribir sobre el abuelo
En dónde quedaron sus largos cuchillos afilados
Los nombres de la harina
En dónde la palabra-carne

 

TONINÁ

Un camino de hormigas abre el rastro
allana la maleza hasta la piedra
Aún se escuchan los pasos olvidados
de los indios que erigieron monumentos a la luz
Perduran las estelas mayas con todo y sus pirámides
También el zumbido de las flechas lanzadas a los cuerpos estelares

¿En dónde comenzó la muerte a ser agricultora de los vivos?
La exploración del cielo          la cifra vertical
En el telar de los primeros cuentos borda
un vigía el destino de los héroes inmortales
Urde la mente los hilos de su propia sombra
Ilumina la noche con ráfagas de dudas
Las cuelga del pozo firme del silencio

El ojo estanque rebosa de memoria
Los dioses se ahogaron en la imagen de los hombres
en sus pupilas          espejos de obsidiana
La verdad descarnada se aproxima

El pozo de los astros se llenó de polvo
Reposa en el fondo la palabra de los muertos

Toniná es un camino de hormigas militares
Arrasan con su verde infértil la maleza
y ondean su bandera incrédula
donde ventea el hambre del jaguar
Han plantado los insectos su campo insustancial
El orden brutal de medallas y de estrellas
Garitas recelosas del tiempo
de un pasado presente en las miradas
El verde olivo despliega sus cuarteles

Toniná es una punta de dardo
constelación de signos en espera
Allí          muy cerca
se escucha el clarín tembloroso de la guerra
Los hombres de maíz
observadores del cielo
descubren las señales de los sueños

 

TRES CUARTAS PARTES

Un puñado de tierra no es un hombre
Tres cuartas partes hacen del sueño la sustancia
el soplo cerebral de un fuego que se olvida
el temblor del ojo ante la carne
Fugaz imprime la gravedad del día
En pausas respira noches cargadas de rocío
iluminadas por antorchas y lámparas de ancestros
que pusieron a secar preguntas y piel tras el naufragio 

No se seca —es verdad— la claridad de la experiencia
No hay certeza de ser ni de encontrar respuestas
La incertidumbre abre las válvulas del hambre
del dolor la comezón la tempestad el alba
Cuántas veces la mano suelta una señal de bienvenida y duelo
incapaz de sepultar o de esparcir el polvo de un corazón a otro
de detener las letras que se fugan del cuaderno de notas en la mesa 

De la ignorancia a la pregunta los párpados se abren y se cierran
perplejos a esa luz que viaja oculta por la almohada
visible en lágrimas sin sal pendientes de la tierra
No son escombros de ayer sino las ruinas
de un porvenir hecho de olvido
una lengua desierta de confianza y aire
No prescribe la justicia si hay mañana 

Se pueden ver con nitidez las plantas
de imágenes de un yo seguido de los otros
La multitud del sur buscando un norte
sin nada qué vender ni recibir a cambio
tan solo la raíz que pone vertical a la memoria 

Sobra tiempo y sed para esperar la muerte
bajo el árbol sin hojas que da sombra 

La ausencia de dios ahuyenta el miedo
El padre y el hijo activan la sinapsis
que deja ver la mutua soledad bajo los puentes
las tres cuartas partes líquidas del hombre

 

POETA

 
Al final uno se convierte en lo que escribe
o no con mano propia
Quién habrá de creer en tu nagual
si no olfatea el temblor de la imagen aterida
muerta de miedo ante los ojos que la observan 

Borrón mancha signo tipográfico
Tinta sin control en el papel desierto
Chorro de sombras en la hoja infestada de olvidos
predadores de lo nuevo
Urgencia de oxígeno en la cumbre o en el fondo
donde no volamos ni anduvimos con las branquias puestas 

Levantas la tapa y ves tu propia muerte
Bulle el gusanero de letras debajo de un título y de otro
Parecen luces de neón cubiertas de ceniza
Tu máscara y tu nombre ocupan el lugar
de esa persona que no llegaste a ser
Un día cualquiera la ahogaste con la almohada
Algo de ti quedó en su testamento
Acabas de nacer
Alguien te lee

 

EL ÁRBOL DE LA MUERTE
 

El viento aclara la novedad del follaje
Entre los huecos de los pájaros anidan
el estupor y la zozobra
Puñados de sombras parecen agitar las ramas
Sólo ausencias se desprenden del árbol de la muerte
Cuelgan sin gravedad medusas del dolor
Vienen desde abajo
con la raíz en la cabeza del gusano
que aprende a florecer sin frutos 

 

 

EL POETA LLEVA UN TIRO EN LA CABEZA

 
        a Fausto 

Pensaba que la muerte no dolía
mas sintió una explosión de dolor en la cabeza
Era un joven intenso de Colombia
Hombre        niño           viejo 

Le gustaba arriesgar el corazón en la ruleta
y jugar a darle sentido a las palabras
a ponerle nombre a los sucesos
que la demencia y el horror definen innombrables 

Se puso a revolver las letras del revólver
Se puso el chaleco salvavidas
Alquiló su vida como escolta 

¿En qué país estoy? se dijo
cuando la bala le rompía la frente
y se alojaba estupefacta en el cerebro 

Nunca perdió el conocimiento
ni la imagen vívida del arma
¿En qué país estoy? interrogaba a los curiosos
el guardaespaldas boca arriba
con ojos de poeta
   de mártir
   de  extraviado
   de suicida 

¿En dónde sobrevivo? se pregunta
Ese hombre cuando escribe
y le pesan los versos como plomo
y le vuelven los nombres de la muerte 

¿En qué país   en qué país?
repite la bala estacionada en la cabeza.
           

 
LA POESÍA
 

Pasaban los árboles veloces de mi infancia
El autobús me arrancaba de los ojos
uno a uno los pinos y las nubes
Devoraba el asfalto tembloroso de la sierra
Yo dije la palabra inútil
y vi la mirada de la muerte
Su tieso semblante y la rigidez
del aire que no pesa y no camina
¿De qué están sembrados los sepulcros
que no echan hacia fuera gusanos sino flores?
Toc toc toc
       toc toc toc
Sonó mi cráneo o calavera hueca
Alguien llamaba desde el bosque
Pasaban las sombras de los árboles
y repetí con balbuceos la palabra aliento
Un velo en el cristal de la ventana
la colocó al revés y en forma de conjuro
Entonces las fosas de la tierra
dieron a luz mi propia lengua 


José Ángel Leyva nació en Durango, México, en 1958. Co-director de la revista de poesía Alforja. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía "Olga Arias" con el libro Entresueños, en 1990, y en 1994 el segundo lugar en el certamen nacional de poesía convocado por la Universidad Veracruzana. En 1999 recibió el premio del XXIX Certamen Nacional de Periodismo, en el área de reportaje cultural, otorgado por el Club de Periodistas. Ha publicado los libros de poesía: Botellas de sed, 1988; Catulo en el Destierro, 1993; Entresueños, 1996 y El Espinazo del Diablo, 1998. Autor de otros libros como El admirable caso del médico curioso: Claude Bernard, 1991; El Naranjo en flor. Homenaje a los Revueltas, 1994; Lectura del mundo nuevo, 1996; El Politécnico, un joven de 60 años, 1996; Ediciones sin nombre, 1999; y la novela La noche del jabalí (Fábulas de lo efímero), 2002. Coordinó y forma parte de los libros Versoconverso (Poetas entrevistan a poetas mexicanos), 2000; Versos comunicantes I y II (Poetas entrevistan a poetas iberoamericanos), 2001; Taga el papalote (libro para niños), 2005; La sombra de lo que va a suceder, 2006. Es autor además de los textos de libros y catálogos de artistas plásticos, entre los que destacan: Leonel Maciel, Guillermo Ceniceros, Carlos Gutiérrez Angulo, Irene Arias, entre otros.

Poemas suyos han sido traducidos a otros idiomas: portugués, rumano, búlgaro, inglés, griego. Nos dice el autor: “La poesía es una revelación, la más honda y humana, la más íntima y universal, nos pone frente a la conciencia de la muerte con la lucidez de cada inspiración del aire. Una revelación gradual, constante, a través del cultivo de un lenguaje estético, cualquiera que sea su soporte, su medio de expresión. Hasta ahora, la palabra escrita alcanza mayores profundidades significativas en ese terreno, pero la poesía está en la esencia de las artes, en la sustancia inconforme de la vida. Desde niño advertí el valor de las palabras, su carga emocional, su fuerza, su energía, su capacidad transformadora y trasgresora, dominante. Pero la palabra hecha poesía era la más amada y la menos dócil, la más común y la menos accesible. Estaba en boca de todos y en boca de nadie, estaba en los libros y en la puerta de mi casa, en la montaña y en la piedra acariciada por el río. Poco a poco fui entendiendo su lugar en el tiempo, en el doblez de la nada, en el gesto de las cosas, en el dolor y en el gozo de la gente, en su tránsito por la memoria. Como en la infancia, estoy persuadido de que la poesía se hermana con el sueño, se desprende del deseo, se vuelve signo, señal, acto creador. Va más allá de quien la invoca, de quien la escribe, de quien la hace, de quien la aprehende: es libre. La persona que se dice poeta o artista no siempre está a la altura de las circunstancias, no siempre corresponde al valor de sus palabras o sus obras. Por eso la verdadera poesía vive, germina sobre la tumba de los muertos, dialoga con el tiempo. Si bien la poesía es una ofrenda, no es inocua, puede cambiar el mundo”.

Última actualización: 19/11/2021