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Caroline Bird, Inglaterra

20º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Nidia Naranjo

Por: Caroline Bird
Traductor: Esteban Moore para Prometeo

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 86-87. Julio de 2010.

 

UNA CANCIÓN DE AMOR

 

Mucho antes de atarnos al compromiso, se instala Divorcio.
Se sienta en la escala traviesa, palmeándose las rodillas.

Coronada con una toalla salgo de la ducha
y él está allí, me entrega el billete de una rifa.

Él juega a la pelota con los niños del barrio,
con una tiza hace cruces en sus puertas y les compra Big Macs.

Golpeando con su puño el interior de su sombrero,
él había abierto la puerta de una patada, ese día de sol en Leeds.

Mi madre no lo podía creer: “ella tiene sólo diez años,
es imposible que lo haya contactado.”

Miró atentamente mi joven rostro y me dio su tarjeta.
“Llámame cuando te enamores, estoy aquí para ayudar.”

Quizás haya olido algo en mis feromonas,
un cinismo alzándose desde mi dientes de leche.

Con chicle, pegaba notas en los ramos de flores de San Valentín:
pequeñas cartas de vida con tinta gris real.

El futuro tornea dos llaves para una nueva pareja.
A mis veintiuno, Divorcio ocupó una de las habitaciones.

Le encanta respirar a través de la boquilla de la tetera, hacer
que nuestro café matutino tenga un sabor maduro y triste.

Nos espera junto al auto dejando que sonoras Tic Tacs,
caigan lentas por su garganta, hemos pensado en apuñalarlo,

pero es un calígrafo tan talentoso: nuestras invitaciones
al casamiento lucen elegantes como perlas.

Él compró un novedoso juego de imanes para la nevera, 
una muñeca desnuda con vestidos de novia intercambiables. 

Divorcio y yo en ocasiones nos sentamos en la cocina
lanzándole extraños atuendos magnéticos a la nevera.

Él cocina,  cuidando de la sopa,
introduce su cucharón como un mayordomo espectral.

Él recoge margaritas para mí, hace mixtos mis casetes, susurra
“dime D”, en breve levantará el velo.

Después de la luna de miel,  arreglaremos el desván,
le haremos a Divorcio su propio apartaestudio.

Debemos mantenerlo dulce, afirma mi prometido,
mirarlo a los ojos, esconder sutilmente los fósforos,

recuerden que tenemos un pirómano en casa.
Los vecinos creen que estamos locos por mimarlo

como a un niño atesorado, calentando sus pies fríos,
sólo arrullamos a Divorcio con largas canciones de amor hasta que duerme.

 

 

HEY LAS VEGAS

 

Hey Las Vegas, ¿Nada puede salvarnos
de ti? Hey basureros de botellas y el Tesco Metro,
bostezos del lunes, síntomas de gripa,
la taberna en la estación Waterloo. Todos ustedes son Las Vegas
y yo soy su adicta.

Hey Las Vegas, eres una insolente salchicha
¿o no? Intercambiando mis amantes mientras
estoy bajo las sábanas, viendo cambiar tu tatuaje. Los besos comenzaron
en la ciudad del pecado- sea York o Durham-
moriré contigo, Las Vegas.

Hey Las Vegas ¿puede una muchacha de York
beber tanto como tú?  Construí un casino en la habitación,
aposté mi Biblia de hotel y perdí una semana. Sólo una, Las vegas,
una pizca de estado de coma, polvo nariz arriba
y soy una reina para ti.

Hey Las Vegas, porto mi traje de Elvis
para ti, con lentejuelas para la camioneta de hamburguesas en Liverpool,
salón de la última oportunidad en Wheterspoons con amor andrajoso
vuelto glamuroso para los arruinados, Las Vegas,
Las Vegas en nosotros.

 

 

 

LA ALEGRÍA ES COMO UN CERDO HAMBRIENTO

 

La alegría es como un cerdo hambriento, pues siempre
hay una batea llena, y los niños se embadurnan con ella las narices
y los padres deben bañarlos con mangueras en el jardín.

Existe un rumor de que si demasiada alegría se te pega
a la ropa, empezarás a gruñir como un cerdo y tus dedos
se transformarán en pezuñitas, pero eso lo dicen

los hombres y mujeres del piso de arriba con sus cuchillos y tenedores,
tratan de hacernos sentir miserables, ellos no desean ver cerdos hambrientos
y felices haciendo cabriolas en sus boleras de inercia:

quién sabe, quizás las antiguas casas de té se levanten
de sus cimientos de concreto y comiencen a marchar
entrando en la Charing Cross, silbando con sus teteras ¡Soy joven!

“¡Soy joven! ¡ Soy Joven ¡” produciendo el pandemónium
del CERDO HAMBRIENTO, entonces (piensa en ello)
una bola de barro aterrizará en el mentón de quien te rechazó

y antes de que lo sepas, la loca alegría embadurnará las paredes
como si fuera excremento y tú serás la única limpia,
de pie en un campo seco junto a una carretilla vacía.

 

EL MARTES PASADO

 

Extraño tanto a mi Martes. Hoy tuve un
Martes, pero no fue lo mismo. Tenía un sabor extraño.
Había indicios de que ya había sido abierto.
El sello de seguridad estaba roto. Alguien lo había envenenado
con jugo de Miércoles. De hecho,  pienso que hoy
realmente fue Miércoles, pero el gobierno
intentaba hacerlo pasar por Martes, retrasando
mi clase de tenis un día, reacomodando
las servilletas. Envié una carta al MI5, a la CIA
y al resto. Yo sé que tienen mi Martes.
Lo retienen para experimentar con él pues
era tan enloquecidamente feliz. Yo sonreía dormida
cuando dos hombres cubiertos de la cabeza a los pies con inmensas
medias negras lo hurtaron de mi mesa de noche. Estaba ahí.
Precisamente ahí. Pero, cuando desperté, había
desaparecido. Su miércoles hurtó mi Martes.
Ese jodido Miércoles, totalitario y tragamierda
cogido por nubes hurtó mi inocente
Martes. Ahora todo se torna realmente ridículo:
los días cambian cada semana, es como una avalancha.
Tan pronto comienzo a acostumbrarme a un día, conocer
los corredores, encontrar la llave del locker, suena la campana
y repentinamente es Jueves, o Viernes, pero no
el pasado Viernes o Jueves, ellos son diferentes,
con rodillas como pústulas, ojos sin gracia:
nunca sabrás hacia donde se precipitarán.

En la oficina de objetos perdidos, retrasé la cola,
mientras hablaba con  el empleado, le dije : “Es verdoso,
con una boca que se abre hacia un patio trasero. Pero, sólo tenían una caja
de Viernes salvajes que algunos jóvenes habían extraviado en  Tailandia.
(Tomé un par de esos para calmar el dolor) Luego
me rendí. Ignoré los días, y ellos me ignoraron.
Bebí Red Bull en las ruinas de  los monasterios,
revisando calendarios de muertos realzados digitalmente:
Gene Kelly descargando una nueva versión de
Cantando en la lluvia en su delgado Apple Mac.

Ahora el tiempo a nadie le importa un carajo. El happy hour
dura toda la tarde. Puedes ponerle un sombrero a un cadáver,
enviarlo a su trabajo. Puedes enterrar a un bebé.

Sofisticados consejeros vistiendo chaquetas retro de lanilla
insisten en que mire hacia el futuro. Habrá otros Martes
para disfrutar, me dicen, nuevos prados de los Martes.
Mentira. Hallé mi Martes en la cama de otro.
Sus mandíbulas estaban embadurnadas en gel aterciopelado
y su voz se había corrompido. Fingió ser un Sábado,
sin embargo yo podía verme reflejada en sus ojos, un yo
más joven, soplando la brisa con mi trombón de plástico.
“Perdóname” dijo mi Martes, sacando su mano desde el interior
de una mujer. “No fue mi intención decepcionarte, pero tampoco
podía ser por siempre perfecto, tú me estabas sofocando.
Incluso los recuerdos más sagrados necesitan desahogarse.”

 

NUESTRA INFIDELIDAD

 

Los cisnes morían en la calle, los taxis
zigzagueaban para esquivar sus delicados
cadáveres y yo agitaba el vino en mi copa
a la luz de una vela en un restaurante mal iluminado,
un dolor entre mis piernas y una grieta
en la ventana, para la culpa.

Era tanto el calor humeante de nuestra infidelidad
que las camareras dejaban caer los platos, pasaban
sus dedos bajo el chorro de agua fría, y los cisnes
-como lo he dicho- estallaban junto al río.

No necesitamos besarnos: el firmamento ya había
comenzado a arder, la gente desnuda aullaba en
sus abrigos de gasolina a través de las luces navideñas,
un vicario parado sobre una caja de jabón, en algún lugar,  juzga
nuestras almas y un niño mugriento -probablemente huérfano-
canta “¿dónde está el amor? ¿Estará bajo los sauces?”

Los sauces para entonces ya no existían,
sólo muñones humeantes y mitones carbonizados
colgando en el aire. Pero eras tan hermoso,
que casi no tenía importancia que un auto chocara
cada vez que sonreías. Yo, casi podía opacar
el sonido de las sirenas y el desasosiego apocalíptico.
 
En el paradero del bus, te dije -telepáticamente-
no fue culpa nuestra: los cisnes muertos,
las alcantarillas hirvientes, el calor. Mañana 
regaderas gigantes colgadas de grúas derramarán sus aguas
en nuestros respectivos jardines donde nuestras respectivas
parejas bailarán humedecidas por la inocencia.

 

DEMACRADA

 

Agobiada,
rendida,
acarreé todos mis problemas
a la escuela,
compré una mansión de Lego
que nunca terminaron de armar,
pagué a través de la ventanilla
los veinte gramos de goma de pegar brillante,
bebí la leche achocolatada,
aprendí danés con el propósito de leer
El patito feo, en su lengua original,
no logré terminarlo, frustración, fracaso,
mi quinto cumpleaños un desastre total,
“Prefería tus primeros trabajos” me dijo una niña con sarampión
“Eran más crudos, más ricos,
estos pastelitos parecen estar demasiado cocidos,
los superiores intentaron calmarme dándome un pitico,   
la plastilina se desintegró en luminosa ceniza,
mi novelita sobre el hipopótamo
fue mal interpretada como una comedia, 
Miranda, esa zorra astuta,
leyó su poema en el aula,
se titulaba ‘Mi muñeca’,
una mierda pretenciosa:
inmadura,
torpe.

 

 

LOS DESTRUCTORES DE HOGARES

 

Con una palanca de hierro sobresaliendo de mi
mochila, deambulé con mi banda de golpeadores,
tirando cigarros encendidos en las pajareras,
masticando jaulas de conejos, incluso el aserrín,
peleando como gatos con los cercas. Si no desean
huevos en sus portalámparas no nos preparen
la merienda. Hemos sido expulsados de
Legolandia. Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.

Nosotros sí construimos un centro, ‘Destructores de hogares
Anónimos’, pero Frankie cortó la cinta con una
motosierra, así que nos reunimos en un descampado.
                                                                                                          
El primer hogar que destruí fue cosa de principiantes.
Lápidas de engrudo honraban a aquellas
personas que yo presionaba desde nuestras pancartas,
una tetera desarrolló una fina sonrisa
fue entonces que me aventuré:
fue como si la casa se suicidara.
la lámpara introdujo su sombrero en el horno a gas.
Los árboles aullaron proyectiles de sabia,
y estaban tan  pero tan tranquilos, sosteniendo
la desmembrada asa de una taza de café,
convencidos que todavía éramos agradables,
a pesar del fuego, a pesar del asbestos
cayendo sobre los tapetes como nieve de emergencia.

Histérica y necesitada entre los escombros, traté
de ser buena. Distribuir el amor con el que pinché
ese colchón inflable que no me pertenecía,
mantenerme a distancia de sirenas de oscuros ojos azules,
cruzar la calle para eludir el local donde venden petardos,
pero nosotros – me dice mi patrocinador-
tenemos un defecto en el ventrículo,
nuestro ritmo cardiaco va ‘tres, dos, uno...’

Un día me encontré con otro destructor de hogares.
Nos sostuvimos las manos sobre una paella carbonizada.
¿Me vas a dejar? Nunca.
¿Me vas a dejar? Nunca.

Y nunca lo hicimos, a pesar de que soldados color caqui se agazapaban
en laceradas piscinas de plástico y todo el lado oeste
ardió dejando las cenizas de una corista y la habitación
de mi infancia implosionó quedando de ella sólo un medallón
endulzado con una foto derretida y el noticiero nos declaró
una tragedia internacional y los Budas de plástico
lloraron lágrimas de sangre y nuestro olvidó entrelazó botellas de
Southern Comfort bebidas a grandes tragos por guitarristas y
mis brazos y piernas colgaron como tiras de pasta y las concavidades
de tus ojos fulguraban como cuevas carmesí sin embargo yo besé
esa mano sobreviviente y deslicé un tornillo en ella.

 

 

LA BOLSA DE VALORES

 

Tú puedes tener mi cuerpo, esa es la menor
de mis preocupaciones. Le he dado mi cuerpo
a lo horrible y sanitario, con la esperanza de que
podría obtener algo por mi mente. Sólo un maní.

Ella ofrece su mente, ese es el problema menos
apremiante. Ella entrega su mente al club intelectual de rugby
con la esperanza de obtener algo por su cuerpo.
Sólo la huella de un pulgar.

Él arroja lo atesorado, ese es el menor de sus
talentos. Él le brinda lo atesorado a una ciudad
de árboles huecos con la esperanza de obtener algo
a cambio de sus entrañas. Sólo una gota de sudor.

Yo di mi amor, esa es la menos vacía de mis
reservas. Di mi amor al bello y enfermizo rosa
con la esperanza de que podría obtener algo a cambio
de mi corazón. Sólo un instante afable para mí misma.

 

 

FLORES SALVAJES

 

Estaré sobria el día de mi casamiento,
mis huevos intactos dentro de mi cesta,
mi lengua dormida en su bandeja.

Levantaré mi pecho para remunerar
a los bebés con su líquida comida,
estaré sobria el día de mi casamiento.

Con mis manos, separaré la paja,
anidaré en mi cesta dorada,
mi lengua dormida en su bandeja.

Bailaré con las vacas y empalagada
haré girar mi ruleta cubierta de pasto,
estaré sobria el día de mi casamiento.

Caeré sobre rodillas enlodadas y rezaré,
retorceré las sábanas con fervoroso celo,
mi lengua dormida en su bandeja.

Las campanas de la iglesia se estremecen en la bahía,
los dedos del viento impulsan el acuerdo:
estaré sobria el día de mi casamiento,
mi lengua dormida en su bandeja.

 

 

TIRANO

Cuando nací, el tirano envolvió mi cuello
con una cinta roja y susurró, “Si te quitas esto
se te caerá la cabeza.”

Cuando cumplí los nueve, me quité la cinta y mi cabeza
permaneció en su lugar, pero los abuelos de todos comenzaron a morir.

Mi primer anillo de compromiso, a los quince años,
parecía un trozo de tubería. El tirano me dijo en esa ocasión
“Si te lo quitas, se marchitarán tus manos.”
  
A los diecisiete, arroje  el anillo al drenaje
y mis manos permanecieron ágiles como pececillos
pero en todas partes niñas gordas se sacudían como tractores mojados.

Cuando conocí a X , una tuerca se aflojó en el cuello del tirano,
“Si te aplicas esto, el amor con líquido corrector blanqueará tu carrera.”
X me hacía feliz y al tirano eso no le gustaba.

Descubrí al tirano comiéndose mis formularios de ingreso a la universidad.
“Sólo deseo lo mejor para ti” me dijo,
con la boca llena de masticada ambición.

A los veinte, mi tirano engendró diez pequeños tiranos
jurados a la Biblia de las malas noticias.
X estaba malherido “Si salvas esto, te dejaremos por muerto”
dijeron los tiranos.

Sin embargo, tan rudo como los numerales romanos, X y yo marchamos con ímpetu por la nave de la iglesia como un vendaval. Sólo la verdad,
                                                               nada de brutales oraciones.

Cuando crecimos, los tiranos cruzaron un arco iris
a través de un agujero negro y dijeron,
“Si lo sacan de allí, se tambalearán.”
 
Cuando estuvimos serenos, retiramos el arco iris, 
y sin anillos, cintas rojas o arco iris, nos sostuvimos.


Caroline Bird  nació en Inglaterra en 1986. Poeta y dramaturga. Ha obtenido diversos reconocimientos, entre ellos: The Foyles Young Poets of the Year Award, 1999 y 2000 y The Peterloo Poets Competition for Young Poets, en 2002, 2003 y 2004. Obra poética: Looking Through Letterboxes, 2002; Trouble Came To The Turnip, 2006; Watering Can, 2009. Ha leído poesía y hablado sobre la misma en muchos programas de radio de la BBC incluyendo Finelines, Woman’s Hour y The Verb, y la BBC le encargó su relato breve, ‘Sucking Eggs’, emitido en 2003. También escribió y realizó dos películas para la reciente estación de poesía de la BBC. Dirige talleres de poesía en escuelas y ha sido profesora en the Arvon Foundation. Actualmente es presidente de la Sociedad de Poesía de Oxford.

Última actualización: 18/01/2022