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Samuel Vásquez (Colombia)

15º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Javier Naranjo

Por: Samuel Vásquez

PROMETEO
Revista Latinoamericana de Poesía
Número 94-95. Julio de 2013.

 

Ella

LLEGA A LA TIERRA PROMETIDA y no levanta allí
su casa; reconoce que dios la ha engañado de nuevo.
Llega a la belleza y quiebra su espejo; sabe que su
destino no es azogue sino epifanía. Llega a la verdad
y no se amaña allí: echa sobre sus hombros la pesada
carga y descubre un sendero hacia lo inefable con su
lámpara de oscuridad. Llega al domingo y no
descansa entonces; ama su pie errante. Adelantada a
sus propios pasos, invisible y silenciosa, no posee
luz propia pero sabe encender el fuego. Sin fe en el
camino, cuanto más se aleja más cerca está del
comienzo hasta alcanzarse a sí misma por la espalda,
pero no se reconoce. No mira hacia el horizonte que
la llama. No vuelve la cabeza para reconocer el
sendero de sal. Su rostro desaparece entre la bruma.
Su equívoco pie importa nada. Camina con zapatos
de felpa entre el simún, para que su rastro no pueda
ser seguido. Sólo el orden del polvo que ha
levantado en su errancia es lo que queda. Para evitar
explicaciones se defiende con olvido. La poesía.

 

No sé

No sé que una muchacha llora en su cuarto
cerca de mi casa. No sé que un niño cabalga en su
potro de madera y nos deja rezagados en la carrera
de su sueño. No sé que una mujer esconde un
cuchillo de temor bajo la almohada de su abandono.
No sé que un músico se ahorca en el sol temperado
de su contrabajo. No sé que alguien roe el muro que
divide la luna para conocer la justicia de sus manos.
No sé que un hombre resbala en su propio miedo.
No sé que otro es desarraigado de su tierra como un
árbol sin sombra. No sé que alguien apaga las luces
y choca contra su propio cuerpo. No sé que en un
atezado crisol se muta plomo en oro. No sé que el
asesino da de comer a las palomas. No sé que un
espejo miente. No sé que un taimado provoca un
derrumbe de rocas para ocultar el peñasco. No sé
que tú me deseas en un secreto que acrecienta mi
soledad. No sé que alguien calla en otra lengua
palabras hechas con la sustancia del sueño.
No sé que en una tarde que no llega, muere un sabio solo,
lejos. No sé que un poeta llega al misterio y huye
enajenado por su fulgor. No sé que usted lee ahora
estas palabras:

 

Como perros satisfechos

 

“Mirarás un país turbio entre mis ojos”
Aurelio Arturo

Como perros satisfechos esconden los huesos
entre la tierra árida. Con su pezuña de oro escarban
las cenizas de los no-restituidos. He visto llorar al
caballo del flamigerado que no derrama café en su
galope. Madres enloquecidas de amor, la cal en su
corazón, abrazan fémures ajenos. No hay luz en las
cosas ni por encima de ellas y lo que ayer era exacto
no encuentra ahora una forma mansa donde posarse.
Del terror de la noche guarda la mañana, solamente,
sus tenis blancos. La muerte nos da en adopción a
sus hijos. La piedra arde en palabras insondables,
hay orgías en la cárcel y ataúdes mordidos por
termitas entre las madres de la candela. El dolor es
la única brisa de la acacia. Doy gracias a mi ira y a
la insana lucidez del alcohol.

Los inquisidores no han podido tirar a la hoguera
           las palabras de fuego que arden en sus ojos.

 

Habitación del silencio

El único pasado que habito es el de estrellas
apagadas que repiten su luz en el ónix de esta noche.
Habito una luna que sueña todo el día en un bosque
de yarumos. Habito un astro viejo e insolente que lee
en voz alta mi cuaderno. Habito una guerra que me
ha herido sin dar en el blanco. Habito un miedo
que me obliga a oír lo que no veo. Habito un eco sordo
que desconoce mi llamado. Habito costumbres
ancestrales que ignoro y que subvierto sin saberlo.
Habito la alta barca del sol que singla en el río de mi
sangre. Habito un olvido que me llama por mi
nombre. Habito la fe ajena de un paraíso
desahuciado. Habito un paisaje donde dios ha
olvidado su máscara. Habito un amor antiguo que no
termina de posarse en ella. Habito un verbo sagrado
que me cerró la puerta de su génesis sin manzanas.
Habito una lengua que usa palabras hechas de la
materia del sueño.

Escribo en el viento

                       p u e n t e

y cruzo a salvo
                                 el abismo que me separa de mí.
 

Mañana Primera

 

 “He escrito un viento… sólo un poco de viento”
Aurelio Arturo

Las palabras saben más de mi silencio que yo de sus cantos. El patio de mi infancia es un palimpsesto de tiza que raya encima sin descanso. El afán del corazón no alcanza la velocidad de su alborozo, no cubre su bronca distancia. La madre convoca el lienzo del alba en una plegaria. Una astilla de luz florece en nuestros párpados y un rumor de aguas pasa por nuestros oídos que aún sueñan. Este  inmerecido domingo de verano es eterno desde su aurora. Arrodillada, en un rito de pureza, la lavandera azota el agua con nuestras sábanas blancas.

La belleza no es un lugar,

                                                 es ese vértigo que cae.

El techo de barro de la casa soporta el peso del cielo. La sábana que cuelga al viento asume de improviso su secreto destino de bandera.

     La escritura es el cofre de un recuerdo en peligro.

 

Todo ha sucedido después del olvido.

 


Jeanette L. Clariond. Fotografía de Natalia Rendón Samuel Vásquez  Nació en Medellín, Colombia, en 1949. Es dramaturgo, ensayista, músico, poeta y artista plástico. Fue curador de la Bienal de Arte de Medellín. Fundador y director del Taller de Artes de Medellín, que conjugó el teatro, la música, la danza, los títeres y las artes plásticas. Sus libros de poesía son: Las palabras son puentes que nos separan y Gestos para habitar el silencio. Libros de teatro: El sol negro, El plagio, Raquel, historia de un grito silencioso, Técnica mixta y El bar de la calle Luna. Libros de ensayo: Erratas de fe, El abrazo de la mirada (sobre Edgar Negret), El abrazo de la mirada (sobre Roda, Rendón, Suárez, Tàpies), Para no llegar a Ítaca y Antonio Samudio -Vida y obra, con Juan Manuel Roca, 2008. Afirma Samuel “Si la lengua está hecha para afirmar, lo que afirma es un poder. Y si la lengua convoca a la repetición rebañada del lenguaje, la poesía incita al amotinamiento de la palabra, instiga al lenguaje a dudar del poder autoritario de la lengua. La poesía restituye el filo a la palabra, suprime el mellamiento que la cotidiana conversación le infiere”.

Publicado en agosto de 2013

Última actualización: 22/12/2021