Adolfo Méndez Vides (Guatemala, 1951)
Adolfo Méndez Vides (Guatemala, 1951)
Banquete
Nuestras vidas sólo tienen sentido en los aviones
marchándonos para siempre de esta tierra espuria,
o en los autobuses llenos de gusanos y esqueletos,
jurando que no nos bajamos de nuevo a la fuerza,
que los empleos nos amenazan con revólveres;
prometiendo que a la primera vuelta de esquina
nos lanzamos de cabeza sobre los autos que pasan.
¿Por qué la miseria de encontrarnos aquí solos?
Otros han tenido la dicha de tenerte en su cama,
y eso ya es algo, un sueño para pasar las horas,
pero nosotros ni siquiera te hemos besado el cuello.
Y la rutina es un enemigo de las cabezas o piedras.
Yo no quiero vivir en esta patria de animales
donde no hay puesto para mí en el gran banquete,
ni un pedazo de páncreas que comerme de tu cuerpo
ni un pedazo de pubis que sorber carcajeándome,
como hacen los demás, los que saben leer su nombre
con las bocas abiertas y las amígdalas inflamadas.
Marchémonos ya de esta tierra o se nos hará tarde
y ya sin lugar en el mundo ¿para qué el cuerpo?
El juicio final
El estupor llega como un pan extraño y nos muerde,
nos deja el rastro prendido para siempre en la conciencia,
nos jura que el llanto ya sobra si no es tu cara la del sueño
y yo sé que tú estás en alguna parte caliente y lejana
preguntándote por las tardes procelosas del pasado.
Si hubiera sido distinto, si en lugar de golpearnos con rabia
nos hubiéramos amado con la misma fuerza en los cerros.
Tus dedos grandes se estiran en el recuerdo como mapas,
tus ojos claros se pierden en la memoria de los volcanes,
tu pelo ensortijado ensombrece las canciones más negras
y en cualquier cine te recuerdo detrás mío odiándome,
jurando que ibas a matarme a dos metros de distancia.
Pero ahora te he visto y me has despreciado con lástima
porque después de todo sabes que nunca logré nada,
que me he vuelto viejo e inútil y una sombra desesperada.
Me he sentado en donde tú estabas enjuiciándome,
he respirado el mismo aire que expulsaron tus pulmones,
me he recostado en el mismo tronco de un palo seco
para comprender que todavía no has ganado ninguna batalla,
porque a mi lo que me ha faltado son tus motivos de lobo
para arremeter, reventar aros y llantas, escupir,
fatigarme sobre la lápida de una cama
que nos prohibió el destino:
Te lo advierto, un día mis palabras serán tu pesadilla.
Café amargo
A veces hace falta algo más que su estatura de yeso
y la sangre extraída con jeringas y tierra de los ojos,
para despertarnos y salir a la calle y mirar de frente.
A veces los domingos son un tormento que no pesa
como el salario que se cobra y gasta con vergüenza.
Porque a veces no basta con una mirada congelada
para alzar el pecho y beber la cicuta del café amargo.
A veces el mundo es apenas una triste esfera sólida
donde hace falta un mejor destino y una carretera.
Lo de guerrero ciego nos confunde por momentos
se nos pierden las oscuras ecuaciones matemáticas
pero nunca la realidad de haber sido fetos muertos:
Animales con esqueleto de bronce y débil coraza,
con la calavera gris destinada a objeto decorativo.