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Mito y poesía

Por: Víctor Raúl Jaramillo

(fragmentos para una poética)

 

                               a Eufrasio Guzmán

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El hombre que se relaciona con el mundo desde la imago y en virtud de un pensamiento originario, atiende a la correspondencia entre el mito y el lenguaje en el que se escucha y, por ende, intuye de donde viene todo lo creador. Ese hombre se interroga por lo sensible, por lo verdaderamente interior que se establece en las relaciones con la conciencia poética que funda en nosotros el símbolo, la carnación que nos asegura el cuerpo del espíritu; esto es, que nos ofrece la humanidad en la presencia del otro. Esto nos lleva entonces, a un lenguaje vivo, despierto, en las aproximaciones de la metáfora que apunta al adiestramiento de la imaginación, a la conveniente aprehensión de los vínculos poéticos con la naturaleza y el sueño; con la alteridad del tercer mundo del diálogo donde hay atisbos de verdad que nutren las subjetividades participantes.

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El hombre es un ser de lenguaje, y el lenguaje habla y eso es suficiente. El ir más allá del lenguaje implica en cierta medida las palabras de Parménides que aseguran al ser y al pensar como lo mismo. Es decir, conocimiento e iluminación que hablan desde el lenguaje para decir lo primitivo, para admirar su diálogo con el tiempo, sus explicaciones, su narración, las especulaciones que lo validan como la realidad de una cultura y sus conexiones con lo que aparece, con lo que creamos en nuestro caminar presente que, en algunas ocasiones, da qué pensar en el ver y oír una realidad que se medita y arroja horizontes. No obstante, el ser como pensar sólo es posible en su devenir existencia; esto es, en su cobrar cuerpo, en su aparecer. Y esto únicamente es posible en el habla que habla y su movimiento, y aquí hace presencia Heráclito.

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Mito y poesía entretejen una actividad creadora que se establece como savia elemental que confirma el paso sagrado del hombre por la Tierra, el ritmo que, en el fondo, habita toda vivencia; aquello que expresado en el lenguaje, evidencia el ser mismo de las cosas, la esencialidad del mundo que no es otra que la acción libre de los pueblos. El mito atiende al acto de lo maravilloso, a la comprensión del misterio, al descubrimiento de lo arcano que nos vincula con el sentido de nuestra propia vida; esto es, con la memoria, con la restauración de nuestro mundo mágico, de sus orígenes, con el sentir de nuestra propia corporalidad. A su vez, la poesía se presenta como inteligencia viva de lo ocurrido en los inicios de todo universo: como fundación simbólica del cosmos, instauración del hombre solitario, pisada remota de sus cavernas. La consecución simbólica de lo desconocido ha sido empleada por todas las culturas, como un desvelar la admiración por lo ajeno; mismo que sitúa al hombre en la pregunta, en su hogar que es el cuerpo y su extensión: la palabra.

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El detenerse en la conciencia poética no es un quedarse estatua, es un ir hasta el lugar donde el tiempo no se determina por lo quieto, por lo permanente, sino por la consecución de una realidad que reintegra las visiones de lo sagrado, donde hombres y dioses vivían cercanamente en un perfecto acuerdo. La correspondencia mítica con la poesía acerca, entonces, a los hombres desde su individualidad con la plenitud del mundo. De esa relación surgen las narraciones que unos pocos anudan al tiempo paradisíaco, donde aún no se conocía la palabra muerta; tiempo en cuyo ejercicio el lenguaje permitía los lazos con la propia naturaleza, una vez el cuerpo se apropió de su respiración, del dolor y del placer hasta sentirse presente en la aparición del sí mismo.

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El mito poético nos acerca en su lenguaje a un más acá de lo que ocurre; nos invita a rebelarnos ante la desazón de un tiempo nihilista que olvida las funciones de lo sagrado, que pervive instaurando rituales y conduciendo al hombre a la lejanía de su convivencia originaria con el cosmos. El lenguaje poético, que se enlaza con el mito, anima toda proyección de lo imaginario y su revelación de la realidad a través de sus vínculos de unidad intuitiva y comprensión metafórica con lo interior mismo del hombre. Ahora bien, si en el logos se da la analogía del ser, también hay que decir que el símbolo permite su movimiento y al mismo tiempo fecunda, con sus mediaciones simbólicas, sus características históricas y culturales. Pero hay que recordar que sólo asciende quien ha descendido y no ha devuelto su mirada al momento del ascenso: eso es ser un poeta.

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El símbolo, las correspondencias del lenguaje poético, nos permiten acceder a la experiencia mística, que luego es traducida por el poeta. La experiencia mística siempre establece un conocimiento entre líneas, procura un pensamiento que queda consignado en el vacío. Nos muestra una transformación de la existencia, del poder de la conciencia poética que está representado en el crear aquello que sólo es posible por el símbolo, sin olvidar las profundas confirmaciones del mundo y sus interpretaciones; esto es, los dioses. Mito y poesía están en íntima relación con nosotros mismos, somos su origen y realidad, y, por tanto, no podemos dudar de su decir, de su aspecto. De ahí que el lenguaje poético traduzca el camino que nos comunica con lo verdaderamente humano y su espiritualidad proxémica que integra, en una unidad mística, las múltiples realidades que sólo las imágenes visionarias pueden desdoblar. Esto es, el símbolo dentro del lenguaje poético, nos auxilia en el momento de hablar de lo que no se puede hablar, de lo que sólo será posible para el poeta: el poseedor del fuego que es la virginidad del deseo.

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La palabra como símbolo es creadora de sentidos y se convierte en mediadora, acude a nosotros para mostrarnos lo que está presente, pero, por imposibilidad, no podemos ver y por tanto no podemos decir. De esta manera se viabiliza una comunicación secreta y, al tiempo, una intervención del enigma en la expresión dada por la poesía. Sin embargo, la palabra no es diáfana en el momento de mediar nuestra relación con el mundo, pues accede y detiene a su vez. El lenguaje poético como mito, no es unívoco, ni un dar sin misterio; lo que suponemos con claridad, nos lleva a otro lugar que el entendimiento no supone. El símbolo en la poesía es un pensar y un hablar de lo otro, un dejar ver sólo lo que la realidad intermediaria denota en la palabra.

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La conciencia poética permite una comprensión que activa todo conocimiento como interpretación, como la respuesta a la verdad del otro, a la complementariedad en el espíritu humano, a la búsqueda de entendimiento y a la relación con el mythos, con la acción del logos que nos liberan en el horizonte originario, en la metáfora y en la alegoría. La palabra que se conserva en las cercanías del mito y la poesía, admite la inmanencia de un mundo que convive con la tierra y, en sus inmediaciones, funda nuestra voluntad de crear y el tercer mundo del diálogo con que hombres y mujeres llegan a un acuerdo que los comunica con el sentido de su existencia, con la comprensión de sí mismos y de su libertad entendida desde una responsabilidad dialógica con la otredad, desde un ser creadores. La conciencia poética es una actitud que nos vincula a lo sagrado que sólo se da en el acontecimiento y es la sorpresa de nuestra carnación. Inmanencia donde ocurre nuestro sucedernos y agonizar que nos prepara para la fiesta de la hermandad que brota de lo subterráneo. Mito y poesía, son llanura y quiebre de un ominoso estar abiertos a la vida. Su cabalgar nos deviene en el sí de la inocencia.

Última actualización: 09/07/2021