English

La cultura en la transformación de la sociedad humana

Por: Antonio Herrada Hidalgo

¿La cultura es un ente aislado del hombre? ¿Lo modifica como si fuera un factor externo? ¿Es una fuerza interna que creando se transforma? La cultura es una huella. Una marca que se va dejando. La fuerza motriz que impulsa el cambio humano. Siglos de desconocimiento han subvalorado el papel de la cultura en las sociedades, anteponiendo factores económicos, políticos o ambientales. Nos cuesta entendernos como un todo. Nos cuesta entender que a la cultura nada humano le es ajeno. Múltiples debacles en el mundo han sucedido por el desconocimiento de la cultura de los pueblos. Múltiples se suceden y se sucederán. El poder, intentando desligarse, prefiere desconocer muchas veces los reclamos populares, la participación en la construcción social. La dominación también es una forma de cultura. El triunfo de ideas sobre otras. La imposición de modelos. Eliminar la cultura de un pueblo, someterla, acuartelarla. Objetivos a la larga insostenibles. Como lo es también mantener a una cultura pura. La cultura es un laboratorio de hibridaciones.

Viene a mi mente la educación que recibimos desde los primeros años. Las enseñanzas que vamos adquiriendo junto a nuestros padres, en nuestras comunidades y en nuestro grupo de iguales. No solo la forma en que apreciamos y nos comunicamos a través de expresiones artísticas, sino además todo aquello que va moldeando nuestro ser, la forma en que vestimos, nos alimentamos, ritualizamos nuestras creencias. La cultura es la patria más íntima del hombre. No valen desarraigos ni migraciones. La cultura se adapta y se mantiene.

A pesar de los actuales modelos educativos, donde cada vez más se intenta estructurar la mente en conocimientos estancos, ha sobrevivido la enseñanza del arte en las escuelas. Poco a poco ha pasado de ser un reflejo de la necesidad de adquirir nociones sobre las “bellas artes” a un verdadero campo de resistencia, un espacio donde los niños aprenden canales para expresarse y comunicar su subjetividad, y sobre todo una excelente vía para mantener la memoria de los pueblos. Aunque sea el arte solo una parte de la cultura, la fuerza con que hace llegar los mensajes, las búsquedas que acoge e impulsa, la coherencia con que expresa la naturaleza humana, ha hecho que en todas las épocas estas expresiones sean un verdadero testimonio del sentir, las preocupaciones y los sueños de las personas. Ganarle un espacio al poder también en el mundo del arte es también una batalla cotidiana. Llevarle a los niños no solo lo “mejor del arte mundial”, sino también lo mejor del arte de sus comunidades, de sus países, lo mejor de las artes populares, es una excelente forma de conservar el patrimonio de la memoria, y sembrarles el orgullo por sus orígenes.

Las sociedades contemporáneas respiran a través de las élites, y esas élites han instaurado su cultura, han aplastado la diferencia. Lo he visto con mis propios ojos en África, en América del Sur, en las islas del Caribe. He visto la raíz, la huella matriz en Estados Unidos y en Europa. Breves recorridos en mi breve vida. He visto hombres enterrando su cultura para asimilar la extranjera. Y a los ojos duele tanto paisaje contaminado. Nos mintieron al globalizarnos. Era la hora de acercarnos como nunca antes, pero no de esta colonización silenciosa. Y nos cuesta decir basta. La vida no nos da para decir hasta aquí. Queremos seguir el éxito. La cultura del éxito. Y las calaveras vuelven sobre América, Marco Polo navega nuevamente sobre Asia.

En algunos países como Corea del Sur, según me cuentan amigos, han tenido que ofrecer regalías a quienes porten trajes típicos en fiestas tradicionales. No interesa comprobar la anécdota. Interesa la metáfora. El esquema. La cultura no es tampoco un museo. No es quedarse varado en el tiempo. Es también la reproducción. El cambio. La producción de nuevos símbolos. Cada vez hay más peligro en esa producción. Es un peligro creado por los aviones y el internet. Por el peligro de la ubicuidad. Por el desplazamiento continuo. El riesgo de la producción de símbolos como una producción industrial. ¿Se imaginan? La fábrica de símbolos. Una industria para la exportación. Resuena en mi mente la idea. Pero ya existe. Fábricas de éxito. Del entretenimiento fácil. Del océano extensísimo y con milímetros de profundidad.

La cultura es también un acto de resistencia. Pienso en los barcos negreros atravesando el Atlántico. Pienso en el sol tremendo y en los campos de caña. En los barracones. En los días de fiesta. En la comida que sobrevivió, en la religión que sobrevivió, en la música que sobrevivió. La cultura mestiza de la que provengo tiene ese orgullo. Es una cultura de resistencia. Desde la barbarie de la esclavitud, poco ha habido más cruel para anular a un pueblo y su cultura. Y ahí está la huella.

Tengo en mi sangre rastros de muchas culturas: sangre de pastores hispanos, de japoneses portuarios, de mestizos cubanos. Tengo la cara blanca pero el alma negra. Y eso me da orgullo. Vengo también de una tierra aborigen. De un cemí y un hacha petaloide. Un alma taína. Y tengo sobre todo la conciencia. Una conciencia es un ejército. Es un arma poderosa.

Nada de esto sabía a mis nueve años, cuando mi maestra primaria me enseño a rimar. Todo parecía un juego. Estuve rimando hasta los 17 años. Pero hasta hoy escribo. Esa semilla echó raíces. Me dio un modo de expresión. Una voz. Esa maestra todavía vive. Todavía ve en mí al niño inquieto. Ella me dio la poesía. Como escribió un joven poeta cubano, porque a un niño se le da para que juegue cualquier cosa. Así he vivido. Desde esa huella. Hacia mi huella. Transformando la sociedad que voy siendo.

Así crecí, llegué a la Universidad, me hice profesor. Todo un ciclo. La vida me lleva a sembrar. Como hizo aquella maestra. Claro que no queremos que todos nuestros niños sean artistas. Aunque sería un mundo interesante. Eliminando un poco los mercados. Las jerarquías del dinero. ¿Se imaginan un mundo donde la belleza fuera la fuerza motriz de toda actividad? La búsqueda de la belleza, el testimonio de esa búsqueda.

Pero las reglas son caras. Y clarísimas. Y aunque a veces cuesta trabajo acomodarse a las leyes actuales, hay quienes han sabido muy bien aclimatarse. Y no han renunciado a sus modos de vida. Cada vez más, y con peligros, muchos se arriesgan a explotar la cultura como medio de vida. El turismo y las industrias culturales. Los circuitos y los eventos. Armas de doble filo. Porque esa exposición permanente puede dañar el espíritu. Aunque pensándolo bien, tendríamos que explotar la cultura, porque ya los recursos naturales han sufrido demasiado. Todo pasa por evitar la folclorización. Por darles a los artistas una paz que les permita extender su arte, que les permita conservar su arte, la diferencia. Porque no solo de pan vive el hombre. Es difícil pero no imposible pensar en una artistocracia. No la dominación de seres petulantes, sino la tiranía de la memoria, la tiranía de la belleza y sus expresiones. No habría que reclamarle a nadie que la cultura fuera un pilar del desarrollo sostenible, porque sencillamente ella misma fuera la imagen viva de ese desarrollo.

Ese mundo no es una utopía. Ya el hombre llegó a la luna, ya el hombre abrió el camino hacia el centro de la tierra. Solo falta un oído atento, un carcelero para el egoísmo. El hombre debe cavarse profundamente, debe hallar el camino hacia sí mismo. La cultura es su más sincera creación. Y la forma más directa de salvarse.

* Escrito para su participación en el 30º Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2020.


Antonio Herrada Hidalgo (Holguín, Cuba, 1992) Poeta e investigador. Licenciado en Geografía por la Universidad de La Habana, Máster en Desarrollo Social por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Flacso-Cuba, Universidad de La Habana, donde labora actualmente. Graduado del XV Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso. Ha obtenido diversos reconocimientos en poesía entre los que destacan la Beca Dador del Instituto Cubano del Libro 2018, el Premio Calendario de la Asociación Hermanos Saíz 2016 por Plantas invasoras (Casa Editora Abril, 2017) y Mención única en el Premio Pinos Nuevos 2014 por Asimetría (Ediciones La Luz, 2015), entre otros. Recibió la condición Hijo Destacado de la Ciudad de Holguín. Creador de la sección de literatura Asimetría de la revista Alma Mater y codirector del proyecto Coliseo Poético. Como investigador ha participado en eventos académicos en Jamaica, Trinidad y Tobago, Suriname, Bahamas, España, Sudáfrica y Estados Unidos. Es miembro de la Asociación de Escritores y Artistas Cubanos Hermanos Saíz AHS, del Grupo de Trabajo de CLACSO Crisis, respuestas y alternativas en el Gran Caribe, de la Cátedra de Estudios del Caribe Norman Girvan de la Universidad de La Habana, de la Latin American Studies Asociation LASA y de la Caribbean Studies Asociation CSA.

Última actualización: 01/08/2021