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Soltando amarras

Fotografía de Karl Olav Jaegtnes

Por: Hilde Susan Jaegtnes
Traductor: Javier Navarrete


Una casita de madera yace a pocos metros del mar, en una isla de la costa sudoeste de Noruega. Una montaña con forma de troll surge al otro lado del fiordo. En su fachada rugosa puede discernirse el rostro de un profeta furioso.

El viento ha golpeado los muros de esta casa desde que fue construida en 1750; el concierto atonal de la lluvia aporreando el tejado es perfecto para conciliar el sueño. Durante las tormentas otoñales, el mar crece hasta el segundo escalón ante la puerta. Pero la casa se construyó con firmeza para albergar a los pescadores y a sus familias del duro clima noruego. Solo el fuego y una crecida permanente del nivel del mar suponen una amenaza real a su existencia.


Fotografía de Karl Olav Jaegtnes

Mi abuelo creció en esta casa con sus abuelos. Su madre había muerto de tuberculosis cuando él tenía dos años, y su padre emigró a América a probar suerte con la carpintería.

La abuela de mi abuelo era la primera en levantarse en las mañanas heladas para encender el fuego, de modo que su marido pudiera disfrutar de una taza de café antes de salir a remo a buscar cena en el fiordo. Durante el verano, mi abuelo tenía que adentrase en el bosque montañoso para ordenar las vacas, y cargar la leche en un recipiente de estaño sujeto a su espalda hasta un barco mercante que recolectaba las preciosas gotas blancas. Si caminaba demasiado deprisa o tropezaba, la leche salpicaba su cuello y se derramaba por su espalda.

A los 17 años, mi abuelo viajó a Brooklyn y trabajó en una fábrica para ahorrar dinero con el que comprar su propia embarcación pesquera. En los pocos días libres, daba un paseo a través del puente de Brooklyn para ver Manhattan. Pasaba por la bolsa de Wall Street, donde había gente sentada en las ventanas, comprando y vendiendo acciones como locos. Para su asombro, fue testigo del salto mortal de un hombre desde lo alto de un edificio de oficinas. Los bancos habían quebrado después del crac y mucha gente perdió sus empleos. Era el año 1929.

Hacia 1955, mi abuelo proveía a su esposa e hijos pescando gamba con red en una embarcación de su propiedad. Como parte del primer programa de ayuda noruego, fue enviado a la India a enseñar a los pescadores locales cómo modernizar la industria pesquera con técnicas de arrastre de fondo. Mi madre esperaba con ansiedad sus postales y se regocijó cuando volvió con joyería dorada, figuritas de animales exóticos e historias de un continente remoto. El proyecto resultó en sobrepesca y en la destrucción de partes de la costa india, con la mayor parte de la pesca en manos de compradores adinerados, no de la población pobre como se había previsto (1). Mi abuelo contrajo malaria, y con frecuencia tenía ataques agudos de dolor durante diez años. Sin embargo, él hablaba de su aventura india con asombro y cariño.

Yo nací en Pennsylvania en 1973, donde mi padre noruego trabajaba como ingeniero mecánico de plantas nucleares. En 1980, mi madre insistió en que volviésemos a Noruega de modo que pudiésemos pasar más tiempo con nuestros parientes. A mi padre lo contrataron en una compañía del estado y pasó el resto de su carrera como director de proyectos de plataformas petrolíferas, refinerías y de gas y oleoductos. El boom del petróleo estaba aún en su primera fase. En unas pocas décadas, los combustibles fósiles transformaron Noruega de una pobre nación pesquera al séptimo país más rico del mundo en renta per cápita (2) (y hay que hacer notar que los seis países que están por delante de Noruega, incluyendo Irlanda, son conocidos paraísos fiscales).

Mi madre heredó la casita blanca del pescador, donde pasábamos las vacaciones. Habían instalado electricidad en los años 20, pero la casa no tenía instalación de fontanería. El agua para lavarnos y cocinar había que cogerla del pozo; la ropa se lavaba en un salto de agua; y el cuarto de baño estaba en una oscura caseta llena de arañas. Los abuelos de mi abuelo nos miraban con desaprobación desde una fotografía en blanco y negro en la pared de la sala.

Durante nuestras vacaciones, a mi abuelo le encantaba sentarse en un sillón de plástico fuera de la casa de su infancia y mirarme a mí con sus otros nietos remando en la bahía y capturando cangrejos pequeños, gambas y peces. Su espalda estaba dañada desde que resbaló y cayó en su embarcación, pero él seguía alegre y no se cansaba nunca de observar las actividades de las nuevas generaciones. Su mayor placer eran los cigarrillos liados a mano que fumó sin parar hasta su muerte.

Aunque mi abuelo estaba retirado como pescador de gamba, él seguía pescando a escala familiar. Por las noches salía al fiordo con su barca de madera para tender largas redes o trampas de langostas. Por la mañana temprano, recogía las redes y trampas y destripaba la captura comestible, arrojando de vuelta al mar medusas, algas y langostas demasiado jóvenes para ser comestibles. Nunca llevaba guantes, pero la piel de sus manos era demasiado dura para sentir la frialdad helada o los ardientes filamentos de las medusas. Pero sus dedos eran lo bastante ágiles para reparar los hilos de las redes, cosa que hacía durante el día mientras escuchaba la radio. Cada día, disfrutaba de la cena preparada por mi abuela, consistente en pescado frito, hervido o preparado como puré o pastel, junto con patatas hervidas, verduras y a veces salsa, con un punto de perejil para darle sabor. Recuerdo verlos arrancarse de la boca las espinas con paciencia y colocarlas en el borde del plato. Los domingos, se daban el lujo de comer carne.

Toda su vida, mi abuelo conoció y respetó las pautas del mar y el tiempo. A cambio, el mar alimentó a su familia y le perdonó la vida. 

En 1982, mi padre compró un ordenador personal de 8 bits, un Spectrum ZX en el que mis hermanos y yo aprendimos a programar y a jugar. Ninguno de mis amigos tenía ordenador en aquella época, y pocos sospechaban que los ordenadores y el internet revolucionarían el mundo en solo unas décadas. Al contrario, es sabido que el presidente de IBM predijo en 1943 que el mercado total en el mundo se limitaba a “quizá cinco ordenadores”. En 2020, el almacenamiento de datos mundial consumía entre el uno y el dos por ciento de la demanda global de electricidad, pero este número se estima que crecerá con el aumento de datos almacenados, quizá hasta el 50% del consumo global de electricidad. A día de hoy, solo Islandia usa más electricidad per cápita que Noruega.

Mi abuelo murió en 1996 de un fallo cardíaco, 16 años antes de que yo publicase mi primer libro. Nunca llegué a preguntarle si le entristecía que ninguno de sus descendientes eligiese la pesca como profesión. ¿Estaría orgulloso de mí, incluso sin haber logrado continuar su linaje con hijos propios? ¿Habría aplaudido mi elección de hacer carrera como escritora? ¿Y qué habría pensado del consumo excesivo de energía de las generaciones futuras, que puede ser la condena de la casa de su infancia e incluso del planeta entero?

Hace pocos años, se nos cedió la casita blanca a mi hermano y a mí para usarla durante las vacaciones. Excepto por una ampliación hecha a principios del siglo XIX, la estructura de la casa ha permanecido igual a cómo fue construida en 1750. Pero ahora, la casa está equipada con fontanería, una ducha, baldosas sobre suelo radiante con calefacción, lavavajillas y electrodomésticos de lavandería. El internet de alta velocidad nos permite ver series de televisión y jugar online. Nuestra lancha de plástico nos transporta con rapidez por el fiordo cuando queremos pescar por placer, pero normalmente recogemos más de lo que podemos comer. Mi hermano se queja de que la casa no tiene cargador para sus dos coches eléctricos Tesla. La visión de la montaña con rostro de troll está tapada por granjas de salmón y cruceros que surcan el fiordo, y los lúgubres gritos de las gaviotas son ahogados por la música tecno (dance band music) que estalla de los altavoces bluetooth de nuestro vecino, un hecho común desde que él convirtió su cobertizo rojo para la barca en una cabina de lujo. Unas quinientas personas viven de forma permanente en la isla, pero la población se duplica durante las vacaciones. Solo unos pocos residentes se ganan todavía la vida pescando en botes. El pescado de granja, por el contrario, se ha convertido en la tercera mayor industria de Noruega, solo después del petróleo, el gas y la electricidad. De hecho, el 53 por ciento de todo el salmón de granja del Atlántico se produce en Noruega (3).


Fotografía de Karl Olav Jaegtnes

Los abuelos de mi abuelo todavía cuelgan de la pared con mirada de desaprobación. Me pregunto qué pensaron cuando su hijo, el padre de mi abuelo, se fue de casa a los Estados Unidos en 1902. Así describía él su partida en su diario:

”Adiós pues, a todos los que me acompañaron al barco. Durante un largo tiempo, estuve en el puente mirándolos, intentando discernirlos: Simon con su sombrero de suave fieltro, hermano mío, nos dejaste tantas veces y ahora es mi turno. Después Ludvig y Kristian y Reinhardt. Y todas las chicas hermosas -es doloroso, tener que partir- pero una vez que has partido y soltado amarras, la única opción es seguir bailando, tanto si viajas al norte o al sur".

1.  https://www.onmanorama.com/lifestyle/keralaspora/2021/06/13/how-norway-helped-modernise-kerala-fishing-industry.html
2.  https://worldpopulationreview.com/country-rankings/richest-countries-in-the-world
3.  https://en.seafood.no/news-and-media/news-archive/celebrating-50-years-of-modern-aquaculture/

Ensayo sobre el tema ”Paz mundial, paz con la naturaleza” para el 32º Festival Internacional de Poesía de Medellín, Colombia, 23 a 30 de Julio, 2022.


Hilde Susan Jægtnes nació en 1973. Es poeta, escritora de ficción, escritora de guiones, actriz y compositora noruega, nacida en América. Jaegtnes estudió como Actor Musician en el Rose Bruford College de Londres y obtuvo un título en Ciencias políticas y relaciones internacionales por la San Francisco State University, y un master en Escritura de guiones para cine y televisión por la University of Southern California, Los Angeles. Sus méritos literarios incluyen cinco libros publicados en Noruega en los géneros de poesía, prosa breve y novela. 

En 2021 fue nominada al Brageprisen, el premio literario más prestigioso de Noruega, por su novela Yo fundé los Estados Unidos. Cuatro de sus guiones para películas han sido producidos, y también escribió la tercera temporada de la serie de televisión de thriller político ’Ocupados’. Jaegtnes vuelve con frecuencia a temas tales como la formación de la identidad, el género, las desigualdades de poder y la soledad existencial. Su estilo literario cubre un amplio espectro desde la prosa descriptiva a la sátira festiva del absurdo y a los paisajes poéticos surrealistas. Jaegtnes tiene la mente de un biólogo evolucionista, el cuerpo de un payaso y el corazón de un surrealista marxista.

Publicado el 31.01.2022

Última actualización: 05/09/2022