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Senderos hacia una morfología de la paz

Por: Luis Luna

 

Si se reflexiona sobre la etimología de la palabra paz encontraremos que esta pax romana deviene de la idea de solucionar el significado de un periodo de entreguerras. Esta idea de paz es tal vez el concepto que se emplea más frecuentemente. Y sin embargo no encuentro esta definición satisfactoria. Los pueblos no pueden regirse por una definición trabajada para designar un periodo sin enfrentamiento, puesto que la propia palabra enfrentamiento implica toda una cosmovisión ajena a las respuestas que se pueden dar desde lo lírico, desde lo vivencial, desde el lenguaje armónico y físico frente la urgencia de plantear una verdadera morfología de la paz.

Esta morfología pasa por incluir aquello que nos cobija y que nos da el ser mismo: el medioambiente. Este medio, la naturaleza, todo aquello que nos permite sentir y respirar no es ajeno, en absoluto, a nosotros. No es una clasificación o taxonomía que permita su aprendizaje, su categorización y su control. El medio ambiente es uno con el ser, con quien ha decidido voluntariamente que “su nombre esté escrito en el agua” tal y como decía Keats. El poeta, la poeta son pues agentes activos de ese trenzarse a la naturaleza, de ser piedra, pájaro, árbol y lluvia en la tormenta. Pues sus palabras son piedras, pájaros, árboles y sonidos de lluvia. No se puede obviar que el lenguaje es solo una forma en que la naturaleza nos permite dejar de conducirnos en el silencio. Y justo ahí en el silencio encuentro una palabra originaria, una palabra adherida a la naturaleza que me permite hablar del concepto paz tal y como deseo. Se trata de la palabra maya tseltal Slamalil k’inal que significa paz y que, etimológicamente, viene a decir “estado de silencio”.

Este estado de silencio, según consulto en un artículo de la UAM firmado por Antonio Paoli tiene que ver con la armonía del ser y de la naturaleza y está formalizado en la propia gramática de esta lengua. Se trata de un funcionamiento gramatical enraizado en el todo y en donde el ser humano es solo una parte más, unida a su comunidad y a su entorno. Todo ello nos lleva por caminos menos habituales y por lo tanto más dados a la exploración desde lo poético de un concepto tan denostado como el que estamos tratando. El ser en unidad es la paz, en un sentido orgánico. Así, la palabra comienza a tener un sentido limpio, lavado de las excoriaciones de los distintos poderes que la emplean.

Esta minería del lenguaje nos es cercana, nos es propia. El lenguaje no es solo una herramienta, es un vínculo o, si se me permite, una rama del árbol que somos. El ojo en este caso no puede ser más que una pérdida. Esta armonía debe ser sentida a través de lo que nos conforma, estableciendo ese amarre que proporciona el lenguaje. Tal vez por ello, las ancianas de Irán saludan tapándose los ojos y expresando que el recién llegado es sus ojos. Unir la cosmovisión es la paz, adherirse como el musgo a lo que nos rodea, sin interferir en su desarrollo, es la paz que se suscribe como la desembocadura del río suscribe su disolución en el mar. Esta idea morfológica (de forma) nos permite esbozar un camino, un trayecto de palabras hacia un cuerpo total, puesto que la paz no puede ser ni más ni menos que un cuerpo total en unidad armónica con el origen (Lourdes de Abajo lo dice bien: Soy la que renace. La otra. La que está. Aquella que escinde el bosque y lo desbroza. La que sacia el vientre muerto y a la espesura se entrega. La nieve roja.). Ese cuerpo total debe ser realizado en nosotros en convivencia, como dice Thoreau, con lo salvaje, ya que lo salvaje es nosotros mismos: “Dadme una naturaleza salvaje que ninguna civilización pueda soportar”.

En esta idea abunda Gary Snyder: “Lo salvaje no es solo la “preservación del mundo”, es el mundo. Todas las civilizaciones, ya sean orientales u occidentales, hace tiempo que siguen un rumbo de colisión con la naturaleza salvaje, y hoy existen naciones desarrolladas que tienen el insensato poder de erradicar de la faz de la tierra no solo seres, sino especies y procesos completos. Necesitamos una civilización que pueda convivir entera y creativamente con lo salvaje.”. Esta convivencia es, además, necesariamente morfológica y el lenguaje puede señalar a quien, apartado de esta idea de paz apunte con su ilusión de poder a la ruptura del cuerpo total que somos o que, mejor dicho, debemos aprender a volver ser. Este aprendizaje es un primer paso, una forma de estar despiertos. Aprender la libertad de la unidad y de lo salvaje, recorrer con el lobo la estepa y seguir con la mente la metáfora del vuelo del vencejo. Miguel Ángel Curiel dice en uno de sus poemas: “De niño subía arena a casa. / Esa arena, esa niñez / son ya lo mismo” explorando el tiempo esencial del poema y de la naturaleza. Acompasarse al tiempo mismo de la arena, dejar que el siempre salvaje lenguaje de la poesía sea arena en los bolsillos de todos los niños del mundo, esta es la misión primera. Una vez llenos los ojos, una vez dejados de lado esos mismos ojos, avanzar contra conceptos como deforestación o destrucción de hábitat o naturaleza como propiedad humana. Todos esos conceptos que vienen barajándose y sirviendo de pernios para sostener las puertas de la destrucción de la paz. Edificar pues una cabaña en el bosque de los encuentros, vestirla con la hoja caída de un bosque mediterráneo, con la arena insomne de los grandes desiertos o un pétalo de la flor del rododendro nepalí, atizar la llama de las canciones compartidas mientras se escucha el crecimiento del maíz, jugar al mancala con un brote entre los dientes, emplear el lenguaje para dar morfología a la palabra paz, a la verdadera idea de paz, es una idea consecuente a la primera. Pactar la morfología, entrar en las venas del mundo, construir un cuerpo erguido con una misma voz y sostener creativamente (como decía Gary Snyder) nuestra unidad con el medio. La paz no es por tanto una palabra sola para hablar de cesación del enfrentamiento, sino una palabra viva, armónica, que vibra en el corazón de la Amazonía y resuena en las voces del canto tradicional inuit, el katajjaq. Sea la lengua del poeta, de la poeta, pues, paz, mapudungun como la lengua mapuche: idioma de la tierra.


Luis Luna nació en Madrid, España, en 1975. Doctor en Filología Románica y Licenciado en Filología Hispánica. Es especialista en el estudio del desplazamiento, la frontera y el exilio en la poesía contemporánea. Coordinador docente del Máster de Poesía de Escuela de Escritores. Dirige la colección de poesía “Fragmentaria” y “Colección Hebrea” de Amargord Ediciones. Poeta y Artista Visual. Ha publicado los poemarios Cuaderno del GuardabosqueAl Rihla (El viaje), Territorio en penumbraAlmendra, libro-disco en colaboración con Lourdes de Abajo, con grabados de Juan Carlos Mestre y palabras preliminares de Antonio Gamoneda, Umbilical, la plaquette Helor, con grabados de Miguel Ángel Curiel e Intemperie. Actualmente se ha reeditado su obra Cuaderno del Guardabosque, con la adenda de 64 variaciones sobre paisaje. Su obra reunida ha sido publicada por Artepoética Press en EEUU bajo el título Language rooms. Poesía reunida, siendo portada de la International poetry review por esta obra. 

Antologías de su obra han sido publicadas en Francia, Ecuador, Brasil, Italia y Eslovaquia entre otros países. Su obra ha sido traducida al rumano, inglés, portugués, catalán, gallego, sánscrito, eslovaco, francés o chino entre otras lenguas. Participa asiduamente en encuentros nacionales e internacionales, destacándose el Festival de poesía de N. York, el Festival de poesía de Bari, el Festival de poesía de Lisboa o el Festival de poesía de Guayaquil. 

Última actualización: 25/04/2022