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Poesía y barbarie

Por: Gustavo Pereira

Especial para Prometeo                                                          
                                                                       I

En Los dragones del Edén, entre otras investigaciones biológicas y antropológicas allí analizadas, Carl Sagan alude a las de Paul MacLean, que delimitan tres zonas del cerebro humano responsables cada una de ellas y en conjunto de cuanto somos, pensamos y actuamos.

Menciona en primer lugar, por su orden de aparición, el complejo reptílico, o complejo R, la zona cerebral más antigua, que nos emparenta con los primitivos animales del planeta. A ella, ignorando su existencia pero acaso intuyéndola en sabia deducción, llegó a referirse no sin pesadumbre Charles Darwin en su magna obra El origen de las especies en estos términos:

(...)El hombre, a pesar de las nobles cualidades que le adornan, de la compasión que muestra hacia los más menesterosos, de su bondad no sólo para con los otros hombres, sino también para con las criaturas más insignificantes, de su intelecto divino y de que ha llegado a elucidar los movimientos y constitución del sistema solar, a pesar de todo ello, digo, el hombre aún lleva impresa en su estructura corpórea la huella indeleble de su humilde origen (...)”. 

Aunque evolutivamente ha venido ocupando en el cerebro un espacio cada vez menor, en el complejo reptílico se particularizan en gran medida según Sagan, como arcaicas rémoras, la conducta agresiva, la territorialidad, los actos rituales, las jerarquías sociales y el afán de dominio.

No poca cosa.

¿Será posible inferir de ello que en los seres humanos el complejo R condiciona o determina los antivalores que aún mantienen en vilo a la humanidad?

El egoísmo, la codicia, la crueldad, la insensibilidad ante el dolor y el sufrimiento ajenos, la ambición de mando y posesiones, la egolatría, la patanería, la soberbia, la frivolidad, la estupidez, la intolerancia en todas sus formas ¿tendrán su origen allí?.

Cabe suponer –escribe Sagan- que en cierto modo el complejo R sigue desempeñando dentro del cerebro humano las mismas funciones que cumplía en el dinosaurio (...) Salvo excepciones esporádicas, a las que damos la bienvenida, tengo la impresión de que estos rasgos configuran en buena medida el comportamiento burocrático y político del hombre actual”.  

           

                                                                  II

Las otras dos zonas del cerebro humano estudiadas en el libro corresponden al sistema límbico, causante principal de la emotividad, el altruismo, el amor, la religiosidad, cabe decir (y esto constituye arbitraria deducción de quien escribe) la marea primaria de la poesía; y al neocórtex, en el cual se gestan las funciones cognitivas, la reflexión, el intelecto, la razón en suma.

La diferenciación no significa en modo alguno, como bien señala Sagan, que las tres zonas actúen bajo estricta separación de funciones, pues ello equivaldría a una simplificación extrema. Pero como colige el sabio norteamericano, si la agresividad, la intolerancia, la conducta burocrática, los aspectos rituales y jerárquicos de nuestras vidas se hallan esencialmente reguladas por el complejo R., ¿podría decirse entonces que no hay esperanza para el futuro humano? 

Él mismo nos da la respuesta: “En el hombre –escribe- el neocórtex representa alrededor del 85% del cerebro, lo que refleja en cierta medida su importancia comparado con el cerebro posterior, el complejo R y el sistema límbico. Tanto la neuroanatomía, como la historia política y la propia introspección ofrecen pruebas de que el ser humano es perfectamente capaz de resistir el apremio de ceder a los impulsos emanados del cerebro del reptil”.

La poesía, como se sabe, se cuenta entre los más eficaces instrumentos de resistencia ante la sinrazón y el horror.

Publicado el 7 de junio de 2014

Última actualización: 07/11/2021