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Un solo y grande animal que respira y existe para ser herido

Por: Damaris Calderón

 

Tomado de letras.s5.com

 

Dentro del panorama de la poesía chilena contemporánea, una de las voces más significativas e ineludibles, es la de Verónica Zondek, que ha venido desarrollando un trabajo sostenido en el tiempo, trabajo diverso, vigoroso, que también se perfila en continuidades de líneas y preocupaciones temáticas. Descendiente de judíos alemanes-polacos, habiendo residido en una larga estancia en Israel, otra larga en su país natal, con desplazamientos varios a numerosos países, su poesía da cuenta del nomadismo y de la intersección de referentes culturales, de un desplazamiento que se asume como condición existencial. En la producción continuada de Zondek, han aparecido libros donde la concepción de los mismos ha abogado por la unión de la poesía y la plástica, como “Entre lagartas”, realizado en colaboración con la artista plástica Gabriela Villegas, y “El libro de los Valles”, publicado por Lom Ediciones. Sin embargo, quisiera centrarme aquí en un aspecto que me llama la atención desde “Membranza”, (recopilación de su obra hasta 1995) realizada por Cuarto Propio y Ediciones Cordillera. En el volumen se recogen sus libros “Entrecielo y Entrelínea”, “La sombra tras el muro”, "Vagido”, “El hueso de la memoria” y “Peregrina de mí”, y a lo que me refiero es a la creación de una realidad poética , lingüística, depositaria de la memoria: una “Membranza” realizada por la poeta. Membranza: palabra que evoca, a un tiempo, la membrana ¿del corazón?, (un órgano) y a la remebranza, al acto de recordar (y volver a pasar por el corazón). Lo que evidencia que para Zondek el acto creativo se trata en primera instancia de un recordar, de una fundación a través del recuerdo. En sus versos aparecen una y otra vez las palabras “no olvido”, las imágenes de lo perdido, lo desaparecido, lo que sólo proyecta una sombra, que se trata de reconstruir, de aprehender, por la palabra, “Fundo con la palabra”, dirá.

Este último poemario, Por gracia de hombre, editado por Lom Ediciones, abre con una hablante que se presenta como una indocumentada, indocumentada que hace una entrega: su dolor, y también su lucidez ante los horrores de la historia, de la existencia y comienza con una especie de sentencia: "La poesía es un presente en llamas y otorga al tiempo vigencia continua”. Anulación del tiempo cronológico, por tanto, confluencia de tiempos, en un presente continuo, en llamas, donde la depositaria, indocumentada, sabe que la evolución humana no ha sido tal, en tanto se ha erigido afirmada sobre una cadena de horrores que se continúan, la hablante sabe y escribe. El conocimiento, del dolor, segrega escritura. Convivencia con sombras, que ha hecho suyas y de las que forma parte, esta sujeto anónima, que se constituye en uno a través de la multiplicidad, de ahí el carácter de filiación inexorable de este libro, con los que han padecido, y más que un recurso literario de máscaras, lo que se establece es el intento desesperado de convivencia, de fusión en el acto de resistir ante el horror. Ahí se altera la sintaxis, como se altera la vivencia misma:
“ Mi juntos no sabemos por qué. Mi sabemos que volverá a ocurrir”. Atrapados.

Hermanados, la filiación se hace solidaridad, conciencia, lucidez, el destino de cada una de estas vidas pudo haber sido otro, pero a cada quien le tocó su saco de dolor. La hablante (y la poeta) no evaden ese dolor ni ese horror, antes bien, lo miran, se adentran en él, lo padecen, lo enfrentan y lo conjuran mediante el testimonio, la resistencia, la escritura. El mi (pronombre posesivo singular y/ o personal), se vuelve plural, alcanza esa pluralidad de la simpatía, del padecer con el otro, de saber que el otro, también es uno mismo y que uno mismo, su mismidad, ha estado atravesada por la cadena de horrores. El libro parte entonces desde una conciencia y lucidez meridiana, es decir, desde una responsabilidad, donde lo ético y lo estético han de fusionarse en la justicia (poética y moral) y en un deber inexorable de la hablante, que se sabe anónima, indocumentada: “ Y cumplo con decirlo”. Cierra Verónica Zondek en esta especie de introito a estas mutaciones poéticas.

Las filiaciones o citas como apoyaturas (junturas) en que se apoya el libro, parten de Olga Orozco y de Gabriela Mistral, ambas de una falta; “estaban ahí, cayendo desasidos” (repárese en la caída, en el desasimiento inaugural ) y “ me nació de cosas/ que no son país/ de patrias y patrias/ que tuve y perdí/ de las criaturas que yo vi morir/ de lo que era mío/ y se fue de mí”. Zondek, de ascendencia judía que trae en sus sangre el exilio, el holocausto y la diáspora, incorpora aquí el arsenal de ausencias y de pérdidas a través de la voz mistraliana, donde lo que destaca es la pérdida: patrias y patrias perdidas, criaturas vistas morir, lo que se fue de mí (en palabras de Mistral, que Zondek retoma) pero también y no menos importante, de estas pérdidas, surge el nacimiento poético, la reconstitución: el deber de recomponer ese cuerpo diásporico, diezmado, a través de la palabra. “ ME NACIÓ”...dice la Mistral de la escritura de sus pérdidas. No por azar sino para dar testimonio y de manera constitutiva está la cita en el libro, no como un cuerpo exterior, sino como una astilla más que se incorpora al libro. Pérdida y nacimiento, restitución, en la medida de lo posible, por la palabra poética, a esa familia de la devastación. Transmutar a través de la pérdida, del dolor, transmutar, creo que es la palabra clave de la poesía, transmutación que logra Verónica Zondek eficaz, limpiamente, en este poemario.

Si la poesía de Zondek puede entenderse como un viaje, entre le fijación y al errancia, por terrenos nómades, en busca de una patria, (la poesía), en libros anteriores, vuelven aquí constantes que son recurrencias: la memoria (el hueso de la memoria), la fijación del recuerdo a través de la letra, el trazo de un mapa, de una cartografía histórica y sentimental que dé cuenta de esas vidas heroicas, arrojadas al fuego, purificadas y acrisoladas por él. Como las babas de un caracol avanza la escritura, advirtiendo contra la desmemoria, el hacer la vista a un lado, el olvidar. Basta recordar que las musas ( y la poesia y todas las formas de pensamiento) son hijas de Mnemosyne, la memoria, es decir, el animal que escribe, graba y cava en lo hondo y hace de ese boquete y en él la escritura (su resistidero) sabe que en el recuerdo, en la remembranza, está la posesión de lo perdido, así sea a través de posesión por pérdida, (la escritura), la hablante se desplaza entonces en multiplicidad de sujetos y voces poéticos que forman ese Mí plural: Gabriela Mistral, Marina Tsvietáieva, Eduardo Anguita, Baldomero Llillo, por sólo mencionar algunos. Por pérdidas, se crea un nuevo sujeto múltiple, que no está constreñido al género ni al sexo ni a la raza ni a la historia ni a la geografía, parten de ellos, sí, de una puntualidad, de una referencia concreta, pero la rebasan y trascienden, para fusionarse, a través de todos sus dolores en la humanidad doliente y en “un solo y grande animal que respira y existe para ser herido”. Pero también para dejar testimonio, resistencia, a través de la vida (y la escritura), así, aún a través de las aguas se dejan huellas vivas.

Frente a las nociones de progreso, erigidas en el falso racionalismo, en el arrollamiento del hombre y de la expresión más tangible de su humanidad, la hablante se refugia en el instinto sobrehumano (animal). “El animal sabe y distingue”. ¿Qué sabe? Que “La vida es un recuerdo de sí misma y el corazón es una baba que continúa atada al hilo...” Fijeza, continuidad, recuerdo, van haciendo la persistencia de esta escritura, que se afirma en el hueso andino mistraliano, en el fuego ancestral, humano, versos emanados del fuego de los crematorios (crematorias de hombres, crematorios de libros). Porque así como importa la memoria del hueso, importa la letra, el libro, así la filiación pariental se establece tanto con la abuela como con George Trakl, Alejandra Pizarnik y Salvador Allende.

Porque contra el fuego de la devastación y los crematorios está ese fuego visceral, inmemorial, de la creación humana, está el fuego de las ollas comunes, que hicieran que los hombres compartieran un alimento común, como una verdad dura, dificil de tragar, pero compartida. En el poemario está el emplazamiento también al interlocutor, cómplice de esas nociones (devastaciones) humanas en nombre de una seudomodernidad y de la sociedad (de consumo), del progreso y de la historia que pasa en grandes mayúsculas por sobre los seres humanos concretos, aquellos que se ven envueltos y arrasados en ella, que la hacen y la padecen y muchas veces, forman parte de su exterminio. Creo que uno de los aciertos de este libro es haber cargado con tan pesado fardo de dolor de generaciones diversas, de hombres y mujeres de tiempos y épocas diversos, para atravesar (llegar) con el poema a la otra orilla, rescatando esos fragmentos de vidas incandescentes. El peso de ese traspaso se siente en el libro, se respira, se fija en el boqueo de la hablante, en la cesura de ciertos poemas, en la dicción entrecortada, sin aire apenas para continuar (pero sigue), como seguía la marcha en su transhumar poético en libros anteriores, el poema se desplaza a veces como caracol, otras como camélido, donde “pesa la certeza y pesa el camino”. Pesa todo. Pesa el peso de la letra”, pero la escritura continúa.

Continúa sobre un paisaje devastado, asolado, por eso poemas que son como conjuraciones lúcidas, apelativas al otro, poemas estancos, que a veces no desembocan pero drenan, dejan correr su lava y forman su magma ígneo. Basta citar algunos títulos: Aguas del desasosiego, desde el fondo negro, Retraso del exterminio, o Después de la destrucción (oración sin salida). Porque no hay salida, no habrá salida, en tanto el hombre, por gracia de hombre, no recupere lo suyo, humano, en el sitio que le corresponde de la creación. En tanto no halla ojos, no halla oídos, no halla mano erguida, fervorosa y abierta al otro, en tanto no exista fraternidad y sí fraticidio, el holocausto volverá a ocurrir, está aconteciendo todos los días, y “ Mi juntos no sabemos por qué. Mi sabemos que volverá a ocurrir. Aquí y acullá, víctimas y victimarios por siempre en enroques sempiternos (...) Atrapados”. Pero así como este especie de fatum cíclico pareciera no tener salida, en tanto se ejerza y seamos cómplices de la degradación versus la dignidad, el horror versus la belleza, el exterminio versus la dignidad humana, hay que afianzar la búsqueda, la lucha, moral, póetica, por la palabra, por el poema, como forma de existencia. Recordar, escribir, son emplazamientos morales. La poesía no sólo formará parte de la justicia sino será la justicia (recuerdo esa bella palabra griega: kalokaghatia). La fusión indisoluble entre belleza y justicia, lo bueno y lo justo. Así, quiero destacar la dimensión social y política, vale decir poética, de este nuevo e inmemorial libro de Zondek, no por azar “sino para dar testimonio”, son encarnados, convocados los poetas elegidos en esta travesía. Gabriela Mistral, Pizarnik, Vallejo, Paul Celan, Neruda, son autores que se distinguen por su dedicación extrema y radical a la vida, a la poesía, hasta la redención o el exterminio, la derrota. Pero no sin haber antes entregado todo al fuego, a la incandescencia. Así el descenso (que es ascenso) con Baldomero Llillo y los hombres del carbón a la mina, al socavón donde la tierra muestra y expone sus extrañas. Así la plegaria ante el negro abismante: “AMÉN DE LOS SOCAVONES. No más hoyo , no más hoyo negro en la memoria”. (De En carne viva). O en la Marcha forzada, que, por forzada, no se deja de marchar. O en los poemas al detenido y la detenida desaparecida, donde se señala: “La muerte es el olvido de los vivos”.

O los horrores que expanden la geografía en una topografía y una naturaleza bárbara que va desde las siervas mugrientas del Potosí, a la mujer ceniza en santas hogueras eclesiásticas, a las apedreadas de la plaza Central de Kabul, a las martirizadas con ratas de cloaca en Villa Grimaldi/ o a los hombres asados al rojo de parrilla macabra y/ o enterrados hasta la testa para banquete de hormigas vietnamitas...” En su realización, los dibujos y grabados del pintor Guillermo Núñez contribuyen a acentuar la belleza y el carácter político del libro. Ojalá que como pide este poemario en De lo humano nos “toque algo bello por gracia de hombre”. Ojalá que el loto del olvido no nos haga unos chanchos en la tierra de Circe, signada por la desmemoria, ojalá que ese SOLO Y GRANDE ANIMAL QUE RESPIRA Y EXISTE PARA SER HERIDO exista también para la fraternidad y la luz sin escarnio. Ojalá que el primate no retroceda de horror ante nosotros.

Última actualización: 03/03/2019