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Primera metamorfosis del fuego

Por: Jean-Baptiste Tati Loutard
Traductor: Javier del Prado

El congolés Jean-Baptiste Tati Loutard (1938) es una de las mayores figuras cuya inspiración se quiere intimista y metafísica. Más aún: una de sus mayores inquietudes es, sin duda alguna, la meditación bajo la forma de "impulso interior" o de "secreción involuntaria" (habría dicho Barthes). Nacido cerca de un lago, J.-B. Tati Loutard es un poeta del agua, o más bien de las aguas, en todas sus formas posibles (aguas turbulentas del mar, aguas calmas de la orilla, aguas glaucas de los ríos...). Su palabra busca continuamente una suerte de ósmosis entre lo vivido por el poeta y el murmullo de las aguas. Con pudor, dolor contenido, complicidad de las aguas conciliadoras, el poeta confiesa sin ambages en La tradition du songe: "El agua alimenta mi fuerza poética/ Es un mar interior. / Cada libro salido de la imprenta es un brazo muerto". Desde Les poèmes de la mer (1965) hasta L'ordre des phénomènes (1996), su obra interroga la inmanencia del acto poético y su alcance en la experiencia humana: contemplación de las aguas y del mar (más allá del impulso romántico), palabra sobre el tiempo y sus normas, metáforas solares y de constelaciones, arrepentimiento frente a la ausencia de la mujer amada y evocación nostálgica del país natal confieren una textura singular a su itinerario lírico.

 

“El mar," dice Heráclito de Éfeso, "es la primera metamorfosis del fuego. Y del mar, una mitad deviene tierra, la otra nube ardiente".

 

(Del libro Normas del tiempo)

     CARTA A UNA MUCHACHA DE NUEVA YORK
     Te escribo de muy lejos, desde las costas del Congo
     Ante la Isla de Mbamú;
     Es una mota verde refugiada en medio de las aguas
     Con el fin de evitar su retorno a la Tierra.
     La calle no está lejos: transita como el río
     Allá, tras esa hierba
     Que parece más alta por culpa del risrás de las cigarras.
     Van y vienen los coches y sus ruedas no aplastan los recuerdos.
     ¡Qué pena me das, tú, tan lejos, recluida en el desierto de
     [ cemento y de acero,
     Con los más bellos sueños de los hombres
     Metidos en mochilas de ladrones!
     ¡Debes sentir pavor por los barrios perdidos
     Cuando la luna baja del cenit de la noche!
     Qué le vamos a hacer, la vida no es redonda como la Tierra.
     Todos los días se engancha a alguna espina.
     Guardo todos los rasgos de tu cara en la punta de mi pluma
     Y también tus palabras, geniales:
     "Es Harlem una noche habitada por noches."
     A veces, ante mí, eras el árbol
     Que incuba un genio quieto,
     Y después, de inmediato, la punzada del ritmo
     Se asía a tu tobillo;
     Te mudabas entonces en la sierpe de mar que vuelve al
      [ manantial
     Llevada por las contracciones de las olas.
     Ardías en mis brazos, más ardiente
     Que el sol de la estación lluviosa.
     He vivido contigo como el tronco
     Que retiene su rama en tiempos de tormenta...
     ¡Adiós! La pluma ya no se ciñe a su línea:
     La noche empieza a hervir en su jarrón de estrellas. ~
    

***

 

(Del libro El fuego del planeta)


     ABANDONADO A LA CORRIENTE
     ¡Cuántos ríos en mi vida me han mostrado su curso,
     Sinuoso o torrencial, color de plomo o transparente!
     Senegal, Nilo, Sena, Ganges, Tíber y Volga,
     Y el Congo, al discurrir por mis pestañas
Como en su lecho diario.
     Y luego se allegó la amante inevitable:
     La mar, lengua azul, bajo el paladar del cielo;
     Pasa entre las gaviotas y las algas.
     (Árboles microscópicos de vetustas florestas
     Roídas por la sal y los gorgojos de los siglos.)

He consumido ya múltiples soles,
     Y por ello, en el agua, mi memoria se vuelca
     Muero y revivo como el mar
     En cada soplo que tendría que exhalar;
     En vez de olas, deseo noctilucas
     Para ver si mi doble entre los hombres
     Puede ser refulgente.

Última actualización: 04/03/2019