English

Hacia una estética de metamorfosis

Fotografía tomada de El País

Por: Adonis

(Adamar)

Voy a referirme sólo al concepto de metamorfosis desarrollado en primer lugar por el poeta latino Ovidio en su célebre obra titulada precisamente Las Metamorfosis. Se trata en esencia de un proceso de transformación del ser del hombre, de un cambio que le priva de su identidad originaria para darle otra, modificando así la naturaleza y haciéndole pasar de una forma existencial determinada a otra. ¿Puede el hombre, por ejemplo, convertirse en árbol o planta, piedra o astro? (Existir, estre y astro encierran la misma raíz trilítera: STR)

Genera el arcano de la metamorfosis una fuerza misteriosa. Dicho arcano opera en el corazón del ser humano merced a una divinidad masculina o femenina —ya por amor y recompensa, ya por odio y castigo—. Según Pitágoras, la metamorfosis incluye la transmigración o metempsícosis: esto significa que, con la muerte del cuerpo, el hombre pierde su identidad corporal mientras que la esencia enigmática de su espíritu transmigra a otro cuerpo, ya superior, ya inferior. Esto debido a que la transmigración tiene un doble sentido: de elevación o de degradación, en otras palabras: ascensional o a la inversa.

Concibiendo la metamorfosis en un sentido más general, puede decirse que la metáfora es fuente del perpetuo renacer y de la renovación continua de un movimiento creativo que incluye en sí los contrarios: la imaginación y la realidad, lo extraño y lo familiar, lo sobrenatural y lo habitual, lo manifiesto y lo oculto.

Al transformar y renovar los seres, la metamorfosis genera los cambios de identidad: un cuerpo muere para que la esencia de su espíritu se integre en otro; una cosa pierde su aspecto para reaparecer bajo otro. En este sentido, puede que la metamorfosis contenga en sí misma la omnipotencia de la continuidad secreta entre todos los seres (o el principio de su intersubjetividad trascendental), potencia que se manifiesta también en el discurso y en la escucha. Orfeo, por ejemplo, cuando canta, no es sólo oído por los humanos, sino también por los animales, los árboles, las plantas y las rocas. Después de la muerte de Orfeo, su cabeza cortada sigue cantando mientras flota en la superficie de las aguas. Otro ejemplo: las olas murmuran y gritan, los relámpagos hablan.

La omnipotencia de esta continuidad secreta entre los seres nos es revelada en las profecías celestes o en lo que se denomina los milagros de los profetas. En el Islam, esta omnipotencia tiene un nombre específico: al-karama (que podemos traducir por gracia), que significa rebasar lo habitual y lo familiar, no sólo por parte de las palabras, sino también de los actos. Numerosas obras hablan de los karamat de los santos (awliya) y los describen como transformación de las cosas de un estado a otro a través del poder del santo (wali). Creer en los espíritus, los diablos y los ángeles no es más que la expresión de la fe en la idea de la metamorfosis y en la existencia de fuerzas sobrenaturales e invisibles. A este poder se une la magia. Todos conocemos la leyenda del mago que vaga toda la noche transformado en lobo feroz, la fábula de la calabaza transformada en carroza tirada por cuatro caballos y la de los lagartos transformados en lacayos.

Tal vez esta metamorfosis, en cuanto a la manera de ver el mundo y la relación de una cosa con otra, entre lo visible y lo no visible, es el fundamento sobre el que está construida la metamorfosis en el terreno de la expresión poética del mundo.

Del mismo modo que la metamorfosis ha sido la vía primordial para aclarar la intervención de los arcanos y las fuerzas operativas, o incluso la intervención de la divinidad en los cambios de forma de las criaturas —y como consecuencia la presentación de una nueva imagen del mundo—, la metáfora es la vía por medio de la cual se opera la intervención de los poetas en el cambio de las relaciones entre las palabras y las palabras, las cosas y las cosas. Como todo salto, éste tiene lugar a través de la transformación de las palabras, es decir, a través de su empleo en el espacio de un significado que no tenían en su origen, de modo que cambia su sentido —lo que da a ese sentido nuevo una existencia diferente de su existencia originaria—. Desde el momento en que el sentido de las palabras cambia, cambia también a la vez la imagen de la cosa afectada, su relación y su significación.

La metáfora es, pues, el nombre poético de la metamorfosis de las cosas y aquello sobre lo que se basa la estética de la metamorfosis. De este punto deriva el nexo entre la metamorfosis de las cosas y la de las palabras. Del mismo modo que la imagen de una cosa (y como consecuencia del mundo) se renueva por su metamorfosis existencial, la metáfora renueva, existencial y poéticamente, la imagen de las cosas.

Describo la metamorfosis como una transferencia o un viaje. La palabra viaja entre las cosas. Las cosas viajan entre las palabras. Lo visible viaja en lo no-visible. Y el sentido viaja en las imágenes. Desde este punto de vista podemos decir que la existencia no es más que un viaje. El viaje del hombre se expresa a través de la lengua que desvela tal o cual conocimiento a través de tal o cual imagen. Dado que la existencia es la metamorfosis continua de una imagen en otra, el conocimiento, pues es duradero, se transforma en una suerte de rigidez, inercia que el poeta al-Niffari llama "la ignorancia estática". Por añadidura, el contenido del conocimiento se convierte a toda prisa en un "velo" puesto que la cosa desconocida nunca es estática, sino, al contrario, no deja de transformarse. Por este motivo, en la poesía árabe, tanto a la "letra" como a la "palabra", se las llama "velo". Esto se debe a que el sentido y la verdad residen detrás de la letra. La "palabra" nunca puede agotar la cosa. Por este motivo la lengua o el "decir" debe cambiar perpetuamente, evolucionar y fluir desde la fuente como el cuerno de la abundancia del mundo, si no cae en la inercia convirtiéndose en una suerte de "velo" petrificado sobre la cosa en sí.

El nombre sería pues un velo sobre la cosa. Para conocer las cosas, sería necesario verlas más allá de su nombre, en otras palabras sería preciso llamarlas siempre mediante nuevas denominaciones que a su vez se convertirían en "velos" si ellas mismas no se transformaran. En este cambio ininterrumpido, no podríamos ver ya las cosas o no veríamos de las cosas más que su nombre. La letra, el nombre, lo dicho no son más que apariencias visibles. En efecto, el "velo" es precisamente lo que hace del viaje-búsqueda la primera cuestión existencial, la que hace del significado —o de lo que llamamos la "verdad"— una luz que no cesa de brillar al final del camino: un fin que nunca puede ser alcanzado puesto que el camino no tiene fin.

El conocimiento de ese "velo" tejido por el viaje en el espacio de la existencia y del conocimiento es la condición fundamental de la develación. El que conoce perfectamente este "velo" es el único que podría no dejar de develar y se hallaría siempre en el punto de descubrir. ¿Puede significar esto que el sentido reside siempre en lo que todavía no ha sido dicho y no en lo que ya ha sido dicho? ¿Es decir, que el descubrimiento de la verdad de la existencia y del sentido del hombre sigue siendo para siempre inaccesible? Si el sentido del hombre es más fuerte que el del cielo y el de la tierra, según al-Niffari, ¿cómo podríamos llegar a detentar el significado del hombre? ¿Cuál sería la verdad, dónde se escondería, puesto que es tan difícil, es decir, imposible, atrapar tal significado? En este contexto, ¿cuál sería para el hombre la utilidad de representar realidades visibles ya manifiestamente presentadas por la vida misma? ¿De qué serviría la reproducción o la imitación de lo que esta vida misma ha producido de un modo insuperable? Por lo demás, la representación de las realidades visibles de la vida no es más que una presentación de los velos y de los nombres. La estética que de ello resulta es la de lo familiar y lo consumado. No expresa en nada la verdad porque limitarse a las imágenes de las cosas es velar su sentido. Es decir que el conocimiento no consiste en buscar refugio a la sombra de las imágenes, sino en desgarrarlas. La belleza no es reflejo, sino nacimiento.

Al-Niffari dice (y al decir esto es Dios quien se dirige a él): "La verdad es la descripción de lo verdadero y lo verdadero soy Yo". Así une al-Niffari la verdad a lo no-visible, a lo desconocido, a lo improbable. En esta óptica, la verdad en sí es metamorfosis o viaje-búsqueda sin fin en un universo infinito. La existencia es, pues, un sentido o una verdad hacia el cual o la cual viajamos a través de la metamorfosis de las imágenes. Dado que la verdad no se puede concebir de un modo completo y final, su secreto reside en ese viaje y en el movimiento perpetuo de este último. No existe ninguna fuerza distinta a la poesía que muestre siempre que el hombre es un ser viajero habitado por un destello de verdad en los ojos. El viaje de la poesía es el más rico y el más profundo de los viajes hacia el hombre, hacia el conocimiento, la verdad y la belleza, simplemente porque es un viaje entre la muerte y la resurrección, un viaje que no tiene límites entre la imagen y el sentido, entre lo visible y lo no-visible. El conocimiento y la verdad no pueden, pues, separarse de la estética, y la estética no puede separarse de la metamorfosis. En esta óptica, quisiera decir de la poesía que es la ciencia del develamiento de la verdad, es decir, la ciencia del inaccesible develamiento del infinito.

Digamos, de una manera más iluminadora para describir la relación entre poesía y verdad, que si es cierto que las cosas, al no dejar de cambiar sí mismas no dejan de cambiar las relaciones entre ellas y las palabras, por lo mismo la verdad, expresada mediante las palabras, se hallaría también en perpetuo cambio. Es evidente que la verdad no debe buscarse sino fuera del mundo estático: el de las "creencias", de las "fes" y de las "certezas". Por este motivo la verdad no puede buscarse en una ciencia que niegue otra ciencia, o en una filosofía que niegue otra filosofía, o en una religión que niegue otra religión. La verdad es errante: es en sí una forma de vagabundeo. La poesía es la encarnación del errar por excelencia. Ver la verdad a través del ojo de la poesía exige salir de todos los lenguajes que pretenden convertirse en verdad, exige ser sin cesar redefinida y no ser nunca vista como si hubiera alcanzado un fin, sino, al contrario, siempre abierta en su caminar sin camino y sin fin.

La poesía ¿será en sí la verdad revestida con el traje del vagabundeo? Buscar la verdad ¿será, pues, vivir este errar: vivir, como decía Hölderlin, "como poetas en esta tierra"?

Última actualización: 08/03/2019