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Esteban Moore: una poesía geomística

Por: Leandro CalleCórdoba


Foto Horacio Spinetto

 

El poeta recoge una piedra y la observa. Pareciera que ve su propio derrotero en poesía. Esa piedrita recogida a la orilla del río –la poesía es un oficio de las orillas- se encuentra ahora bajo los efluvios de la lámpara eléctrica. ¿Qué ve el poeta? ¿Qué ve el crítico? ¿Qué el lector?: “…la suavidad de los bordes/ el tallado paciente de las aguas”, dice Esteban Moore. El poema pertenece a Partes mínimas, obra de madurez del poeta. Allí confluyen el paisaje interior con la geografía patagónica y el acervo cultural de un lector exigente. De las tres cosas, resulta una poesía geomística, donde el espíritu del paisaje se hace palabra y donde la palabra espiritual y literaria se vuelve imagen y paisaje. Pareciera que el poema que citamos más arriba, es como un alto en el camino, una re-flexión del poeta, reflexión sobre su propia poética:

 

“los dedos pulgar e índice --levemente combados en labor de          
 pinzas/ presionan el contorno irregular --de esa piedrita que
 has recogido a la orilla del río/ la colocan bajo la luz de una
 lámpara eléctrica/ que alumbra de su figura –la suavidad de
 los bordes/ el tallado paciente de las aguas”

Es a partir de este poema que quisiera abordar una lectura, una mirada poética, sobre la obra en su conjunto. Tomar su poesía como quien toma una piedrita y mirarla, hasta sentir “la suavidad de los bordes” y “el tallado paciente de las aguas”.
Los dedos pulgar e índice que toman la piedra en el poema, son los mismos que se apoderan del lápiz y escriben. Moore habla del “contorno irregular” de la piedra. Pienso que en muchos casos, hay poetas que se expresan siempre bajo un mismo vehículo formal y bajo una misma temática. Esa homogeneidad puede ser muchas veces sinónimo de coherencia poética, pero también de hastío y aburrimiento. Existen otros poetas que lejos de permanecer en un mismo flujo de corriente, avanzan a través de la conquista de nuevos territorios, no se conforman, siempre tienen sed. Creo que Esteban Moore, pertenece a este último grupo, al de los buscadores contumaces, a los inconformistas, a los que no se sienten que han llegado y por eso siguen buscando. Tanto en el aspecto formal como en los contenidos semánticos, su poética es rica y diversa. Mantiene sí algunos territorios raigales que son fundamentales en su escritura pero siempre se destaca el espíritu poético, capaz de romper la forma para decir, capaz de ensimismarse para madurar.

Cuando recorremos su itinerario poético, que comienza editorialmente hablando, en el año 1982, nos damos cuenta, desde el comienzo, que estamos ante un poeta en el sentido más profundo que conlleva esta palabra. El “tallado paciente de las aguas” no es lo que el poeta dice, sino que es lo que el poeta ha dejado que la poesía diga en él. Allí reside su grandeza, en que deja hablar en él a la poesía. No somete la palabra. Lucha con ella, sí, pero está a su servicio. Con este punto de partida, volvemos ahora nuestros ojos, al primer libro: La noche en llamas de 1982.

Para entrar en este poemario es fundamental comprender el contexto histórico-político que vivía Argentina. Estamos en el umbral del despertar democrático después de haber experimentado la noche más oscura en la historia política del país. Me refiero a la dictadura acontecida entre 1976 y 1983. El año ’82, a partir de lo que significó la derrota de la Guerra de Malvinas, funcionó como una bisagra entre la oscura noche de los tiempos militares y la esperanza del período democrático. Este aspecto histórico-político es común también para muchos países latinoamericanos, ya que las dictaduras en el continente estaban amasadas por los mismos intereses y las mismas opresiones.

En el primer poema dice: “en los pliegues/ de la mano/ solloza patria/ un país oculto”. La palabra “patria” aparece once veces en este libro que contiene once poemas. Lejos de pertenecer a un sentimiento atávico o conservador-nacionalista, aquí, la reiteración de la palabra “patria” tiene una frescura vinculada a una necesidad concreta del país. La palabra no molesta, no nos lleva a lugares enmohecidos, por el contrario, es una patria que como dice el poema que citamos está vinculada al hacer, por eso está en los “pliegues de la mano”, porque es una patria que hay que construir, o mejor, re-construir. El “país oculto” está pidiendo ser levantado, salvado.

La patria no es algo anquilosado y solemne, por eso aparecerá en este primer libro algo esencial a su obra, el tono coloquial. A la patria se la tutea, porque es nuestra: “perdoná patria/ perdoná/ debemos partir/ es urgente patria”. Esta coloquialidad va a estar presente a lo largo de toda su obra, al igual que cierto contenido político, a veces de manera explícita y otras veces veladamente.

 Coloquialidad y política van a ser dos raíces siempre presentes, más allá de la diversidad de ritmos, paisajes y formas que el poeta vaya buscando en su andar poético. No son dos raíces en sentido formal o semántico. Son dos connotaciones ligadas al “respirar poético”  a la manera de sentir la poesía. Al espíritu de la palabra poética. Dentro de esta misma coloquialidad, aparece también el tango, otra de sus constantes. En “Mi Buenos Aires querido” (puesto así, entre comillas), cierra el poema diciendo: “en nuestras habitaciones/ gobernadas por el cerrojo/ la memoria es un muro/ que no puede ser derribado”. El libro se cierra con un “encargo para el poeta”. En su final: “observa quieto…// haz de este muerto/ una voz que sobreviva”.

Moore tiene 30 años cuando publica su primer libro. Desde los comienzos se revela una poesía madura, arraigada en la realidad y con un condimento personal fuerte vinculado a la oralidad y a la ciudad de Buenos Aires. De algún modo, todo primer libro, manifiesta el “barro primordial” de la obra que ha de venir.
Al año siguiente publica Providencia terrenal (1983). Estamos ya en el triunfo democrático. Si en el libro anterior el poeta se hallaba recluido, como encerrado y expectante, donde las adjetivaciones tenían que ver con aquello que crece en lo oculto, aquí, por el contrario, se evidencia la luz, el paisaje, las estaciones y el amor. Desde el primer poema, se enarbola el sentimiento de apertura, de libertad. El primer título es “extensión” y dice:

cardos
frágiles espinas
erizando la piel

y el campo
siempre el campo

abierto…

El campo es una realidad importante para Moore. Recordemos, si bien nace en Palermo, Buenos Aires, pasa su infancia en Lobos, provincia de Buenos Aires. El campo es también una imagen de “lo argentino” y en este caso la última palabra “abierto” está reforzada con los puntos suspensivos. No hay clausuras, hay un porvenir, una esperanza.
Son poemas de mucha densidad, apretados en su significación y que tienen la impronta de un paisaje. Así lo revelan gran parte de los sintagmas nominales de los poemas: “el jardín de alá…”; “más allá del paisaje”; “playas del tuyú”; “marina”; etc. Pero el paisaje no es solamente el aspecto visual descriptivo. El poeta va mucho más allá. El paisaje se mezcla con las sensaciones del alma, con la temperatura del momento histórico-político y la vivencia sentimental del sujeto. El paisaje tiene sentido en un acontecer sinestésico.

“…rompe una rana el mágico silencio
y…los viejos cuerpos de la muerte
abren a tus ojos
la antigua vejiga de la noche”.

De algún modo los años de publicación de los dos primeros libros, revelan las dos caras de un mismo acontecer histórico. La misma moneda en donde una cara refleja el oscuro pasado dictatorial con La noche en llamas (1982) y la otra cara de la moneda que mira hacia el futuro y refleja la esperanza: Providencia terrenal (1983). 

Llegamos así a un libro central en la obra del poeta: Con Bogey en Casablanca (1987). Es un punto de inflexión en su obra.  Como que los dos anteriores libros iban camino a construir este que va a configurar una voz definitiva en el poeta.

Moore hilvana el tango, el cine, las lecturas personales y la lectura acumulada conjuntamente con el contexto político y social. Todos esos condimentos conforman su poética. Lo que resulta extraordinario es que los elementos que utiliza están al servicio del poema y el poema se yergue por sí solo. No lo posee ni la soberbia de los nuevos vocablos, ni la deformación de un Frankenstein que junta piezas sueltas para armar un poema donde las costuras se notan. No, muy por el contrario, acierta justamente en hacer un poema donde se escucha su voz, nutrida de muchas voces y lecturas, pero que ahora decanta en poesía, única y vital en su completud y unidad.

El poema que le da título al libro es emblemático y un clásico en la poesía de “los ochenta” generación en la cual suele ubicarse al poeta.

con bogey en casablanca

bogey bebe en silencio
el agrio bourbon del olvido
su mirada perdida en la noche africana
oculta las profundas cicatrices del amor

desde la mesa observa al pianista
que sin emoción acaricia en el aire
con manos de brillante caoba
las teclas de un piano destartalado

en el fondo del salón a media luz
acompañada por una vieja guitarra
la francesita delgada y triste
sostiene el tibio mate de la espera

bogey la mira a través del humo del cigarrillo
para comentar lentamente como sólo él puede hacerlo
con la entonación propia de un reo del abasto
“muchachos… ella algún día lo comprenderá…
…carlitos se nos ha ido para siempre”

De entrada, la preposición “con” nos predispone a estar con ese otro, a dejarnos nutrir de la cultura, a saber que no escribimos de cero. Como decíamos anteriormente, el poeta conforma su voz, única y originalísima, pero a partir de la experiencia de sus lecturas, vivencias y acontecimientos sociales.

Así es como logra mezclar de manera alquímica –es decir acierta en la mezcla de elementos- los contenidos poéticos para brindarnos el poema. Por eso  desde Con Bogey en Casablanca escribe de manera tal que puede ser leído universal y particularmente. Es un porteño de ley y un ciudadano del mundo. Para decirlo con las mismas palabras del tango, refleja muy bien aquello de Discépolo en la letra del tango “El choclo”: “…y en un pernod mezcló a París con Puente Alsina…”. Sólo que en el caso de Moore más que la ciudad luz, estará más cercana la raigambre anglosajona.   

Comienza también, a partir de este libro, una centralidad de la ciudad de Buenos Aires que opera como un centro mítico, un lugar de profundas significaciones, una especie de “aleph territorial” a partir del cual se tejen los poemas cuya urdimbre tiene que ver con todo el mundo atado a este centro territorial que alumbra y confiere sentido.
Llegamos así a 1994 con Tiempos que van. Aquí el aliento largo del ritmo del poema comienza a quedarse. El poeta se extiende, necesita que los versos galopen un poco más por la página en blanco. El libro está dividido en tres partes. Otra vez es importante tener en cuenta el contexto histórico-político al que le hace guiños en su poesía ya sea con cierta comicidad o a veces con amargo escepticismo. En ambos casos, siempre con acertada inteligencia. Son tiempos de la instalación del crudo neoliberalismo en la Argentina y la moda irresponsable de las privatizaciones a destajo. Paralelamente aparece la mujer y el amor, como se manifestaba también en poemarios anteriores.

El escepticismo se revela también en la captación de cierta incompletud o si se quiere de la percepción de la contingencia humana o la finitud. Solo que esa finitud está a su vez atravesada por el espíritu que busca más allá de los límites humanos. Esa sed de infinito que mueve al poeta. “qué hacer/ frente a ese hombre que en vida todo lo quiere/ la gracia de dios incluida/ a esa mujer cuyo deseo ya no es una piedra dura/ dilatándose/ en cada uno de los pechos/…qué hacer/ frente al filamento de la bombilla eléctrica/ que al apagarse nos deja toda la noche/ el temor de no despertar” (in vitro) Así comienza el libro que sigue con plegarias y celebraciones, viajes y guiños con cierto humor como “al que madruga Dios lo ayuda” o “che tartufo oí” que rememora el tango de Cadícamo. La segunda parte va llegando al final con un poema que da título al libro:

tiempos que van

hoy
los unos

mañana
los otros.

Aquí se logra un trabajo de síntesis magistral de tono agridulce que refleja muy bien el contexto epocal a partir de esas dos vertientes mencionadas: un toque de humor o comicidad y el amargo escepticismo.
Moore es aquí el poeta que toma distancia como quien da un paso hacia atrás, tensa el arco, dispara –reflexiona-y da en el blanco.

La tercera y última parte del libro tiene por título FRag/Mento/s. Es un largo poema de tono elegíaco. Aparecen de nuevo los cuerpos que no aparecen. En 1986 y en 1987 se habían declarado las leyes de Punto final y Obediencia debida. En 1989, el presidente de la nación argentina declara el indulto para 220 militares y 70 civiles responsables de la dictadura militar 1976-1983. Los desaparecidos no aparecen. El poeta escribe:

… TATA
aquí
hubo muerte
y
mucho más
sí mucho más…

TATA
aquí
hay muertos
muchos
muchos muertos
y ningún cuerpo
                          ningún
cuerpo
NINGÚN CUERPO NINGÚN CUERPO
NINGÚN CUERPO
NINGÚN CUERPO
NINGÚN CUERPO
NINGÚN
NINGÚ
NING
NIN
NI
N

La evocación cariñosa “Tata” ubica al poeta en el plano filial, en la necesidad de encontrar alguien que proteja, que cuide. De algún modo, la ausencia de los cuerpos y la muerte, nos desamparan y uno vuelve a sentirse niño. De algún modo esa “patria” que se esbozaba en La noche en llamas, es una patria muy pequeña, muy necesitada. Este último poema  es un grito, una plegaria, una súplica y una denuncia.

En 1999, aparece Instantáneas de fin de siglo. El título es importante porque nos ubica nuevamente en el plano de la imagen. Foto verbal del poeta que como dijimos antes, mezcla el paisaje interior con el exterior. Estas instantáneas de fin de siglo se van a ir afirmando en su espíritu de “retratar” la ontología del paisaje, y acontecerá plenamente en Partes mínimas (1999) y en sentido de recuperación de la vida cotidiana a partir de El avión negro (2007).

El poema final del libro que confiere el título al mismo y tiene varias aristas significativas que van mostrando la urdimbre con la que el poeta teje sus versos. De entrada el solapado epígrafe de Petrarca: “Questi son gli occhi della nostra lingua” nos anuncia esta concentración de palabra y mirada, de voz y paisaje. La enunciación del “horizonte patagónico” que anuncia el próximo libro Partes mínimas cuyo título también se encuentra en este poema como introducido de paso:

las manos –el tacto de tus dedos
la tierna substancia de las esponjas
partes mínimas
sí…
y las palabras nunca y siempre
taladrando los muros del olvido…

La cursiva de “partes mínimas” está puesta expresamente por el autor. Hay una enumeración borgiana, no tan caótica y más vinculada a la palabra que se mueve por oleadas hasta desembocar en otras cursivas significativas:

y… sí los ojos  =siempre=
y de ellos ése que ante el iridiscente claroscuro
de fugaces estallidos
donde fluyen
en su representación tanta y multiplicada
todas las cosas
harto ‘de ver
por un espejo y obscuramente
es seducido
de aquella abundancia

Los ojos que piden ver más, que piden traspasar la realidad finita y ver definitivamente lo real, sin velo alguno, sin máscara. La cursiva alude a la primera Carta a los Corintios de Paulo de Tarso: “ahora vemos  por un espejo y obscuramente, entonces veremos cara a cara.” (1Cor 13,12).

Este final reafirma –a mi juicio- el carácter místico de Partes mínimas. Entramos así en el clima de desierto. El paisaje patagónico bien se yergue para dejar al poeta como testigo y profeta de su tiempo. El epígrafe de Octavio Paz es también un guiño: “Tiempo que entreabre los párpados/ Y se deja mirar y nos mira”. Este mirar y ser mirado propio de la contemplación se imbricará con una meticulosa citación de textos en donde el poeta da cuentas de sus lecturas. Partes mínimas, se presenta entonces como pequeños poemas en prosa, con epígrafes de variados autores, con el telón de fondo del paisaje patagónico y con la mirada del poeta que recorre y asimila ese paisaje. El poeta que está herido de trascendencia en el corazón mismo de la finitud.

Sería muy largo adentrarnos en este libro y romperíamos de algún modo el equilibrio de una lectura sobre toda la obra. Es un libro complejo y profundo que merecería un calmo y tranquilo estudio literario cotejando sus lecturas con sus condensadas prosas poéticas de alta significación.

Luis Benítez, poeta que también pertenece a la llamada “generación del 80”, sintetiza muy bien Partes mínimas cuando dice hacia el año 2007:

“En este sentido, Esteban Moore es dentro de la generación poética de 1980 el gran ordenador, el poeta que muestra las correspondencias de sentido entre nuestro trabajo con el género y lo que hacen en otras latitudes.

Del mismo modo, se maneja con extrema habilidad con aquellos aportes poéticos que vienen del tratamiento que se le da al género en Estados Unidos y en el resto de Latinoamérica, no sólo porque ha viajado para conocer de primera mano lo que rezan las referencias, las antologías y las traducciones, ni tampoco porque él mismo sea uno de los mejores traductores que tenemos. El mérito, en esta referencia que hago, no tiene que ver sólo con una notoria destreza técnica que le reconocemos plenamente. El mérito tiene que ver con el talento para no sumirse y sumir a su obra en lo que contempla, sino para extraer de lo contemplado aquello que amplía la dimensión de la obra del sujeto que contempla.

Asimismo, no tiene menor relevancia, sino la misma envergadura, otra característica muy señalable de la obra mooreana. Esta es su capacidad para abarcar la historia y aun la geografía de nuestro país, no dejándolas como elementos exteriores, meramente referenciales de su poética, sino convirtiéndolas acertadamente en elementos propios de ella”. Si bien la cita es extensa creo que vale la pena por la contundencia y claridad.

Una vez atravesado el desierto, prueba y encuentro místico en la poesía, y a partir de El avión negro (2007), el poeta despliega una serie de poemas en donde el paisaje se relaciona con los recuerdos de la infancia, como si el poeta buscara asir algo de aquellos paraísos perdidos. No es nostálgico ni atávico. Hace desembocar su poética actual en el “aliento largo”. Ha pasado por el poema condensado y de alta significación, por la prosa poética, por el realismo y la vanguardia y ahora ya en su centro definitivo, su lugar en el mundo, -Buenos Aires y la poesía- parece tener la respuesta para aquel verso de Eladia Blázquez y Mario Iaquinandi: “Vos que tenés labia, contame una historia”. Labia o chamuyo en la jerga tanguera puede interpretarse como un hablar ligero, ramplón pero yo prefiero acomodar este término al sujeto conocedor de la vida. Y a Moore le sobra palabra poética para contarnos una historia y eso es lo que hace. Acostumbrados como estamos a su diáfana complejidad, no son poemas elaborados desde un solo sentido. Son poemas en lo que encontramos el humor, la lírica, la idea inteligente y algo de escepticismo y nostalgia. La belleza reside en que con esos elementos, compone un poema que es resultado de su voz personal y única, heredera sí de sus lecturas, pero voz original y reconocible.

Por otra parte, la poesía, en el cambio de siglo, experimentó cierto vaciamiento de sentido y cierto hermetismo banal que trajo como resultado un distanciamiento del lector normal de poesía. Lejos de esos hermetismos absurdos y de narraciones banales que poco tienen que ver con la poesía, Esteban Moore nos devuelve una poética que “dice”. Tampoco pueden contra ella el frío bisturí de la crítica estéril y resentida que a través de analogías –a veces descabelladas- busca ubicar aquí o allá al poema o al poeta. Está de más plantear su suficiencia  en materia de poesía y el aporte inmejorable que nos otorgan sus celebradas traducciones de poetas actuales de lengua inglesa. Moore, es hoy uno de los poetas fundamentales que tiene Argentina. Y con fundamental, me refiero el carácter basal de su obra -tanto poética como de traducción- en el desarrollo de la literatura del país.

Su poesía es una invitación constante a asistir a la celebración de la palabra poética. Su lugar de residencia, su lugar en el mundo, es Buenos Aires. Anclado en un café, el poeta nos invita a escuchar y a mirar porque como ya se dijo, el acierto de Moore desde el principio, es que deja que la poesía hable. Lo notorio, es que desde la generosidad y la camaradería poética, no se guarda la poesía para sí, nos invita a escucharla, a celebrarla y a compartirla como bien lo expresa el final de “Carta a Marco Polo”:

Marco querido  deje de deambular por el mundo
aproveche las ofertas del mes  de Aerolíneas Argentinas  y véngase urgente
le aseguro que el universo se ve distinto desde la mesa de un  café porteño.

Leandro Calle (Zárate, 1969) Poeta, traductor, Lic. en Letras y Teología. Reside en Córdoba. Entre otros libros publicó: Tatuaje de fauno (El Francotirador, 1999); Una Luz desde el río (Alción Editora, 2001 y 2004); Los Elementos (Alción Editora, 2003); Pasar (Educc, 2004); Noche Extranjera (Ediciones del Copista, 2007). El Horla, traducción y edición bilingüe del texto de Guy de Maupassant más un estudio crítico. (Ediciones del Copista, 2007). entonces (Alción Editora, 2010) y blasfemo (Alción Editora, 2013).

Tradujo, Los frutos del cuerpo (Alción, 2012 y editado en Chile por el Centro Mohammed VI) del poeta marroquí Abdellatif Laâbi.

Junto a Kay Reynolds (Fotografía): Almas del Boquerón (Pircas, 2004); Souls of the Boqueron (Pircas, 2005);  Kindheit (Pircas 2006)  y Passer (Editorial Pircas Argentinas, 2008).

Su poesía fue traducida parcialmente al inglés, al francés, al checo y al árabe. Dirige para Alción Editora la Biblioteca de Autores Marroquíes.

Publicado el 18 de agosto de 2015

 

Última actualización: 07/03/2019