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La poesia como posibilidad

Por: Fadir Delgado

Especial para Prometeo

La poesía es en sí una experiencia de libertad, de pensar por nosotros mismos, que nos recuerda como seres «capaces de lenguaje1», que nos reconstruye los espacios y humaniza los «no lugares»2, esos lugares donde la gente está y no está, donde se convierten en sombras de otras sombras. Esos mismos que invaden a las ciudades, hasta el punto de convertirse en referentes obligados para definirlas y trazarlas; esos mismos que arrastran cementerios de emociones, autómatas y sonámbulos que se van repitiendo y coreando risas y palabras sin la menor oportunidad de reinventarse otras y apropiarse de ellas. 

Hoy asistimos no a ciudades, sino a huecos vivientes, invadidos de frenéticos consumidores y falsas felicidades que se limitan al tener, al comprar, hasta el punto de imaginarnos no ciudades y ciudadanos, sino consumidades y consumidores. En ese escenario, la poesía, se convierte en una experiencia que despierta, que invita a vernos desde adentro, y nos recuerda que debemos recuperar el concepto de Nación, hoy convertido en conglomerados con fechas de caducidad, a quienes se les pasa por encima, en donde todo se le comercializa, incluyendo, el dolor.

En estas horas de globalización que asaltan nuestro tiempo, la poesía es una posibilidad para recordarnos que tenemos derecho a la autoderminación, a nuestro propio asombro, a trazar nuestro propio camino; a recordarnos como seres que se asombran, que sienten, que se solidarizan, capaces de la sensibilidad, capaces de pensar nuestro territorio a partir las palabras y lenguajes que nos pertenecen. Es así, como la creación escrita nos devuelve nuestra sombra y nos salva de ser las sombras o la réplica de otros

No es cuestión de reducir la poesía al concepto de utilidad y encasillarla en el para qué sirve. En estos tiempos todo se mide por lo que es útil o no. Además es penoso reducir el ejercicio poético al capricho de cualquier costumbre o concepción social. Entonces el asunto no es de qué servirá o de cuál es su papel, sino cómo podemos ser a partir de ella, cómo podemos llegar al más allá de la página, y entender que la hoja es simplemente el ropaje, el aleteo de lo escrito. 

Bajo ese concepto, el territorio poético es una posibilidad de resistencia, de nombrarnos desde los signos de la imagen. Y en un país como el nuestro, donde alzar la voz es invocar la muerte, los signos se convierten en una opción para pedir auxilio, de decir lo que el lenguaje lineal tiene al alcance de los ojos y que jamás podría revelar por desidia o por simple y cruel complicidad. Es allí donde la poesía se convierte en una alternativa porque re-dignifica la condición humana, desde sus rasgos más íntimos de libertad y autodeterminación. 

Nos han despojado de nuestra condición humana y quienes nos sabemos despojados y día día luchamos para retenerla sabemos que esa búsqueda hay que hacerla desde ese territorio intimo que llevamos trastocado, desde ese que laceramos cada vez que nos olvidamos y nos convertimos en aburridos ecos idiotizados. Es ese mismo territorio íntimo el que intenta rescatar la experiencia poética para gritarnos al oído que somos más que objetos y útiles de democracia barata, para anunciarnos que somos soñadores capaces de ser el sueño, la metáfora y la imagen; capaces de leernos y descubrirnos a partir de nuestros propios ojos, de nuestro propio cuerpo.

1. Término acuñado por Jurgen Habermas en su Teoría de Acción Comunicativa
2 Término de Marc Augé en su obra Los no lugares. Espacios del anonimato. 

Actualizado en marzo 8 de 2012. 

Última actualización: 26/04/2020