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Las armas milagrosas

Por: Álvaro Marín

Especial para Prometeo

 

El primer asomo de utopía entre nosotros lo propiciaron los indios marcados con hierros candentes. Llamados por la necesidad de aliviar el maltrato que hacía la propiedad de los colonos europeos sobre sus cuerpos, abandonaron el centro de México para ir a habitar en los hospitales, que realmente eran hospitales-pueblos y constituían, más allá del alivio de la muerte europea, un proyecto de vida americano, el cuerpo indígena fue la primera bandera de liberación. Fundados por Vasco de Quiroga, los hospitales-pueblos eran realmente comunidades que tomaron Utopía del poeta Tomás Moro como sueño y como política. Mientras tanto Tomás Moro escribía poesía y fustigaba su propio cuerpo con un cilicio de martirio, en los tiempos en que el cilicio no era un juguete erótico. Los españoles hacían lo mismo, pero en el cuerpo ajeno de los indios, y en medio de la disputa por la vida nacía entre nosotros la utopía como hija del dolor y al mismo tiempo como vía de contra conquista, es decir como búsqueda de felicidad en la tierra.

 

Ese no lugar que es la utopía encontró un lugar en América que todavía vivía el tiempo circular del mito recién relacionado con el tiempo lineal del cristianismo y de Occidente. Lo real en América es lo maravilloso, ya lo dijo Carpentier cuando se distanciaba de la abstracción surrealista, de “esa vieja y embustera historia de la máquina de coser y el paraguas sobre la mesa de disección.” 1 Ante las propuestas formales del surrealismo Carpentier respondió con la visión de lo real maravilloso que une los tiempos de la historia y el mito, un tiempo mestizo como lo veía Juan Rulfo, en donde confluyen pasado y presente y se entrecruzaron el mito y la realidad, la historia y el sueño, la política y la utopía. “Lo maravilloso” en Carpentier es la alteración de la realidad, es decir, “el milagro”, y la función del mito, según el mitólogo ruso Losev, tiene precisamente como finalidad el milagro, la alteración del mundo real. 

El mito comienza en la realidad alterada, cuando en ella interviene el sentido generador, es decir, la poesía. En América el mito y la utopía han sido dos armas milagrosas, como el lenguaje del poeta Aimé Cesaire en la indagación por la cura y la sanación de ese tiempo mestizo del mito y la historia que era su experiencia vital de tres culturas que se mestizaban en la cultura africana, junto a la cultura francesa y la cultura antillana; el mundo Caribe que fue la confluencia de las corrientes culturales del mundo y el comienzo de nuestra versión de modernidad: el Caribe en donde confluían el mito y la historia. Esa especie de metahistoria que es la utopía, era lo que buscaba el obispo de Michoacán Vasco de Quiroga, pero antes de los hospitales la utopía ya estaba allí, antes de leer a Tomás Moro la vivieron comunitariamente los indios anteriores a la conquista, nuestra utopía es anterior a la pesadilla de la conquista y ya estaba en la vida americana, lo que hace “Tata Vasco”, como llamaban los indios tarascos al obispo de Michoacán, es desentrañarla y exponerla allí, en ese puente que comunica el mito con la utopía que es la historia.    

 ¿Existe el mito hoy en el mundo? El mito y la razón, enemistados por la distancia secular, van cada uno con sus demandas a un diálogo por siglos aplazado. El arte interviene como elemento propiciador del juego y abre agujeros en el espacio, puertas que llevan al entendimiento, el arte aparece en espacios que tradicionalmente han sido funcionales a otras acciones humanas. Espacio cerrados, puertas clausuradas y elementos tabuados, entran todos a hacer parte de un mundo que siendo el mismo es necesario reconocer de nuevo.

El mito reconstruye los símbolos y la recomposición del símbolo requiere de las fuerzas articuladas de la imaginación y de la razón, del sueño y de la historia. La expansión de la conciencia prepara al hombre para abordar el viaje hacia otro destino, es decir, hacia otro relato, y al decir relato ocultamos la palabra mito, porque tal vez vamos hacia otro mito en construcción, quizá ya estamos abordando sus naves.

Este viciado puerto mercantil en que se ha convertido el mundo  parece no tener otra ficción que la conversión de toda energía humana en mercado y toda expresión simbólica en industria, el nuevo ciclo del mito fluye a través de los circuitos financieros. Se afirmará que siempre ha sido así, que la vieja gramática siempre ha instrumentalizado la imaginación, la palabra, y con ella la imagen y los sueños: tal vez sea así, sólo que hoy asistimos al nihilismo como realidad y no como intuición. La nada ya no es una amenaza ni una profecía filosófica sino la realidad misma.

La poesía es el ojo que mira a la utopía desde el mito. No es suficiente con dilatar la pupila ante la noche cuando la oscuridad no viene de afuera. Si no vemos lo presente es imposible ver una realidad otra, intuitivamente el poeta Aimé Césaire 2 nos remite a la noción de poesía como una experiencia de expansión, el ojo de la conciencia profunda que puede vislumbrar en un mundo oscuro los caminos secretos:     

Yo reencontraré el secreto del gran diálogo, el secreto de las grandes combustiones. Diré tormenta, rio, diré tornado. Diré hoja. Diré árbol. Me mojarán todas las lluvias, brillaré humedecido por todos los rocíos.

Igual que la sangre arrebatada en la corriente lenta del ojo de las palabras, como caballos furiosos, como niños muy pequeños, como coágulos, cubrefuegos, como ruinas de templo. Como joyas, correré lejos, lo suficientemente lejos como para desalentar a los mineros. El que no me entienda, tampoco entenderá el rugido del tigre. 3

Este fragmento del poema Las armas milagrosas del poeta caribeño puede darnos el sentido de la poesía en los tiempos que corren: encontrar “el secreto del gran diálogo”, el camino en medio de la oscuridad de la conciencia escindida. La poesía no es mera labor subjetiva, su sentido opera en el espíritu a la manera del signo que traduce un malestar, una necesidad, un vacío, un síntoma. La poesía deja en evidencia el síndrome, la etiología de la enfermedad de la conciencia moderna, sus partes escindidas. La poesía trabaja al interior del hombre y es también el ejercicio curativo en la cultura y sus malestares, su gracia le viene de sus “armas milagrosas”, de su capacidad analógica que relaciona y vuelve a juntar las partes escindidas, la noción compleja de la realidad cuyo sentido le ha sido amputado  al hombre en el camino de la civilización y de la cultura. 

Esta tarea se inscribe en un tiempo y un espacio donde el funcionalismo en la comunicación hace involucionar la forma elaborada del mito que es el lenguaje, a su llana condición de intercambio, y cada vez, con mayor insistencia, de propaganda, de eslogan adherido al mercado. La riqueza del lenguaje transferida a simple pulsión reproductiva sin eros y sin creación, petrificada en el mundo instrumental y en medio del consumo contumaz de lenguajes, de imágenes, de cosas y de personas; tiempo de vértigo, pero también encrucijada y posibilidad creadora, de todas maneras un tiempo como todos, de vivencia permanente del hombre entre crisis y creación.

La imagen es la incursión del mito en el cuerpo creado: el verbo que le arrebata la túnica teatral a la calavera del discurso formal y lo dota de un ritmo propio, de un espacio y un tiempo; pero también de un sentido, y en el caso americano, es la construcción de un tiempo que no suma ni acumula y contrariamente esquiva la lógica del no retorno y del mundo homogéneo en un presente que anega el pasado y reinventa su sentido: este sentido del tiempo entrevisto por los creadores de América, empieza a ser observado en otras latitudes por algunos pensadores que se han distanciado de las vertientes cientificistas de la historia: el greco-francés Cornelius Castoriades, en sus incursiones reflexivas sobre la cultura de Occidente, se da a la tarea de buscar los elementos que componen una realidad naciente, Castoriades y otros pensadores del Viejo Mundo, empiezan a retomar un sentido de la historia que ya habían entrevisto en Latinoamérica Bolívar y Martí: la historia como proceso de creación. 4

La historia vista como acto creador se acerca más al carácter ensayístico propio de la cultura latinoamericana y difiere de la versión preconcebida de la historia como teleología, como resultado determinado por las ideas fijas.

 

Notas:
1. Prólogo de El reino de este mundo
2. Césaire, Aimé. Cuadernos del retorno al país natal. Ediciones Plaza. Madrid.2008
3. Ibíd
4. Castoriadis, Cornelius, La Exigencia Revolucionaria, Acuarela Libros, Madrid, 2000.

 

                     
Publicado en mayo 28 de 2013.

Última actualización: 24/04/2020