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William Cliff (Bélgica, 1940)

Por: William Cliff
Traductor: Frederic-Yves Jeannet  y Mónica Mansour

Cadáveres

noviembre lo dedicamos al culto de los muertos
un cementerio es un lugar donde reina la paz
han florecido las tumbas con crisantemos
únicas flores todavía en flor en este mes de hielo

quienes han visto algún pariente agonizar
y luego morir se quedan un rato cerca de la cama
   de tierra
donde se pudre el cuerpo de este miembro que no dice nada
esperando el fin de los tiempos para resurgir en vida
según la promesa que antaño hiciste
a Abraham a su semilla por todos los siglos
la tierra prometida vale más que este pedazo
de mala tierra sellado por una piedra

pero suele verse en los pueblos de las lejanas Ardenas
huesos que resquebrajan las tumbas entre los escombros
mudos de una vieja iglesia donde ya no escuchas
alzarse el viejo canto gregoriano para recordarte
la promesa que hiciste a Abraham a su semilla
y en el momento de tu juicio ¿acaso irá tu mano
a escarbar este pedazo de estiércol olvidado para revivir sombras?


En oriente


Una labor cadenciosa siempre reiniciada
una repetición sin cesar repetida
el martillo que la estopas en el casco
golpeando el escoplo clavado entre las tablas
un ruido continuo retomado día tras día
el humo del tabaco los mapas sobre la mesa
echar la orina y apestosos excrementos
la luna que regresa a las vaginas
los oscuros ferreteros y cardadores de lana
y el hilo lanzado a las olas pobladas de peces
esta ola que corre de nuevo a espumear sobre los arrecifes
mientras que los caminantes recorren el malecón
volviendo sobre sus pasos para regresar al Fuerte
y el sol que llega a la cima de su trayecto
y vuelve a descender en el olvido del ocaso
y el tranvía que atraviesa los barrios miserables
y vuelve a atravesarlos de uno al otro lado
y toca su campana para hacerse un camino
y la ciudad y el mar y el animal y el hombre
que sin tregua retoman idénticas tareas
y el día y la noche los meses y los años
girando por siempre alrededor del mundo
y la rueda sin perderse entre las nebulosas
sin ver todo lo que sufre o el minuto feliz
que fue el disfrutado en una cama del azar
por dos amantes revolcados en el vergonzoso amor


William Cliff  (André Imberechts)  nació en Gembloux, Bélgica, en 1940. Poeta, novelista y traductor. Realizó estudios de Filosofía y Letras en Lovaina y de Español y Catalán en la Universidad de Namur. Raymond Quenau recibió sus poemas en la Editorial Gallimard y desde entonces lo alentó y promocionó.

Ha publicado, entre otros, los libros de poemas: Marchar al Carbón, 1978; América, 1983; En Oriente, 1986; Fiesta Nacional, 1992; Diario de  un Inocente, 1996; El Estado Belga, 2000; Adiós Patrias, 2001; El Pan Cotidiano, 2006; Inmensa Existencia, 2007; Epopeyas, 2008; Autobiografía seguida de Conrad Detrez, 2009. Novelas: La Santa Familia, 2001; El Pasajero, 2003; La Dodge, 2004; El Adolescente, 2005; U.S.A. 1976, 2010.

Entre los reconocimientos que ha recibido por su obra, se encuentran: Premio Maurice Carême, 1993; Premio Marcel Thiry, 2001; Premio Trienal de Poesía, 2004; Gran Premio de Poesía de la Academia Francesa, 2007, por el conjunto de su obra poética; Premio Roger-Kowalski, 2007; Premio Quinquenal de Literatura en 2010, por el conjunto de su obra.

Tradujo los sonetos de Shakespeare, El Infierno de Dante y otras obras de Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma, Brane Mozetič, entre otros autores.

Yolanda Lorente Carrillo, en su ensayo sobre William Cliff, afirma: Él es famoso por su clara y precisa expresión sin tabúes. Su poesía nació gracias a su deseo de libertad de expresión, el cual parece ser una denuncia contra esta sociedad hipócrita basada en mentiras y reglas impuestas por el hombre mismo, a fin de prevenir que sea libre. William Cliff utiliza formas clásicas de escribir sus poemas, llenos de una verdad abrumadora…”

July 06, 2014

Última actualización: 06/01/2022