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Timo Berger, Alemania

Por: Timo Berger


Fotografía de Sarah Otter

 

 

Surco, hacía Chorillos

 

Otros se paran describiendo
cuadros en museos, yo no
veo museo alguno en este

 

distrito, pero veo colores
veo granos, veo sustancias
susceptibles, veo la sombra

del viaducto por el que hace años
dentro de años pasaría un metro,
veo a mis espaldas una pechuga

abierta con un tajo perfecto
en las brasas, veo
cómo sobre los ruidos

de los vehículos que nadie dibuja
aparece una escala de grises
a través de un cristal tintado

(de Microclimas (Ediciones VOX, Bahía Blanca/Argentina, 2014)
Escrito originalmente en español.

 

Costa Verde

 

En el Óvalo de Miraflores
encontraste tu musa, Miguel,
con dentadura de caballo y un cuerpo
blando, amasable,

 

en un día que –amanecido en
lluvia– besaba vidrieras, allí
estaba en la entrada del Cine Pacífico
y tú le tapaste los ojos

con las manos y se rió
y dijo, déjalo, Miguel,
te reconoció por tu olor
y la ternura de manos

que nunca trabajaron.
El Parque del Amor, Miguel
era tu destino preferido,
su cabeza en el corazón

de ladrillos, te valía una foto,
sus dedos sobre tu muslo,
las piruetas de los skaters
y de los dealers

en los arbustos cortados
en forma de delfines
una despedida provisoria
y el rencuentro como casual

en la puerta de una pensión.
El tiempo suplementario, Miguel,
en una pieza sudada que daba
al pozo de luz.

(de Microclimas (Ediciones VOX, Bahía Blanca/Argentina, 2014)
Escrito originalmente en español.

 

Pueblo joven

 

Este plano lleno de colores no
representa el límite actual
entre la ciudad y el desierto

 

tampoco desparece la planicie
de arena de un amarillo lavado,
se acomoda entre casitas

tiradas como dados recién arrojados,
pueblos adolescentes
que crecen carcomiendo el último

gajo de la cordillera
más allá de la ruta interregional
del radio de la planta eléctrica

los usurpadores no regalan
ni una capa de pintura sobre el ladrillo
de sus mansiones en progreso

cuestión de impuestos, dicen
falta de cultura, dicen otros
pero sorprende que a pesar

de la aparente falta de organización
las edificaciones se alinean
como anticipando al urbanista

que con trazos generosos
sobre mapas heredados
moldeara un futuro

que nunca llega ni llegará
sino más allá
de cualquier plano de la ciudad

acá arriba y lejos del centro
Celinda, sus tres hijas y el perro
no amanecen en la bruma costera

que en Chile se llamaría Camanchaca
y acá no tiene nombre aún
como tantas otras cosas.

(de Microclimas (Ediciones VOX, Bahía Blanca/Argentina, 2014)
Escrito originalmente en español.

 

Magdalena del Mar

 

Ahí escribí un poema
y lo perdí en el camino

 

Pasando el viejo convento
el cuartel de policía

la plazoleta con esa estatua
grosera, fruto de las ansias

de un gobernador local
de perdurar. Mi poema

escrito sobre el dorso
de una factura se lo llevó

la brisa salada de la costa
en Magadelena del Mar.

Hablaba de una pareja
de un policía en moto

para ser exacto que frenaba
en la bajada al Pacífico

y lo que parecía primero
un acoso –policía parando

al lado de una muchacha
de falda corta –con el beso

confianzudo se convirtió
en novela. Agarrada

de su espalda en el vehículo
tras la vuelta en u, subieron.

Me acuerdo que en el escrito
original hablaba del claxon

que tocaba el oficial
lleno de ilusión.

(de Microclimas (Ediciones VOX, Bahía Blanca/Argentina, 2014)
Escrito originalmente en español.

 

El standbye del beso

 

No me gusta salir en las fotos
esa maña la tengo desde chiquito
desde antes de la adolescencia
la edad en que los adultos se vuelven complicados.
En las fotos
que me sacaron el día
que nació mi hermano
demuestro cierta incomodidad
yo apenitas cuatro y algo de años
afilando la hacha
Después las fotos para la abuela que agonizaba
¿Por qué no te quedás quieto un momento?
Para la tía padrina que me hundía en sus besos mojados
y el marido de mi otra tía que dicen que le gustaban los chicos
la foto que nos sacaba el rígido fotografo
después de la confirmación
todas las chicas con faldas negras
salían en primera fila no me molestaba
medio que me escondía detras de las cabezas
de las hermanas Sattig, gemelas mellizas
que inspiraban mis sueños durante un rato
Igual en un momento, mi papá de tanto
yo rebelarme, perdió el interés
de perseguirme con la reflex
que cada vez caía más en desuso
en un ultimo intento de registrar mis pasos
por el mundo se volvió pionero en nuestro pueblo
comprando una cámara de video.
Igual no era lo mismo
ver un bebé en pañales o directamente desnudo
en una playa de la Costa Brava
registrado en Super 8
y en tomas bien cuidadas
(porque el rollo duraba apenas 3 minutos)
que ese delirio pixelado de mas de dos horas
que nunca se editaba y se solía mostrar
a deshoras, comiendo sanguiches
con pepino y queso, con mi madre borracha
y mi hermano peleador como un perro pastor.

 

Mi papa y yo nos perdimos el rastro
Él ahora se está muriendo de una enfermedad
que lo carcome desde adentro
yo hace meses que le debo
una foto de mi pareja y yo
con nuestro bebe.
La verdad, no me gusta verme en las fotos
siempre parezco alguien que quiere
estar en otra parte.

Pero tengo una
en que poso
con mi hermano recien nacido
lo abrazo desde atrás
pero parece que lo estoy ahogando.
Y tengo otra foto
que me acaba de llegar
por facebook
de una joven autora
que conocí hace poco
que se cortó el pelo
y ahora me manda una foto
con los cachetes rasurados
y una boca que tira un beso
el standbye del beso.

No sé cómo contestarle.
Sé solo que no me gustan las fotos
en que
de alguna manera
aparezco yo.

(inédito)
Escrito originalmente en español

*


Fotografía de Sarah Otter

 

El amor loco. Un par de reflexiones para Medellín

 

 

Traducción de Ilehana Rios

 

Frugal, se encuentra un salero sobre la mesa. El objeto me remontó a veinte años atrás. Precisamente así se veía el primer salero de mi vida: curvilíeo, de vidrio, con base circular y en el cual mi dedo pulgar de niño cabía cinco veces .

Hoy, en un domingo de primavera en Bad Saarow, mi pulgar cabe dos veces y media. La tapa es de acero inoxidable. Los orificios por donde emana la sal resultan, observados desde arriba, en un patrón que evoca a un juego de mesa, un juego parecido al Halma. Logro contar diecinueve orificios, un número curioso y casi inquietante; también al segundo conteo, 19, antes hecho fila por fila y ahora siguiendo el sentido de  las agujas del reloj, tiene forma espiral.

La luz cae sobre los granos de sal a través de los orificios del dispersor. También hay otro patrón, uno negativo, que surge entre las sombras. Inevitablemente pienso en un paisaje desértico de dunas. Antes de que naciera, mi padre condujo, en el Sahara, una prueba de manejo con un nuevo modelo a lo largo de Algeria. Veo a mi padre en la frontera de Malí, veo fotografías en blanco y negro de un oasis, dátiles, dromedarios y árabes de apariencia física como la de mi padre. Tenía ideas extrañas en la cabeza cuando era niño.

El viaje a Algeria de mi padre llenó dos álbumes de fotografías, los cuales él sacaba a relucir en días especiales y nos los mostraba a mi hermano y a mí. Ahora pienso que él rememoraba el ritmo despreocupado de su vida en aquel entonces, cuando era ingeniero del departamento de desarrollo de Porche y no el gerente con largos días de trabajo y bastantes responsabilidades, cuando él todavía era libre de obligaciones familiares y se podía dar el lujo de vivir aventuras en el extranjero.

Cuando terminé de leer la sección para niños de la biblioteca estatal (solo abría los martes y jueves durante las vacaciones de verano), mi madre me dio un libro que, si lo busco hoy en la casa de mis padres, no logro encontrar. En su lugar, allí se apilan dos hileras de libros de cocina, fotografía, guías, novelas policiacas, catálogos de arte y libros que yo mismo escribí o traduje. Mi madre los colocó en la mejor altura de la estantería y hasta hoy se ven como nuevos. La solapa del libro que mi madre me obsequió ornaba un hombre de mediana edad o, más bien, la foto recortada de un rostro sobre un fondo rojo, el cual evidentemente no era el fondo de la foto original. El hombre se veía un poco como mi padre en Algeria y el título me recordaba a los libros que mi madre solía leer en ese entonces, novelas románticas como Les vaisseaux du cœur.

Vacilé, durante un tiempo, hasta que procedí a leer. Sin embargo, la primera oración me sumergió rápidamente en el libro. Dormía poco, leía hasta las tres o cuatro de la mañana para poder, un tanto antes del desayuno, seguir con el libro.

Cien años de soledad. Ese fue el comienzo de una fascinación por la literatura que descargaba cierto tipo de intensidad y que, hasta ese entonces, no había conocido. Tenía 16 en ese entonces. Dos años más tarde, leí otro libro de mi madre, Les vaisseaux du cœur y ahora entiendo, por primera vez, la historia del amor de verano desencadenado una y otra vez al paso de los años y que, de hecho, es el amor de la vida.

Qué lindo sería tener una relación para sobrellevar el día a día, criar hijos y que, pese a ello, sea tan abierta que te  lleve al desierto o a Colombia para encontrar un Amour fou, el cual uno rara vez se topacada pocos años pero que se inspira recíprocamente hasta avanzada edad y te fortalece. Este Amour fou también puede ser la literatura.

Los pensamientos coagulados de un humano.

Veo las últimas fotografías de Gabriel García Márquez frente a mí, las había visto en Nicaragua, en un encuentro de escritores. “Gabo” estaba sentado completamente de blanco, como si no fuera más de este mundo, como un ángel, sobre una cama, a la que le daba la luz desde afuera. Falleció pocos meses después. Ya no leía sus últimos libros, sin embargo, sé que él escribió sobre las mujeres de su vida, las que lo acompañaron y las que él visitaba. En mi juventud, sus primeros libros hasta El amor en tiempos de cólera prontamente fueron tan íntimos como prendas de vestir. Mi madre los llevaba a casa y luego me los pasaba. Cuando leíamos, todo nos era tranquilo, como una isla en medio de la rutina diaria.

Mis padres discutían a menudo. Ahora pienso que mi madre sospechaba que mi padre tenía un Amour fou con una amante que consiguió en un viaje de negocios o en su empresa. Ella sospechaba de él injustamente y hoy estoy convencida de ello: él no era un jugador y siempre estaba en lo correcto. Inclusive, en frente de nosotros, él, el tercer hijo de un artesano que por todo tuvo que luchar y que entre más próspero más nos agasajaba, nunca nos demandó algo fuera de que, durante los domingos, pedía el salero de primeras para él. Este movimiento con el que él ladeaba ligeramente el dispersor grabado  y coronaba el huevo duro con una pisca de sal, pasó como una película al frente de mis ojos.

Ayer estuve en una celebración. El anfitrión era un colombiano que a medio día había defendido exitosamente su trabajo de doctorado sobre literatura. La cocina se llenó de voces españolas, alemanas, inglesas y estonianas.

Un amigo me obsequió la obra de Mario Ortiz, Cuadernos de Lengua y Literatura.Llegamos a conversar sobre la poesía del autor de Bahía Blanca. En las obras de Ortiz, los objetos siempre provocan pensamientos que llevan a un texto. Inclusive entre nosotros, en la cocina de Neuköll, se desencadenó una conversación a partir de un objeto, el libro de Ortiz.

Los poemas tienen ese poder de unir a las personas más allá de las supuestas brechas idiomáticas e ideológicas. Los poemas invitan a tomar una pausa, a reflexionar, a percibir a la persona del frente, a prestar atención, a regocijarse de un placer interno por el sonido de las palabras, por su flujo perfectamente compuesto y por los giros e imágenes sorprendentes, a captar y a disfrutar con todo el cuerpo su ritmo, su distinguido e incomparable aroma, su calidez y textura. Tal como la sal que se dosifica meticulosamente para sacar a relucir el sabor de las comidas.


Timo Berger nació en 1974 en Stuttgart, vive y trabaja en Berlín como poeta, periodista, productor cultural y traductor. Es autor de varios poemarios y cuentos, escribe en alemán y castellano. Berger es cofundador del Festival Latinale (Berlín) (www.latinale.de) dedicado a la poesía actual latinoamericana. Fue también cofundador del Festival de Poesía Salida al Mar (Argentina, 2004-2007), y coordinó los eventos poéticos alemanes en la FIL de Guadalajara en 2011, año en que Alemania fue país invitado de honor.

 

 

Ha brindado talleres literarios en Nicaragua, Guatemala, Perú, Argentina, Costa Rica y Chile. Ha compilado antología y dossiers en Perú, Costa Rica, Argentina, México, Chile y Alemania. Su más reciente publicación como autor es Der Süden (parasitenpresse, Köln, 2014), Microclimas (Editorial Vox, Bahía Blanca/Argentina, 2014) y Mitlesebuch (Aphaia Verlag, Berlin, 2015) y como compilador El fin de la afirmación. Antología de novísima poesía en lengua alemana (Ediciones VOX/27 Pulqui, Buenos Aires, 2015) y De ahí nomás. Poesía actual de Centroamérica y el Caribe (Ediciones VOX, Bahía Blanca/Argentina, 2014). Tradujo, entre otros, a Fabián Casas, Sergio Raimondi, Pola Oloixarac, Edgardo Cozarinsky, Manuel Rivas, Raúl Zurita, Silvio Rodríguez, Julián Herbert, Criolo, Luis Chaves, Nicolas Behr, Mart

Fue invitado a festivales como POETAS en Madrid (2016) y ExPOESÍA en Bilbao (2016), Centroamérica Cuenta en Managua (2013 y 2014), Festival Internacional de Poesía de Rosario (2014), Festival Internacional de Literatura FILBA 2014 en Santiago de Chile y Buenos Aires, Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua (2010 y 2013) y Poesiefestival Berlin (2016). Es un canofóbico, le encantan los gatos, pero tiene alergia a su pelaje.

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Publicado el 18 de abril de 2017

Última actualización: 04/01/2022