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Elvira Hernández (Chile)

Por: Elvira Hernández

 

 

 

 

 

Especial para Prometeo

Palabras que nos reclaman

 

Con un poco de temor abordo en estas líneas que siguen a este par de palabras –paz y reconciliación- porque cada una de ellas es un mundo con un inmenso y doloroso peso histórico y con una tradición nacional que se remonta a la Colonia; ambas de engorrosa explicación en nuestro desarrollo histórico. Palabras que deseamos ver encarnadas en nuestra vida cotidiana sin embargo es tan difícil siquiera pronunciarlas; no se encuentran ubicadas en nuestro vocabulario con precisión, siempre tergiversadas porque ellas nacen de sus contrarios: la guerra y la enemistad. Hablar de ellas es por sobre todo hablar de justicia y de verdad que son sus condiciones de posibilidad y, con esas palabras, estamos también más que reñidos. Ya a comienzos del siglo pasado el poeta Vicente Huidobro se refería a una cierta manera de concebirlas diciendo que la justicia en Chile haría reír si no hiciera llorar y que en la balanza de la justicia pesaba menos el platillo de la verdad que el platillo del queso.

Fue hace más de 25 años que esas mismas palabras –paz y reconciliación- se nos atravesaron en la garganta y como chilenos nos atragantamos con ellas cuando nos encontramos frente a lo que sería nuestro tránsito hacia la democracia. Nos emocionaron pero también nos perturbaron. No las conocíamos porque habíamos vivido fuera del Estado de Derecho, en dictadura por 17 años, en una situación de exterminio y una enemistad sin treguas; con enfrentamientos que sólo pueden dejar una estela de muertos, heridos y mucho resentimiento. De una cierta manera, para algunos, una guerra encubierta. Y vueltos hacia un pasado cercano, no las recordábamos, y no por falta de memoria sino por ausentismo. En aquel periodo tan polarizado y tan abundante en demagogias –me refiero al último año de la Unidad Popular y el gobierno del Presidente Allende, cuando sectores conservadores hicieron la defensa de la libertad de manera abstracta y absoluta-  las palabras llegaron a valer nada a nuestro entendimiento, más aun cuando ellas se levantaron y verbalizaron, no desde sus verdades sino desde una posición de fuerza que vulneraba los derechos humanos de terceros. El interés de los sectores trabajadores en ese instante tan decisivo para nuestra historia y del movimiento popular por alcanzar mayor igualdad y alguna justicia para sí, esa mera tentativa de cambio, terminó en golpe militar.

Pero ya se suponía que se iniciaba la transición democrática tras la victoria plebiscitaria conseguida en 1989 por una amplia alianza anti dictatorial y se confiaba en que esa fase democratizadora sería lo suficientemente poderosa como para empaparnos de esas nociones desconocidas –paz y reconciliación- que en los comienzos, no eran otra cosa que un decorado exterior a la vez que un íntimo deseo. Pero ¿cómo construiríamos nuestra paz social y con qué o con quiénes nos reconciliaríamos?  Era el camino por recorrer. Y esa fuerza pro recuperación de derechos civiles y derechos humanos, que tenía vislumbre de una futura etapa ciudadana plena, animaba a la sociedad en su totalidad a comprometerse en ese programa. No obstante, para muchos, ese era un llamado iluso, y tenía su razón. Había vuelto la desconfianza, o no había alcanzado a irse, un sentimiento tan fácil de contraer para el chileno y que los actores políticos potenciaban con sus actitudes opacas post plebiscito. Además, la división social pre-golpe militar se reestrenaba en el nuevo escenario con una nitidez de cortada con cuchillo. Era un camino intrincado que otra vez podía llevarnos al comienzo. ¿A caso se podía contradecir la historia y  buscar la paz social sin una lógica de guerra, de enfrentamiento, ganando posiciones? ¿Podrían los representantes políticos salir de las pequeñeces ordinarias, los intereses mezquinos, para dar un salto ejemplar y ético que nos llevara a transitar hacia una sociedad más equilibrada? Se necesitaba pues de una disposición sensible y generosa para curar las heridas infringidas y hacerse cargo en nuestro caso, de nuestro “mal banal”. Sobre todo corregir errores. Por desgracia, la victoria conseguida en las urnas electorales por el conglomerado democrático, y eso no era un misterio ni una opacidad, había sido lograda en una fragilidad política, que no permitía ese conocimiento, y aquello pronto quedaría en evidencia.

Durante la época dictatorial la tarea del régimen militar, más allá de privatizar y concentrar las riquezas en muy pocas manos y reducir la función social del Estado, fue proscribir todo aquello que catalogó como político, erradicar toda idea relacionada con la construcción y el destino del país. No quería ciudadanos, quería borregos. Desapareció una escala de valores simbolizada en el compañerismo y la fraternidad y en su lugar se entronizó un absoluto llamado mercado y con él la competitividad. Aquello iba desde el desmantelamiento de las instituciones que caracterizaron el desenvolvimiento de la república hasta el ejercicio de la mera palabra y aunque esto último pudiera parecer descabellado, no lo era. La palabra ha jugado siempre un papel central en lo que implica la democracia. Toda palabra no controlada ni visada por la censura fue en esos años un peligro para la cúpula militar y sus planes, que eran los de adoctrinar a su manera y para sus propósitos. Era un discurso que no toleraba disensiones de ningún tipo; que se auto-representaba como a-ideológico y apolítico, orientado hacia un progreso sin signos de ninguna especie: la gran modernización y unificación del país. Pero los acontecimientos mostraban algo muy distinto: rapiña sobre los recursos del Estado; persecución y odio, lealtades feudales, crímenes de una crueldad inusitada que no eran recordados ni reconocidos por los mayores. Sin embargo, no eran ajenos a nuestra historia, solamente se los había suprimido de la educación y de la memoria para cultivar una identidad distorsionada. El miedo, tras el golpe de 1973, se asentó en la población la que como mecanismo de defensa asoció la seguridad personal a la mudez; desaparecieron así las conversaciones en las plazas y en los paraderos de los buses, la amabilidad cívica, algo común dentro de la ciudad. La conversación fue asimilada al interrogatorio. Y, era sabido que los esbirros salían a diario a la caza de los disidentes del orden pinochetista. Pan de cada día eran los arrestos y redadas sin orden judicial, secuestros a plena luz del día y desaparecimientos de personas que, como se dice ahora, estaban en el lugar y el momento equivocado. Ese clima de terror que respirábamos la dictadura lo denominó paz interna. Para esos regímenes, sin duda, el control del lenguaje será siempre capital.

De esa experiencia de vida emergimos dañados y quizás enfermos de desconfianzas en los otros, pero se insistía en seguir impulsando la democratización de nuestras estructuras sociales como único remedio para la sanación. Algo debió haber fallado. Es sintomático, al día de hoy, que se observe en las pantallas con consternación y gran empatía, por ejemplo, las tramas del nazismo en películas de la Segunda Guerra Mundial, y no nos sea reconocible nuestra propia historia: nuestros campos de concentración y cárceles secretas. Y de ese trauma, de esa negación y de esa impunidad, se ha desprendido también la violencia que va en ascenso y que cruza nuestra sociedad.  

Esa amnesia histórica, no obstante no era casual. El proyecto cultural del régimen militar había logrado disolver aquello que en la década del 60 llamábamos pueblo y que tenía su anclaje en un vasto suelo de tradiciones populares y también en organizaciones populares. Aquello ocurría al mismo tiempo que las sociedades socialistas se desplomaban sin que se pudiera aquilatar la herencia dejada en búsqueda de justicia y de una sociedad igualitaria. Para completar el cuadro, los núcleos que sostenían la lucha anti-dictatorial se fragmentaban y como fragmentos perdían sus posturas ideológicas y también su credibilidad. El individualismo neoliberal insuflado en esos años de experimentos del capitalismo neoliberal bajo dictadura y que siguió desarrollándose bajo los gobiernos de la Concertación, hizo el resto. Publicitó sin pausa la posesión de dinero a través de las pantallas, su acumulación y disfrute de manera individual desligado ya del suelo donde se ponía el pie. Y casi logró su propósito entroncando a comienzos del siglo XXI con los aires globales y posmodernos que venían del otro hemisferio y que parecían cubrir todo el planeta con algo semejante al universalismo. Pero nuestro tiempo era otro. Los ejemplos solidarios de los sectores sociales más conscientes no dieron abasto. A la sociedad civil que se organizaba le quedó muy claro que se perdían los nexos que nos volvían comunidad cuando parte importante de dichos grupos sólo velaba por su propio interés y emprendimientos. Cada uno se fue a lo suyo, a lo que parecía le era pertinente. Y lo  hicimos paradojalmente masificados a ultranza, movidos por el aplanamiento de la propaganda y el consumo. Vale la pena preguntarse si en ese aislamiento y en ese estado de conciencia no es fácil seguir confundiendo las palabras -esta vez la de liberación por la democracia- con un mero alivio de nuestras pesadumbres diarias. Y en este punto bien vale recordar que la poesía situada en los márgenes sociales salió al camino, al encuentro con las personas, a evitar que las palabras se volvieran hueras.  

La democratización de una sociedad no suele ser miel sobre hojuelas por los innumerables intereses creados. Y la chilena en recuperación, buscando su camino se enfrentaba a velados peligros. Era esta –la democracia- otra palabra abstracta como en otro tiempo había sido la palabra libertad; un fetiche, que hurtaba todos los requisitos necesitados para convertirse en instrumento de convivencia pacífica. De hecho apenas perdió el plebiscito, la derecha militarista comenzó su trabajo de zapa para atajar legítimas demandas conculcadas. Contaba con la Constitución de 1980 aprobada por 23 personas, un trabajo de joyería de constitucionalistas comandados por el abogado e ideólogo de la dictadura: Jaime Guzmán. Habían creado leyes como el Código Laboral y mecanismos legales eleccionarios para mantener el poder político y que nunca ningún cambio fuera cambio, que los proyectos opositores futuros quedaran siempre fuera de la ley, siempre inconstitucionales. Además, esos grupos poseían el arma más importante para mantener la cohesión de su sector: la vigencia de una Ley de Amnistía dictada por ellos, los victimarios, para su protección e impunidad; resguardar así los pactos de silencio. La democracia neoliberal comenzaba a perfilarse. No se alcanzaría a saber de la justicia pero se conocerían los mil rostros del lucro y a partir de ahí la corrupción. La sociedad chilena se empantanaba. Aun cuando fue con mucha celeridad -1990-  que el Presidente Aylwin creó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación y que tras ocho meses de trabajo ésta entregó un informe espeluznante, el que estipulaba que de las 3.550 denuncias de violaciones a los derechos humanos 2.296 eran homicidios calificados, la conmoción fue pasajera; una estupefacción circunstanciada al hecho de la revelación porque ya nos encontrábamos permeados por la indiferencia. Muchos preferían la curación del olvido para allanar un camino hacia la reconciliación orientados por una ética católica que pedía y asemejaba esta palabra –reconciliación-  a un gran perdón social. Quienes pedían justicia, que no por su rigor se asemejaba a venganza como se interpretaba, eran los familiares de los detenidos desaparecidos y ejecutados, los exonerados, los exiliados. Ellos fueron marginados en sus peticiones, como si rápidamente la sociedad quisiera alejarse de su historia inmediata. Desde el Parlamento no hubo claridad a la hora de legislar: no se respetó a la mayoría ni se supo proteger a las minorías sino que llevados por un sistema binominal, en ese lugar se distorsionó la realidad consensuando proyectos. Y esas acciones que más parecían una rendición de los sectores mayoritarios y pro democracia, no podían llevar la paz a la sociedad. No podíamos acercarnos a una reconciliación, no había palabras para aquello, para entablar un diálogo. No hubo aquello pero sí envolventes discursos susurrados –el poder en las sombras- que conocimos bajo el nombre de “lobby”.  Un hecho clave fue también que el Poder Judicial en lo fundamental, no tuviera reforma alguna. Se siguió persiguiendo al ladrón de gallinas y sobreseyendo graves delitos. El dictador Pinochet sólo estuvo detenido en Londres; en nuestro país tras perder el plebiscito descendió a la Comandancia en Jefe del Ejército y luego fue nombrado Senador Designado y Vitalicio. Los avances en los juicios se lograron por resquicios. El Estado, a tono con los tiempos, puso el acento sólo en las reparaciones económicas. De esa manera no es difícil de entender, a mi juicio, la frase que el presidente Aylwin nos dirigió: “Haremos justicia en la medida de lo posible”. Se sugería que no se pidiese más. ¿Había que reconciliarse con el terrorismo de Estado? Un poco de contento se pedía. Eran las condiciones para la paz social, que nada cambiara demasiado. Y tanto ha sido así, que hace menos de dos años, se ha descubierto por casualidad, que el yerno del dictador Pinochet es el financista y controlador de casi todo el espectro político y parlamentario en el país.

Sin embargo, este cuadro esbozado dista mucho de estar completo. No en forma paralela sino simultánea, inmersos en las transformaciones que buscaban impulsar los grupos pro democratización se encontraba, había que suponerlo, el pueblo mapuche sumándose a esta búsqueda conjunta, en espera de solucionar algo más que problemas puntuales, en espera de recuperar su dignidad como pueblo. Ellos no sólo habían vivido las opresiones de la dictadura en el siglo pasado sino que eran los que habían escapado a genocidios, la generación sobreviviente a la conquista española y a la arremetida del Estado chileno, que se hacía presente para reclamar ya no la tierra arrebatada sino también la reivindicación de un territorio y su autonomía; lo que cada gobierno de turno no quiso ver y empujó hacia un tiempo futuro de esos que no llegan. Pero ese tiempo había llegado y nuestra democratización no contemplaba para nada, una vez más, los requerimientos de los mapuche porque el gatopardismo  estaba en su salsa, dominaba. A pesar que en 1989, el entonces candidato Aylwin, había  suscrito con dirigentes de ese pueblo un pacto llamado de Nueva Imperial con la promesa del reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas. Hasta el día de hoy ese compromiso se ha obviado; se ha desconocido la palabra empeñada. No es de extrañar entonces que la violencia tomara la delantera en La Araucanía al romperse el diálogo. Si a las palabras les quitamos validez, las deshonramos, las tiramos a la basura nos aproximamos a una peligrosa forma de ser, entendiendo que son las palabras las que nos definen como seres humanos. Si no respetamos las palabras en su verdad hablarán las armas. Y respetarlas significa saber encarnarlas, actuarlas de manera coherente, que su acción no sea contradictoria.
La sociedad chilena es hoy una sociedad en crisis. Es decir, no ha podido encontrar una manera justa de vivir pero no ha renunciado a su búsqueda. Los pasos que tenemos que dar son  delicados y al mismo tiempo exigen valentía, generosidad. Si hemos desechado muchas de nuestras palabras tendremos que hacernos cargo del error y deshacer el yerro, subsanarlo; cultivarnos en otras palabras que nos permitan aprehender de nuevo el mundo y retomar el diálogo. Tenemos suerte porque hay palabras que hoy nos son ofrecidas y que no tendrían que intimidarnos porque son de nuestro entorno, de nuestro vecindario y debieran sernos familiares y si no lo han sido fue porque no les entregamos atención y las excluimos. Pero siguen ahí. Hay que oírlas. Kümelen, me parece a mí, es una de ellas. Kümelen es una palabra del mapudungun, el idioma mapuche que significa “estar bien” pero no de la manera puramente individual pues ese bien es además colectivo. Yo estoy bien sólo si lo está lo que me rodea. Entonces ¿cómo podemos avanzar para construir esa armonía, ser parte de ella? Pues para empezar, intercambiar palabras que nos permitan limar asperezas en vez de intercambiar manotazos y establecer un puente verbal que nos permita aproximarnos. Entonces veremos.

 

*

 

Poemas del libro “Cuaderno de Deportes"

 

Foto del autor

 

 

Por Elvira Hernández

 

 

1. Movilización general

 

 

Algo tendrá Atenas para ser el corazón del mundo
y que el Olimpeion se estremezca.
Pero Zeus ya no está ahí.
Una ausencia de dioses es la nueva
desde hace algunos siglos.
El hombre y la mujer viven su propio eje
la pequeña empresa de sus propias cuerdas.
Y el niño larvario espera
por su tonelada de suposiciones.

 

En este instante todo el orbe se mueve
es el gran puñado de elongaciones
y la gimnástica inicia otro reclutamiento
en esto que llamamos capcioso movimiento
-rima mediante –
de una multiplicidad de frentes.

No hay que presumir que los asuntos del mundo
están resueltos. Las piras las quemazones
y los incendios son apenas la espoleta de las fotos.
Es posible que nada tenga relación con nada
o todo tenga una secreta conexión.
Lo cierto es que cada cual renguea en pos de
su particular marca adobada por años.

El espíritu deportivo y festivalero
- y no hay más semilla que esa –
lo tiene sembrado de records
sin que sepamos lo que significará esa cosecha.

Pero no le metamos ronzal a esta enorme
corriente de masas. Sería oponerse
a que la primavera precediera al verano.
Arrojémonos – como ése que se metió en la boca
del volcán – al primer plano de los carteles.
Y entremos a la coreografía de los Juegos
con gran alegría mundana.

 

2.  Escenario de paz   /  Escenario olímpico

 

 

Las palabras – dardos que salen de la boca
tras un blanco indefinido. Salen
en cantidades industriales
cuasi plagas de langostas.
Muchas de ellas vienen muertas
otras no nacidas.
¿La paz? La silueta que no se recorta
ante los ojos de sus observadores.

 

Estamos en el corredor del espectáculo.
Al frente es la franja de Gaza.

 

4.  (C)alentamiento propio con cita de
“Crímen y castigo”

 

 

Te corresponde mujer/ ve tú también/
“Fuerza es que todo hombre vaya/
adonde tiene que ir./ Porque estamos
en unos tiempos/ en que es preciso ir a alguna
parte”. Insiste mujer/ si tienes tantas
deliberaciones con la memoria./ Ve a la tierra
donde ocurrirán/ según noticias de última hora/
las mayores hazañas.

 

Acércate al lugar/ con tu escritura
y encierra allí/ si te queda cierre
la bestia desenfrenada de la competencia.

 

Nuevo intento

 

 

Sé que no podré  decir que las vallas están
altas / o que las fuerzas se recogen mar
adentro. / Todos han partido con la meta
entre los ojos / con su carga de cremas
musculares. / Otras tierras les darán
el resorte y el impulso / les prestarán básculas
de precisión / para sus cuerpos. / En lo que
me atañe / bebo mi empuje diario
con ojos entornados. / No sé lo que diré
en estas páginas / pero tengo metida la
burbuja / de calzar alto coturno /
en cada una de las esparcidas letras.

 

 

Noticias de Atenas

 

 

Dicen que ni la guerra del Peloponeso
concentró tantas tropas.
Que en el mar Egeo
hay más misiles activados que islas.
Que los helicópteros son como nubes
comediantes.
Que los aparatos de los aparatos
detectan hasta el nóumeno.
Que las coronas de olivo tienen un chip
que gusta de navegar por el Canal de Silvio. 

 

 

Lo que sigue

 

 

               Para Álvaro Hoppe

 

Asoma una nube de polvo
quizás el polvo en que nos convertimos.
De los confines llegan
las hermandades de la pértiga y la raqueta.
Son la bruma de la presencia
y tantas desconocidas banderas
rostros interminables
decididos venablos
despedazadas tierras
puños en alto
y no moscas invitadas a la fracción del segundo.

 

Grecia replicante


      Para Elías Padilla

 

 

Una asperjada de helenización nos llegó.
Construyeron estatuas desanimadas que
regaron por aquí y por allá
por los caminos cotidianos de la ciudad.
Metieron unas columnas sin fuste
por algo que se encumbraba con orgullo
y que también se venía abajo
en los comienzos de la feliz copia.
Los frisos grandisonaron
neoclásico borroneado a cualquier desciframiento.  
Descascaraban como el hombre gris.
De Herculano y Pompeya sólo nos llegaron
las cenizas. La sismicidad siguió siendo
vernácula.
Grecia se llamó la avenida
en la delantera del Estadio Nacional
y Maratón una calle aledaña
por donde los derrotados del 73
marcaron el paso con rumbo desconocido.

 

Nunca se supo nada de la Némesis
y el arte de la fachada sacó culto.

 

 En pleno juego

 

 

Con su constante batir en nada
en nada se parece al tenis de mesa
ni a la arremetida en los 10.000 metros planos.

 

Ante la imprecisión de la materia
siempre se está sin entrenamiento
y sorprendida por la espalda.

Toda presentación tiene un régimen solitario.
En sueños te dijeron:
“No des vuelta  la página”.

Me sorprende que sigas adelante
puñado de gusanos
y veas metas donde sólo hay espejismo.

 


Elvira Hernández (Lebu, provincia de Arauco, Chile, 1951). Algunos de sus primeros libros Arre, Halley, Arre (Ergo Sum, 1986); Meditaciones físicas por un hombre que se fue, 1987; Carta de Viaje (Último Reino, 1989), El orden de los días (Ediciones Embalaje-Museo Rayo, 1991) y Seña de mano para Giorgio de Chirico (2004) fueron recogidos en la publicación titulada Actas urbe (Alquimia, 2013) que recibió el premio de la crítica de la Universidad Diego Portales.

Otras publicaciones: La Bandera de Chile (Libros de Tierra Firme, 1991; Santiago Waria (Cuarto Propio, 1992), Álbum de Valparaíso (LOM, 2002), Cuaderno de Deportes (Cuarto Propio, 2010) que recibió la medalla Altazor y Un fantasma recorre el mundo (Cuadro de Tiza, 2013). Además, en 1989, editó la antología ilustrada de poesía chilena Cartas al Azar, en colaboración con Verónica Zondek, y co-editó con Soledad Fariña, el libro de ensayos Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez (Intemperie, 2001).

En imprenta se encuentra el libro Santiago Waria & Santiago Rabia (La Joyita Cartonera, 2016) y de muy reciente aparición Los trabajos y los días, Antología (Lumen, 2016).  También, de las numerosas antologías nacionales e internacionales que han seleccionado su trabajo podemos mencionar L’epreuve des mots (Poetes hispano-americains 1960-1995 (Bajo la dirección de Saúl Yurkievich. Stock, 1996); Poesía soy yoPoetas en español del siglo XX. 1886-1960. (Colección Visor de Poesía. 2016).

-"Acá el culto del poeta único ha contribuido mucho a que la poesía haya quedado en la indigencia" Entrevista de Camilo Brodsky para http://letras.s5.com
-Elvira Hernández: poesía desde el silencio a la luz Entrevista de Virginia Vidal
-https://goo.gl/rQ90DM Biblioteca Nacional de Chile

Actualizado el 27 de marzo
Publicado el 11 de febrero de 2017

Última actualización: 29/08/2021