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Conciencia trágica de la poesía

Por: Álvaro Marín

Especial para Prometeo

 

Cuando el mundo y la vida se enrarecen la poesía vuelve a ser el árbol al que se le hacen las preguntas. Y si le preguntamos por lo que viene, nos responderá que lo que viene hay que descifrarlo de lo que nace y de lo no nacido. ¿Y qué es lo que nace?, ¿Y qué es lo no nacido aún? Esa antigua pregunta ha sido siempre una pregunta en latencia, que reaparece en momentos difíciles. Me llega una pregunta sobre “el espíritu de la poesía en la construcción de una nueva vida en el mundo”, una pregunta oracular, que ante mis limitaciones para las profecías, la remito necesariamente al árbol de la poesía. Desde la antigüedad no se hacían preguntas al oráculo, y como apenas soy un poeta, un médium, le pregunto al árbol. Y el árbol me responde con la misma pregunta: ¿Lo que nace, lo no nacido? Y vuelve al silencio.

La poesía es para la vida. Que los teólogos y los apocalípticos se ocupen de la muerte y del fin del mundo, para la poesía no hay tiempo, ya tiene suficiente con ser la vencedora de la muerte. La poesía es “compañera” para la vida, es decir, para la conflictiva realidad. La realidad es el asunto mayor de la poesía, pero la realidad con mayúscula, que no es el ombligo original. Esa realidad que nos enseñó la naturaleza y que está al mismo tiempo detrás de la naturaleza: la voz del árbol. Y si alguien responde que un árbol no habla hay que mandar a quien lo dice al otorrino, o a escuchar poesía, aunque realmente el problema no es de oído sino de visión. El árbol habla desde siempre, basta con buscar en las experiencias y escrituras más antiguas, o a las todavía vivas culturas originarias que nos dicen que el árbol siempre ha dicho lo suyo, y así ha sido en nuestro Amazonas, en Grecia o en Mesopotamia en donde el árbol ha sido el lugar de las preguntas y las respuestas.

Las culturas arbóreas, selváticas, originarias están en la raíz de la poesía, pero el árbol se conecta desde otros sentidos que son más cercanos a los sentidos propios de la percepción poética. En las culturas de origen el árbol es centro en la conexión de la tierra, el cielo y el inframundo, con la realidad toda. El árbol está en esa otra dimensión de la vida que es la Realidad, lo nuestro todavía es un pequeño sueño, y muchas veces una pesadilla y un purgatorio. El desencuentro, la desconexión con el todo viene de un primer desprendimiento, una fractura, una distanciamiento de la primera conciencia que es la conciencia profunda, y por haber pretendido el hombre raptar la fuerza y el conocimiento del árbol para convertirlo en templo y en ciudad.

En el mundo antiguo el árbol es la columna que sostiene el mundo. Pero eso pasaba cuando existían los árboles, ahora después de la tala del árbol de nuestra conciencia hay un acostumbramiento que denota la supresión y la tala de la conciencia profunda, y el olvido. Olvidamos nuestro encuentro con el mundo interior y nos quedamos en otra fijeza, viendo la apariencia. Una vez perdida la conciencia arbórea empezamos a recrear, ya no por instinto y por intuición, sino por inercia y pragmatismo la imagen sustituta del árbol: la casa, la ciudad, y con ellas un árbol sustituto como centro ritual: el templo, y con ello llegaron las idolatrías, las religiones y todas las creencias que más que las presencias, son sustituciones.

Desde entonces la especie no ha logrado reconectarse, y ha inventado centenares de religiones y ritos sustitutos para buscar el paraíso perdido, pero las religiones resultan insuficientes, como resulta insuficiente también la razón. Pero hay un árbol puente que no se ha derrumbado todavía y ese puente es la poesía, la poesía lleva en sí misma la conciencia arbórea perdida, la conexión con la totalidad, el puente con la primera voz y la experiencia viva de la primera conciencia. Por eso la poesía no está pendiente del más allá, porque percibe que todo está vivo aquí y ahora, la poesía no se deja confundir con la religión, aunque su “religare” provenga de la misma necesidad de componer y sanar la fractura, el religioso trata de recomponer su desconexión con dios, el poeta hace algo parecido, pero su religare es con el ser, con la totalidad.

La poesía no se ocupa del devenir porque es el devenir mismo, lo que es y lo que no es, lo que nace y lo no nacido, el poeta es solo el guardián del ser, -que ya lo dijo Heidegger, es el lenguaje-, el poeta es el que cuida el lenguaje, su significación. Y el lenguaje, que es el ser cuidado por el poeta, no es la imagen del más allá ni de la muerte sino el aquí mismo y el ahora, es decir, la dimensión arbórea recuperada y cuidada por el poeta, el poeta se encarga del cuidado de ese bosque invisible, un bosque que solo él puede ver porque no ha perdido sus dimensiones originales, su conciencia primera, su “conexión”, el poeta es el que vive realmente el religare.

Por ser devenir la poesía tiene una dimensión trans histórica, y por lo mismo es también histórica. La atemporalidad de la voz del árbol es apenas aparente, lo que algunos llaman “interior” o “exterior”, no son otra cosa que la dimensión arbórea y la apariencia juntas. O como se nombra desde la filosofía: multiplicidad y unidad, pero la poesía no es filosofía ni es conceptual, la poesía es, y es el ser que habla, el árbol hablante, desde una dimensión que trasciende en el todo. ¿Y qué es el devenir sino la vida misma, el movimiento, la transformación? La vida es aquello que es y nunca es, lo que siempre está transformándose en la invención de sí  misma.

Una pregunta sobre el sentido de la poesía en este tiempo que es el mismo tiempo  venidero, -para la poesía no hay otro- se instala en esa fisura. Y en nuestro tiempo tecnológico la pregunta da otra de sus vueltas en espiral ¿Hay sustitutos tecnológico para el árbol? El templo como sustituto del árbol casi desde sus inicios demostró su imposibilidad, a pesar de su desmesura  arquitectónica no logró conectar las dimensiones que logra conectar el árbol, pero tampoco la ciudad lo logró, contrariamente dejó al hombre más solo, más vulnerable, y con el fracaso de la ciudad ahora viene otra nueva sustitución que es la sustitución tecnológica, y lo que se ve venir es una nueva fractura y una división de la sociedad de una manera todavía más radical y más dramática que las sociedades de castas y de clases en donde los conflictos vuelven a su dimensión titánica con dos especies humanas distintas: una técnica y otra en una nueva transición y caída. Tal vez la pregunta velada que llega desde Prometeo y el Festival de Poesía sobre “el espíritu de la poesía en la construcción de una nueva vida en el mundo” tenga entreverada en sus signos esa intuición y desmesura de origen, la pregunta trágica por el sentido. La tragedia no es el hecho luctuoso como se cree, o que el poeta se enloquezca, o que se suicide, eso es lamentable pero no es trágico. La tragedia es la conciencia misma de la poesía, su pregunta insoluble por el sentido, y es allí en donde permanece la tensión del arte.    

El poeta no evade, el poeta asume tareas titánicas, prometeicas. Pero digámoslo en términos amazónicos, tal vez sea la voz de Suecí, la madre de Yuruparí el parido por la fruta, la voz que nos llama, y sea la tarea de la poesía afrontar la nueva fractura tecnológica y la defensa de la selva, del sentido arbóreo. Si la tecnología fue en la era industrial una realidad externa, objetiva, en la era tecnológica empieza a ser más que una realidad, una nueva condición interna, orgánica, una estructura material y subjetiva del hombre máquina, y de eso se trata la fractura tecnológica que es de dimensiones supra humanas, para no decir fantásticas, o teogónicas. La tecnología incursiona al interior humano, y si antes era una extensión del cuerpo, ahora será la naturaleza ligada al objeto, es decir la naturaleza doblemente sometida. 

¿Y qué hacer, qué hace la poesía ante el regreso de la teogonía en donde el hombre es un juguete de los dioses, volver al árbol y su conexión perdida? Puede pensarse todavía esta pregunta: ¿cuando desaparezca el último árbol de la tierra, aún estará en pie el árbol de la poesía?, el caso es que hoy los dioses son tecnológicos, y son tan indolentes y brutales como los primeros titanes.

 

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Álvaro Marín   nació en Manzanares, Caldas, Colombia, en 1958. Escritor y periodista. Publica con otros escritores, periodistas y artistas la revista cultural El ojo del cangrejo. Sus creaciones literarias están escritas en distintos géneros: poesía, ensayo, crónica y crítica, entre ellos Noche Líquida libro de poemas y mención en el Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín. La brújula no quiere marcar más el norte, ensayo, publicado en Bogotá por Editorial Magisterio. Jinete de sombras Premio de Poesía de la Casa de Poesía Fernando Mejía de Manizales. Estrategia continental, libro de ensayo sobre cultura latinoamericana y literatura publicado en Caracas. Premio de crónica por el Instituto Distrital de las artes de Bogotá. Premio Nacional de Poesía concedido por la Universidad Industrial de Santander con el libro Conjeturas sobre la falsa creación del hombre 2016. Sobre el desplazamiento en Colombia publicó La diversidad es la cabalgadura de la muerte.

Sus ensayos críticos sobre cultura y literatura se publicaron en El Magazín del diario El Espectador durante los años 90. Los trabajos periodísticos realizados han sido publicados en el periodismo nacional y latinoamericano; en Gaceta, revista del Ministerio de cultura y otras publicaciones, entre ellas Le Monde diplomatique y otros medios de circulación local y comunitaria. En el ensayo los principales aportes se han desarrollado en temas relacionados con la cultura latinoamericana y las recientes políticas culturales. En el campo de la comunicación, las investigaciones desarrolladas sobre los procesos alternativos han sido herramientas de trabajo de organizaciones sociales y comunitarias.

-Poema Canción para Eliana Canal youtube de la Revista Prometeo
-Selección de poemas Blog de Eugenia Sánchez Nieto
-Selección de poemas Blog Griffos de Nneónn
-Antoligía de poemas Web festivaldepoesiademedellin.org

Publicado el 31.03.2018

Última actualización: 06/10/2018