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El silencio de la guerra

Fotografía de Jesús Abad Colorado

Por: Carlos Andrés Jaramillo

A Jesús Abad Colorado

Una de las primeras víctimas de la guerra es el lenguaje. El horror lo paraliza. La violencia de la muerte lo destruye. El poder lo convierte en cómplice, lo deforma, lo banaliza, lo usa para la mentira. El miedo lo silencia, lo enmudece. Pocas veces lo obliga a manifestarse. Y este uso de la voz, de la escritura, se paga con la hostilidad del medio.

Al atacar al lenguaje, se está atacando al hombre en su integridad. Se lo agrede allí, donde tiene existencia. El hombre es por el lenguaje. También en el lenguaje. No se diferencia de él. Es ahí donde nace a la conciencia de sí mismo, y desde donde se asoma al mundo y se sabe existir.

Atacar el lenguaje es declarar la guerra a lo humano que hay en el hombre. Lo humano es tanto el hablar, como tener la capacidad de hacerlo. Por eso el oficial, amenaza al recluta hasta convertirlo en autómata; por ello, el asesino ignora las suplicas o las razones de la víctima, negándole importancia a lo que dice. De ahí que un velo cómplice de silencio cubra todos los crímenes perpetrados durante los enfrentamientos.

El lenguaje es un organismo vivo del que depende la vida anímica y espiritual del hombre.

Un organismo que puede enfermarse y morir si se detiene su crecimiento, su expansión, al ser constreñido desde afuera, limitado de tal forma que su expresión se vea empobrecida al máximo. El lenguaje enferma cuando la creatividad que anima su centro es reemplazada por el discurso oficial, las arengas de la propaganda, la retórica vacía, los lugares comunes y la banalidad de los hablantes. Es un organismo dinámico, que necesita del movimiento para vivir. Es como un árbol que necesita expandirse.

Al ser un organismo, el lenguaje también es permeable, poroso, a su medio. Por eso, esa interacción lo va secando hasta callarlo.

El silencio, en la guerra, puede asumir diversos significados:

El primero, que el horror que despliega la violencia ha sido tan grande que excede los límites de lo pronunciable. Los hechos sobrepasan lo humanamente asimilable y esta profusión de estímulos paraliza el lenguaje. Es Georg Trakl muriendo de una sobredosis, después de presenciar, como enfermero, los estragos de las batallas.

El segundo, que las amenazas, la censura, el temor de ser herido o asesinado, han reducido la expresión al máximo. Cuando no calla, habla en susurros. El silencio garantiza la supervivencia. Es Ernst Wiechert enterrando en su jardín todo cuando había escrito de lo visto en la guerra. Es Ana Ajmátova entregando al fuego sus escritos, para asegurar su vida y la de su hijo.

El tercero, que el hablante no encuentra a quien dirigirse. Es el rompimiento del vínculo social y la apatía de las instituciones y la sociedad hacia el sobreviviente. Primo Levi describe, en su trilogía de Auschwitz, que uno de sus mayores miedos al regresar del campo era hablar sin ser escuchado.

El cuarto, puede ser pensado como la tensión, la ausencia, que dice que nos estamos haciendo menos humanos. Que nos estamos refugiando en el silencio de la animalidad o de los minerales. Son los combatientes que no tienen voz, que sólo obedecen.

El quinto, como una forma de protesta, al expresar la negativa a utilizar aquello que nos hace humanos en medio de la inhumanidad. Pero debe contar con un medio sensible a este acallamiento. Si no, puede ser una de las formas, aunque pasiva, de la complicidad. Es Georg Steiner, llamando desde las páginas de Lenguaje y silencio, a manifestarse con el silencio.

El sexto, en algunos escritores, es la forma de expresar la destrucción del lenguaje, de su poder comunicativo. Ya sea tornándolo hermético (mudo), balbuceante o de una simplicidad desarmante y lacerante. Aquí se une tanto un escepticismo relativo a los poderes expresivos del lenguaje como la comprobación de su devastación en medio de la guerra. Es Paul Celan escribiendo hasta hacerse ininteligible, hasta destruirse en lo que dice. Es María Mercedes Carranza escribiendo sobre las masacres perpetradas en Colombia.

El séptimo, el lenguaje verbal pierde importancia frente a otros lenguajes o medios expresivos, por ejemplo, la fotografía documental. Es Jesús Abad Colorado retratando de forma tan conmovedora y desgarradora la violencia en Colombia.

El silencio sólo puede ser humano cuando es capaz de permitir el ensanchamiento del lenguaje hacia sus fronteras, y es el espacio germinativo del habla: la fuente de donde surgen las palabras. Y también cuando es la pausa que permite la escucha y la comprensión de lo que el otro dice. Cuando se convierte en la respiración del lenguaje, en los claros a través de los cuales el bosque del lenguaje alcanza significación.

Pero, en verdad, el significado más profundo del silencio durante la guerra, fue enunciado por Paul Celan en el Discurso de Bremen. En él, decía que, en medio de las pérdidas, sólo permaneció el lenguaje, pero que éste tuvo que atravesar el enmudecimiento, la ausencia de palabras para lo que estaba viendo, las tinieblas del discurso mortífero, para ver la luz del día, para surgir enriquecido de aquella experiencia.

El silencio es la dificilísima prueba por la que debe pasar la lengua antes de hablar con fuerza renovada.

El lenguaje, a pesar de las apariencias, siempre es lo más próximo al hombre. Tan cercano que es él mismo. Está con él, aun si es recluido en silencio. El silencio protege el habla con un manto. También le da peso. Por eso la sumerge. Celan cree que la guarda. Pero no la destruye sino con la muerte.

El lenguaje guarda, respecto al silencio, la esperanza de la reanudación de un diálogo más profundo después de las matanzas.

Última actualización: 31/01/2020