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Las costuras del sueño

Por: Carlos Villalobos

Las costuras del sueño

                       

                                    A las costureras
                                    A mi madre

Ella enhebra la saliva.
Ella mide y traza con la tiza un pájaro en la tela.

Su ojo cruza el ojo de la aguja.
y ata el viento a la bobina.

Luego corta. Luego une. Luego pega.
Luego corta. Luego une. Luego pega.

La tijera es un baile de muchacha sobre el hielo.
La tijera es un reptil hambriento que corre por el llano.

Luego corta. Luego une. Luego pega.

Su Singer de pedal anda por la tela
con los labios apretados.

Su Singer gime a todo grito su trabajo.

Su Singer gime a toda máquina
las ganas de un abrigo.

Luego corta. Luego une. Luego pega.

Ella sabe la puntada que lleva la costura de los sueños.

Ella sabe remendar el alma
cuando se hiere con las púas de la tarde.

Luego corta. Luego une. Luego pega.

Ella cose guiños y recatos.
Cose el silencio y las palabras.

Ella cose el ruedo de un suspiro.
Ella cose los ojales de un secreto.

Ella cose las sisas que ajustan unas manos a la piel.

Luego corta. Luego une. Luego pega.

 

Oruga de fuego

 

                                    A las bailarinas
                                    “El alma del filósofo habita en su cabeza; el alma
                                                                                 del poeta en su corazón; 
                                    mas, el alma de la bailarina late en todo su cuerpo”.

                                    Gibrán Jalil Gibrán

Se mueve el corazón de la semilla
y ella sabe la espiral de su camino.

Giran la luna el sol y los cometas
y ella entiende la magia de la elipse.

Danza el viento su serpiente de andar por los potreros
y ella puede seguirle el rastro sin perderse.

Se mueve el río por las piedras y los valles
y ella danza como danza el agua cuando salta por la piedra.

Viene el mar marcando sus amares en la arena
y ella salta sola, sola salta como el sueño por las olas.

Ella baila el miedo, la alegría, un pez del arrecife.
Ella baila la esperanza, el odio, la luz de la mañana.

Ella baila los espejos, la tristeza, un cuchillo en el costado.
Ella baila flores, magia, rito y todos los besos de la Tierra.

Solo ella sabe cómo escribir en el viento una metáfora
y gritar a gritos con el pie desnudo.

Solo ella sabe cómo decir un cisne con el ala moribunda
y a la vez salvarlo con un beso de amor enamorado.

Mueve el pie, el vientre y cada una de sus alas.
Mueve la cintura, el silencio y todos los deseos.

Toda bailarina es una oruga
que se desgaja el vientre y se convierte en llama.

 

El espejo oculto

                                    A los recolectores de la basura

Por aquí pasan dos veces: lunes de fijo
y jueves salvo la Semana Santa.
Yo les dejo el asco, mi carroña
y toda la verdad de todo
en paquetes de silencio.

Ellos vienen, no preguntan,
y recogen este rastro de mi sombra.

Ellos vienen y se llevan
todo el polvo que le arranco
a lo que pienso.

Ellos vienen y tiran al camión
de la basura
las huellas que vomito por el alma.

Ellos vienen y recogen
uno a uno mis pecados.

Pasan por aquí temprano,
no preguntan
y se llevan mis olores,
los avisos de la muerte
y todas las palabras
que le sobran al poema.

Ellos vienen y se llevan
este espejo que ocultamos. 

 

El afilador

 

Es curiosa y casi loca esta manía
de andar de puerta en puerta
preguntando por el filo de las cosas.

Es curioso, pero es cierto:
poco a poco los puñales van perdiendo
su donaire,
y de tanto morder maderas
los serruchos, diente a diente,
se desgastan la finura,
y de tanto cortar los hilos de la vida,
yarda a yarda,
las tijeras van perdiendo el apetito.

Es por eso, que sí, que desde luego,
que venga y toque el timbre
el hombre de amolar cuchillos,
que afile todo en la cocina,
y de paso afile el ojo,
la lengua y el oído.

Que sí, que pase
y que lo afile todo:
el espejo que perdió el encanto
el reloj que se cansó del tiempo,
los colmillos de la historia
que dejó el olvido en el olvido.

Que sí, que entre, desde luego,
que traiga la piedra de afilar y el esmeril
y deje con todo el filo de besar
el beso
que hace tiempo no besaba
con locura.

 

Alejandría

 

Si vas a emprender el viaje hacia Alejandría
asegúrate de caminar
por media calle, nunca por acera,
compite con los autos y el bullicio,
y deja que el viento te ofrezca
en el camino cardamomo
curry, almíbar
o carne fresca colgando como ropa
en una esquina.

Mira el bazar 
que desborda la ciudad,
la columna de Pompeyo,
Roma hincada en la piedra de la muerte
y todos los dioses
de otro tiempo dibujados en papiro.

Degusta una paloma al horno con arroz,
el típico kebab y el humus
y brinda con un Shay de flores
y el rito milenario de la shisha.

No olvides que hay que ir, desde luego,
a mirar los libros
en memoria de aquellos
que quemó la historia.
Siéntate un momento
y degusta estas piedras de Babel,
ya fantasmas
que te dicen al oído los idiomas del Planeta.

Que numerosos sean los recuerdos de este viaje
como aquellos barcos de sed por la palabra
que venían de tinta en tinta
a untarse de tinta el corazón.

Mira ahora el Mediterráneo.
Aquí hubo una vez un faro
que fue gemelo de la luna
y la luciérnaga.

Aquí los leones llamaron Faraón
al magno de los magnos, Alejandro.
Aquí los griegos ptolomeos inventaron el Universo.
Y aquí Plutarco vino de testigo y dejó su nombre.

Aquí en este antiguo silabario
hay una casa casi en el olvido.
Aquí en este sitio de lenguas enterradas
hay un recado que espera tu visita.

Sabrás entonces que es la casa de Cavafis.
Entra. Siéntate un momento en esta cama.
Siéntate un momento en esta silla
que es la silla de sangrar poemas.

No tengas prisa, Ulises,
que Alejandría tiene fogatas
de amor en cada canto
y esta noche hace frío en la memoria.

 

Los castigos del padre

 

El tumulto. Mi jaqueca. Un reloj a fuego lento.
La esquina. El miedo. El paso que pasa mudo.
El caño. La maraña. Las calles en la calle.
El maniquí. El mendigo. La limosna de la muerte.
El parque. Las palomas. Los restos de Dios en la basura.
Nadie. Todo el mundo. La soledad posando en un afiche.
El hormiguero. La policía. Los gritos del odio en el claxon de la tarde.
El asfalto.  El humo.  Las caderas de la noche bajando de los taxis.
El mercado. Las iglesias. La subasta de los besos en oferta.
Un cuchillo.  El paraguas.  Ceremonias para morder el polvo.
La lotería. El autobús. El pecado de Sísifo en la última parada.
Los atascos. El colmo. Un niño que dibuja los castigos de su padre. 
 

*

Carlos Villalobos nació en Costa Rica en 1968.  Poeta, narrador y ensayista. Ha ganado los premios de poesía Arturo Agüero Chaves, Brunca de la Universidad Nacional de Costa Rica y Editorial de la Universidad de Costa Rica. Es doctor en Letras y Artes en Centro América, máster en Literatura Latinoamericana y licenciado en Periodismo. Ha participado como poeta invitado en festivales literarios en América Latina, Estados Unidos, España, Marruecos y Egipto. Es Profesor de Teoría Literaria y Semiótica en la Universidad de Costa Rica, donde ha fungido como Vicerrector de Vida Estudiantil y director de la Escuela de Filología, Lingüística y Literatura.

Ha publicado los libros de poesía: Los trayectos y la sangre, 1992; Ceremonias desde la lluvia, 1995; El primer tren que pase, 2001; Insectidumbres, 2009; Trances de la herida, 2015; y El cantar de los oficios, 2015. Publicó igualmente la novela El libro de los gozos, 2001; el libro de cuento Tribulaciones, 2003 y El ritual de los Atriles, disertaciones, 2014.

-Cinco poemas de El cantar de los oficios Voces del Extremo
-Poemas Afinidades electivas
-Insectidumbre Bitácora del Párvulo
-Poema Canal Taller Don Chico de Youtube -Video-
-Biografía y poemas Antología en Poetas Siglo XXI

Última actualización: 14/07/2019