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Bruce Weigl (Estados Unidos)

Por: Bruce Weigl
Traductor: G. Leogena

Arete

 

Cuando eso no sabía o no me permitía a mí mismo caer en cuenta que ella buscaba una manera de despedirse de mí. Afuera en el frio, la nieve de diciembre, una noche tuvimos un argumento estúpido acerca de algo estúpido, y dejamos que ese argumento cruzara ciertos límites, pienso yo, de herir. No sabía cuál era el problema. Intente hablar con ella, pero durante la discusión a ella se le perdió un arete en la nieve profunda cuando se golpeó la cabeza contra uno de los olmos históricos donde había corrido en la oscuridad para escaparse de mí, o de su propio deseo. Por un rato largo, no la pude encontrar, hasta que volvió, sollozando y rogándome que le ayudará encontrar el arete. Su hermana se lo había dado muchos años antes, me dijo, pero yo no entendía por qué alguien lloraría tanto por un arete perdido. Todavía era un muchacho, aunque había estada en la guerra y había visto cosas duras, así que le prometí que encontraríamos el arete. Ella tiene frío, está temblando. Yo gateo en la oscuridad entre los olmos gigantes. Siento el ritmo de la noche latir y pulsar como un corazón. Dibujo una cuadrícula y extiendo mis manos sin guantes en la nieve como si buscara el detonador de una mina quiebra-patas.

La nieve me sigue cayendo encima, y sobre los olmos ya pesados, y sobre todo el paisaje de nuestros sueños, y cada cosa es blanca de nuevo, transformada en un monumento de si misma. Mis rodillas se empapan y empiezan a congelarse. Ya no siento mis dedos, sin embargo, permanezco ahí expuesto por amor, buscando el tallo minúsculo de oro entre las toneladas de nieve, como si encontrarlo aseguraría de alguna manera su amor por mí, pero el viento sopla fuerte sobre un idiota, y logro en ese momento gélido verme claramente, arrodillado y en busca de un arete minúsculo en la nieve, y hay dicha dentro de mis lágrimas cuando encuentro el arete, ahí enterrado, entre los olmos tras los cuales uno se podía emboscar.

                            a Alison

 

 

El cuento de la tortuga

 

No sé la tortuga cómo logró meterse por la cerca ni cómo evadió los perros del barrio que corren sueltos una vez que cae el sol, pero la encontré cerca de un nido con sus huevos donde el jardín ya se transformaba para el otoño. Parecía que había encontrado su sitio propio ahí, y quién era yo para contradecirle, así que le compré paja para que se hiciera un lecho mejor, y nunca la vi comer, pero desaparecía lo que le dejaba en un plato de hojalata. No me acuerdo cuanto se demoró, pero calentó los huevos y nacieron, y sus muchos bebes corrían en todas las direcciones hasta que ella los acorralaba de nuevo donde los podía cuidar. Ahora te tengo que decir que nunca hubo una tortuga, solo la que yo hubiera querido que estuviera. Nunca hubo una cerca por dónde meterse, ni perros para evadir en el callejón oscuro. No hubo callejón oscuro. No hubo nido ni huevos, ni paja, ni la esperanza de nada. Pero si encontré una tortuga en mi solar una mañana donde había puesto sus huevos en un nido que había hecho de hierba podada. No sé de dónde vino, quizás era la mascota de algún vecino, y también había un zoológico cerca. Llamé la policía para ver si ellos sabrían que hacer, ellos llegaron rápido, confirmaron que era una tortuga, con huevos.  A veces uno tiene que contar un cuento para llenar el hueco que tiene en la mente, o para remendar algo que ha sido roto por una ola violenta que pasó por uno alguna vez. No hubo tortuga, y no hubo policías. Yo sé, tengo que dejar de hacer esto. Quiero que me creas. Todo tiene que ver con el cuento. Es lo único que tenemos.

 

 

El hombre en la silla

 

El hombre en la silla desperdicia su vida a gritos. A nadie le importa que su bata de baño está abierta, revelando la piel blanca de la vejez. A nadie le importa que está gritando hasta que sus gritos flotan por el corredor, luego salen a la noche, que le importan aún menos.

Los arces que observo morir tienen mucha más libertad en sus muertes que el hombre en la silla. Alguien que se parece a mí le susurra en el oído que todo va estar bien, pero por el momento no para de gritar, cada grito es una ola que viene desde lejos y luego se rompe sobre nuestra costa rocosa.

No sé si los arces saben que están muriendo. Nada que hacer, entonces los observo morir y podo las ramas muertas y me las llevo. El hombre en la silla quiere que alguien se lo lleve. No dejará de gritar en el asilo donde mi madre demente logra decir Cállate, sin ayuda de nadie. A esto es a lo que puede llegar la vida después de todo, esto es lo que es la vida, lo que significa, y a lo que huele, sabe, y suena.

 

 

El problema con las formas en los árboles de noche

 

Una noche en mi turno de guardia y drogado hasta ya no más, tomé mi puesto, le balbuceé algo al tipo que estaba reemplazando y me acomodé. Lo mismo ocurría a través de todo el perímetro, así que había más bulla de lo debido, pero pronto las cosas se aquietaron y después de algunos minutos, miraba los campos de arroz que se extendían como un cementerio, más allá de mi mirada. Había hecho esto antes, a veces bajo mucha más presión, pero la marihuana vietnamita me tenía en su agarre, y estaba un poco mareado y agradecido de poderme sentar. Necesitaba enfocarme, así que miré fijamente en la oscuridad para cuadrar mi visión nocturna. 

                                    Al comienzo, apenas distinguía la línea entre donde terminaban los campos de arroz y empezaba el cielo, pero a medida que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude ver otros detalles. Miré, sacudí mi cabeza, y miré de nuevo. Veía un pelotón de soldados viet cong moviendo casi imperceptiblemente en mi dirección por la oscuridad, que también era la dirección donde estábamos todos nosotros, y mi deber sencillo de defender, mi deber sagrado de defender la zona de aterrizaje, lo cual hice, con todo mi corazón. Tenía que alertar al tipo que seguía en la línea, pero no lo podía ver en la oscuridad, y no quería hacer ruido, ni un sonido. 

                                    El problema con las formas oscuras en los árboles de noche es que a veces son cuerpos. Miré fijamente de nuevo a los campos oscuros de arroz y metí mi nariz en el viento hasta que vi que los soldados viet cong eran bueyes de agua, pasando calmadamente por mi línea de fuego. Yo también me pude calmar y volver a respirar. Pero ahí no termina la historia, porque alguien más abajo en la línea detonó unas minas a distancia cuando luces de bengala de aviso iluminaron el área a nuestro alrededor y escuché el chisporroteo de los rifles cerca, y a lo largo de toda la línea. A medida que caían las luces entre nosotros, se veían las formas de los bueyes de agua en esa luz tan nítida, aquí y allá, y luego de repente desaparecidas. Sonaron un par de ráfagas más, y luego el silencio de nuevo, así que podía escuchar un bramido terrible que venía desde la oscuridad,

                                                                                                            gritos agudos que para mí sonaban muy parecidos a dolor. Lo único que podía hacer era mantener mi posición y desear que lo que fuera se muriera rápido para que cesara el sonido de su agonizar, y para que quizás ahí terminara la cosa por esa noche. Son las asociaciones con otras cosas las que nos hacen recordar, y por eso no nos sueltan, sin importarles lo que pensamos o lo que rezamos.  El campesino encontró los cadáveres antes del amanecer, y arrastró un ternero a nuestro bunker. Sus ojos todavía estaban abiertos, y su mirada quieta me incluía en la dificultad en que estábamos todos. Yo tenía dieciocho años y sabía poco. Escuché voces rabiosas al fondo; estaba involucrado el dinero, luego se hicieron arreglos, que permitirían que todos tuviéramos salvo conducto por la miseria y desperdicio en que la guerra se había convertido, pero yo no pensaba en eso. Yo pensaba en el berrido del ternero después que la mina lo volvió pedazos cuando activó las luces bengala con sus brincos juguetones a pocos pasos de un sendero antiguo que atravesaba el arroz. Esa voz sonaba tan humana, tan llena de ganas de paz. De cualquier especie.

 

 

El problema con el deseo

 

Yo quería que la tormenta esta tarde de alguna manera llegara y estuviera dentro de mi cuerpo y en todo lo que digo y hago. Quería que el cimbronazo verde de árboles en verano me llenara, y que las raíces y las lombrices y los escarabajos ahí debajo de todo en sus propias redes de asombro, su propio universo, fueran mi sangre. Creo que es posible que algo así ocurra, dado que giramos en pinchos, extendidos sobre un río de voces.

 

 

Cuéntales todo

 

Cuéntales todo, dijeron. Cuéntales de las manos enfermas de alguna gente mala o de las manos malas de alguna gente enferma. Cuéntales de la que más traicionó, aunque ahora aparece un río, así que diles del río y olvídate de ella, aguas blancas y los sábalos gordos retorciéndose en las puntas de nuestras lanzas, tres puntas y hasta la cintura entre las rocas donde tuvimos que entrar con cuidado. Más de uno de nosotros se ahogó en ese río. Vendíamos los sábalos a un vecino ruso que pagaba diez centavos por cada pez y estábamos tan putamente ricos que no sabíamos que hacer. Cuéntales lo que hiciste, dijeron. ¿Existirá pecado sin castigo? Le pregunté al padre en el catequismo el sábado, mis padres sin con qué pagar un colegio católico, y uno se tenía que aprender la rutina en alguna parte. Yo al Padre lo estimé, y cuando me fui a la guerra, él me escribía una vez al mes, pero ese sábado en la mañana cuando yo quería solo estar jugando béisbol, o estar en los brazos de la Hermana Mary Katherine, poca posibilidad de eso, él me dijo que hay preguntas que mejor no se hacen. No dijo “que no se deben responder”, como yo pensaba que iba decir, sino “que mejor no se hacen”. Mi decepción me llevó casi a las lágrimas, pero él nunca se dio cuenta. Luego, me quedé en la iglesia solo. Quería rezar, pero nada llegaba a mis labios, ni a mi corazón que se sintió pesado por primera vez. Aún escuchaba la voz del Padre, advirtiéndome que mi vida dependía de hacer ciertas preguntas. Si tienes la necesidad de saber, no hay nada más que hacer, abra una vena y que salga en la sangre. Cuéntales de sangrar, dijeron, como si fuera fácil sacar el anzuelo de las branquias del pez. Un domo de cielo azul es lo único que nos queda y nos separa, y una u otra catástrofe que aniquilará todo, pero yo no tengo problema. Cielo azul más allá de una línea verde de árboles viejos que se doblaban bajo el viento pero nunca soltaban, más allá de una casa pequeña y sus muchas vidas que van y vienen como murciélagos al último río en la noche. Cuéntales acerca de la noche, acerca de las campanas de la iglesia que no paraban de sonar, tantos muertos que se haló el lazo de la campana de mañana hasta el atardecer, sin descanso para alguien. Quería rezar bajo el domo de cielo azul, pero nada llegaba a mis labios, y creo que así se siente cuando algo parecido a un espíritu muere dentro de uno.

                           A Carolyn F.

 

 

A veces como se siente

 

Crucifícame, pero no me dejes solo esta noche con nada más que con la información. A todos los despiertan las instrucciones por el altavoz. Tan divertidos nuestros excesos: fiebre de primavera entre los locos, auto-asfixio en el umbral de un placer sexual antiguo, la bolsa de enema como un corazón expuesto sobre la porcelana blanca, pero todo esto es historia antigua. Nada se trae devuelta desde allá.

                 Al Doctor J.


Bruce Weigl nació en Lorain, Ohio, EE. UU., En 1949, nieto de inmigrantes. Participó en la guerra de Vietnam, lo que dejó una honda huella en su vida y en su obra. Desde hace largo tiempo teje lazos de hermandad con los poetas vietnamitas. Su libro de poesía más reciente, On the Shores of Welcome Home, ganó el Premio de Poesía Isabella Gardner y fue publicado por BOA Editions en 2019. Próximamente de BOA en 2020 saldrá una colección de prosa corta, Among Elms, en Ambush: Fables and Parables. Anteriormente, Weigl publicó The Abundance of Nothing (TriQuarterly Books), uno de los tres finalistas del Premio Pulitzer en Poesía en 2013, una memoria: The Circle of Hanh (Grove Press, 2000), así como más de veinticinco obras de poesía, ensayos y traducciones del vietnamita y el rumano. 

Sobre su obra, Carolyn Forche ha escrito que “pocos poetas de cualquier generación han escrito tan dolorosamente sobre el trauma de la guerra, grabando su herida mientras rechazan la frágil sutura de la redención. En esto y en la amplitud de su logro, Bruce Weigl es uno de los poetas más importantes de nuestro tiempo", y Denise Levertov ha escrito que "la música verbal única de Bruce Weigl es una canción indivisible de sus raíces experimentales. Los eventos de la niñez en el Medio Oeste industrial, de la juventud masculina arrojada sin querer en otra tierra y cultura, de los años de dolor continuo, de escasa alegría, de lucha e iluminación, son un tejido, no episódico". Sobre su más reciente libro de poesía, el ganador del Premio Pulitzer, Yusef Komunyakaa, escribió que "On the Shores of Welcome Home de Bruce Weigl trata asuntos de la vida y de la muerte, abarcando cuestiones terrenales, pero siempre avistando una gota de luz verdadera. La mente y la carne del soldado, del sobreviviente, del buscador, queda al descubierto como amor fraternal. Weigl está siempre en al menos dos mundos a la vez: presente y pasado: aquí y más allá. Plantea preguntas de movimiento y emoción sin respuestas occidentales fáciles. De hecho, no hay nada en este mapa de verdades desnudas que sea fácil. Y, a veces, el orador de la lírica evalúa, se responsabiliza de los momentos en los que dijo "Te desafío". Es decir, en On the Shores of Welcome Home subraya cómo estamos realmente conectados, responsables el uno del otro. Este libro señala días y noches de la vida cotidiana bajo fuego, con notas de gracia penetrantes".

-Poetry by Bruce Weigl Poetry Foundation.
-Vietnam de hoy visto por un veterano de Guerra, Bruce Weigl Artículo en es.vietnamplus.vn
-About Bruce Weigl Academy of American Poets.
-Three poems by Bruce Weigl Cold Mountain Review.
-Two poems Pedestal Magazine.
The Abundance of Nothing Books in Review.
-Bruce Weigl Reading -Video-  Eastern Connecticut State University.

Publicado el 9.06.2020

Última actualización: 09/09/2021