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Ela Cuavas (Colombia)

Por: Ela Cuavas

Alfabeto

 

Las palabras me asaltan y de tanto tocarlas enloquece el piano. Las palabras duermen en mí, pero al tomar el lápiz despiertan todas en confusión de pájaros.

Platón y el nombre de los amantes, Van Gogh y su desordenado alfabeto, Artaud y su Torre de Babel.

Las palabras juegan a las escondidas y yo quiero atraparlas como a moscas, derribarlas con mi arco de fuego sin molestar a Dios.

 

 

Meditaciones sobre el árbol

 

I

Cuántos animales ya extinguidos habrán dormido bajo tu sombra y agradecidos por tu generoso abrigo han dejado sus huesos a tus pies.

II

El árbol plantado a orillas de un río alimenta de palabras como nube o pájaro al que bebe de la orilla.

III

Hay un árbol en la infancia en el que jugábamos a las escondidas y que quizá haya vuelto a tomar con mi pulgar y mi índice o tal vez me esté esperando al pie de algún sepulcro.

 

 

Con deseos de escribir

 

Quiero escribir y mi mano no obedece;
trazar los pasos que me conduzcan
a un laberinto menos terrible,
comer de ese fruto desgarrado con mi boca de fuego;
pero mi mano se acostumbró al retorcido destino
y al sacrificio del árbol que habita el huerto prohibido.
Ángel de sombra, esta noche robaré tus palabras
para encender mi estrella a la hora que adivinas,
porque tú no sabes del dolor de los tendones
ni de la madrugada que se estaciona en los ojos.
Quiero escribir, y entonces toco tu lengua
y mis manos se queman.
Con mis manos, ahora ceniza,
empezaré el primer verso.

 

 

El apocalipsis de los trabajadores

 

A las cuatro en punto canta el pájaro de cuerda
que anida en mi mesa de noche;
el mundo se desajusta un poco y
la realidad pega duro en la cara.
El dolor aúlla en mi espalda
como un perro.
Es un pesado viaje de hora y media
por una carretera, por la que parece,
nunca pasó Dios.
Un viaje sin ansias
que bien podría conducir al infierno.
Y por la tarde, el retorno.
Ya son más de diez años trabajando sin prisa,
con amargura, aguaceros y niños
vestidos de azul.
Diez años sin tiempo,
haciendo el amor con prisa y con culpa.
Trabajar para comprar un carro o una casa,
para pagar la seguridad social,
la cerveza y el café.
Para un día cualquiera  
despertar y darnos cuenta
que nuestros ojos han perdido su brillo,
asomarnos a la ventana
y descubrir que el arcoíris se ha tornado gris.

 

 

Los libros y la noche

 

Esta noche he decidido
quedarme a vivir en este cuarto.
Está solo como si por él hubiese pasado la guerra.
Los primeros en huir fueron los amantes;
como amenazados por una peste
se fueron y sólo dejaron estío.
El espejo atraído por asomarse a su fondo
se destrozó iracundo.
Pero, solos de los estantes, empolvados
y supervivientes cuelgan los libros;
como niños asustados se quedaron en un rincón
cuando amenazó la tormenta.
Guerreros de lomo fuerte y vasta memoria.
Igual que en un cuento de Cortázar,
todo está sitiado;
retrocedo y me interno en la habitación,
allí está todo lo que necesito
para configurar un universo nuevo.
Solo los libros y la noche.

 

 

Un poeta

 

Poco importa que perdamos al poeta
si salvamos la poesía.  
           Henry Miller 

 

Este es el mundo
y bajo mis pies no funciona.
Debo internarme en él sin miedos,
a fuerza de golpes se transforma lo vil.
Esta maleta es demasiado grande
para mis sueños, han de caber todos en
mi bolsillo, si no caben, desecharé algunos.
Quiero vivir como en el poema, pero me falta
coraje, entonces el papel se vuelve pretexto.
¿Cuántas noches malgastadas
incendiando el lenguaje?
Pero no fue aquella noche en la taberna
cuando los ojos de tu amigo
te revelaban el mundo, tu más bello poema.
La poesía no está contenida en engañosos
caracteres, la poesía es esta luz,
ese labio, esta ebriedad.
Hagámosla con el cuerpo.
Un cuarto oscuro y alejado
no será nunca el laboratorio del poeta.
Debe ser Abisinia
o cualquier otro lugar del mundo
que le proporcione emoción.
Una gira por Norteamérica deteniéndose
en todas las esquinas
sólo para beber una cerveza,
no es nada despreciable.
Incluso irse a la guerra
dejando de lado todo bienestar,
puede ser una opción.
Vida, eso es lo que se necesita,
meter las uñas en la tierra
para descubrir sus secretos.
El poeta no tiene entrañas,
nació del sueño y debe vivir en él.


Ela Cuavas nació en Montería, Colombia, en 1979. Es poeta y ensayista, Licenciada en Español y Literatura en la Universidad de Córdoba. Candidata a Magister de la Universidad de Nariño. Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus 2018. Su primer libro de poesía, Juntar los huesos, fue publicado dentro de la colección Voces del fuego, Testigos del Bicentenario de la Editorial Pluma de Mompox de la ciudad de Cartagena en el 2011. La revista de poesía Exilio de la ciudad de Bogotá publicó en 2014 la “Antología Músicas lejanas” preparada por Hernán Vargascarreño. Su poemario Herida Antigua fue publicado en 2019 por la Gobernación de Norte de Santander. Algunos poemas suyos han sido traducidos al alemán por Karina Theurer para la Revista Alba de Berlín.

Última actualización: 16/04/2021