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Ángel Díaz Miranda (Puerto Rico)

Por: Ángel Díaz Miranda

Sinestesia de vaqueros

 

De camino a Roanoke
Se me aparece, como en un sueño,
un caballo pinto detenido en el tiempo

Estaba completamente inmóvil 
y parecía mirar al futuro
Yo viajaba al norte y el miraba al sur
Sólo lo vi por unos segundos 
que me parecieron horas
La bestia era un celaje 
o quizá una alucinación
Parecía sacada de las películas de indios y vaqueros
que Papá    (siempre dueño de su silencio)
miraba en la tele 
mientras fumaba un cigarro tras otro
 
De repente tengo cuatro o cinco años
la soga se me enreda en las botas vaqueras
(Las que siempre me niego a quitarme) 
y caigo de frente en la grama
un potro me arrastra por toda
la finca de Asomante
La boca me sabe a hierba y a sangre
El cielo azul entonces se hace verde 
Y el pasto verde entonces se hace azul
giro una y otra vez, una y otra vez
giro 
hero
giro

El caballo pinto desaparece del retrovisor
que ganas horribles me dan
de leer a Leopoldo María Panero
o de ver una peli de Clint Eastwood 
con el volumen en off 

Quizá ya nada de esto importe 
porque una vez más
soy el último jinete 
cabalgando la cicatriz del fracaso
en la infinita llanura
que al igual que este poema
no nos lleva a ninguna parte

 


Aibonito

 

Regresé al pueblo 
a la montaña 
a la pequeña isla 
que se repite flotante  
desde la distancia
me encontré a mí mismo 
adolescente
insuficiente
con los ojos grandes
(ojos de tigre triste)
a veces 
llenos de falsas esperanzas
eran ojos que buscaban 
el futuro
ojos llenos de lágrimas
víctimas
de metal enfríado
y piedra carcomida
ojos que preveían 
el porvenir 
y la melancolía
Dije: "basta"
escuché en el eco de mis palabras
versos de López Velarde
sobre el edén y la metralla
y, como siempre, 
él y yo
(el de ayer y el que escribe)
quedamos atrapados
en el él de mañana 
sumido 
en una constelación de olvidos

 

William Carlos y la traición

 

                    a Marcelo Pellegrini

Una vez subí una foto 
de William Carlos Williams
a las redes sociales.
Escribí en el pie de foto:
“Este es mi abuelo”.
Un poeta chileno 
radicado en el norte 
(en el norte más frío)
me preguntó si era en serio
si de verdad era mi abuelito
Pensé un rato en Abuelo Rafa
en sus manos de floricultor
en los poemas que escribía
en que ya no recuerdo su voz

y le contesté que sí, 
                               que sí era.
Justo en ese momento supe 
que la caída
es irrefutable

y llama

 


#9 (Sin título)

 

—La belleza es un retazo
Un acercarse al borde; un deseo taimado.
—La belleza—ella le contesta mientras él llora— 
va más allá de la herida. 
Es la herida: 
El fracaso
de percibir lo ilimitado
Es el disparo no la bala
Es un ritual lento: 
como el fuego que consume un libro
un cataclismo que no termina
el dolor del dolor del dolor
Un beso y el olvido

 

Corona V


                    a Jaime Santini (cagüeño)

Escucho las alarmas acercarse. 
Algo me encuentra, me atrapa y está riendo.
Trato de escapar, me caigo tosiendo 
sangre. Todo me parece alejarse.
Despierto. Es la invisible pesadilla
que me muerde. Toso. Quedo atrapado.
Me quema el cuerpo un fuego solapado:
La fiebre es la fulgurante cuchilla
que me destriza y me confunde
cual bestia de humores y salivazos
con su garra incandescente en festejo
de dolor y olvido. Lloro y me quejo.
Mi cuerpo es la propia tumba que me hunde
y me asegura que será mi ocaso.

 

Libreta de La Habana #27

                “Éramos meseros”
                a Marcos Mercado, Sumiller

I.
Justo antes de enterarme de la muerte de Anthony Bourdain
yo estaba en un cuarto del Vedado leyendo “La nasa” de Juan Carlos Flores 
y otro poema de Ángel Escobar pero de ese no recuerdo el título
...ya no

II. 
Cuando me enteré de la muerte de Anthony Bourdain
me supe en la sala del apartamento de la segunda planta
de la calle Lenox en Fair Haven. Compartía piso con Paul 
un sureño blanco de Virginia y cazador de ciervos
trabajábamos en un restaurante francés “El Café de la Liga Unión”:

Éramos meseros 

III.
De madrugada, al salir del trabajo, nos íbamos a casa
al 217 de la calle Lenox, fumábamos marihuana, tomábamos cerveza
y leíamos Kitchen Confidential, cada cual tenía su propia copia
Nos quejábamos, nos quejábamos, nos quejábamos 
(y lo envidiábamos) porque era nuestra idea. Nuestra: 
escribir un libro de los vicios y desastres de cocinar y servir 
a los comensales de la alta cocina. Ya lo habíamos empezado:

Éramos meseros

IV.
El club de los suicidas es exclusivo y expansivo
como el trazo de la memoria en los cuerpos todavía 
convulsos antes de ser degustados
junto a la carroña y los huesos húmeros que ya nadie se va a comer
desperdiciados y dejados a un lado del plato por los señores y señoritos 
que nunca tendrán que olvidar:

Ya no


Ángel Díaz Miranda nació en Aibonito, Puerto Rico, en 1977. Ha publicado poemas en Diario de Cuba, El nieuwe acá de Holanda, Trespiesalgato de México-Canadá, Revista Cruce de Puerto Rico y Dscntxt de Chile. Su primer libro de poesía, Catálogo de inconsistencias, será publicado en 2021 por la Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña (San Juan). Una edición bilingüe de Libreta de La Habana, su segundo poemario, se publicará en 2022 por Arte Poética Press (Nueva York). En 2015 ganó el segundo lugar del Premio Nacional Guajana de poesía novel. Es profesor en Hollins University (VA) y especialista en poesía mexicana moderna y contemporánea. Su poemario Leptospirosis en torno a las consecuencias del Huracán María en Puerto Rico permanece inédito. Poeta elegido en la convocatoria del 31º Festival Internacional de Poesía de Medellín.

Última actualización: 06/11/2021