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Stefannia Di Leo, Italia

Fotografía tomada de La Voce D´Italia

Por: Stefannia Di Leo

Los amantes de Pompeya

 

<<Quisquisamatvaleat
pereat qui nescit amare
bis tanto pereat
quisquis amare vetat.>>

<<Vive cada hombre que ama;
muere el que desconoce el amor,
más aún, muere
el hombre al que se le prohíbe amar>>

(Inscripción sobre un muro de Pompeya)

Encantado por tu cuerpo, te miraba.
Nos sepultaba el Vesubio
con el ardor de su voz.

Vagaban las horas en tu vientre,
mientras las llamas sorprendían a Pompeya,
quebrando la calma.

Entre gritos, nuestros abrazos...
Nuestras almas se deshacían en el viento,
mientras el volcán eructaba su delirio solitario.

Moríamos de amor como rosas en el desierto,
caminábamos hacia la oscuridad
donde todas las palabras se asemejan.

Ajenos al recuerdo,
éramos amantes eternos;
la piedra: testigo de amor solemne.

Nosotros: seres sin destino,
en quienes hasta la esperanza perdía su rima,
y el fuego envolvía nuestras cadencias.
Peregrinando por los siglos
éramos una apuesta
de amor resucitado.

Buscábamos el paraíso
por laberintos interminables;
abríamos las manos librando el miedo
y sólo respondió el silencio.
Juntos nos despertamos.

Nuestras vidas eran muerte;
el fuego, nuestro descanso.

καὶ Αἵμωνδυσπαθήσας διὰ τὸν εἰς αὐτὴν ἔρωτα ξίφ ειἑαυ
τὸν διεχρήσατο. ἐπὶ δὲ τῷ τούτου θανάτῳκαὶ ἡ μήτ
ηρ Εὐρυδίκη ἑαυτὴν ἀνεῖλε.

 


Ahora te percibo, Antígona

Ahora te percibo, Antígona,
invicta fuerza de heridas,
la vida derramas por tu sangre
como lira que resuena inagotable.
Philía es el Aleph de tu mente,
también el norte de la mía;
las lágrimas recorren nuestras caras apenadas.

Cantaremos la canción de la muerte
con la misma emoción,
con el mismo espanto,
porque la tristeza, Antígona,
devora nuestros cuerpos,

nos carcome el alma su estribillo de siempre.
Nos convierte en cenizas el milagro de la vida.
Quedaremos polvo, a espaldas de la aurora
besados por la arena,
mientras la tierra se olvida de nuestra voz
y los cantos son nuestros pasos cansados.
Lloramos, Antígona, por hermanos muertos sin razón,
en todos los segundos, en todos los rincones,
porque la guerra, Antígona, es de hielo,
vacía las plazas, derrumba campanarios,
desintegra la nieve, engendra aullidos feroces.
Lo más difícil, Antígona, es imaginar
una alborada en la más profunda oscuridad
y en el aire batir unas alas más libres,
junto al sutil abrazo de la noche.

 

Y por un instante el deseo de vivir

Para Oscar Pérez,
In Memoriam

En un viejo campo de minas,
el recuerdo de ti como una herida.
Por un vacío interior tu madre observa
con ojos de corazón la pena que llevas dentro.

Durante un instante, el deseo de vivir
Vuelve de nuevo, vuelve de nuevo.

Prosigue lenta la tregua de los trenes;
en las aldeas fronterizas tardan a pasar.

Y por un instante el deseo de vivir
Vuelve de nuevo, vuelve de nuevo.

El tiempo es una lágrima sin ti;
la tierra hiere aún más tus heridas.
Embriagaba tus sentidos la esperanza
al sonar tu profunda voz inquebrantable,
azul como tus ojos, bella como las lumbres.

 

Catábasis

Para Leonard Cohen

Poseo un solo talento: mi música.
Notas fecundas avasallan a golpes la luz.
El mar, con las lágrimas,
se hizo recuerdo entre sus olas,
violento alud que respiran, sin cesar,
estos mares sin dueño. Somos resplandor,
tristeza suma, espectáculo incandescente
en este mundo de porcelana en ruinas.

Si pudiera suplicarte que tocaras por mí
aquella música que permanece resonando
en el corazón. Si pudieras vivir
como ave que me sobrepasa por el cielo,
dentro de mí, sentiría escalofríos y escarcha,
alumbrando mi alma con exactitud esculpida
de una luz, que a veces, se revela ausente.

Vi la claridad venida desde un barco,
con sus remos abiertos, empujando hacia mí,
y quise ser un alma de la nada
o del destino lanzado a la intemperie.
El amor es poderoso y a veces duele.

Se extiende mi sombra oblicua
sobre las maderas de luz y del pasto
creciente de esos límites impuros.
El recinto se llena de mis lágrimas;
siento lo inmóvil vencer
y lo inexacto, de repente cierto.

Siento tu voz allá en lo oscuro,
los fantasmas desnudos y las ranas ahogadas.
Miro atenta por tus aguas remotas
inventando a un dios incrédulo
tras un horror sagrado.

Caronte no conoce el río del amor,
en sus pupilas no hay caricias,
no hay cartas de amor escritas por la tarde,
sólo escucha palabras de amantes muertos,
en la inercia de un diluvio de nombres.

¿Qué importa naufragar o encallar si aún las velas
se sostienen en áureas proporciones?
Era como encontrarte y huir, saber que iba a verte
y retirar, con celo, la mano piadosa.
¿A dónde va toda la sangre llena de pena,
de tanta pena no acabada en mundo?
Extinguido reposo de la tarde en llamas.

El sol era continuo y enfermo.
Distinto a lo pensado es el infierno:
tiene inclinaciones celestes en su útero,
su rumor apremiante es único y el vacío
impone su quietud en bocas extintas.
Era la primavera, y pensé pintarte
en un óleo melancólico.
Sonará la lira y te veré, Leonard.
El amor es poderoso y a veces duele.

Sin la música hacemos el infierno.

A veces, los vetustos senderos
conducen a nuestro propio silencio;
gritan los abedules siniestros y en la enésima estepa
farfullan los mapas sin raíces,
las riberas escoltan nuestro paso,
permanecen erguidas en su desnudez constante.

En este adverso paraíso comprendes
el precio ruin de la impotencia.

Aquí, en esta agonía, se escuchan
mis canciones acompasando con suavidad
su ruina declinante. Sólo el río sabe
si mañana florecerán mis notas…

El barco toca tierra y, al detenerse,
se escucha un rumor de silbidos,
como si presintiera tu cuerpo
que se apoderara de mis manos.
La crisálida de amor me roza.

Titila el silencio y las maderas
se encienden en pétalos perfectos,
en un mundo sin luciérnagas.

Y puedo escuchar tu nombre, Leonard.
La embriagadora música regresa
a tu boca muerta de palabras.
Vi la oscuridad envolverte,
la magia en un jardín sin rosas,
ahora, resplandeciente y vivo.

Seguirán los ecos de tus labios
entonando un Aleluya que no cesa.

 


El llanto de Orfeo

Volviendo atrás la vista incierta,
el cuerpo camina en vano. Voces
de amor invaden los espacios
de la ausencia: montes de soledad,
en cuya altura, un nombre no invocado
aún entre los muertos, cuyo sonido espera
resonar entre unas letras,
en la inmensa cumbre de lo creado.

Allí está Orfeo llorando, mirando
a Eurídice descender a los infiernos;
en el dolor se hunde la paz de su existencia.
Imposible callar, hermoso el río cercano:
todo un silencio. Le invade la misteriosa fe,
por cuyo deseo cada hombre traspasa
el aire con sus manos abiertas.

Allí se puede oír el canto de la alondra:
un daño sin respuesta, precediendo a las almas,
dueñas, al fin, del tiempo perdido,
cuando no amando un ser de carne,
ha ofrecido una ilusión cualquiera
que apenas hoy, al recordarla crea
un manantial de llanto.

Recuerdo incierto con luz impalpable,
están los trémulos amantes,
la rabia les guía
el vago estupor de sus creencias,
las ganas de morir, de acompañarse.
Sólo hay estrellas de escarcha,
y no puedes pronunciar palabra alguna;
arde el infierno en tus ojos.

La eternidad era una sombra intacta
frente al naciente día,
llenando de color el mundo extraño.

Con párpados que ven un cielo
desgarrado, ausente, vacío,
en silencio invocan con amor
el regreso del cuerpo ansiado.
Orfeo cantaba:

me moriré de miedo al bajar allí,
maldito maestro del tiempo, huyendo
en la oscuridad del frío…

Ella tenía veinte años y era mi amor,
y en los campos de mayo, ya no crece una flor ...

Cantaré, cantaré esta noche
todas mis canciones
con el corazón en mi garganta voy a cantar:
y cantaré con voz de dulzura la historia de los hombres,
signos olvidados, lágrimas bajo la lluvia.

Me aferro a la vida que se va con toda la furia
del último beso en el último día del último amor...

Y cantaré hasta que llores,
cantaré hasta que pierdas,
cantaré hasta que desaparezcas,
y vuelvas para siempre…
 


Stefania Di Leo nació en Messina, Italia, el 25 de julio de 1975 y desde pequeña ha cultivado una pasión por los idiomas extranjeros. Doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es traductora internacional en italiano de poetas contemporáneos españoles, portugueses, y franceses y colabora con varias revistas culturales e internacionales, Crear en Salamanca, Metaforologia, Papeles del martes, Altazor. Fundadora del Círculo Literario Napolitano, y del Premio Internacional de Poesía en español, Francisco de Aldana.

Ha publicado libros de poesía, entre los que destacan Rosas azules sobre el tomillo perfumado (España), Donde tuve tus labios (Miami), Ocultando el olvido (Miami), Uma so Solidao (Brasil), Entao brilha o silencio, con Alvaro Alves de Faria (Brasil), As sombras da tarde (Portugal). Ganadora de la convocatoria del 31º Festival Internacional de Poesía de Medellín.

Última actualización: 20/01/2022