English

Uriel Cassiani (Colombia)

Por: Uriel Cassiani

El sonido de lo necesario

 

Debemos hablar del rastro donde el destino acomoda los pasos,
de la llama que nos vive,
y el silencio que aprendimos a escuchar tarde.
De la voz que confirma:
“existe el tiempo para demostrar que somos relámpagos” seriamente fugaces.
De la voz que ahora es grito.
De Parker, que ejerció con devoción desde el leño de la ciencia,
su oficio de cenzontle y petirrojo.
De la eternidad que reclama el hueso, y el ciruelo que conoce el reposo que trajo el día.
De Obeso, Ártel y Guillén: que respiran bajo la tierra.
De las lluvias que aún no caen.
Del camino que pregunta por sus primeros viajeros, de mi huella y tu pie,
del hombre que empieza la vida con cicatrices ajenas,
y el imperio que con calma se disuelve.
De los rubíes que nos tocan, y esperamos como se espera, un milagro irrepetible,
de las palmeras que nuestro suelo nutre con sal,
de Pelé, Maradona y Di Stéfano, que fabricaban joyas.
De la noche, efímera muestra del infierno,
de Pizarnik, Raúl y Baudelaire entregados desde sus exactos principios,
al sopor y la agonía.
De Bopol, Makeba, Dibala y Fela Kutty,
volviéndonos con palabras cantadas al eterno principio. 
De la madera con que Crusoe construyó la balsa para llegar a nuestras manos.
Del metal que humillado fue becerro, del lumbalú,
del hombre que recibió semen de perro,
y ese otro que a paso decidido abandona toda embriaguez,
del anciano padre, de Pizarro León Gómez y ese agujero conmovido a la altura de la frente, de Antonio Cervantes regresando al juicio.
De la contradicción, esperanza y avaricia puesta en cada individuo.
Para descifrar lo elevado:
es justo observar el mar y hablar de tantas cosas, que jamás llegarán a nuestras manos.                      

 

Demasiado polvo

 

                             A Ricardo Pérez Reyes.
                             Las manos, los ojos, el corazón.

  Crecieron nuestras sombras
  o las generosas puertas de casa
  se hicieron pequeñas…
  el viento golpea con cautela
  como alguien que inseguro regresa.
  Perdieron las paredes su virtud de lienzo,
  allí, una maleta esperando un viajero,
  un almanaque sin fechas,
  una línea sobrevive:
  Recordarás a Epifania.
  El lugar del patio que congregaba a la familia
  no soportó el peso de hermanos repartidos,
  de árboles sin sombras en los bordes.
  Regreso a reunir los huesos nuestros,
  a sacudir la memoria de perfectos momentos.
  Descubro en los rincones las muñecas de las hermanas:
  parecen abrirme los brazos.
  Dudo que alcance la claridad del Universo
  para volver a hacer la luz en estas habitaciones
  donde sobraba cielo.
 ¿En qué momento el rumor del arroyo
 desapareció de nuestras gargantas?
 Demasiado polvo para limpiarlo todo, con un viento
 iniciado en los pulmones.
 Queda un recipiente de arcilla
 donde bebíamos aguas despiertas,
 unas voces que vuelven reclamando a sus dueños.
¿Será ésta la victoria de la noche?
¿El estado real de la muerte?
 

 

Camino de girasoles

 

  Regresaron los muertos,
  con noticias.
  Con razones de la luz.
  Cada uno de ellos, una rosa en sosiego.
  Una estrella naciendo.             
  Escucho su hondo descanso
  como una música nueva que cae.
  Sorprendo rostros conocidos.
  Descubro un camino de girasoles
  marcado de la sala hasta el patio.
  Regalaré mis libros…
  La cama de lienzo,
  el guardapaño,
  las sonrisas sencillas,
  los saludos más sublimes.
  Porque antes de la próxima luna llena
  marcharé en la fila con ellos.

 

 

Luciérnagas bajo las uñas

 

              Recién adormecida la tarde, padre
              santigua pequeños limoneros,
              varasantas, trupíes, bongas.
              Sonriendo despacio confiesa:
              Abuelo enseñaba después de cortar el arroz,
              de reunir sosiegos para repartirlos a los suyos,
              o mientras descifraba el porvenir ajeno    
              en el rumor del fuego levantado por los leños.
              Mostraba con rezos, los otros rostros de la luz.

              Padre soñó una herencia para su hijo
              Aunque esta fuese humilde.
              Me comprendió por los tiempos,
              negado para ciertos asuntos de la luz:
              Sólo sirvo para cortar girasoles,
              simular con ellos pequeños soles en las manos,
              atrapar luciérnagas para esconderlas bajo las uñas,
              despertar temprano, esperando sorprender un fuego
              más inocente que sus oraciones o el alba.

 

 

Maravilloso

 

                                                                                      A Sugar Ray Leonard

Recorro las calles de Nueva Jersey,
como lo harán las aguas
que acabarán con la parte baja del mundo hacia el 2067.
Quién creerá en Newark.
Yo, el maravilloso Hagler,
reino en los medianos con la disimulada calma
de quien reconoce que dura la gloria
lo que se sostiene la imagen de un relámpago                                                                
en el espacio.
He suspendido las malteadas, las donuts,
las pizzas de jamón, piña y queso.
Lo lúdico bajo la nieve de Manhattan.
Mañana anunciarán en la ciudad
que perdió el hábito del sueño,
otra velada del cetro orbital que ostento.
Enfrentaré un hombre, cuyo golpe de derecha
dejaría en estado lamentable el hígado de un caballo.
Es cascabel levantada y hacia mi destino.
Por eso la estrategia que emprendo
debe alcanzar la precisión del Rolex.
Por eso me dirijo a Saint Louis,
para aprender la eterna fiereza
con la que los búfalos embisten el alba,
—es nivel superior palpar lo intangible—.
The New York Times titula:
Heard juró bajo lapidación,
cercenarse el sexo, arrojárselo a sus perros
si ante el señor de New Jersey sucumbe.

Olvida que bebí sorbo a sorbo el honor de Roldan,
que la memoria y los pasos de Alan Minter
no volvieron a encontrar los círculos de la coherencia,
olvida que conozco el sitio exacto
donde natura le dejó al cristal.

 

 

La sacerdotisa habla desde las nubes

 

                                  A las jóvenes “brujas” del Palenque de Antonio Cervantes,
                                                                Por resistir.
                                              A Luz Adriana Maya Restrepo, por defenderlas.

Si apaga las seis velas y sigue regando sal a la entrada de casa. Si no suelta las esquinas del pañuelo y vuelve a clavar agujas tras la puerta que lleva a la calle. Hallaré con dificultad el camino de regreso. Tal vez el tiempo para hallarlo resulte infinito, y el hombre  que duerme a mi lado descubrirá mi poderoso oficio, al despertar y no hallarme desnuda en la cama como de costumbre. Siento ya en mi cuerpo el frío de la pasión perdida, el cielo como un espejo con relámpagos sobre mí se adviene. El río sin cauce anda.

Guiado por el olor que escapa de mis prendas íntimas llegará bajo el campano. Tomará las prendas en sus manos, las olfateará regocijándose con el aroma a guama nueva. ¡Dudará de mi amor! Ay de la perra que apagó las seis velas, que regó sal a la entrada de casa y clavó agujas tras la puerta, que invirtió mi escoba y rezó para extraviarme en el vuelo. ¡Ay de ella! Mis cuchillas hallarán su corazón dónde se esconda.

 

Hermoso regalo

              A Rosabella

Esa mujer es hermosa, es como contemplar un prado de margaritas. Algo así como pan caído del cielo, simplemente que desprecia mi virilidad de toro. Mi pasión por sus ojos donde cabe el mundo. Desconoce qué sé secretos.

He atrapado con el silencio de marzo, un pájaro con milagros en la sangre, para amansar los ímpetus de su juventud.  He puesto en una botella con alcohol el pájaro todavía vivo. El aroma de ese perfume jugará con ella, la atará. Un caballo azul está cruzando a galope el corazón de esa mujer, cuando el caballo alcance la otra orilla, no podrá negarme su amor.   

* * * 

 

Este nombre que llevo como un animal que recibió una herida que amenaza con dejarlo sin vida, no es mío. Este nombre que sabe a un raro pan que otros insaciablemente muerden, algo en mí lo desconoce. Ese nombre es un extraño que va por la vida conmigo. Es una bofetada constante, un escupitajo apaciguado, blanco como el cura que lo confirmó en la pila bautismal. Este nombre agrede a mis primeros padres. Este nombre occidental que cuando quiero repudiarlo me muestra sus colmillos, como los colmillos de los perros que azuzaban a los ancestros, cuando huían del lugar donde les hacían añicos la vida. Este nombre que repito en otro y no comprendo, porque cuando lo pronuncio brota como de una tierra nueva, hojas de romero, girasoles, anamú, astromelias, verbenas, eucaliptos gardenias.


Uriel Cassiani nació en el Palenque de San Basilio, Bolívar, Colombia, el 1 de septiembre de 1971. Es poeta, novelista, cuentista, gestor cultural, activista en defensa de las comunidades afrodescendientes. Autor de los libros: Ceremonias para criaturas de agua dulce, Prosa poética, 2010; Alguna vez fuimos árboles o pájaros o sombras, 2011; la novela Música para bandidos, 2019; y del libro de cuentos Variaciones lógicas de la memoria, 2020.

Cofundador del Taller literario Mundo Alterno (2001). Representante Legal de la Corporación Socio Cultural de Afrodescendientes Ataole, que promueve proyectos pedagógicos, culturales, artísticos y productivos en el Caribe Colombiano. Ha participado en encuentros literarios en Colombia, Venezuela, Chile y Estados Unidos y sus poemas han sido incluidos en antologías y revistas en Colombia, México, Polonia, Alemania y España.

Links a Uriel Cassiani:

-Poemas de Uriel Cassiani. El Comején
-Uriel Cassiani y su ‘Música para bandidos’. El Pilón
-Uriel Cassiani, secretos de un poeta de palenque. Entornointeligente
-Camino de girasoles, y otros poemas de Uriel Cassiani. Panorama Cultural

Publicado el 9.02.2021

Última actualización: 21/06/2021