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Zhivka Baltadzhieva, Bulgaria

Por: Zhivka Baltadzhieva
Traductor: Zhivka Baltadzhieva

Poema de marzo

 

Los pronósticos destacados no me gustan.

No son tiempos agradables para salir a dar un paseo,
disfrutar del color límpido y sorprendente del cielo,
esperar que te hablen las estrellas y los charcos,
ir por allí y sentirte bien contigo mismo y con el mundo,
con la desfachatez de la crisis, la virulencia del virus, el terror financiero 
y el corazón encogido
de la aldea global.                                      

                                           Si por lo menos pudieras

abrazar los caídos hombros del día, del árbol y del vencejo,
de la palabra huérfana desabrigada de J. Egea, K. Pavlov,
Mandelstam, O. Pero están crepitando tus labios, arden
a lo bonzo en medio de la plaza de Libertad,
y no son tus dedos, sino tu mente, tu mente, la mente
no reconoce las letras, fracasa, al escribir en la vida el verbo

amar.

 

* * *

 

Smartfone, I-PAD, abrazos virtuales,

periódicos, clases de todo, series de televisión, hackers
de la memoria, desmemoria, seres
sin palabra interior al pie del amanecer y del ocaso… En Internet. Fósiles
de serpientes con patas. Encíclicas. Idiotización. Idiotización.
Escáneres hoscos tocan la materia. Rayos
lascivos. La iluminan, calientan, registran, analizan, manosean, copian,
copian, copian. Sin sentir. Sin sentir
el terror. Sin amor.

Escurridizos bosones de Higgs o de X,
lunas transparentes a las 11.00 de la mañana, irrealidad,
irrealidad. irrealidad.
Sin Dante, sin Virgilio, sin Beatrice, sin Orfeo en los harapos
de lo oscuro. Rostros
cerrados, rostros sin bocas, sin bocas, definitivos como una condena máxima
irrevocable. ¿Qué más? ¿Qué más sin sentir? Sin sentir.
Sin sentir. Sin sentir.

Sin

 

 

* * *

 

Los pormenores son lo más importante.

Una carta olvidada en el bolsillo e ilegible
después de pasar por la lavadora,
la mirada en la que no me he fijado,
la voz de lo no dicho, el aliento del campo temblando
en resonancias momentáneas,
el cotidiano y único rostro de mi madre que se ha ido.

Los pormenores son lo amado.

Cada vez quedan menos en este mundo
civilizado. Industria, grandes cantidades de lo mismo.
Y ni gota de lo otro. Pensaba el retrato
del exánime del dedo meñique de tu mano izquierda
en el museo de los más íntimos recuerdos,
pero reproducirán mi mente y mi corazón huidizo

y no sé dónde protegerte.

 

* * *

 

La extinción de las especies se dispara. ¿Qué hará el hombre

cuando le llegue el turno? ¿Debe ya mejorarse a sí mismo,
introducir cambios genéticos que se transmitan
a sus hijos? ¿Interferir en la evolución natural?
¿Se puede hablar de evolución natural en el caso
del género humano? ¿Llegará a ser
mitad biológico, mitad electrónico? ¿Una especie de grafeno
que se repara a sí mismo? ¿Vivirá (parcialmente)
en Internet? La tierra será teóricamente habitable
cinco mil millones de años más. ¿Cómo seremos? ¿O qué? ¿Y por qué
importa saberlo? ¿El estrés podrá ser la causa suficiente
para nuestra extinción? ¿O ser y máquina optimizados genéticamente
compartirán la conciencia? ¿Y no morirán?¿Un ser
fuera del tiempo? ¿Cómo será esto?

Homo Óptimus, Homo Cybernéticus, Homo Híbridus… ¿Un Homo
Homo quedará en alguna parte?

Aterra
poder cambiar el mundo sin saber qué

se otorgará.

 

* * *

 

Filósofos y neuroinvestigadores insisten

que no existe ningún yo, que quien te ama
o destruye
es el subconsciente
colectivo. Que tu mano al lado de la mía,
la muerte violenta de seres, plantas, océanos
y cantos
es sólo bioquímica galopante. Y nadie
de nada es responsable
porque nadie existe como

alguien.

Nadie, nadie…

 

* * *

Un kit de preparados químicos
al módico precio de X dólares servirá
para analizar en casa el ADN personal.

La simple muestra de células del interior de la boca
escribe la novela genográfica
de la especie humana. Y la mía propia.

El argumento busca en el cromosoma Y masculino
y en el ADN mitocondrial que transmiten las madres
la ruta de la iniciación en humanidad.

Fue hace escaso millón de años,
según se dice por ahí, cuando aquello comenzó.
Y aún comienza, comienza, comienza.

¿Cada vez por primera vez?

Cada vez
por
primera vez?

Y a menudo 
no sucede.

No sucede. 

En absoluto.

 

 

Canción última
Miguel Hernández

 

¡El hombre, oh, el hombre! La divina criatura.

Qué mísero, y triste, y hermoso, y único, qué mío.
Me traspasa como si fuera la convulsión febril del Universo,
la incertidumbre en persona,
la asfixia de la felicidad, el último adiós de la vida,
un infinito día soleado con los tobillos voladores
de sal y de arena.

Irreparablemente frívolo e impostor, y doliente, peligroso,
devoto como perro labrador,
su propio cuerpo atraviesa y no se da cuenta. No se da cuenta.
Y todo él herida sigue hiriendo. Estoy sangrando yo
y te desangro, mi amor, te hiero, seas quien seas en el latido este,
este pulso, esta muerte, gruñido, chapoteo y hervor,
mudez, en donde yo te amo y en sus tormentas
el ensueño me voltea.

¿Dónde termina, me pregunto, este soplo, este respiro
tan inmenso, tan imperceptible?
¿Tan frívola y razonable, tan impostora y sangrante, peligrosa,
la única salvación,
a quien vivo y me arrodillo ante él, de bruces caigo y lo miro
más altiva que la alta nube? ¿Quién es él,
quién soy yo en el azul de las arterias hinchadas?

El ser humano,
la cabeza agachada en la orilla de las constelaciones raedizas,
hecho un ovillo, un embrión en la matriz de una lágrima escueta.

Mortal, enamorado y confuso… El infinito
que irradia ternura

entre estrellas carcomidas y la indolencia acelerada,
entre las rozas, las gramíneas, los limoneros florecidos,
y las higueras, el tomillo, los laureles, la bardana,
entre los tamarindos y las lilas,
que van y vuelven, van y vuelven.

Mortal, enamorado y confuso…

Y mi amor
se queda sin

vocablos.


Zhivka Baltadzhieva nació en Sofía, Bulgaria, el 23 de septiembre de 1947. Es poeta, ensayista, editora, guionista, traductora y profesora universitaria. Escribe en búlgaro y español. Es Doctora en Filología Eslava y Lingüística Indoeuropea y por casi dos décadas ha sido profesora en la Universidad Complutense de Madrid. Tradujo al búlgaro a San Juan de La Cruz, Francisco de Quevedo, Federico García Lorca y Miguel Hernández, así como a importantes autores búlgaros al español. Obtuvo dos veces el Premio Nacional de Traducción.

En 1971, publicó el libro de poemas Plexo solar, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía a Primer Poemario. Otros de sus libros de poesía: Luz diurna, 1982; Poema ajeno, 1989; Mitologías Apátridas, 2007; Nunca. Otros poemas, 2009; Sol, 2011; Fuga a lo real, 2012; GenEs, 2016; Al final del bosque verde, 2019; y Fiebre, 2019. Algunos de sus ensayos forman parte de ediciones monográficas N. V. Gogol 200 años después; Cervantes en los países eslavos; Tolstoi un siglo después; y España y el mundo eslavo.

Publicado el 6.04.2021

Última actualización: 07/01/2022