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Los mantras de la tierra resuenan en el cuerpo

Por: Ángela Briceño

Especial para Prometeo

Se desdibuja el paisaje, se va olvidando el eco propio, el del interior que conecta o que una vez conectó con el todo. No hay inmersión, hoy el paisaje del mundo, noche fría, está permeado por el caos. La palabra crisis aparece en las primeras líneas del día. Crisis-emociones, crisis-humanidad, crisis-guerra, economía, cuerpo, sentido, recursos naturales, clima, agua, aire; crisis-entraña de la tierra, leche negra, no enfurezca, no la vuelvan a hurgar nunca más. Pero cada vez arritmia, menos vibración, hoy del origen negación, entumecimiento, indiferencia. Devenir con otra motricidad, máquina o qué otros cuerpos que se amolden, cómo reconocer-se en este nuevo paisaje. Antes de cualquier pretensión, un pacto de amor consigo, con la naturaleza, con el cuerpo, con la tierra, hogar del que ha intentado desprenderse bruscamente. 

Lo primero, volver al cuerpo, volver a escuchar. Todo vibra: las manifestaciones de vida, los colores, lo que ha tocado el agua y lo que tocará; aunque la mirada se ha vuelto automática se propone volver a respirar, interrumpir la cotidianidad, conectar. Abre el corazón en silencio. Intenta escuchar el cuerpo y el agua que viaja por este, develar la vocal primera que vibra y se extiende, resonancia espiritual, palabra ancestral, mensaje originario (1).  Y, si la condición humana es corporal (2),  tal vez se trate de volver al cuerpo, a los cuerpos y a estos en conexión con la naturaleza, su naturaleza, su casa: “La poesía es una especie de regreso a casa”, Paul Celán. 

En el cuerpo como “filtro semántico”, que propone David Le Breton, las percepciones son captadas por los sentidos y, luego, manifiestas a través de las emociones. Un filtro semántico individual y colectivo que, como “maestro de sentido", media entre el mundo y el individuo y como “maestro de verdad”, transmite los códigos establecidos socialmente, reconociendo la otredad. “Percibir es moverse en medio de la coherencia del mundo”(3), dice Le Breton, porque las percepciones contienen sentido, orientan y comunican a los cuerpos con el mundo.  Y el movimiento, como vivencia de los cuerpos, resulta estímulo para la percepción. Ella se adentra en el bosque, se reconoce cuerpo individual, movido por intereses e impulsos, atravesado por sensaciones e intuiciones, en su singularidad. Camina al acecho en más de cuatro patas. Pero también se identifica fragmento de un cuerpo social que padece, siente y se mueve en colectivo.
 
El cuerpo como vehículo vivo, a través de la práctica, se moviliza en un espacio natural: hay movimiento o quietud, meditación, silencios y ruido, hay ritmos, resonancia; disciplina, escucha y concentración para la creación. A ella le surge la necesidad de rastrear de manera consciente lo que sucede y registra las primeras vibraciones (mantras)(4)  del poema. Su frente suda y recuerda que está viva. Apenas echa a andar ya se va enredando en la musicalidad. Aún no alcanza a descifrar las primeras horas de la mañana. Deshidratación, quietud por choque eléctrico de mirada a los ojos, brilla serena una primera palabra frente a ella. Hay que confesar un calentamiento extremo para entrar al ritual, estar en el sitio de la percepción: música del cuerpo, respiración atenta. 

Desde la pausa interior, matar al cuerpo domesticado, apagar todo rastro de luz, cohibir la ratio, olvidar las oraciones, frases y sintagmas; estrangular las palabras, las sílabas, las letras. Invitar al silencio, volver a la noche del agua, regresar al útero, retornar, recordar, revivir la sensación, tocar paredes gelatinosas, ser viscocidad. ¿Y si se cuenta con una musculatura afectiva (5)  para esta inmersión? Se arropa de placenta, no sabe nada, solo siente una especie de vibración como señal que retumba al ritmo de su corazón. Antes de la erupción, acepta la posibilidad de volver a nacer a través de las palabras. Ser obra que renueva algo roto, algo perdido. (6)  Se puede volver a nacer. Embriones indelebles son posibles: son extraños: son animales: son niños: son vegetales: son ancestrales: son minerales: son vacíos: son reptiles: son mecánicos: son acuáticos: son comprimidos: son deformes: son violentados, agujereados, secos, volátiles, maquínicos, invisibles: son hostiles: son esqueléticos: son incompletos, llenos de huecos blancos y silencios, y pesan. 

Segunda percepción, nacen esos cuerpos con algo que vive, que vibra, que tiembla; que aún no es palabra, sílaba ni letra. Pero tiene resonancia, es lenguaje tartamudo, intento, balbuceo y se transforma lentamente en Mantra. Por el camino de la toma del agua, ella se distrae y se pierde. Se pierde por querer escuchar más; las botas enterradas en el barro del camino la detienen y no solo escucha, siente por toda la piel cómo aparecen en ese lugar los mantras. Comprende que es verdad que estos se revelan al contacto con la tierra, con las cosas profundas. Está aprendiendo a escucharlos. Antes de salir del bosque de la toma del agua, ser aérea. Buscar el cielo con los brazos. Marcharse. Irse volando. Ensoñación. Ramas altas de caminos estrechos son movidas por el viento. Al pasillo de casa no se regresa pisoteando tierra fértil, quemando fuente umbilical de frailejón, encapsulando el aire. Si hay algo a lo que los mantras enseñan es a escuchar. Y casi siempre, el cuerpo que escucha se aúna con los latidos de la tierra. Entonces ella escucha y la sombra de esas ramas altas es agujereada por la luz. Es la hora de la primera puesta de sol.

Los mantras son impulsivos. Son impulso detonado por el contacto del cuerpo, de los cuerpos, con lo esencial. Se trata de una atracción inevitable con la que algo nace y empieza a palpitar. A veces llegan directamente como palabra, otras, son imagen concreta. Algunos se manifiestan como una chispa tan brillante o tan opaca, que solo la concentración absoluta permite develar. Otros llegan a ser casi verso. Son la música. Sus mantras son siempre música, se enuncian desde una pista, desde el sonido. Son ritmos cortos, cíclicas piezas que se parecen al centro del centro del verso. Los mantras a veces llegan silenciosísimos, como susurros. 

Susurros de la naturaleza, salvajes, tibias, lentas las primeras palabras, ecos no. Algo que no necesariamente es alguien le habla y luego canta. Ella lo escucha con atención y una palabra resuena, algo descubre. El otro, lo otro le recuerda que siempre puede haber resonancia: “aunque las percepciones sensoriales parecen emanar de la intimidad más secreta del sujeto, no dejan de ser social y culturalmente modeladas. La experiencia sensitiva y perceptiva del mundo surge como una relación recíproca entre el sujeto y su entorno humano y ecológico. En el origen de toda existencia humana, el otro es condición de sentido”. Para Le Breton, es esa relación con los otros lo que permite que se modifiquen o afinen las percepciones que, aclara, no corresponden a la huella de un objeto sobre un órgano sensorial, sino el fruto de una reflexión, que no es coincidencia, sino interpretación que viene de una atenta escucha. 

Desde un paisaje vestido de tierra seca, ella se reafirma, desea renacer de las cenizas, renacer palabra. Escucha el agua, despierta una sílaba tímidamente, verso destejido, sustancia natural que alberga la intuición porque es retorno. Quizá logre completarse cuando entra en comunión con el cuerpo, con la danza, con la disposición de escucha, con los otros. “Detrás de la escritura sospechamos al otro, la presencia de otro, lo que hace factible finalmente que la realidad se convierta en poesía y ficción de un mundo ajeno y exterior a mí”(7).  Todo cuerpo que logra la escucha, todo mantra manifiesto conduce al encuentro de una voz. “al procurar descubrir la realidad del otro, el poeta cree en la existencia sustancial del prójimo, tanto en su intensidad espiritual como en su vida práctica”. A todo cuerpo le va naciendo una voz: Quién habla por las plantas, animales y la tierra, quién se manifiesta en el poema y a quién se dirige, cuál es el lugar para la voz del otro, de los otros, de nosotros(8);  humanos vivos, cadáveres o espíritus, animales, plantas, aire, agua, objetos, lugares. Todos, en todo caso, habitantes de esta casa. Comienza a escuchar un eco propio, el paisaje se ha ido desempañando, se reconoce en el agua que antes no estuvo, el espacio alberga su cuerpo contraído, está muy quieta, parece que escucha algo con atención.

[1] Viene de la idea de cantarle al agua para sanarla. Cantoalagua, encuentro mundial por el agua del planeta, para entrar en comunión con ella, líquido sagrado de vida: https://www.cantoalagua.com
[2] Como lo propone el antropólogo y sociólogo francés David Le Breton, quien recuerda que antes que espiritual, la condición humana es corporal. “El cuerpo es la condición humana en el mundo, es el lugar sensible en que el flujo incesante de las cosas se traduce en significaciones precisas o en una difusa atmósfera, metamorfoseándose en imágenes, sonidos, olores, texturas, colores, paisajes, sensaciones sutiles, indefinibles, que surgen de sí mismo o de afuera -dolor, fatiga, etc.”. (Le Breton, D. 2010. La sensorialidad del mundo, en Cuerpo sensible. Ediciones Metales pesados, p. 37).
[3] La relación que hace el autor entre las percepciones, el entorno y el sentido: “Nuestras percepciones sensoriales, engarzadas a significaciones, dibujan los límites fluctuantes del entorno en que vivimos. Ellas hacen sentido y alimentan la familiaridad del medio ambiente”. (Ibíd, p.40).
[4] Mantra es la palabra con la que se ha nombrado a las primeras sospechas de lenguaje a partir de la relación cuerpo-naturaleza, o bien, la sospecha del verso.
[5] El poeta, dramaturgo y ensayista francés, Antonin Artaud, define al actor como un “atleta del corazón”, portador de una “musculatura afectiva”. Entre sus planteamientos, señala que el esfuerzo posee el color y el ritmo de la respiración artificialmente producida; esfuerzo y respiración que impulsan la espontaneidad del artista. “Lo que la respiración voluntaria provoca es una respiración espontánea de la vida”. Aquí se relaciona el trabajo del actor con el del poeta, en tanto que los dos operan como traductores del mundo. Eso que pasa por el cuerpo, las tensiones, los movimientos, los gestos le son propios al poeta, aquí agente corporal, que a través de su conocimiento o esa ciencia de la respiración que llama Artaud, es capaz de producir la poesía del ritual. Un atleta del corazón que escucha y otorga voz a otros. (Artaud, A. 1999. Un atletismo afectivo, en El teatro y su doble, pp.147-156).
[6] El autor francés Pascal Quignard, relaciona el origen de la danza con los movimientos prenatales del ser humano, así como la separación natal con el origen de la obra en la vida misma: Toda obra surge del dolor de la separación natal, así como todo cuerpo comienza en el punto del útero. Toda nueva obra renueva una pérdida con más fuerza de lo que ella aporta al mundo. (Quignard, P. 2017. El punto de destrucción, en El origen de la danza, p.109).

[7] La poética del otro, por Gabriel Arturo Castro. (https://www.poetasinfronteras.org/pensamiento/la-poética-del-otro-por-gabriel-arturo-castro/, texto poética del otro).
[8] “El poeta se encuentra así con la singular consistencia del otro, sale a su encuentro, lo reinventa dentro de la convivencia física y metafísica, es decir, al interior de la ficción y de la realidad positiva. La percepción del otro le incita a imaginar la intimidad y la realidad física del otro, su voluntad soñadora y su raíz concreta en la tierra. Todo ello gracias a que su comprensión anímica penetra al interior de los otros seres. Convive y sabe lo que significan las diversas declaraciones vitales y apoyado en su experiencia conoce tales manifestaciones”. (Ibíd).

 


Ángela Briceño nació en Tunja, Colombia, en 1987. Poeta, periodista, docente, actualmente intercesora en la Fundación Pedagógica Rayuela. Licenciada en Idiomas Modernos y estudiante de Maestría en Literatura (Uptc). Formación en periodismo, Código de acceso (Casa editorial El Tiempo). Transitó el periodismo narrativo con Periódico El Lunes, semanario impreso (Boyacá). Su escritura se sitúa en el relato corto y la poesía; explora el performance. Ha publicado Microrrelatos y poemas en La esquina delirante, El Espectador; antología Pandemias crónicas, Corporación Cultural Alejandría (2021); Antología Profana, poemas de amor, de locura y de muerte en el siglo XXI, Perro Gris, Argentina (2021). En poesía visual y performance participó en: Veneris, XXI Salón de Arte Religioso Tunja (2021); Un peregrinar de los leprosos, 48º Festival Internacional de la Cultura, Boyacá (2021); Apenas una palabra, Arte participativa y performance relacional, Brasil (2021); Los pasos del tren y Videopoema del cuerpo para la libertad, Programa Departamental de Estímulos Boyacá reactiva la Cultura (2021). Sus libros son: Luz al vórtice de las palabras, cartografía poética de mujeres colombianas, Escarabajo Editorial (2022); Todo ocurre bajo un paraguas (y otros mundos acotados), Tintababelia (2022).

Última actualización: 27/04/2022