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Mario Pera, Perú

Fotografía de Stephanie Bienes Granito

Por: Mario Pera

de Preparaciones anatómicas (2009)

 

El taxidermista

Había un cuerpo que solía llamarme:
ciego pescador de expresiones.
Alacrán,
siempre dispuesto a incrustar su estilete.

Cada nueva piel,
cada nueva carne que brota de fecundos huesos,
alimenta en mí un prurito devastador
al crear formas perfectas
extremadamente apetecibles de
perennizar.

El arte,
materia de mi adoración y angustia,
es el oscuro traje de lo que se define a sí mismo
como el pozo dentro del cual se esfuma la vida;
es el último brillo
que emana del filo de mi navaja
antes de inocular
la muerte.

Es en aquel febril momento,
mientras la sangre de mi obra ve mutilado su fluir,
que se inyecta en mis iris:
el delirio del suicida,
y reverdece
aquella antigua manía.

Entonces,
ríos blanquecinos con olor a formol
invaden mis venas,
y la inquietante frialdad y aplomo
que requiere mi oficio,
me sumerge nuevamente en la obsesión
por eternizar cada enigmática figura,
que entre mis manos,
reclama una nueva existencia.

Gota por gota,
se filtra presurosa la sal de Boro
por las rendijas de mi tórax,
discurriendo ligera
como un raudal que a su paso muerde
la orilla de mi sangre.
Y se desata así la bestia,
y ruge el animal descontrolado
al elevar en su puño el escalpelo
para luego hacerlo danzar desnudo
entre la carne y las entrañas,
bajo la lánguida luz cómplice
de una inmisericorde lámpara.

Mi labor halla así su motivo:
cada emigrante vestido debe restaurar su pulso;
debe
retornar ficticiamente a la vida.


Hace algunos años,
había un conjunto de letras,
una tendencia a pintar y a observar ciertos cuadros
que solían describir cabalmente
la impavidez de mi oficio:
el por qué desde hace tanto
mi raza es estéril.

(Salzburgo)        

 


Roma (S·P·Q·R·)

Camille,
¿estás segura que tras deshojar cinco tréboles,
il Colosseo revivirá su antigua esencia letal?
He advertido,
que soñaremos con extender nuestros brazos
entre la inmensa multitud que exige:
¡panem et circenses!,
y que luego rozaremos
las copas de los árboles cercanos
hasta rasgar nuestras manos asidas
por todas las almas que en la arena perecieron.
Considero,
aunque quizás resulte que únicamente te expongo aquí
un cruel anhelo mío,
que los antiguos arcos del Ponte Sant’Angelo conservan
la forma perfecta de las caderas de una mujer.
Hace dos noches
mientras tus parpados se cerraban
y ponían fin a tu existencia diaria,
escuché el quejido tosco de los cascos de un caballo,
no era un equino cualquiera observé        era
misteriosamente
la encarnación y mejor gloria de la cuadriga,
un habitante desconsolado del vecchio Palatino
que ante mí acudió
a suplicar borrase de sus herraduras
cualquier rastro de sangre de antiguas batallas.
J'adore ma belle Camille,
despertar besado por el pico de una paloma hambrienta,
transitar por la Piazza del Popolo
con ambos brazos liados y
los dientes contritos
rezando:
¡sacro popolo romano!,
¡voglio esser il tuo più caro figlio!
;
pues ésta es,
la ciudad parida de la traición de Amulio;
la ciudad que vive de lamer
la sangre envenenada del gran Eneas.
Henos aquí entonces mon adorée,
sin un cuarto de denario en el bolsillo
sin historia, norte, cultura o nación
que nos reclame hijos suyos,
no siendo sino bastardos en desamparo
que exigen        –o imploran–
ser reconocidos como miembros de la romana estirpe.
A capite ad calcem
alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas
beatus ille quem vivere in locus amoenus et carpe diem.
Docta ignorantia
reductio ad absurdum
maior sum quam qui mancipium sim corporis mei.
¡Romanus!,
Deus vult
alea iacta est…
morituri te salutant.
Gigni de nihilo nihil
 in nihilum nil posse reverti
.
He podido observar,
que de cada ciento cuarenta y dos visitantes,
uno mordisquea levemente el Obelisco Flamineo.
He ahí pues,
el génesis de su inexorable destrucción.
Caminamos ma belle Camille, caminamos
mientras vemos pasar el invierno
entre las grietas de nuestros pechos
con un poco de pasto seco, vino y fango en las botas,
convalecientes de una extraña enfermedad
que ataca únicamente
a los peregrinos romanofílicos como nosotros.
¿Recuerdas que días atrás viajábamos hacia esta ciudad
enredados entre los bosques y la luna?
Mis manos eran plumas que escribían el otoño de tu cuerpo,
y tus labios
dos preciosas rayas de cebra pintadas en tu rostro.
Y fue aquel pordiosero tuerto
quien labró muy quieto,
en el lodazal de nuestra mente,
una frase abandonada al simbolismo:
tutti siamo morti,
pronti per cambiare il corpo
ed esser battezati dal fuoco.
L’ingresso all’inferno non è nella porta seguente,
ma è scolpito negli occhi del gufo
.
La nuestra, Camille,
es una historia tempestuosa de amistades predilectas;
de un amor no consumado y mantenido
como una conserva
en una lata de atún podrido.
Pese a todo,
nuestras suelas han devorado juntas, muy unidas,
cada pedazo de la Via del Babuino;
y llegaremos,
sólo hasta donde tú lances los dados.
Pero no me mientas, Camille,
fuiste tú quien dejó de vigilar la Kerkoporta
allá en Constantinopoli,
¿y así planeas ser la guardiana de los sueños de la cristiandad?,
¿la dueña perpetua de las llaves de la Basilica di San Pietro?
Cuán lejano se vislumbra tu deseo si es así,
pues aunque tu sollozo ablande nuestra sentencia
tus lágrimas no hacen sino
ensanchar el cauce ya casi marchito del Tíber;
entonces,
déjalas huir por la ventana
ya que son lluvia que riega un terreno estéril.
No obstante,
tampoco rías con menos esperanza,
ya que tarde
más allá del minuto sesenta,
recogeremos las cruces en las que has sido clavada
y las rocas con las que comenzaron a lapidarte
y las convertiremos todas
en muebles de cocina.
El Viejo Mundo no te condena,
es solo que cada tanto
tu nombre confunde la confianza
con la que los nuevos etruscos te admiran
y pierdes los papeles,
tornándote en una niña que gruñe amargamente
cuando no tiene entre sus manos
su preciado juguete.
No temas, mon amour,
que esto discurrirá lento
como aprender a declamar el mejor poema,
y es que en el fondo, lo sabemos bien,
todos quieren ser como tú o como yo,
brioso Carro de Helios
que se lleva consigo la claridad
y devuelve el ocaso al horizonte.
¿Dejaremos entonces que Roma viva siquiera un segundo sin nosotros?
Belle Camille,
¿permitiremos que la historia nos juzgue como unos malos hijos,
fracaso de una educación inapropiada de estilo luxemburgués?
Lo sabemos bien
puesto que es lección ya aprendida:
ambos somos el cometa que arremete contra la galaxia
y causa el pánico silente en los humanos.
Escucha, mon aimée,
llegan a nosotros aires de antaño,
es el murmullo de los magnos gladiadores
que rezan al filo de sus espadas
mientras sus escudos palpitan,
señal clara de que nos esperan
para iniciar la eterna Munera.
En el Coliseo
aún se vislumbra cómo las galeras ondulan sus maderos;
renace así la naumaquia,
se desatan los nudos del infierno y
despiertan, finalmente,
los demonios de Nerón.
Camille, ¿mi corazón bastará para ser templo de tu amor?
Ne me mentez pas, s'il te plaît.
¿Roma y los romanos serán los inequívocos elementos
cuya grácil conjugación
traerá como resultado
que el territorio baldío que es tu pecho
se deje irrigar copiosamente por la lluvia que,
en acompasado desfile,
resbala de mis angustiados iris?
Estoy seguro,
Roma hallará en sí la fortaleza
para ser la manzana que me ofrezcas a morder
y consolidar, así,
la máxima traición.
El triunfo de la mala vida
ha dado como divino corolario,
que todos los caminos
conduzcan a Roma.
Roma quadrata
ma péniblement belle Camille,
nostra Cittá Eterna
.

(Roma)      

   

Mirmillón: requiescat in pace

Solo soy
uno de los barrotes de tu prisión,
que observa cómo
con el correr del tiempo,
se desgasta tu rostro y
 se descascara 
tu mirada.

He sido testigo,
de cómo el follaje vasto que eran tus expresiones
se ha arrugado
y ha envejecido
como un anciano
mientras floreció el otoño.

Largos años cautivo
te han deformado el rostro.
Tu triste cosecha
ha madurado y
ha nacido,
entre aplausos y vítores,
seca y sin nombre.

 

Cómo guardar a Dios en una mano

No hay recuerdos,
solo una sombra horadada que
se inclina frente a las huellas de una página en blanco,
una imagen sacra en la cual
yace ensortijada
toda la destrucción.

Hay una luz,
un exiguo destello con semblante de poema
que zarpa y vaga
como un ánima peregrina
y cruza los mares,
con La Cruz de Cristo sobre el lomo
y el Padrenuestro garabateado en la cadera.

Una luz, pequeño y magro resplandor,
que limita el silencio de una manera casi exacta,
que restringe por completo
la existencia de la sombra.
No obstante, como bien se sabe
sin sombra no hay luz, y sin luz
el creador, es solo polvo y ceniza:
ex umbra in solem.

Cómo se llega a guardar a Dios en una mano,
cómo se le hace preso de una celda
carente de candados o barrotes,
si intenta salir
como un grano de arena que escapa entre los dedos;
si intenta emerger
como un trinar que estalla afónico
en el pecho de un pájaro.

No hay recuerdos
solo un pequeño rezo que despega
las uñas de la carne, y
carcome la piel, para lograr huir
del tránsito de su agonía.

En el espacio ciego de mi cuerpo
recibo la señal
de aquella sangre clavada sobre dos maderos
y cada nuevo día entierro hojas, sangre
y si hay suerte, algunas espinas y vinagre,
siempre a la hora precisa.

No hay recuerdos
nunca los hay.
Cómo se llega a guardar a Dios en una mano entonces,
si contemplamos fijamente la nada
y la nada, nada nos devuelve;
si hablamos con una tierra agnóstica
que se niega a germinar
para no perder su belleza.

Cómo se guarda a Dios,
cómo,
sin que éste discurra por los cauces
de la palma de la mano;
sin que éste vuelva a nacer como Dios
resucitado
en el escondrijo de sus cenizas.
 

 

de Ruido Blanco (2011)

Ausencia de otoño
/giro del destino/

Mi madre no se llama María
no es virgen, ni hubiese permitido que me flagelaran
tolerándolo en sosiego.
Pero
como María
se adhirió a mi flanco con un lirio entre sus labios
y dijo:
Tú eres El Profeta.
El Profeta de la orfandad.

Mi sangre dejó de dar vida
se hizo un río de muerte que corona el Gólgota
tierra donde Adán permanece
entronizado en su vergüenza.

Se extravían mis pasos
por cuarenta noches
y otros tantos días
pues fue crítica la memoria del Levante
una épica justa de orfandad
librada sobre mis huesos de serpiente
que penden como candelabros 
de la higuera donde incógnito
el dedo del limbo muerde la rueca.
Relincho mordiendo las faldas de mi madre
guardo en mi sangre
la sombra de un destino ulcerado
y sólo puedo susurrar
la merma de mi odio:
tú no cambias.
Eres oscura.


Mario Pera nació en Lima, Perú, en 1981. Reside en Barcelona (España). Abogado por la Universidad de Lima (Perú), diseñador gráfico y magíster en Medios, comunicación y cultura por la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Director de la revista web Vallejo & Co. y de la editorial del mismo nombre. Obtuvo el Premio Ilustre Municipalidad de Cuenca en el Festival de la Lira (Ecuador, 2013). Ha publicado en poesía Preparaciones anatómicas (Perú, 2009), Ruido Blanco (Perú, 2011; 2015 y Ecuador, 2016), The Most Natural Thing. New American Poetry (Italia, junto a David Keplinger, 2016) e Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor (España, 2018); como antologador De este lado del cielo. Nueva antología de la poesía peruana (Chile, 2018); y en ensayo Fare l’America or learn to live in it? Italian immigration in Peru (Francia, 2012) y Comunicaciones marcianas. Revista Amauta, a 90 años de la vanguardia peruana (Perú, junto a Roger Santiváñez, 2019).

Última actualización: 23/05/2022